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Zonas liberadas: el caso impune de Luna Ortiz en Tigre
Una cita que era una trampa, un raid de drogas, narcotráfico y policías involucrados en la impunidad. El femicidio de Luna en 2017 lleva dos fallos que culpabilizan a la víctima, el último en marzo de este año. La trama que denuncia su familia y su lucha –en la calle y hasta la Corte Suprema- para que haya justicia. Por Inés Hayes y Melissa Zenobi.
En el interior del partido de Tigre, al norte del Gran Buenos Aires, los edificios se van esfumando y aparecen casas bajas y árboles. Marisa y Facundo, la mamá y el papá de Luna, esperan en la vereda de ese barrio obrero; Faustino, el hermano de 13, está en su habitación con clases virtuales.
En el living comedor, la mesa ratona está llena de fotos: Luna bebé; Luna en el jardín; Luna con su hermanito y su papá de vacaciones en Mar del Plata; y el álbum de su cumple de 15 donde se la ve con un vestido largo rojo, con mangas princesa.
Marisa recuerda que a su hija le gustaba hacer artesanías; que pintaba cajitas y botellas; y muestra algunas de las últimas piezas que le regaló: una bandeja y un cuaderno.
Sus amigas, asegura, eran las mismas desde el jardín de infantes.
Luna usaba el flequillo a mitad de la frente y decía que no pensaba tener hijos.
Que sus hijos eran sus mascotas Aquiles (su perro) y Niqui (su gato).
También soñaba con irse junto a su amiga Mariana a vivir a Bahía San Blas, una localidad pesquera en Carmen de Patagones.
Todo, hasta que el 2 de junio de 2017, luego de pasar el día con su mamá que cumplía años, Luna se fue a encontrar por primera vez con alguien que había conocido a través de Facebook. Fue la última vez que su familia la vio con vida.
Violencia machista
Isaías Villarreal había contactado a Luna a través de las redes sociales, y la cita resultó una trampa. Llevó a Luna a su casa, donde la esperaba con dos hombres más; allí la drogaron y alcoholizaron y la trasladaron en un raid en el que la intercambiaban como mercancía. La joven fue violada en varias ocasiones por varios hombres mientras le suministraban drogas en todo su cuerpo. El 3 de junio, cuando las mujeres y disidencias gritaban en todo el país Ni una menos, la encontraron sin vida en la casa de Villarreal.
“Villarreal le hablaba y la invitaba todo el tiempo para verse. Sabemos que la captaron por ahí, y luego la llevaron por todos lados intercambiándola como mercancía, estando inconsciente”, cuenta Facundo con la voz entrecortada: “También la llevó a la casa de otro amigo, Pablo Paz Gutiérrez, que declaró que le pusieron droga en todo el cuerpo, y que se fue tambaleándose”.
A Marisa y a Facundo la foto del cuerpo de su hija les llegó a su celular antes de que ingresara en la causa. El comisario a cargo, Ceferino Hernández, había difundido la foto en un grupo de whatsapp diciendo: “Mirá cómo murió esta putita”. Fue la prima de Marisa, que en ese entonces trabajaba como policía, quien les avisó lo que estaba circulando. Producto de todas estas violencias machistas institucionales, su prima renunció a la policía.
Tampoco les informaron dónde estaba el cuerpo: “Primero dijeron que el cuerpo de Luna lo habían llevado a la Comisaría de Benavídez, pero el comisario nos mandó a Francisco Solano, a San Fernando, a Pilar. Nadie sabía nada. Pasaron tres días sin saber dónde estaba el cuerpo de mi hija”, recuerda Facundo.
Marisa completa el relato: “Me querían dar el cajón cerrado, y les dije que no, que yo quería ver a mi hija. Y resulta que apareció en la casa velatoria ya preparado para el velorio: nunca supimos qué pasó esos días. Cuando pasaron algunas horas en el velatorio se empezaron a ver moretones, y cuando revisamos, Luni tenía las rodillas reventadas”. Los ojos de Marisa miran un punto fijo en la pared y se queda callada.
Según la información de la autopsia, los golpes fueron catalogados como de larga data, es decir golpes viejos. “Eso es mentira porque Luna estuvo hasta el 2 de junio conmigo y estaba lo más bien”, dice Marisa y agrega: “Además el propio Villarreal declaró que Luna se cayó y se golpeó la cabeza”.
El comisario Hernández (que además tiene causas por vejación) fue trasladado a una comisaría de otro distrito, movimiento que, lejos de ser una condena, es un gesto de impunidad y protección.
Justicia patriarcal
El 3 y el 4 de abril de 2019 –dos años después del femicidio- el fiscal titular de la fiscalía de género de Tigre, Marcelo Fuenzalida, caratuló la causa como “abandono de persona seguido de muerte con suministro de estupefacientes a título gratuito”, denegando el pedido de la familia para que se lo juzgara como femicidio. En ese momento se condenó a Villarreal a 14 años de prisión y se imputó a su amigo cómplice Pablo Paz Gutiérrez por abuso sexual seguido de muerte.
El 8 de marzo de este año, el Día Internacional de la Mujer, los jueces de la Sala de Casación Penal de La Plata, Daniel Alfredo Carral, Ricardo Ramón Maidana y Ricardo Borinsky, hicieron lugar al pedido de la defensa y dictaron un fallo todavía más misógino que el primero, en el que catalogaron el femicidio de Luna como “homicidio imprudente”, que significa que no hubo intención de matarla. Eso permite que Villarreal pueda quedar libre en cualquier momento. “No solo han modificado la sentencia impuesta por el Tribunal Oral 7 de San Isidro, sino que fomentan la impunidad de la violencia contra las mujeres, en un contexto donde se comete un femicidio cada 20 horas”, dicen Marisa y Facundo. Y agregan: “Si queda libre, vendría a vivir a 5 cuadras de acá, de nuestra casa”.
Tras este fallo, la familia de Luna presentó un recurso a través del cual vuelven a reclamar que se juzgue a Villarreal por el delito de femicidio. En la presentación se deja en claro que Villarreal conocía la problemática de consumo de Luna, que de igual forma le proporcionó durante ocho horas alcohol y drogas, a sabiendas de que este consumo no solo generaba situaciones de vulneración concretas sino que ponía en riesgo su vida.
Facundo alerta: “Lo más grave es que cada causa sienta jurisprudencia. La justicia solamente considera que hay femicidio si tenían una relación. Si el femicidio de Luna queda como homicidio doloso, va a ser jurisprudencia de otros casos aberrantes”, alertan.
A la espera de la resolución de Casación para ver si pueden ir a la Corte Suprema de Justicia, la familia exige que el caso sea tomado como femicidio: “Luna Ortiz no se colocó en situación de riesgo: fue su victimario quien lo hizo, no solo por conocer su situación particular, sino que además abusó de su condición de mujer, generó espacios donde vulnerar sus derechos no solo fuera más sencillo, sino que sabía que contaba con la complicidad de terceros. Y claramente sostenemos que se trata de un femicidio, porque Villarreal abusó, drogó y abandonó a la víctima por ser mujer”, dice la abogada de la familia Fernanda Petersen.
La presentación a Casación explica además que la construcción que hicieron los jueces del Estado abona al imaginario social constituido en torno a la “mala víctima” que es moneda corriente en los femicidios territoriales, como pasó en el caso de Lucía Pérez, y en muchos otros menos mediatizados. “A 4 años del femicidio de nuestra hija, tenemos que estar lidiando con la justicia, con todo nuestro dolor encima”, dice Facundo.
Desde el mismo día en que mataron a su hija, Marisa y Facundo no pararon de luchar junto a otros familiares de víctimas de femicidios que han pasado por situaciones similares. Marisa es docente; Facundo es empleado de correo. Con su sueldo tienen que pagar sus abogados y todo lo que conlleva seguir luchando por justicia. “Para la justicia y para mucha otra gente ellas son malas víctimas. Se trata de mujeres que no cumplen con los estereotipos machistas y patriarcales, entonces parece que estas mujeres se lo buscaron”, explican.
Organización y lucha
A la vuelta de su casa, una nena se tira por el tobogán y una mamá empuja la hamaca de un bebé. A unos metros, la sonrisa de Luna en un mural se ilumina con los rayos de sol del mediodía y en el suelo se mueven las hojas que el viento y el otoño sacaron de los árboles. “Este mural lo hicieron hace poco, con el dibujo de un compañero de Luna de la escuela”, dice Marisa mientras se abraza con Facundo. La lucha con otras familias es lo que nos mantiene de pie”, dicen.
El segundo miércoles de cada mes se juntan en Plaza de Mayo con otros familiares de víctimas de femicidios para reclamar justicia y que haya una reforma judicial que deje de revictimizar a sus hijas por el solo hecho de ser mujeres.
Cada miércoles que van a la Plaza de Mayo, los familiares entregan la carta a Presidencia que reclama, entre otros pedidos, cumplimiento efectivo de la pena, “acompañamiento integral a las familias desde el Estado, capacitación sobre femicidios a los jueces, fiscales y defensores judiciales. Tres medidas que el caso de Luna demuestra que son imprescindibles.
“Nadie tiene derecho de venir y quitarle la vida a nuestras pibas”, repite Marisa mientras abraza el buzo amarillo de Luna con el que la vio por última vez. “A veces quebrás: yo no quería esta vida. Quería vivir tranquila criando a mis hijos”, dice Marisa, mirando hacia afuera de la casa las hojas que caen de los árboles. Y remata: “Pero estos cachetazos sirven para ayudar a otros a que no les pase”.
Ahora que se están juntando con otras familias, ¿qué hay de común en los distintos casos?
Marisa: Que hay que aprender sobre los procesos judiciales, porque no se puede confiar en la justicia ni en los abogados. Nos juntamos con familias que pasan por la misma situación donde el femicidio no se da en una relación de pareja sino en otro contexto, y la justicia no lo quiere reconocer porque es patriarcal, y también por la complicidad en el narcotráfico y la trata de personas. Es importante organizarse: luchar y visibilizar es la única herramienta que tenemos para que nos escuchen.
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