Nota
De zurda y al ángulo
¿Qué pasó ayer en Madrid, y qué pasó en Buenos Aires? ¿Qué pasó adentro de la cancha y afuera de ella? Una crónica intensa -como la pasión futbolera- de la «Superfinal» de una Copa Libertadores manoseada por el poder. Un resultado que reinterpreta todos los símbolos, y todas las gastadas. Eso plantea el periodista Ignacio Fusco en esta nota para lavaca.org.
Por Ignacio Fusco*
Fue ayer, en el atardecer de Buenos Aires y la noche de Madrid, que nació una frase y, con ella, un mundo nuevo: River le ganó a Boca la final de la Copa Libertadores de América. No sólo el futuro, también el pasado, serán intervenidos desde ahora por un partido que hará que se reinterpreten todos los símbolos, todas las gastadas, un siglo de tradición. En tiempo suplementario y a un océano de distancia de sus millones de hinchas, el gol que más se gritó en la historia de la primera Casa Blanca del fútbol mundial fue como debía ser, como lo imponía el mandato de su vieja elegancia: de zurda y al ángulo, después de tres pases y un control que estuvo más relacionado con la hipnosis que con parar un centro atrás. River ganó la final, le ganó a Boca, ganó la Copa, pero le ganó -ante todo- a su propio monstruo infantil: el equipo de Marcelo Gallardo le ganó al relato que creó Boca alrededor de sí mismo. Con dos jugadores menos, con un central de 9, con el ídolo ya en la cancha, con el 9 averiado, con el arquero yendo a cabecear en dos tiros libres y con un uruguayo que ya estaba rengo y cuya barba roja hecha de sangre era el único sostén, el Boca de toda la vida tuvo una, aquélla que en el cuentito siempre entraba pero pegó en el palo esta vez, y a la vuelta –mientras llovía en Buenos Aires–, en River salió el último sol. El Pity Martínez corrió 60 metros en la capital de España y un arcoiris cayó pleno y luminoso en el centro del Monumental.
Pasaron 36 días desde aquel tuit de Macri que inició esta violenta vergüenza que fue la segunda final de la Copa. “Con dos hinchadas”, había ordenado el presidente, que a la larga vio cómo el poder le cumplía otra vez: hubo locales, hubo visitantes y hasta una tercera hinchada, amorfa y desubicada, compuesta por turistas guatemaltecos, la familia de Lionel Messi y los aficionados del Real Madrid. No habría que olvidar, cada vez que se cuente esta historia, todo lo que ha sucedido, un resumen perfecto de lo que es el fútbol en nuestro país. Una interna entre la seguridad nacional y la de la ciudad liberó una zona y un grupo de hinchas que siente que el fútbol es la aniquilación del otro («la violencia del fútbol», no «la violencia en el fútbol»: es una violencia que ha creado el fútbol y ningún ámbito más) arrojó un mar de piedras al micro del equipo rival. Ya suspendido todo, el presidente de la Nación -el presidente de la Nación- llamó al otro día al de la Conmebol -amigo suyo- para decirle que no se preocupara, que la final se iba a jugar igual. En otra viñeta y al mismo tiempo, sin embargo, otra cosa sucedía: el presidente de Boca -también amigo suyo- preparaba un descargo para que su equipo ganara una Copa Libertadores sin jugar. Y 60 mil personas fueron estafadas durante dos días al rayo del sol, y los delincuentes que también son jefes de la barra brava de Boca escoltaron al micro cuando se fue para Ezeiza, y el presidente del club más poderoso del mundo compró un duelo que le reportó más de 40 millones de euros a su ciudad. D’Onofrio, Angelici, Macri y Domínguez merecían que la final se jugara en Alaska o Bombay. Mientras tanto, treinta años después de la primera definición a doble partido de la Copa Libertadores, la final más linda de la historia del fútbol argentino se disputó en Madrid.
Y en Madrid, River y Boca jugaron como si hubieran tenido que representar la identidad de sus escuelas: un equipo que tiene y mueve la pelota contra otro que en un momento parece una junta de veteranos de guerra con la inverosímil fuerza del que te va a ganar. Consciente de que en toda la copa no tuvo conexiones, paredes, consistencia y movilidad, Boca se entregó a la simpleza de quitar y volar -con Pablo Pérez apretando apenas la salida, con Villa y Pavón agazapados para despegar-, mientras River se apuró tanto en todo que en el medio regaló al menos cinco pelotas con pases cantados y frontales y en defensa hizo al menos cinco faltas brutas que derivaron en la única emoción: centro, desvío, patea Pablo Pérez y tapa Armani, centro, desvío, patea Pablo Pérez y Casco se le lanza abajo con la velocidad que concede la desesperación. Era lo único que había pasado -el partido fue malo, malo pero nuestro, orgullito nacional- hasta que se tiraron dos sopapos con dos contras cada uno, y mientras Palacios se la tocó mal a Pratto en un área, Nández se la dio bárbaro a Benedetto y de repente había un ganador.
«El partido fue parejo, la expulsión de Barrios lo desniveló», interpretó Guillermo Barros Schelotto, vencedor provisorio, después de la final. Acaso tenga razón (además, Barrios estuvo mal expulsado), el problema es que antes que frente a River lo que le ha pasado al técnico de Boca es que perdió siempre contra sí: que después de dos años de trabajo –con un plantel con jugadores muy buenos– la única vía a la felicidad haya sido que el 9 juegue a la lucha mexicana contra dos o tres rivales (a la vez) y que los wines se inventen alguna jugada maravillosa, fue porque algo se hizo mal. Barros Schelotto parece tenerle demasiada fe al fútbol. Al fútbol, o sea: que cualquiera cosa, se haga lo que se haga, pueda pasar.
Y lo que pasó fue que Gallardo entendió que Ponzio sobraba, y que lo que había que hacer era lo de siempre: o sea, moverla, o sea, tocarla, pero esta vez hacerlo bien. Así que entró Quintero, el puente que le faltaba a River, la salvación que unió el medio con la energía que Fernández y Pratto desplegaban en el Bernabéu. Así, River la empezó a tocar. Sin baile ni ninguna maravilla, pero la empezó a tocar. Y la continuidad de pases tiene un efecto hipnótico, transformador: hace que los de un equipo empiecen a jugar más rápido y más juntos, de repente se embellezcan, y hace también que los del otro deban correr tanto que se desgañitan, se van cansando, se alejan entre ellos, es como envejecer. Frente a todas las pavadas con las que se decora una final -que no se juegan sino que se ganan, que es vital ser vivo y ser guapo, que bla bla bla-, Palacios y Nacho Fernández entraron al área tirando una pared y tirando también todos esos mantras que simplemente nacen del miedo. Así crearon el 1-1. Hubo otras jugadas que River intentó así, desactivadas por un Buffarini o un Izquierdoz que cortaban justo el cable rojo o el cable azul, hasta que -más desgañitados, más viejos, más cansados- vieron cómo el equipo de Gallardo volvía a intentar cuatro, cinco pases en velocidad. Ya era el minuto ciento y pico y Álvarez, Mayada y Quintero, los tres que habían entrado, la movieron en la banda derecha. Boca ya tenía un hombre menos y fue Pavón -Pavón- el que quedó de frente al colombiano, intentando la cobertura. Pero la pelota corre más rápido que todos, aun que el 7, y la belleza de ese zurdazo que ha cambiado todas las charlas entre dos pueblos, también. Después, en los festejos, Quintero se mantuvo a un costado, envuelto en su bandera colombiana como si fuera un sacerdote hindú. Acaso imaginara qué oferta le llegaría ahora, si una del Celta, o tal vez del Girona, alguna debería aparecer. Acá lejos, mientras tanto, millones de personas lloraban en la Argentina. Saben que otro mundo acaba de nacer.
*Ignacio Fusco es periodista deportivo, editor y cofundador de la revista autogestiva Don Julio. Trabaja en TNT Sports y en el programa radial Reloj de Plastilina (Mega 98.3). @IgnacioFusco
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
Nota
La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

Nota
Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
- Revista MuHace 5 días
Mu 204: Creer o reventar
- Derechos HumanosHace 4 semanas
Memoria, verdad, justicia y Norita
- MúsicasHace 2 semanas
Susy Shock y Liliana Herrero: un escudo contra la crueldad
- #NiUnaMásHace 4 semanas
Caso Lucía Pérez: matar al femicidio
- Mu202Hace 4 semanas
Comunicación, manipulación & poder: política del caos