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Kndelah: patear todo
Performer, cantante y más, Kndelah es inclasificable y hace de eso una bandera: “Hije del siglo 21, generación sin futuro bailando entre los escombros”, canta. Un estilo que no busca agradar sino provocar, y a la vez reivindica al arte. Por María del Carmen Varela.
Camina hasta el escenario al compás de la caja, como una seguidilla de latidos de corazón para acompañar su paso lento al inicio de una ceremonia. Se para ante el micrófono y brotan las palabras crujientes de poesía, las canciones transmisoras de la rebeldía urgente en una época de estallido y dispersión. Dice: “Mi nombre es Kndelah. Esta es una caja chayera porque soy descendiente de diaguita-calchaquí”. Y canta su tema “Negra”, que dice: “Soy negra de alma, de piel y corazón”.
El teatro, la música, la poesía, la performance, son algunos de los gajos que componen la mixtura artística de Kndelah, cuyo nombre no-real es María Candelaria Spicogna.
Su documento y las enseñanzas de sus veintiocho años de vida revelan que si bien al nacer nos ponen un nombre y certifican nuestro género, también está la chance de elegir que las cosas sean distintas.
Chiquititas & estudiantazo
En la niñez escribía poemas y firmaba KND hasta en las paredes; el reencuentro con ese registro infantil acuñó una nueva identidad. Canta Kndelah en su tema “Surreal”, con una letra que parece escrita en plena pandemia pero data de un año antes del evento que envolvió a todo el planeta con el estigma de un virus nuevo: “Me preguntan si soy rapera o poeta y les digo no hay pureza ni certeza, yo soy hija de mi siglo 21, generación sin futuro bailando entre los escombros esperando el fin del mundo”.
Nació en Córdoba Capital, “como el Potro Rodrigo”, en un barrio de la periferia llamado Villa Azalais. Padre obrero y madre médica, afirma: “Soy ese híbrido entre la clase obrera y la intelectualidad. Mi viejo no terminó la primaria y mi mamá tiene tres títulos”.
Como muchas, empezó escribiendo en su diario íntimo desde los 9 y a los 13 se compró su primer libro de poesía. “La primera que me flasheó fue Alejandra Pizarnik, un clásico”, cuenta. “Después conocí a Vicente Luy, un poeta cordobés, y también a Ioshua. Me gustaba la poesía maldita, Rimbaud, Baudelaire. Siempre me atrajo el lado B de las cosas, de los sótanos, de los marginados. Pero no desde el lugar de ‘ah mirá, los marginados’, sino porque yo siempre me sentí parte de eso. Ya sea por tener un cuerpo gordo y habitar mi existencia desde este lugar sin una femineidad”.
Kndelah creció en una casa donde se escuchaba a Quilapayún, Víctor Jara, Violeta Parra, y se hablaba de política. “Mi tío, militante del ERP, fue preso político. Vengo de la libertad de pensamiento. Yo decía que cada almuerzo era una asamblea, porque mi papá era peronista, mi mamá guevarista, entonces había muchas discusiones”.
Con un micrófono y varios cambios de vestuario, organizaba musicales en los que era protagonista y cantaba temas de “Chiquititas”, bajo amenaza de “si alguno se levanta para ir al baño, cuando vuelve, empiezo todo de nuevo”. Su madre detectó el gusto por lo artístico y decidió un cambio de escuela. De una donde era “la freaky, la rara, la distinta, en los recreos me lo pasaba leyendo libros sola”, pasó por otra institución donde tenía danza clásica, folclore y teatro.
Tras encarnar un protagónico a los 17 años en el Teatro de Comedia de Córdoba, ingresó a la facultad para estudiar actuación y formó parte del grupo Musa de octubre. “Éramos un grupo de teatro callejero. Fue lo primero que hice colectivamente. En 2012 hicimos una intervención por el aborto. Viví allá el Estudiantazo cordobés y el asesinato de la Pepa Gaitán: son hechos que me atravesaron”.
En ese contexto cuenta que tuvo dos gratas experiencias: estudiar con Roberto Videla, del “Libre Teatro Libre”, un grupo emblemático de Córdoba, y con Camila Sosa Villada, quien fue su profesora de teatro en el Cine Club Hugo del Carril y elogiaba su hiperlaxitud en el escenario. Cuando le contó que quería irse a Capital Federal a estudiar actuación, Camila le aseguró: “Te vas con la creme de la creme”.
Batalla en la playa
Con el impulso de la fascinación por el under porteño, viajó sin conocer a nadie y alquiló un monoambiente en Congreso con ayuda de sus padres. “Admiraba a Batato Barea, a Alejandro Urdapilleta, a Virus. Tenía una obsesión con lo under, como Cemento, eso que ya no existe: vine a Buenos Aires buscando algún vestigio”.
Comenzó a frecuentar lugares a micrófono abierto, actuó en el centro cultural la Oreja Negra con “la Susy” un personaje inspirado en la estética de Urdapilleta, que cantaba temas de Chavela Vargas, tangos y recitaba poemas. “Por un lado estaba la institución (Kndelah ingresó a la UNA) y por el otro me metía en los sótanos a ver qué pasaba. Caí en un lugar donde aprendí mucho, tanto de lo bueno como de lo malo, El Pacha, o La casita de los chasquidos. Estuve tres años metida ahí y era un lugar donde había mucha poesía, era una casa, alguien te pasaba la dirección, era bien clandestino. Abrías la puerta, había una escalerita y te encontrabas con gente desde las cinco de la tarde hasta las tres de la mañana recitando poesía”.
Cursaba, actuaba, realizaba activismo desde el feminismo, pero le pesaba el estancamiento. “Sentía un rechazo hacia los cuerpos gordos en el ambiente teatral, me cansé de ir a castings y nunca quedaba y dije ¿ahora qué hago? Trabajaba en el under pero no lograba crecer. Siempre tuve la idea de que para hacer música había que estudiar muchísimos años y mucha gente –en su mayoría hombres- me tiraban abajo”.
Pasó algo clave: a los 23 años se fue a Chile con amigues en 2016 y vio a gente rapeando en la playa. Era una batalla de rap: “Y me metí a batallar. Ya había estado jugando en mi casa con el rap con pistas bajadas de internet. Y les gané, era la única mujer. Entonces dije: yo puedo rapear. Y ahí empecé a escribir cancionesr”.
La primera experiencia musical fue “Resakdas” que luego mutó a “Resakdes”, un dúo de rap transfeminista que integraba junto a Carlx Almada. “En ese momento teníamos esa cosa de subir al escenario y romper todo. Mi performance era subirme, sacarme la remera, quedarme en tetas y tenía escrito ‘muerte a las dietas’. Hacíamos rap pero la actitud era punk. Era la previa a la ola feminista y llegamos a tocar en Plaza Congreso en el Festival por la absolución de Higui; tocamos con Bife, con Lola Bhajan, con gente que yo admiro”.
El tema “Vivas” que compuso cuando asesinaron a Micaela García llegó a tres mil reproducciones en cuestión de horas: “Me criticaron siempre por no ser femenina, trataron de bajarme de a poco la autoestima, me regañaron por no depilarme las axilas: nunca fui lo que se espera de una señorita”.
El arte fast food
En esta etapa más conectada con lo musical, el instrumento que recuperó de sus ancestros y adoptó para sus composiciones fue la caja. Sucedió en un momento “en que empiezo a buscar mi raíz, de dónde vengo y por qué tengo esta cara, los ojos rasgados, por qué mi piel es marrón. Mi familia materna es de La Rioja, mi bisabuela nació en una casa de adobe en Vinchina, un pueblito. Era diaguita calchaquí, tejía telar. Mi mamá también es descendiente es pura india. Yo ya soy una mezcla porque mi familia paterna viene de otro lado, pero buscando eso me enteré de que mi bisabuela tocaba la guitarra. Así llegué a la caja y dije: bueno, quiero estudiar con el respeto que se merece este instrumento ancestral”. Lo hizo con Miriam García, discípula de Leda Valladares, figura icónica del folclore argentino.
Con esta información recuperada, irrumpieron las fusiones musicales. “En un momento encontré una similitud entre la copla, el rap, el freestyle: hay un cruce ahí, y dije ¿por qué no rapear con la caja? Pensé: me van a odiar todes. Los que vienen del campo popular: ¿qué hace rapeando con un instrumento ancestral? Y los del rap diciendo: ¿qué es esa caja? Pero mi búsqueda es fusionar lo viejo con lo nuevo. Mezclo beats electrónicos con caja y esa mixtura sudaca es la definición de lo que hago. Antes te morías haciendo rock y ahora no, por suerte. Nadie se da cuenta pero Charly García hizo tres raps, el Rap de las hormigas. Estamos en un momento en que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Entonces estamos pariendo lo que aun no nace, lo que se viene”.
Recibió muchas invitaciones para tocar y sobrevino la prisa por componer más temas. Y de pronto llegó ”Surreal”, donde Kndelah toma herramientas del surrealismo para componer. “Me gusta trabajar con la asociación de la palabra rota, poder romper un poco las canciones, tomo eso del método surrealista y esta canción habla de eso, dice: ‘Prefiero la belleza de la destrucción que la armonía de la forma’. Es un manifiesto que plantea que la realidad no puede ser solamente esto”.
Kndelah está trabajando en su disco Cicatriz que “tiene que ver con mi historia, es una herida abierta y siento que la música me vino a ayudar a cerrar esas heridas”. Otro de los temas es “Hater”, que desde la afirmación “Yo soy disidente. ¿Y qué pasa?”, responde al condicionamiento de que no podía hacer música porque no sabe nada y replica: “Mirá de quién te burlaste”.
¿De qué habla Kndelah? “De lo que me arde. Tengo algo en el pecho y si no lo vuelco en el papel me estalla adentro. Mis canciones nacen de ese grito, de ese vómito poético”.
¿Qué le interesa despertar en el otre? “Quiero abrir, no cerrar. Se da todo muy masticado, es el arte fast food. Démosle a la gente algo que pueda degustar, no le demos música procesada. Hay que aprovechar este momento para decir otras cosas”.
¿Qué otras cosas? “Yo creo que el futuro es sin géneros. Es andrógino. Es no binarie. Es queer. Y lo nuevo es romper las estructuras clásicas, en todo sentido. Lo nuevo es ese híbrido y creo que mi generación va a patear todo.
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