CABA
Crimen de Blas: policía reconoce que plantaron un arma
Una policía imputada reconoció que en la escena del crimen de Blas, un joven cordobés de 17 años, se plantó un arma para escenificar un tiroteo que no fue. Esta prueba ratifica la teoría de gatillo fácil que plantean los amigos, que fueron tiroteados por la policía de auto a auto. En esta nota describimos el caso, las dudas y el pedido de justicia, contamos quién era Blas y cómo actúa en Córdoba una violencia policial sin límites que espera esta vez tener condena.

El caso de Blas movilizó a toda la provincia de Córdoba contra el gatillo fácil, como venía sucediendo desde hace años con la Marcha de la Gorra. Los detalles del caso revelan la saña policial y el encubrimiento judicial que envuelven crímenes que recuerdan a la dictadura. Por qué es un sistema que perdura y cómo se organizan los jóvenes para cambiarlo. La voz de amigos de Blas, la mamá de Facundo Alegre y de quienes desde la Marcha de la Gorra analizan el control territorial que genera el Estado a través de lo que no dudan en llamar fusilamientos.
Por Lucrecia Raimondi.
Noche del miércoles 5 de agosto. Córdoba capital. Valentino Blas Correas, de 17 años, con dos amigos y la novia de uno de ellos, todes adolescentes, se juntan a comer pizzas en un bar del centro. Después de cenar pasan a buscar a un quinto pibe en un barrio del sur de la ciudad cordobesa. Van a la casa de otro amigo. Pero el encuentro nunca sucedió. La madrugada del 6 de agosto a Blas lo mató la policía.
Andaban en un Fiat Argo blanco. Conducía el mayor de ellos, con 18 años recién cumplidos. Al lado, de copiloto, su novia. Atrás los tres chicos, Blas sentado en el medio. Después de cometer una infracción de tránsito (doblaron a contramano en una calle) en el cruce con la avenida Cruz Roja una posta policial les hizo señales de frenar. Por miedo a la policía, evadieron el control. Fue entonces que los policías Javier Alarcón y Lucas Gómez, parados al costado de los móviles y al ver que el Fiat no frenaba, dispararon más de 20 tiros contra el auto de los pibes. Aterrado, el adolescente que manejaba aceleró para escapar de las balas.
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Pasando la Ciudad Universitaria, a pocos metros de recibir los disparos de la policía, dos de los tres chicos que iban atrás, asustados, pidieron que les abrieran las puertas para seguir caminando. Le dijeron a Blas que se bajara con ellos. Blas expresó que no podía moverse, que lo habían herido: uno de los balazos atravesó el vidrió trasero e impactó en el omóplato del adolescente. Con las puertas abiertas y Blas desangrándose, el conductor aceleró para buscar ayuda en la clínica Aconcagua, donde les negaron la atención.
Siguieron en busca de otro hospital, Blas mal herido atrás. Un patrullero se les cruzó y no los dejaron avanzar. Blas murió por las balas de la policía y la falta de atención médica.
Por el asesinato de Valentino Blas Carreras hay 12 imputados, de los cuales 5 están detenidos: dos por homicidio doloso y tentativa de homicidio, los que apretaron el gatillo fácil, y otros tres policías por encubrimiento: según la investigación, quisieron plantar un arma en el escenario del crimen. Además, están siendo investigados tres médicos por abandono de persona y tres oficiales por omisión del deber público. Y un policía está imputado por lesiones calificadas por cachetear al pibe que conducía el auto, cuando buscaban auxilio y les cortaron el paso.
La familia de Blas va más allá en las responsabilidades y aseguran que la muerte del adolescente responde a las políticas del gobernador de la Provincia, Juan Schiaretti, el ministro de Seguridad cordobés, Alfonso Mosquera, y el jefe de la Policía provincial, Gustavo Vélez. Según la CORREPI, este año se registraron, con el de Blas, seis casos de fusilamiento por parte de las fuerzas de seguridad en los barrios de Córdoba: Gastón Mirabal y Fabián Perea en la capital; Franco Sosa en Ciudad Evita; José Ávila en Villa El Libertador; y Lorenzo Rodríguez en Río Tercero. Además, la coordinadora anti represiva supo de dos otros hechos graves de violencia policial en Córdoba: Alejandro Amaya, de 15 años, fue herido de gravedad con balas de la fuerza provincial y Horacio Romero fue atropellado por un patrullero, golpeado y detenido sin recibir atención médica por romper la cuarentena.
Muerte joven
Blas y sus compañeros estaban terminando el secundario en el colegio San José. Se conocieron en primer año y construyeron un vínculo de hermanos. Eran un grupo de amigos inseparables. Al principio de las clases Blas renegó mucho porque no podía ir al colegio. Extrañaba caminar las dos cuadras hasta la escuela, molestarse en el recreo con sus amigos, disfrutar el sexto y último año, que para todo adolescente es el más lindo e importante. A quien lo conocía de afuera, dice su hermano Juanse, Blas no parecía un chico simpático: “Tenía cara de mala onda pero es la típica cara seria que tenemos en la familia”. Blas era tímido pero cuando entraba en confianza era muy gracioso, un personaje muy particular, un pícaro que hacía reír hasta a sus profesores.
Blas ya no está y los chicos que iban con él en el auto quedaron muy mal, shockeados y dolidos. “Perdieron a su amigo de la peor forma posible”, dice Juanse, de 19 años, que mantiene un contacto diario con los sobrevivientes y los conoce por el vínculo apegado que tenían con su hermano. Recuerda que cuando llegaron al lugar había más de 50 policías rodeando el auto baleado con Blas adentro. No los dejaron pasar ni les informaron sobre qué había pasado. Ahí empezaron a tener miedo: “A que ensucien, a que mientan; miedo por nosotros mismos, también porque mi papá se desmayó y no lo atendieron, no nos hicieron el psicológico ni nada, nos trataron con mucha frialdad los policías”, dice Juanse. Y cuenta una realidad que para ellos marcó un límite: “La policía mató a un niño. No puede ser que vivamos así”.
Todo podrido
A diferencia de otros chicos pobres de las barriadas cordobesas, los amigos de Blas aseguran que antes de esa noche no tenían miedo a que un policía los matara. Pero ahora la percepción cambió: “Ahora tenemos miedo de cualquier cosa porque nos mostraron la peor mugre. No eran dos policías: esa noche eran fácil cincuenta entre comisario, subcomisario, cabos, todos metidos ahí, sin dejarnos pasar, ensuciando todo”. Juanse resume: “No es el mundo en el que yo quiero vivir. No quiero salir teniéndole miedo a la policía. La pregunta no es por qué los chicos no frenaron, sino por qué los chicos tienen miedo a frenar cuando los para la policía. Eso es lo que yo quiero lograr cambiar. Si yo tengo que salir a hablar, tengo que ir pidiendo las respuestas, lo voy a seguir haciendo. Mi familia lo va a seguir haciendo. No vamos a bajar los brazos”.
La contención a la familia vino de sus amigos, sus vecinos, de los habitantes de Córdoba que se conmovieron con el crimen de Blas y salieron a las calles en lo que quizá fue la movilización más grande en toda la cuarentena. “Nunca me imaginé que la movilización iba a ser tan grande -sigue Juanse-. La gente salió igual a pesar del miedo por la pandemia. Se ha despertado y eso me impresionó. En la sociedad veo que la gente no baja los brazos, se compromete con el ruido nuestro, de tomarse el tiempo de difundir algo que no le pasó pero sabe que le puede pasar y se dio cuenta de que esto no puede seguir así”.
Lo profundo
La Coordinadora de Víctimas de Gatillo Fácil regional Córdoba continuó organizándose para la Marcha de la Gorra pero también para acompañar los casos nuevos que sucedieron y mantener viva la memoria de los casos históricos como el de Facundo Rivera Alegre. Su mamá, Viviana Alegre, es un testimonio directo de quien vive, quien sufre y quien transita la represión estatal: su hermana y su cuñado están desaparecidos por la última dictadura cívica-militar y en 2012 la policía de Córdoba desapareció a su hijo en democracia. “De la situación de represión mucho no se habla y está igual que en todos lados a nivel nacional. Acá con Blas Correas se hizo más visible pero hubo más casos que no tuvieron mediatización porque eran pibes de barrio, de otras zonas”, interpreta Viviana.
Agustín participa de la Marcha de la Gorra en Córdoba desde hace seis años. Entiende que el término más adecuado para referirse al gatillo fácil es el fusilamiento, por la herencia de las prácticas represivas por parte del Estado y porque la mayoría de las muertes en ocasión de disparo por parte de las fuerzas de seguridad son por la espalda.
En ese sentido, analiza Agustín que la Marcha de la Gorra construyó un proceso de identificación de la represión estatal en Córdoba, que empezó con detenciones arbitrarias y persecuciones, continuó con las desapariciones forzadas en democracia y culminó con los fusilamientos. Y que esta violencia creciente es la que se vive hoy en la provincia, donde la Policía de Córdoba y las fuerzas de seguridad nacionales apuntan estas prácticas represivas sobre un sector de la población con un objetivo planificado. “Para nosotros es muy importante pensar ese término, disciplinamiento y control social, y que tiene que ver con un aumento de la fuerza represiva, no solo material en cuanto a agentes y a patrullaje y armas y sofisticación y tecnologías, sino también a la intencionalidad política. No fue suficiente la detención arbitraria y las violencias, sino que profundizaron la utilización de esas herramientas para terminar desapareciendo personas y fusilándolas”.
¿Qué políticas hacen visible estos lineamientos?
Por ejemplo, desde los gobiernos de la ciudad trazaron un diseño urbanístico geográfico determinado. Los asentamientos que durante muchísimos años estuvieron en el centro de Córdoba fueron erradicados y trasladados hacia las afueras con la intención de que no se vean las poblaciones más empobrecidas, más desfavorecidas. Despejaron el centro de lo que no debe ser visible, lo llevaron hacia donde no se ve. Entonces esa gente que antes ocupaba los barrios del centro fue llevada a la periferia. Ahí crece una generación. Que cuando empieza a querer venir al centro es detenida, perseguida, se le prohíbe el circuito, no puede ir a los shopping, no puede ir a los paseos, no puede ir a los juegos, tienen que hacer todo en su barrio. Y la gente del centro que tiene una apariencia similar a los desplazados, corre la misma suerte. Así definen los sectores públicos por donde algunos cuerpos e identidades pueden transitar.
En carne propia
Agustín sufrió represión estatal en varias oportunidades. La más vejatoria fue en un baile del cuartetero Ulises Bueno: un oficial de la policía lo obligó a desvestirse en un cubículo del baño de varones para revisar si tenía drogas. Agustín, que acompaña a los pibes de barrios populares y les explica cómo defenderse de la policía, no pudo defenderse a sí mismo. Estaba aterrorizado. Se sintió violado. Reconoce que fue la secuencia más grave que vivió, pero que los abusos policiales, no solo la violencia física sino también la verbal, dejan marcas profundas en la subjetividad de lxs pibxs.
Las juventudes son la población que en mayor medida sufren estas prácticas policiales. Y las características de estigmatización que orientan el accionar represivo, para Agustín, están bien definidas: ser joven, de piel morocha, con un estilo de vestimenta deportivo; usar gorra, pertenecer a un barrio vulnerable, los tatuajes, la música, la forma de pararse o de estar sentados, los lugares a los que van a divertirse como puede ser un baile popular de cuarteto.
¿Qué genera esta violencia estatal?
Agustín: “Se va configurando un sujeto, una forma de ser que en primer lugar les tiene mucho miedo a esos agentes, a esos uniformes. En segundo lugar, mucho odio, demasiado odio. Y un tercer punto es que prepara a esas juventudes para que puedan hacer lo que quieren porque estén haciendo algo o no estén haciendo nada, esa misma violencia la van a sufrir”.
Viviana Alegre, que sostiene la memoria de sus familiares desaparecidos con la militancia anti represiva en Córdoba, hace una lectura del asesinato de Blas y que va más allá de este caso puntual. Una perspectiva de deécadas de historia, para comprender el presente. Viviana refuerza la idea de que no se trata de un hecho aislado y que la visibilización mediática de los fusilamientos está atravesada por una cuestión de clase: “Los chicos asesinados como Blas existen hacen rato pero viven en zonas marginales, en barrios populares y son de familias laburantes. Pero de ellos no se habla porque se estigmatiza a la víctima por su condición social, educativa o si tuvo algún antecedente. Y no tiene nada que ver si hicieron algo o no porque son iguales a otros chicos, todos tienen sueños y proyectos pero diferentes posibilidades”.
La mamá de Facundo Rivera Alegre analiza que el problema estructural es la injusticia social: “Hay chicos que son diamante en bruto pero se criaron en situaciones familiares complicadas y el Estado no les garantiza las oportunidades para estudiar y tener un trabajo. El problema central es la desigualdad, que los funcionarios fomentan, y beneficia a los que tienen el poder. La condición socioeconómica es lo que prevalece. Unos hijos valen más que otros para ellos por su condición social o el barrio donde viven, pero las fuerzas represivas a nuestros hijos e hijas nos los matan por igual”.

Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
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