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Salvaje federal: entrevista a Selva Almada

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Es una de las escritoras argentinas más reconocidas y queridas. Forma parte de una generación con voz propia que, sin privilegios, logró meterse en el canon literario. Sus tres novelas se sitúan en territorios del interior del país y retratan las relaciones y códigos de varones, entre el machismo, la venganza y el amor. Una película, una librería y otras novedades sobre la obra e historia de una chica de provincia. Por Franco Ciancaglini.

Salvaje federal: entrevista a Selva Almada
Foto: Lina Etchesuri

Es sabido que Selva Almada es entrerriana, aunque no es lo mismo Villa Elisa que Paraná. Entre esos dos lugares transcurriieron su infancia y su adolescencia, respectivamente, hasta que en el 2000 se mudó a Capital Federal, donde comenzó su carrera literaria. Más de veinte años después, a sus 48, es una de las escritoras actuales más reconocidas de Argentina en el mundo. 

Desde esas distancias, a través del tiempo, fue tejiendo en sus novelas una mirada que recupera, como el Borges joven, las historias salvajes de las orillas, protagonizadas fundamentalmente por varones; y lo hace desde un realismo que, como Saer, refunda la literatura argentina sobre un territorio propio. 

Este.

Ahora desde el barrio porteño de Flores, Selva Almada le da sorbos a un té mientras reniega del canon literario en el que empezó a meterse ya desde su primera novela, El viento que arrasa que, adelanta en esta nota, será llevada al cine por la directora Paula Hernández. Su último libro, No es un río, fue editado por Random House en septiembre de 2020, plena pandemia. 

La serie se completa con una obra exquisita, Ladrilleros – editada por Mar Dulce, al igual que la primera novela-, conformando lo que ella misma denominó –un poco en chiste, un poco en serio-  la “trilogía de varones”, tres libros que encarnan una mirada cotidiana sobre los códigos que sostienen el sistema machista, moldeada desde la palabra poética, los diálogos agudos y personajes míticos.

Seguir el deseo

Villa Elisa es un pueblo que a primera vista parece de ensueño: rodeado de campos, ofrece calles asfaltadas (“de pedregullo”, precisará Selva), decoradas con verdes árboles, amplias plazas, bellos chalets y una sensación general de que la desigualdad no parece ser un problema. Los problemas, de otro tipo (MU 160, nota Sembrando futuro), emergen de un alto índice de suicidios juveniles y también de cierta conexión entre enfermedades y agrotóxicos que se utilizan para el cultivo de soja y arroz, y hasta afecciones derivadas de las famosas granjas de pollos de la zona.

Selva ha elegido definirse -un poco en chiste, un poco en serio- como “una chica de provincia”, título de otro de sus libros, acaso como un gesto también literario que la sitúa fuera de toda centralidad: “En mi época Villa Elisa era semi rural; yo me crié donde vivía mi abuela que era más allá, prácticamente el campo. Pasaba mucho tiempo allí porque mis viejos trabajaban y estaba mi primo, que tiene mi edad y vivía con mi abuela. Iba y venía entre las dos casas, pasábamos mucho tiempo ahí…”, recuerda como si estuviese enhebrando uno de sus relatos en vivo, situándonos en ese silencio y esa casa rodeada de naturaleza.

En Una chica de provincia, Selva narra la tensión entre esa aparente libertad de “la vida de campo” frente a cierta opresión pueblerina. Confirma, por Villa Elisa: “No tengo muy buenos recuerdos del lugar; lo sentía muy opresivo, muy reglado, como de vidas ya armadas para siempre… Y yo sentía que quería otras cosas para mi vida: esos mandatos no me interesaban. No la pasé muy bien en la adolescencia, pero tenía la certeza de que me iba a ir, porque quería ir a estudiar a otra parte”, sigue narrando una típica encrucijada de futuro que lleva a que Villa Elisa, al igual  que muchos pueblos de la provincia, tengan mayoría de habitantes mayores. La madurez de la niña Selva: “Entonces pensaba: bueno, hay que transitar estos años, donde no puedo hacer otra cosa más que quedarme acá, porque después me voy a ir”.

La centralidad cotidiana -entre las escuelas, la iglesia, los bomberos voluntarios, la municipalidad, la industria pollera y la tierra fértil- ofrecía una aparente tranquilidad que, lejos de otros consumos, una niña puede aprovechar de distintas formas. Por ejemplo, en la lectura. “Empecé con los de la colección Robin Hood; y después, mucho Salgari, Aventuras de Tom Sawyer, Sandokán, Las minas del rey Salomón… Después, esa otra literatura más femenin,a por mis amigas de la escuela que leían otras cosas. Y más tarde, en la biblioteca del pueblo, empecé con lecturas muy por fuera de lo académico o del canon: novelas policiales, novelas de intriga, todas esas cosas me gustaban mucho. Cuando empecé la facultad sí empecé a leer cosas más del canon literario. Leía muchísimo pero toda literatura bestseller”. 

De pronto esa niña Selva vuelve en las palabras ruborizadas que parecen excusarse de haber pasado por obras del mercado literario. Del otro lado de las lecturas, surgían los deseos internos: “A los 9 años en la escuela hicimos un periódico, y ya desde el inicio del proceso pensé: ‘Quiero ser periodista’. Fue una decisión, una determinación prácticamente, que mantuve hasta que empecé la carrera”.

Cumplida su adolescencia, se mudó a Paraná para estudiar Comunicación: “El deseo de irme y de saber que iba a hacer otra cosa estuvo siempre”.

Salir de la burbuja

En esas geografías litoraleñas –amables a primera vista, oscuras si uno rasca- Selva ubica gran parte de sus relatos no como una ciudadana ilustre que habla sobre sus ex compañeros, sino como una lupa que muestra la vida fuera de los centros urbanos, cruda y sin hipocresía. Cuenta el origen: “Ya viviendo en Paraná empecé a escribir una serie de relatos que estaban ambientados en un pueblo minúsculo cerca de mi pueblo, ya había empezado a trabajar con esos tonos. Y después, cuando vine a Buenos Aires, empecé a escribir primero una serie de poemas que después se transformó en una especie de ‘novela’, a partir de recuerdos de la infancia. Era un libro autobiográfico, entonces tenía que ver con ese paisaje, también”.

Selva habla de Niños (2005), su primer libro de cuentos, parido desde el taller literario de Alberto Laiseca, uno de sus mentores. Luego, Una chica de provincia (2007), otro libro de cuentos sobre el que también confiesa haber estado “cebada por el recuerdo de la zona, el paisaje, el lenguaje”. Entre ese recuerdo, la intuición y un trabajo casi etnográfico que hace Selva en la reconstrucción de detalles de corte realista, se fue gestando un proyecto literario, de lo biográfico a la ficción: “Me di cuenta de que aparecían palabras, dichos, elementos de la oralidad de manera espontánea en los relatos; después los empecé a trabajar con más conciencia. Pensaba: quiero que este lenguaje forme parte de la poética de mis libros, de lo que yo escribo. Pero primero se dio porque yo contaba un recuerdo y aparecían cosas de ese universo”.

El salto a Paraná, una ciudad de más de 200 mil habitantes frente a los 10 mil de Villa Elisa, fue un viaje a otro tipo de experiencias no pueblerinas, post adolescentes y con otros límites: “Medio accidentalmente fuimos a vivir a una pensión con una compañera de la escuela; una pensión muy ecléctica, que era aparentemente estudiantil pero había solo dos habitaciones de estudiantes; el resto eran otros chicos, todos pibes jóvenes que estaban medio en libertad condicional, por problemas con la ley. Así que todo el tiempo caía la policía o visitadores sociales a ver como estaban los pibes, si cumplían lo que tenían que cumplir, si trabajaban. También, atrás, había una gran pieza con muchas camas, que las alquilaba gente que venía a cuidar enfermos en un hospital cercano; y después, habían unas pibas que eran trabajadoras sexuales… Para mí fue un momento alucinante porque fue salir de una burbuja muy típica de un pueblo”. En paralelo, entró a la universidad: “Cuando entré a Comunicación también, el ambiente de la univesridad tenía mucho que ver con todos mis intereses: la escritura, y la vida”.

Leer (y escribir) sin canon 

Cursó la carrera durante tres años; luego dejó. La causa de su desenamoramiento fue, precisamente, la literatura: “Una de las materias era un taller literario. Empecé a escribir ficción ahí, y me di cuenta de que, la verdad, toda la vida había leído ficción, me encantaba la ficción, pero nunca la había escrito. Y cuando empecé a escribir me empezó a gustar más, más que periodismo”.

Problema y solución: “Entré en la disyuntiva de dejar la carrera y hablé con quien era mi maestro. Él me dio su bendición para que me fuera y ahí empecé a estudiar literatura, más que nada con la idea de que iba a tener lecturas más ordenadas, la idea de que para escribir tenías que leer determinadas cosas, que no es verdad, pero bueno, yo en ese momento tenía esa impresión…

¿Por qué no es verdad?

Porque el canon siempre es un recorte, siempre hay tres que deciden que es el canon y en cambio a mí me parece más interesante leer sin canon, leer por curiosidad, por interés, porque te llama la atención. Hay un montón de literatura buenísima que queda afuera por que no entra en el canon. La literatura escrita por mujeres en general en las carreras estuvieron hasta hace muy poco fuera de los programas: es toda una parte de la literatura que te perdés de leer.

Hoy estás dentro de ese canon

Mal que me pese, sí. Si sale un libro mío se hacen reseñas, entrevistas. Mis libros, muchos de ellos, se leen o se estudian en la universidad así que, bueno, de alguna manera sí: entré al canon, aunque no me haga mucha gracia. 

¿Con qué autoras y autores sí te sentís acompañada, por fuera del canon, y no nos podemos perder de leer? 

Ahora creo que hay varios. Está por ejemplo Hernán Ronsino, que es un escritor que me gusta mucho; apenas leí el primer libro de él (La descomposición) sentí que había algo ahí de lo cual yo me sentía un poco parienta. Bueno, (Federico) Falco también lo hace en Los llanos. (Luciano) Lamberti también, él trabaja más con géneros y coquetea con la ciencia ficción, pero también desde las orillas. (Gabriela) Cabezón Cámara, también. Otro autor que yo leía mucho cuando empecé a escribir es Daniel Moyano. Él siempre trabaja con esos bordes, una literatura que estaba más en auge en los 60, los 70. Otra escritora joven, que acaba de sacar un libro (Las bestias), se llama Vicky García y es de Laborde, Córdoba,: tiene unos cuentos alucinantes, en el campo, pero un campo muy gore, bizarro, sangriento también, muy muy bueno: se los recontra recomiendo (ver Recuadro: dónde conseguir todos estos libros, y más).

Volver a las orillas

En la preocupación por fundar una “literatura nacional” alejada de los modelos europeos, Borges se situó en las orillas de Buenos Aires para hablar de compadritos y malevos, y hasta reescribió el final del Martín Fierro hiriendo de muerte al famoso gaucho de Hernández, entre muchísimos otros gestos que apuntaron a conformar primero un territorio, luego una palabra nacida desde las entrañas de lo que llamamos Argentina.

Esto.

El propio Borges, en  su etapa final, abandona los cuchillazos y la llanura para moldear otro tipo de relatos más universales, filosóficos, reflexivos sobre el tiempo, la eternidad, los laberintos, los sueños, si es que es posible reducir así, torpemente, una obra inmensa, la literatura.

Otras autoras contemporáneas a Selva -con quienes suelen emparentarla en conversatorios y paneles- se paran más bien en esta segunda fuga de géneros que desbordan al realismo y coquetean con lo fantástico, lo gore y hasta la ciencia ficción. Almada, en cambio, retoma y refunda las raíces de las orillas, hoy, con una mirada femenina sobre los compadritos del siglo 21 y un retrato profundo sobre las realidades que la literatura –y otras instituciones también- parecieran haber olvidado. 

Esta. 

“A mí me gusta el realismo, como lectora también me gusta el realismo”, dirá ella. Y reafirma pensando en las novelas de la trilogía: “Sí, me interesaba trabajarlo”.

En su última novela estas fronteras comienzan a borronearse lentamente:“Es cierto, aparece la cosa como un poco más, muy entre comillas, fantástica o fantasmagórica, pero también como parte del universo de las provincias: somos muy fantasmagóricos, también. Lo fantástico, las leyendas, las creencias, los seres mágicos conviven todo el tiempo con la realidad, muy cercanamente. El curanderismo, la adivinación: todas esas cosas están muy entramadas con la vida realista de las personas. Pero nunca lo sentí como ‘ahora estoy escribiendo algo fantástico’ o me estoy yendo para el fantástico, si no como parte de las creencias de esos universos, del sistemas de creencias”.

Almada va develando, de a poco y sin querer, un mecanismo de escritura que lleva adelante con paciencia y naturalidad: “Soy un poco enemiga de las ideas en la literatura, o de las ideas a la hora de escribir, en realidad yo empiezo a escribir… Cuando escribí El viento que arrasa primero era un cuento, no tenía ni idea de que se transformaría en una novela. Y Ladrilleros y No es un río salieron por anécdotas que me contaron… Las ideas aparecen después muchas veces en las entrevistas que te hacen pensar, o que te preguntan cosas que decis ‘ahhh, sí, claro’ o los lectores que te dicen ‘ah, pero tal cosa quiere decir esto’… puede ser.

¿Cómo llegamos a una “trilogía de varones”, entonces?

Cuando escribí Ladrilleros era más consciente de que quería explorar más esa zona de las relaciones entre los varones pero no la veía como muy alineada a El viento…, no la veía como una continuación. Recién después, cuando empecé a escribir No es un río se me apareció más claramente que las tres novelas tenían esas zonas en común. Fue, digamos, una trilogía involuntaria.

La librería de Selva
“Junto a dos amigas – Raquel Tejerina y Natalia Peroni- hace unos meses abrimos una librería, que por ahora es online. Se llama Salvaje Federal y básicamente está focalizada en literatura argentina y literatura ubicada en las provincias. Es una librería temática, alimentada por mi filiación provinciana. Dije: ‘ che, conozco un montón de editoriales chicas que están buenísimas en las provincias, que no las encontrás acá ni a palos, y ahí hay muchos autores y autoras que son súper interesantes. ¿Por qué no vamos por ese lado, por qué no hacemos ese recorte?’. Le pusimos Salvaje Federal para bromear con la famosa frase: ¡Mueran los salvajes unitarios!”.
www.salvajefederal.com

Artes

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

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La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.

Por María del Carmen Varela.

«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).

En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.

El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.

Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.

“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.

Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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