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Ruidazo de jubilados en la previa de la Ley Ómnibus y el DNU

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El hit de la tarde en la vereda del Congreso fue el que aparece como gran unificador de las movilizaciones de estos días: “la patria no se vende”. Con el horno urbano en 33º, puertas adentro la Comisión de Labor Parlamentaria dejaba definido que este miércoles a las 10 comenzará el debate en el recinto de la Ley Ómnibus, para que que calculan una duración de 35 horas por lo menos. Paralelamente, el jueves el Senado debatirá el DNU 70/23 al que, según la senadora Anabel Álvarez Sagasti, solo le faltan 6 votos para ser anulado en dicha cámara.

Las noticias indicaban además que la Cámara del Trabajo declaró inconstitucional este martes el contenido laboral del DNU del gobierno por varias cosas, incluidas la falta de necesidad y urgencia.

Ruidazo de jubilados en la previa de la Ley Ómnibus y el DNU

Fotos: lavaca.org

También fue tumbado judicialmente el intento oficialista/macrista de convertir a los clubes deportivos en sociedades anónimas, mientras seguía siendo un misterio saber qué pasará con los bloques oficialistas, los dialoguistas y el gobierno, que siguen empantanados en sus propias contradicciones, agresiones y jugadas políticas alrededor de una autodenominada “Ley Bases” capaz de trastornar la vida de buena parte de la sociedad.

En la vereda, en un ruidazo convocado por las dos CTA, estaban claras las principales amenazas y propuestas, en los carteles que escribieron a mano las propias jubiladas y jubilados para que se entienda de qué hablan:

-“Defendamos PAMI y ANSES. No al DNU”.

-“¡NO! A las facultades delegadas”.

-«Aumento de emergencia».

Ruidazo de jubilados en la previa de la Ley Ómnibus y el DNU

Fotos: lavaca.org

El sector de población jubilada (7.500.000 personas) ha perdido desde 2017 entre el 18,2% de sus haberes (los que cobran bonos extras) y el 35,5% (los que no cobran bonos, por estar levemente encima de la vergüenza llamada “jubilación mínima”). Es como si les hubieran robado más de 9 meses a unos, y casi 14 meses a los otros. Una especie de aguinaldo al revés, a costa de quienes trabajaron y aportaron siempre.

Griselda está en el Congreso, donde la policía obliga además a los jubilados a estar en la vereda para cumplir el protocolo contra las manifestaciones sociales.  

Griselda explica: “No soy peronista, ni radical, ni nada. Ni del PAMI. Pero cada vez que quieren joder a los jubilados, aparezco. Bastante seguido. No queda otra”.

Sobre el debate en Diputados alrededor del ajuste a las jubilaciones: “No se van a poner de acuerdo, o sí. No les interesan los viejos porque no trabajamos. Los que trabajan, aportan. Los que tienen patronal, ahí les dan más bola. A nosotros, ¿quién nos defiende?”

A su lado Claudio sintetiza una respuesta: “Nadie”.

Griselda: “Sí, nosotros mismos”.

Ruidazo de jubilados en la previa de la Ley Ómnibus y el DNU

Fotos: lavaca.org

Se jubiló como enfermera, y ahora Griselda recuerda: “Y yo pensaba: el paciente no tiene la culpa de que me paguen poco. Yo trabajé, luchaba por la calidad del paciente. Pero bueno, es cierto que si no somos nosotros, no nos defiende nadie”.

¿Para qué le alcanza a Claudio la jubilación mínima, apenas superior a 100.000 pesos? “Para los remedios. Salen más o menos 120.000 pesos”.

Claudio toma “toda la rama de los cardíacos, son ocho o diez monodrogas, algunas compuestas y otras no”. Claudio reconoce: “Mi jubilación no alcanza. Ella (por Griselda) me ayuda a comprar los remedios”.

Al lado gritan: “La patria no se vende”, mientras todos siguen al rayo del sol, vigilados por la policía.  

Ruidazo de jubilados en la previa de la Ley Ómnibus y el DNU

Fotos: lavaca.org

Griselda cuenta que alquila una habitación, actualmente por 80.000 pesos. “Hago algunas changuitas, trato de atender algunos pacientes, pero tampoco puedo hacer ocho o diez horas de trabajo por día. No me da el cuero”.

Este tipo de cuentas no ha sido debatidas en la Cámara ni en el gobierno, que tienden a cambiar de conversación cuando aparece el tema de las jubilaciones.

¿Qué es lo que más le preocupa del DNU?

Griselda: “No entiendo de política ni de economía. Pero del anterior gobierno decían que fabricaba la plata y qué se yo, pero teníamos para comer. En este momento que el Fondo Monetario pide achicar las jubilaciones, lo que pienso es que a mí no me pidieron ningún permiso para sacármela”.

Ruidazo de jubilados en la previa de la Ley Ómnibus y el DNU

Fotos: lavaca.org

¿Qué le dirías a un diputado que está dudando?

Griselda: “Que va a llegar a viejo. Que él no va a tener problema porque va a llegar con mucha plata. Pero puede haber algún pariente, alguna persona conocida que le duela por lo que está viviendo. Porque hasta que a la gente no le duele, no cambia”.

¿Se va a frenar la Ley? Griselda: “No, hay mucha plata de por medio. Con una sabanita, con algo, la van a disfrazar y sale. Porque el tipo no mintió, dijo que viene por todo. Lo que mintió es que dijo que venía por la casta. ¡En ningún momento pensé que la casta era yo!

Griselda ha decidido no perder el humor: “Habrá que seguir luchando, pero mirémosle la parte positiva: voy a adelgazar”.

Teresa dice que llegó hasta esta vereda “porque queremos defender lo que nos están queriendo sacar. Y lo que nos sacaron. Estamos queriendo pelear por todo lo que nos corresponde”.

¿Qué le diría a los diputados y diputadas que tienen que votar y tienen que decidir sobre el DNU y la ley? “Que también tienen hijos y tienen familia que van a llegar también a esta edad. Y que no la estamos pasando bien, realmente. Ya prácticamente uno tiene que pensar en o compra un remedio o compra para comer. Es una vergüenza lo que estamos pasando en un país como este un país rico, como este”.

Ruidazo de jubilados en la previa de la Ley Ómnibus y el DNU

Fotos: lavaca.org

Silvia, 73 años: “Estamos acá porque queremos la unidad de los trabajadores, sobre todo de los jubilados, porque no somos muchos y en este tiempo se está hablando mucho de los jubilados, pobres, que esto que el otro pero las organizaciones sociales no vienen a acompañarnos. Y hoy estamos para que los diputados lo voten este decreto del gobierno”.

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¿Qué le diría a una diputada o un diputado que están ahora terminando definir qué harán?

“Que cumplan con su función y para lo que los votaron. Que se acuerden de la gente y tengan la honorabilidad de votar lo que la gente necesita”. Silvia se queda con otra panorámica: “Muchos de los que vinimos acá no tenemos nada que ver entre nosotros, pero estamos todos juntos”. No se sabe qué parte de estos razonamientos formarán parte este miércoles de los debates de los funcionarios que tendrán entre sus manos el destino de 7.500.000 personas, que cada vez más asumen la necesidad y la urgencia de estar juntos.

Ruidazo de jubilados en la previa de la Ley Ómnibus y el DNU

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Los vecinos de Cristina

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En el barrio donde vive CFK hay gente que llega a apoyarla, cruzándose con los vecinos de siempre. Un kiosquero que votó a Milei, cuyas ventas caídas crecieron desde el martes. Un desocupado que banca a Macri pero salió a vender tortafritas. Dos jóvenes antipolítica que trabajan de mensajería y Rappi para pagar una pensión de 300 mil pesos mensuales. Dos peluqueros dominicanos que celebran el bullicio. Una vecina que se aterra de vivir así por seis años. Otras que gritan de alegría cada vez que Cristina sale al balcón. Una dominicana que extraña a la gente con dinero. La jefa de un bar que necesita bancar los arreglos. El playero de GNC al que le importa lo suyo, pero además habla de sus abuelos. Recorrimos el barrio donde está el edificio de San José 1111, esquina Humberto Primo. Hubo desalojo de la policía de la Ciudad el domingo a la madrugada, pero en el va y viene de estos tiempos, la gente volvió. Voces, historias, pintadas y carteles, entre aromas de chorizos y bombos de murga, en la zona donde Cristina pidió cumplir su condena.

Por Lucas Pedulla

Fotos Juan Valeiro

Cuando Jorge Luis Borges escribió El aleph en 1949, acerca del lugar donde era posible ver todos los mundos y desde todos los ángulos, ambientado en un húmedo sótano del barrio porteño de Constitución, no era posible que imaginara un punto donde se viera todo lo que el Chino y Matías están viendo mientras se comparten unos bizcochitos Don Satur.

Un cartel que dice “Magnetto mafioso”. Puestos de choris, bondiolas, patis y vacíos. Un pasacalle del sindicato de municipales de Lanús. Puestos de remeras de Lula, Evita, Fidel, el Che, el Diego y una que dice “Yegua, Puta y Montonera”. Una gigantografía del presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, con una presentación: “Soy mulo del poder”. Otra de su colega Carlos Rosenkrantz, ex abogado del mayor multimedios argentino, con un galardón que hace referencia: “Premio a nuestro mejor empleado. Clarín”. Una bandera del SMATA. Otro puesto que no sólo vende cerveza y fernet, sino también gancia y vodka.

El Chino y Matías observan a esas personas que desde el martes estaban cortando las calles de San José y Humberto Primo, en la Constitución de Borges. Ambos conversan de cosas que no tienen nada que ver con aquel grupo que canta contra los gorilas o con aquel otro que vigila sin pestañear ese balcón que tienen a sólo veinte metros de donde viven –una puerta verde sobre Humberto Primo que da a una pensión– y por donde, cada tanto, se asoma Cristina Fernández de Kirchner a saludar, momento en el que esa gente grita, llora, enloquece.

“Yo no opino, a mí no me jode, cada uno con lo suyo”, dice Matías, 25 años, con desdén, porque de todos modos él tiene que trabajar para pagar la pieza con baño de la pensión que le cobra 300 mil pesos por mes. Para eso hace Rappi con la bici, todos los días, de seis de la mañana a tres de la tarde, nueve horas, para sacar 300 mil pesos por semana.

El Chino, cuatro años mayor que él, hace trabajos de mensajería por el conurbano para pagar el mismo precio en la misma pensión. Tampoco le molesta el olor a chori, los cantos a cualquier hora del día, las cámaras de la televisión en todo momento. “Capaz sí, un poco, cuando se llena mucho de gente y suena la alarma de la moto”, dice, aunque recalca que cada uno tiene el derecho a reclamar por lo que quiera.

“Igual, de política, cero”, aclara Matías, que nunca va a votar.

“Mis últimas tres elecciones fueron en blanco”, dice el Chino, que comparte la misma sensación anti con su grupo de amigos futboleros. “De diez, siete votaron en blanco”.

No hay mucho más argumento. Simplemente, no le dan importancia. En la Comuna 1, donde La Libertad Avanza sacó el 31,60 % de los votos (32.839) sobre el 26,12 % (27.147) de Es Ahora Buenos Aires, fue una elección marcada por lo que estos dos muchachos están diciendo: la participación más baja en 20 años de la Ciudad. Pero si uno focaliza en Constitución en particular, el mismo barrio del Chino, Matías y Cristina, el opositor Leandro Santoro le ganó al vocero oficialista Manuel Adorni por más de cinco puntos. 

Una simultaneidad de mundos muy enmarañada hasta para el propio Borges.

Los vecinos de Cristina

Los desalojados que volvieron

La casa de Cristina queda en San José 1111. La búsqueda de la dirección en Google Maps se convirtió en otro de los escenarios de disputa virtual. Hace unos días la referencia que salía era “La casa de la chorra condenada”, luego mutó a “Puerta de Hierro CFK. Proscripta”, y al menos hasta este domingo la leyenda que se había asentado era otra: “Casa de la mejor presidenta de la historia”. Debajo del piso –que pertenece a su hija, Florencia– hay un cartel en venta de la compañía inmobiliaria ZipCode, un departamento de ocho ambientes, con patio y balcón, valuado en 275.000 dólares y con expensas de 175.000 pesos.

En la puerta hay custodia y una constelación de carteles, dibujos y escritos con fibrón, que el domingo a la madrugada un operativo de la policía de la Ciudad hizo volar, junto con el desalojo de toda la gente que había allí en vigilia. Los carteles.

  • “X vos pude estudiar”.
  • “Gracias por devolvernos la dignidad”.
  • “El pueblo no olvida a quien no lo traiciona”.
  • “Yegua te amamos”.
  • “No es Rapunzel en la torre. Es la mejor presidenta que tuvo la Argentina”.
  • “Gracias a Cristina mis papás se jubilaron”.
  • “Aguante Cristina, manga de caretas”.

Otra de las pintadas que hay por todo el barrio es la de las siglas CFK sobre la V, emulando la vieja mitología peronista de la P y de la V, que significó: Perón Vuelve. Será difícil para los policías borrarlas, de las paredes y de las intenciones de mucha gente. De hecho, después del desalojo policial de la madrugada, la gente fue volviendo hasta ocupar nuevamente la esquina, pegando de paso otra vez sus carteles, reclamos y deseos.

Enfrente está el kiosco de Bernardo, 31 años, a quien las cosas le importan un poco más que al Chino y a Matías. No le molesta la gente. “Se está vendiendo”, sonríe, y hasta cuenta que el jefe extendió el horario de atención para aprovechar un poco más la suerte de tanto inesperado público. Sobre el motivo de esta calle repleta, sin embargo, titubea: “Cómo explicarlo. Porque la acusan de que ella es esto, que hizo aquello, que la van a meter presa, que no, y entonces llega un momento en que la gente ya no cree. Capaz que sí robó, pero como estuvieron jugando tanto tiempo, ya no tienen credibilidad. Aparte, vamos a ser sinceros, los que la están juzgando no tienen el historial limpio, porque si hace tanto tenían las pruebas, ¿por qué no hicieron nada?”.

Bernardo se frena y atiende a una señora con su hija. Le compran un Baggio de naranja. Luego dice que el gobierno de Cristina “tuvo su época” y que no fue “todo malo”, pero por algo después no salió elegido. Entonces llegó Macri, después Alberto, y ahora Milei. “Este gobierno todavía está por verse –dice–. Por ahora quiero ver qué pasa, porque todavía no puedo tomar una decisión. Macri, después de cuatro años, sabés que fue un desastre”.

Entonces Bernardo reconoce, entre dientes, que votó a Milei: “Y… quería un cambio, pero estamos viendo qué cosas hace bien y qué no”.

Las cosas que sí: “La estabilidad económica, hay precios planchados, pero este país cuesta”.

Las cosas que no: “Todo el tema de las criptos”.

Otra madre entra a preguntar por un paquete de tutucas.

Afuera, todavía, se escuchan bombos.

Los vecinos de Cristina

El macrista desocupado

Todo el tiempo a toda hora hay circulación de gente y entrada de organizaciones, como lo está haciendo ahora el PJ de Lomas de Zamora. El corte permanente desde el martes había motivado que los colectivos de las líneas 60 y 126, que pasaban por Humberto Primo, y los de la 102, por San José, circularan por las calles aledañas. Algunos vecinos sacan sus autos en contramano por San José, pero otros pasan lento entre la multitud, como olas que se abren aun en mares tempestuosos.

Enfrente de la pensión del Chino y Matías hay un hombre al que varios saludan de lejos, como un vecino de siempre. Se llama Omar, tiene 50 años, y las vidrieras que dicen “despensa” son, en realidad, su casa. Le baja el precio a la calle, encogiéndose de hombros: “No es que los vecinos estamos revolucionados, eh. Pasa que ellos no son muy sociables. Capaz, el único, es Máximo, que se cruza hasta la verdulería y saluda”. 

Sin embargo, no es común tener a una expresidenta condenada en diagonal a tu casa. Omar entonces pone de ejemplo a la señora de la esquina. “¿Ves esa casa?”, señala. Es imposible no verla: es una casa blanca, con una escalera en espiral que da a un balcón y a una terraza, y que fue usada por militantes, fotógrafos y camarógrafos todos estos días, como un palco VIP con vista privilegiada a la calle y al balcón de CFK”.

Omar cuenta que se le subieron “ochenta monos” a los balcones sin permiso. 

La dueña de casa les dijo: “Flacos, bajen”.

Y le contestaron: “No bajamos nada, tenés que entender que la jefa está pasando un mal momento”.

Omar cuenta la historia y se indigna: “¡Es su casa!”. Aclara que él no es de ningún partido político. “Sobre la condena, le tocó a ella. Después, que vengan los demás, pero tenemos que empezar por uno. Acá la gente hace lo que quiere. Hay jueces incluso que tienen yates, propiedades que no pueden justificar. Roba el de arriba, el del medio, el de abajo, y el que no roba es un gil”.

Como sus vecinos de enfrente, no vota a nadie, aunque hay una excepción a su regla: “Acá el único que hizo, te guste o no te guste, fue Mauricio. Macri. Hizo el metrobús cuando la gente decía que no y que no, y ahora todos lo usan. Arregló Puerto Madero, todos contentos. Arregló Barracas-La Boca, que se inundaba todo”.

¿Y Milei? Hace una mueca extraña: “No, quiero hechos. ¿De qué Fondo y qué dólares me hablás si no tengo ni diez centavos en los bolsillos?”. Está desocupado: “Ahora salí con esto, a ver si podemos hacer algo con esta gente”.

Omar, el desocupado macrista se refiere a que vende café con torta frita a 2.000 pesos y agua caliente a 1.000.

Los vecinos de Cristina

Sobre ventas y fisuras

En diagonal a Omar hay un bar que entendió todo: desde el martes la televisión está con C5N de fondo. La calle, además de comprar cervezas (una por 4.000 pesos, tres por 10.000), sándwiches de milanesas con bebida (10.000) o súper pancho más gaseosa (3.500), se puede informar mirando esa tele, y mientras la mira tentarse con algo. 

Un varón con gorro de Boca atiende desde la puerta de vidrio cerrada. Al contarle que es para una nota, dice que no quiere hablar. “Andá a hablar con ella”, señala. Ella está atrás del mostrador.

Se llama María, tiene 28 años y se ríe: “Otro canal no podía poner”. Harvard tendría que estudiar economía y mercado desde este aleph, aunque no todo es teoría del derrame. “Hoy estamos atendiendo así porque el martes fue un desastre”, dice y mueve la cabeza. Cuando dice “así”, quiere decir desde la ventana, y cuando dice “martes”, habla del día de la condena: luego de la concentración frente al  PJ en la calle Matheu al 100, una caravana acompañó a Cristina hasta esta esquina, justo enfrente. Miles de personas que peregrinaron con ese enojo por cuadras, a quienes se sumaban personas que no habían ido al momento del fallo porque era horario laboral, llegaron hambrientas, sedientas y con ganas de ir al baño.

El salón explotó. “No podíamos ni caminar nosotros por adentro”, dice María, que susurra que después del caos faltaron bebidas, vasos y hasta cucharas de café. “Por la tele vi que decían que cobrábamos el baño (500 pesos) pero tuvimos que arreglar la cañería”, suspira. “Además reponemos papel higiénico, jabón. Pero no hay caso”.

María no lo dice renegando, porque hasta bajaron precios pensando en los bolsillos de la gente: “Las ventas nos ayudaron un montón. Abrimos hace un año y medio, y justo teníamos que hacer un arreglo de gas, por eso no tenemos comida-comida”, dice, refiriéndose a algo más casero. Los caños están a la vista: “Tenían que venir esta semana, pero no aparecieron. ¿Será por esto?”.

No es de ningún partido político, dice María. Sobre Cristina: “No la quiero ni la desquiero. Indiferente. Ni amor ni odio, aunque entiendo el cariño que le tienen. Pero mucho de política no sé. No tiro para ningún lado: laburo desde los 14”. Entonces, quizá, tenga alguna comparación: “En cuanto al laburo antes nos iba mejor, sí. Ahora no hay mucho aumento de precio como antes, pero pasa que a mucha gente no le alcanza. Y esto es un restorán. Lo concreto: ya no vendemos tanto como antes”.

Lo que sí nota es un cambio en el barrio: “Vivo acá hace 10 años y desde que vino Cristina la cuadra está bastante tranquila. Antes estaba lleno de paqueros, de fisuras, te robaban en la puerta, y desde que vinieron siempre están los custodios mirando”. Hay, sin embargo, gente durmiendo en la calle, que se refugia debajo del techo de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, hoy tomada en rechazo de la condena. 

Pero María está más tranquila.

Dice que no se acuerda a quién votó en las elecciones legislativas.

En el balotaje de 2023, sí: “A Massa”. 

Noticias en el kiosco y la barbería

Enfrente de María hay dos vecinos dominicanos, Lucas (31) y José (33), trabajadores de la barbería Eddy (cualquier corte, barba o cabello, sale 5000 pesos), que tienen una cachorrita llamada Luna. José parece disfrutar del bullicio: “Es normal, están metiendo presa a una ex presidenta, ¿cómo no van a hacer quilombo?” dice mezclando el caribeño con el porteño. Lucas sonríe: “La Argentina es así, hermano”. Mientras habla, José le corta el pelo a un joven, que dice mientras las tijeras surcan su cabeza: “Yo banco y apoyo, obvio”. Otra vecina, Yanina, 46 años, espera su turno sentada mientras acaricia a Luna, y sólo afirma: “Estoy muy enojada por todo lo que pasó”.

Al cruzar Humberto Primo y los todavía cuerpos amuchados –sobre todo al calor del fuego de las parrillas–, en diagonal a la entrada del edificio de Cristina, está el kiosco de Inés, otra dominicana de 48 años. Como María, la del bar, observa el cambio en su cuadra: “Era un desastre, como sabrás la fama que tiene Constitución, arrebatos, consumo de porquerías. Pero ahora cambió todo a nivel seguridad. Lo único que puedo tener es agradecimiento”.

No le preocupa el tumulto cotidiano: “Es una señal de apoyo que ella se tiene ganado, como también hay personas que la odian por sus razones. Pero sé que todos los que están acá tienen un punto de apoyo”. Sus ventas, estos días, permanecen estables, aunque revolea los ojos: “Soy de las personas que no se aprovecha de la situación y mantengo los precios. Lo que sale, sale”, dice, mientras vende un paquete de cigarrillos a un militante. 

Por lo demás, la cosa viene dura. Desde los 18 años trabaja por su cuenta, sea en casas de familia o comedores comunitarios, pero la plata hoy escasea, ni hablar de los impuestos: la luz le pasó de 20.000 a 200.000 pesos, y el gas está en 30.000. “¡Tengo un kiosco! Si tú me dices que es una casa de familia, es una cosa, pero encima soy sola”.

Señala al balcón. “La diferencia que veo es que cuando ella estaba en el gobierno era como que la popularidad (se refiere al pueblo) manejaba más el dinero, que es el dinero que me llegaba a mí –grafica, en una tesis que ninguna carrera de Ciencias Económicas explicará tan claro como esta dominicana–. Porque la casta grande, acá no va a venir, ni por cortesía”.

Se corta la charla. Atrás hay una fila de cuatro compradores esperando.

Con las bolsas de compras

Del edificio de al lado de la barbería cierra la puerta Alicia, saluda a los vecinos de la pensión de enfrente, y cruza la calle con bolsas de compras. Tiene la edad que este lunes cumplen los bombardeos en Plaza de Mayo de 1955: 70 años bien redondos. Hace 34 que vive en el barrio. “No me pidas que opine políticamente –pide y suspira, ladeando la cabeza–. Opino diferente, pero soy cristiana, creo en Jesucristo, no puedo tener odio porque él amaba a todas las personas. Tengo amor por ella, pero creo que la justicia existe”

¿Usted cree en esta justicia?

-La verdad que masomenos.

Mira la calle –su calle– con resignación, en un gesto como si dijera que recién vamos por el cuarto día. “Siento que estamos como invadidos –explica su rostro–. ¿Sabés lo que es estar en el balcón y que entre olor a asado todo el día? Soy libre porque Jesús me hizo libre, pero te digo con el corazón, no es un lugar para que quede detenida acá, porque si todos los días vamos a tener esta gente, ¿vamos a estar seis años así?”. De pronto, los años de condena encienden una alarma impensada, de la que tomó plena dimensión el martes a la noche, día del fallo y de la caravana desde la sede del PJ Nacional a su cuadra: “Ay, eran miles, de una cuadra a la otra, con la bandera de Patria Grande”, dice y se tapa la mitad de la cara. 

Sin embargo, entre los bombos, las canciones, los gritos a cualquier hora, el alcohol y las cenizas que –según dice– las parrillas depositan en los rincones de las veredas, reconoce algo: “A la noche hemos podido dormir. Hay respeto, sí”. 

¿Y a usted cómo le va, Alicia?

–Yo estoy bien.

¿Le gusta el gobierno actual?

Hay cosas que sí y cosas que no.

¿Qué cosas sí y qué cosas no?

Me gusta que haya bajado la inflación. Pero no hay trabajo, los jubilados viven muy mal, traen muchas importaciones, nuestros productos se desvalorizan y cada vez el trabajo en negro es mucho mayor. Yo no sé de dónde van a sacar plata para las próxima jubilaciones. 

¿Cree que esa estabilidad es más importante que todo eso que usted dice?

–No lo veo. Tampoco podemos esperar toda la vida.

Alicia se despide. De pronto la calle, todavía repleta, aunque apacible, estalla en un rugido. Por el balcón que da a la calle San José aparece Cristina. Todo se activa: los gritos, las canciones (“a donde vayan los iremos a buscar”), los celulares, muchos lloran, los niños ríen, y en el quinto piso del edificio de Alicia salen vecinas de dos departamentos distintos: sus brazos se agitan como si estuvieran en la final del Mundial.

Los saludos de Cristina desde el balcón duran unos minutos pero dejan a la calle en un estado de excitación que se prolongará por horas, sin importar el frío. La sensación, agitada por los bombos de las murgas que saltan y bailan, parece activar estómagos. Preparada para la ocasión espera Tamara, 24 años, que vende choris y patis a 6000 pesos cada uno. Es de Isla Maciel, en Avellaneda, y trabaja “de esto” en marchas, canchas, recitales. “Donde vea que pueda me meto –dice, y cuenta que tiene un hijo de dos años–. Acá vengo por las dos cosas: para hacerme unos mangos y por Cristina, obvio”. Su hijo, dice sin dudar, va a ser “choripanero”.

El trabajo es familiar: en el puesto de allá están sus primos, en el otro su mamá y su hermana. ¿Por qué quiere tanto a la ex presidenta? “Porque siempre piensa en los más humildes. A mí me dio la Asignación Universal por Hijo, que me ayuda un montón para comprarle cosas. Hoy está difícil. La leche me pasó de 400 pesos a 2.000, pensá que tengo que comprar tres o cuatro por día. Sólo espero un milagro y que la liberen”. 

Sabe, sin embargo, qué implica la condena. 

Y dice: “Entonces vendremos todos los días con el puesto, hasta que salga”.

El playero y sus abuelos

Así pasan los primeros días en San José y Humberto 1º desde la llegada de Cristina al barrio. Entre bombos de murga, canciones desaforadas, ofertas de fernet y vodka, choripanes, caravanas, personas que miran el balcón en una espera a lo Shakespeare, y la permanente amenaza de desalojo policial para mostrar una “Buenos Aires limpia”. Todo eso convive con el amor de algunos, o con el horror de otros en base a una proyección de sus vidas de aquí a seis años. Todo lo que se pueda contar, escuchar, sentir o mirar en varias horas de trabajo a lo largo de estos días es poco en relación con las veinticuatros horas de este aleph que sincronizó tantos mundos como pueden existir en una Argentina cada día más laberíntica.

A quien todo esto parece no importarle demasiado, salvo por las horas que tiene que venir a trabajar desde su conurbana Quilmes, es a Facundo, 25 años, playero de la estación GNC en la otra esquina, en San José y San Juan. “No me interesa Cristina”, dice con algo de bronca, y describe algunas escenas de los baños de la estación que los lectores no quisieran tener en su imaginación. También comenta que, adentro en el kiosco, faltaron algunos chocolates. Insiste en que no le gusta Cristina ni la política, pero sí Milei. 

Su argumento: “Me aumentaron el sueldo seis veces en lo que va del año”. El dato asombra, en comparación a cómo les está yendo a otros oficios y tareas. “Pienso por mí. Sé que hay gente que está mal, sin trabajo”. Le pregunto, con respeto, si no cree que hay algo individualista en ese pensamiento, pero no duda: “Pasa que el resto no me da de comer”.

La pregunta siguiente, entonces.

¿Tenés abuelos?

-Sí. Están en la lona. No tienen para comer, literal. Capaz que un día les doy 15 lucas, para que tengan, y mi abuela se pone a llorar. A mi abuelo se le explotan las venas en la pierna, no sé cómo se llama eso, y ninguna obra social se lo quiere cubrir. Cobra nada más que 300 lucas”. 

Hay un silencio. Se quiere despedir y volver a trabajar.

Una última pregunta. Sus abuelos, ¿a quién bancan?

Facundo parpadea: “A Cristina”.

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Universidad, ciencia y comunidades: encuentro en Rosario y debate frente a la policrisis

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VIII Congreso de Salud Socioambiental: el rol de la ciencia ante la crisis civilizatoria. Esa fue la convocatoria que permitió un encuentro inusual en la Universidad Nacional de Rosario y su Instituto de Salud Socioambiental. Se discutió sobre alimentación, inteligencia artificial y natural, energía, rol de la ciencia, negocios, riesgos ambientales y muchos otros asuntos, enhebrados con una lógica que parte de la necesidad de encuentro entre lo científico, lo universitario y lo social para encarar tiempos definidos como de policrisis. En plena era de la motosierra amputando a la universidad pública y a la ciencia, este es un primer acercamiento a un congreso que permitió debatir otros paradigmas y prácticas para pensar la vida del presente. El doctor Damián Verzeñassi, del Instituto de Salud Socioambiental, y el significado de la cooperación y la solidaridad para pensar en términos científicos.   

Desde Rosario, por Francisco Pandolfi

Fotos: lavaca.org

No todo lo que pasa, pasa en la ciudad de Buenos Aires. Y mientras pasa la motosierra, pasa (y se queda y se profundiza) el ajuste, y todo lo que venimos contando en las últimas horas (la condenas y proscripción a partir de la causa Vialidad; otra marcha de jubiladas y jubilados; otra movilización de médicos del Garrahan), en Rosario sucede el “VIII Congreso de Salud Socioambiental: el rol de la ciencia ante la crisis civilizatoria”, un espacio de encuentro entre científicos y comunidades en el que durante tres días (entre el 10 y el 12 de junio) se desarrollaron paneles y presentaciones con distintas problemáticas del país. Todo eso en un momento en el que la ciencia y la universidad pública están siendo atacadas, pero que sin embargo muestran a grupos de profesionales y científicos saliendo a proponerle a la sociedad el debate de problemas centrales de la vida del presente.

Damián Verzeñassi es médico especialista en medicina integral y director del Instituto de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Rosario, que organiza este Congreso que se realiza desde 2011 y cada dos años, de manera ininterrumpida. Damián se sienta en el piso del escenario donde se realizaron las mesas expositivas y habla con lavaca, en una primera aproximación de lo que iremos publicando sobre lo que sucedió en Rosario.

Universidad, ciencia y comunidades: encuentro en Rosario y debate frente a la policrisis

Dr. Damián Verzeñassi, director del Instituto de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas, Universidad Nacional de Rosario.

¿Qué significa encontrarse, en este contexto de país y de mundo tan revolucionado?

Este marco de construcción colectiva de saberes, donde articulamos desde lo más singular e íntimo con otras organizaciones, movimientos sociales, de derechos humanos, con compañeras y compañeros de toda América Latina,  es un hecho revolucionario en estos tiempos. En segundo lugar, sirve para pensar a la universidad pública como un espacio de construcción de saberes a partir de diálogos abiertos, horizontales con otros actores que no necesariamente son los que, históricamente o hegemónicamente, se reconocen en quienes producen conocimiento. En esta crisis civilizatoria que vivimos hoy –con varias crisis en simultáneo (ambiental, climática, política, económica, sanitaria), y donde la civilización se organiza desde la idea de la cosificación de la naturaleza, la fragmentación, la negación de la otredad como algo necesario para la vida– que sea la universidad pública argentina la que convoque a este tipo de charlas es mucho más que un símbolo: es una declaración concreta, específica, fuerte y contundente de que aunque pretendan destruirla, desfinanciarla y ahogarla hasta su extinción, la universidad pública argentina sigue teniendo capacidad de re pensarse, de autoevaluarse permanentemente y de oponerse a los contextos más hostiles y más difíciles. Como hacen las bacterias. Ese es un camino para enfrentar el presente: aprender de la naturaleza y la biología cuáles son los mecanismos de resistencia mientras seguimos sembrando posibilidades de futuro.

La universidad pública argentina sigue teniendo capacidad de re pensarse, de autoevaluarse permanentemente y de oponerse a los contextos más hostiles y más difíciles.

¿Qué estás sintiendo de ese ahogo y asfixia a la ciencia y educación?

El actual gobierno está llevando adelante una política que ya se vio, aunque más acelerada y profundizada. Ya hubo ministros en el país que mandaron a los científicos a lavar los platos. Pero esos científicos y científicas no se fueron a la cocina sino que en muchos casos emigraron a donde les pagaran. Ese ejercicio de empujar a quienes construyen saberes, para ponerse al servicio de las necesidades corporativas es lo que hoy vemos con mucha más agresividad. Buscan destruir el sistema científico argentino, la estructura, la organización, el sistema de producción de conocimientos como lo conocemos ahora, para dejar lo que le sirva a las corporaciones.

¿Por ejemplo?

Todas las investigaciones sobre desarrollo tecnológico para identificar los problemas que generan los extractivismos en nuestros territorios, no encontrarán financiamiento por fuera de la universidad. Por eso, encontrarnos en este Congreso en el seno de la universidad es una herramienta para resistir estos embates y también para construir alternativas que siembren ideas y semillas. Cuando se den los tiempos apropiados van a germinar en una universidad al servicio de los pueblos y del cuidado de la vida, no desde lógicas hegemónicas.

De la alimentación a la IA

En el Congreso hubo 12 mesas expositivas donde se habló sobre el rol de la ciencia en esta época de crisis, y si su foco está en cuidar la vida o a las corporaciones; investigaciones sobre los plaguicidas y su riesgo ambiental; la alimentación y la salud; de las semillas y la propiedad intelectual; de la toxicidad en los cuerpos-territorios; de la inteligencia artificial y la inteligencia natural; de la energía y las (no) transiciones; del arte y las resistencias. 

Después de exponer muchas problemáticas de salud socioambientales, en varios paneles se resaltó el hablar también de los logros que han existido, aunque a veces no se vean tanto como los daños. ¿En qué esperanzas se aferran?

Es muy difícil hablar de esperanza en tiempos tan hostiles; es muy difícil cuando por reclamar que no llegás a fin de mes en tu trabajo que salva vidas, sos tildado de ñoqui o de poner de rehén a los que te necesitan, que es lo que está ocurriendo en el Garrahan. Es muy difícil hablar de esperanza cuando nuestros abuelos son el descarte absoluto. Se naturalizó en nuestro país que aquel que reclama, aunque sea un adulto mayor, tiene que ser lastimado, reprimido, golpeado. Es difícil hablar de esperanza cuando por comunicar lo que está ocurriendo, te pueden disparar a la cara, a los ojos de todo el país y del mundo. Pero como decía Arturo Jauretche, no podemos perder la alegría de sabernos capaces de transformar la realidad. Y esto, hoy, es un planteo profundamente revolucionario que se dijo en el arranque de este congreso. Igual que reconocernos en el otro, en conocer lo que alguien está haciendo en otro lugar. Dicho así parece muy pequeñito, pero implican procesos de enorme conocimiento de lo que ocurre en los territorios. Esto significa conocer los mecanismos de organización de las resistencias, de las luchas y de las construcciones colectivas. El Congreso es un acto esperanzador. Una especie de faro que no digo que nos muestre exactamente en qué dirección ir, pero sí saber, en tiempos de tanta oscuridad, con quienes identificarnos, encontrarnos, reconocernos en la diversidad, abrazarnos y construir los futuros que necesitamos desde la transformación de estos presentes.

Hoy a nivel mundial se menciona todo esto como policrisis. La civilización de la que somos parte y nos ha formado es una civilización ordenada en función de un pensamiento de la modernidad, la fragmentación, la cosificación de la naturaleza, la negación del otro.

¿Qué análisis hacen desde el Instituto de Salud Socioambiental sobre la crisis civilizatoria a la que aluden en el nombre de este Congreso? 

El pensamiento ambiental latinoamericano viene hablando de una crisis civilizatoria desde hace más de 25 años. Hoy a nivel mundial se menciona todo esto como policrisis. La civilización de la que somos parte y nos ha formado es una civilización ordenada en función de un pensamiento de la modernidad, la fragmentación, la cosificación de la naturaleza, la negación del otro. Nosotros creemos que en desnudar esos montajes ideológicos está una de las posibilidades de convocar a una movilización colectiva para la transformación de la realidad. Vivimos en una civilización que se autoconvenció de que se puede crecer ilimitadamente en un planeta limitado; que es necesario generar nuevas tecnologías que destruyen los territorios para después, con esas nuevas tecnologías, intentar recuperar los territorios destruidos. Estas lógicas originan que nuestros cuerpos expresen tantos problemas de salud. El sistema tecnocientífico construyó desde el norte global y para sostener la geopolítica de la enfermedad, un mecanismo donde en el sur geográfico tenemos que aceptar ser los descartables, para que ellos recuperen su habitabilidad. De la mano de eso viene el traspaso de industrias contaminantes a nuestros territorios; el endeudamiento de comunidades y países; el debilitamiento de economías regionales. Y además, el debilitamiento de nuestras democracias; y el fortalecimiento de ideas fascistas.

¿Qué de lo sucedido en este Congreso de salud socioambiental sirve para contrarrestar todo eso?

El conocimiento es vital para crear estrategias de resistencia y este encuentro es parte de la democratización de ese conocimiento, reconociendo que todos tenemos saberes para dialogar en códigos amorosos. El entrelazamiento de científicos nacionales e internacionales de primer nivel del cambio climático, de la biodiversidad, del tratamiento del plástico, con referentes campesinos, colectivos de defensa antinuclear, refleja que no hay posibilidad de salir de esta crisis civilizatoria si no logramos que los conocimientos generados en los territorios dialoguen con los pensados en los sistemas académicos tecnocientíficos. Ese diálogo no solo es necesario y posible, sino que se está dando y fue la base de este Congreso. La pandemia nos trajo la naturalización del aislamiento, del individualismo, de la meritocracia. Y en estos días nos propusimos recuperar la importancia del abrazo físico, que es mucho más que un encuentro de dos cuerpos: es un proceso de comunión, de religación con nosotros mismos, con nuestras vidas y con nuestros territorios que queremos reivindicar. Hubo más de 150 personas que asistieron, más de 53 invitados internacionales de primer nivel, sin ningún tipo de financiamiento de corporaciones, pero sí con el apoyo de instituciones y organizaciones sociales. Es una muestra más de lo que somos capaces de hacer cuando nos mueven las convicciones, la necesidad de no quedarnos quietos ante los golpes, los ataques, de no bajar los brazos e imaginar permanentemente estrategias creativas.

En ese sentido, ¿qué desafíos se plantearon para este encuentro en base a las problemáticas actuales?

Propusimos que todas las mesas se conformen con referentes de distintas procedencias y espacios, que además abordaran temas que a simple vista no tuvieran conexión. ¿Qué tiene que ver la inteligencia artificial con la energía y con la criminalización de la protesta social? ¿Qué tiene que ver el cambio climático con la crisis del crecimiento de los niños y niñas que recién nacen y con la violencia en las ciudades? En este Congreso logramos encontrar ese hilo común que va enhebrando todos estos temas y permite comprender que el desafío es recuperar la capacidad de ver la realidad desde la complejidad y la integración de los diálogos que hacen posible la vida y desmontar las lógicas de la fragmentación. Podemos sentarnos en una misma mesa quienes venimos de lugares muy distintos y que a simple vista no tenemos nada que decirnos, y encontrar que tenemos muchos más puntos en común de los que creíamos, de los cuales abrazarnos para poder andar.

Universidad, ciencia y comunidades: encuentro en Rosario y debate frente a la policrisis

El paralelo entre el cuerpo humano y el territorio en el que vivimos.

Mirando al futuro, ¿qué propuesta le hace este Congreso a la sociedad?

No se puede estar sano, si no tenemos alimentos sanos; no podemos tener alimentos sanos si no tenemos modos de producción saludables que garanticen territorios saludables. Para eso hay que tener políticas pensadas desde una ética de los cuidados y recuperar la posibilidad de acceder a alimentos sanos, a agua sana, a aire sano. Debemos construir condiciones de habitabilidad y esto solo puede hacerse en comunión con otros, escuchando a los territorios de los que somos parte. El desafío que tenemos por delante es reconocernos en las diversidades, abrazarnos para construir juntos objetivos comunes, recuperar la posibilidad de vivir dignamente en nuestros lugares, sin supremacías ni violencias y sobre todo recuperando lo que hizo posible llegar hasta acá. No somos el resultado de una cadena evolutiva basada en la supervivencia del más fuerte, ni mucho menos el último eslabón de esa cadena. Somos, en todo caso, una expresión de un momento en el diálogo de las diversidades que se fueron encontrando desde el Big Bang hasta acá, para desde la lógica de la cooperación y la solidaridad garantizar condiciones territoriales que nos permitan vivir.

Universidad, ciencia y comunidades: encuentro en Rosario y debate frente a la policrisis

Verzeñassi con integrantes del Instituto de Salud Socioambiental.

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Concentraciones en Tribunales, en San José y Humberto 1°, en diversas esquinas espontáneamente pobladas, tomas en al menos 15 escuelas porteñas, cortes parciales y totales en Acceso Oeste, Panamericana y Autopista Buenos Aires-La Plata y la convocatoria a una concentración el próximo miércoles 18 de junio: esos fueron algunos de los síntomas y movidas en CABA de un jueves proyectándose hacia la semana próxima. El miércoles 18 tiene dos condimentos: los jubilados lo han transformado en el día de convocatoria de reclamos de cada semana frente al plan económico que sigue empobreciendo y marginando a grandes sectores de la población y que sigue sin resolver problema alguno mientras endeuda al país a cada minuto. Ese día, además, se debería resolver de qué modo se concretará la condena contra Cristina Fernández de Kirchner. Aquí lo ocurrido en Plaza Lavalle, frente a la Corte Suprema de Justicia, en un momento en el que es difícil proyectar el futuro de los próximos días, pero en el que crece la sensación de que, en muchos sentidos, esto recién empieza.

Por Lucas Pedulla

Fotos: Juan Valeiro

La cita era a las cinco de la tarde. 

La convocatoria había circulado el día anterior y proponía una vigilia con acampe en la Plaza Lavalle, frente a la Corte Suprema donde los jueces Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti condenaron a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos en la causa Vialidad. Si bien muchos no sabían explicar las expectativas respecto de esta movilización, la idea que compartían varias organizaciones era sumar otros focos de lucha y reclamo además de la sede del PJ y la casa de Cristina, en el barrio porteño de Constitución, como forma de descentralizar los puntos neurálgicos de estos días agitados. El combo se completó con cortes de ruta en distintos accesos y autopistas del Área Metropolitana de Buenos Aires.

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La Plaza Lavalle, frente a Tribunales, como otro punto de protesta. Foto: Juan Valeiro.

Pero a las cinco de la tarde, en Plaza Lavalle, todavía no había mucha gente, y por eso sorprendió que, de pronto, un cordón de 30 efectivos de la Policía de la Ciudad rodearan un grupo de 12 personas: siete eran jubilados y uno estaba en situación de calle, a quien la policía le dirigió toda su cortesía. “Tenemos una orden de ver si en su valija hay elementos contundentes”, dijo el oficial.

La situación fue tan absurda que demoró a esas personas, que estaban en la vereda tomando mate, durante más de media hora. 

El contenido de la valija: frutas, pines y algo de ropa. 

Los policías, frustrados, se fueron.

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Foto: Juan Valeiro.

Momento nuevo de la República

Por encima de cualquier valla sobresalía la altura de Horacio Pietragalla –nieto restituido, ex secretario de Derechos Humanos– que transitó estas calles movilizadas como un militante más. “La idea de esta manifestación es señalar a los tres responsables de una de las acciones más violatorias de todas las garantías constitucionales de los últimos tiempos –explicó–. Estamos en un momento nuevo de la República, distinto, que ya vivieron otros países como Brasil, con la detención de Lula, pero acá siempre se dudaba si se iban a animar. Bueno, se animaron, y hay que empezar a mostrar el malestar que generó”.

Ese malestar empieza su tercer día de vigilia, ¿qué percibe? “En el conurbano hay mucha gente enojada, pero que no tiene los recursos para llegar a Capital y protestar. Pero esto va a ir creciendo cada vez más a partir, también, del malestar que genera la política de Milei. Muchos argentinos ven en Cristina la posibilidad real de que cambie su realidad social, pero hoy le sacaron esa herramienta. Yo creo que esto recién empieza”.

Trae su memoria: “Las Abuelas y las Madres siempre nos indicaron que hay que llorar adentro de la casa y que en la calle hay que luchar. La historia es larga, y tenemos mucha historia atrás para darnos cuenta de lo que están haciendo hoy: es parte de lo que ya sufrimos”.

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Foto: Juan Valeiro.

Cartón y arroz hervido

Daniela (37), Teresa (37) y Marina (34) son tres cartoneras del barrio El Roble, de Almirante Brown, sur del conurbano. Trabajan en una cooperativa de reciclado del MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos). “Vinimos a apoyar a Cristina porque, aunque vos no lo creas, vivíamos mejor, teníamos un sueldo digno –empezó Daniela–. Ahora está todo congelado, el municipio quiere privatizar el trabajo, el precio del cartón baja, el del plástico también, y no hay para aguantar”.

Esa necesidad la ve en el barrio no sólo con la ausencia de trabajo, sino con el incremento del consumo de drogas en los más jóvenes: “Mi sobrino está perdido en la droga. Tiene 21 añitos. Pero no es sólo el, son todos los pibes que antes, más o menos, se la rebuscaban, pero ahora no tienen ni con qué”.

Teresa apuntó que ya ni hablan de llegar a fin de mes, sino al final de la semana, con suerte: “Hoy en día está todo caro y no podés hacer ni un guiso. Sólo un arroz hervido”.

Marina dijo, sin vueltas, que hay enojo en los barrios, pero algunos no marchan por el miedo de ver las represiones en las calles. “Algunos se conforman con lo que tienen. Otros, que lo votaron, se enojan porque no llegan a fin de mes, y entonces le digo: organizate”.

Sin embargo, ellas vinieron, con todo lo que cuesta, para esta convocatoria. ¿Qué esperan de acá en adelante?: “Queremos que Milei se vaya. Yo digo que si nos organizamos todos, y salimos todos para un mismo lugar, podemos lograrlo. Pero si se quedan en sus casas, como muchos están haciendo, no creo que podamos hacer mucho. Hay que salir”. 

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Foto: Juan Valeiro.

Apurando jueces por TV

Para Mila –21 años y militante de la Juventud Universitaria Peronista (JUP)-, la condena está poniendo en juego el sistema republicano de la democracia. “Más que un fallo judicial, es un fallo político. Se esclarece una falta de división de poderes por la presión que el Poder Judicial recibe tan fácilmente del sistema político, mediático y económico. Si se pueden dar el lujo de apurar a los jueces por TV, estamos ante un sistema totalmente cuajado”.

Sobre las medidas: “Es el momento de salir a militar. No sólo hay que poner el cuerpo, sino poder visibilizar, en todos lados, esta situación. Si este no es el momento, ¿cuál es? Sobre todo si te decís peronista, porque estás ante un hito histórico. Hay un valor muy interesante en lo que hizo Cristina que fue entender que su prisión, o sea su condena, es parte de la historia del peronismo. Y la está escribiendo ella. Es una dirigente que nos está marcando la cancha: asumió las consecuencias para poder volver a reunir al peronismo”.

Mila no duda de que tienen que ser horas de unidad: “Y la tenemos que sostener porque no vaya a ser cosa que esto se planche y empiecen las internas y las disputas, ahora más agraviadas al no estar Cristina en juego. Creo que, muy a su estilo, esta es una medida de ajedrecista para escribir un nuevo capítulo en la historia, una nueva página. Ahora, si el PJ la corre de la presidencia, eso va a ser una vergüenza. Espero que puedan sostenerlo. Porque algo que ella dijo es que tenemos que volver a ser militantes políticos, y esa es una tarea del peronismo: poder interpelar a la época, porque la gente se va a seguir cagando de hambre, los jubilados van a seguir cobrando mal, la economía se va a seguir estancando”.

No es sólo cuestión de urnas: “Hay que interpretar cómo ganar al armado cultural que este proyecto significa”.

Tres gordos

María Eugenia Cassani, 32 años, secretaria de Derechos Humanos del Sindicato de Trabajadores Judiciales de la República Argentina, gremio dentro de la CGT: “Desde el punto de vista jurídico la sentencia es una aberración: es para disciplinar y castigar a quien logró una redistribución de los ingresos con un 50 por ciento para los trabajadores. Pero no van a disciplinarnos por más que la metan presa a ella o a quien quieran. La historia marca que tarde o temprano el pueblo volvió y se volvió a pensar en otra forma justa de construir y repartir la riqueza”.

No sabe si esto alinea u ordena la situación, aunque arriesgó: “Por ahí esto ordena detrás de la persona por lo que está pasando, pero también atrás de lo que hay que defender y no permitir que pueda volver a pasar. Espero que esto traiga la posibilidad de darnos discusiones, no en plan internas: la diferencia es discutir por cargos por un lado, o tratar de conseguir una síntesis superadora que nos permita representar a un montón de gente”.

Pregunta compleja: ¿por qué no está la CGT? “La CGT está, como estás viendo, pero creo que hay una gran diferencia entre algunos dirigentes: la CGT son los y las trabajadoras, no son tres gordos. Además la CGT somos sindicatos como nosotros, pero también un laburante que su dirigente no dice nada pero está acá y trajo a sus compañeros de laburo”.

¿A quién le hablamos?

Las dos amigas se llaman Giuliana, las dos son arquitectas y las dos forman parte del Centro de Estudiantes de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la UBA. “La democracia está en peligro –dijo la primera Giuliana, que tiene 28 años–. Venimos a bancar aunque esto es un día a día de ver para dónde va la cosa”. 

La segunda Giuliana, de 34 años, sobre estas horas complejas donde es difícil separar la ficción de la realidad: “Lo cierto es encontrarnos en la calle, con los compañeros, con el peronismo unido, porque eso también te da fortaleza para poder seguir y profundizar el análisis. Lo que sí nos preocupa es pensar si le estamos llegando a la gente que no es parte de la militancia. Todo está muy polarizado, hay gente que salió a festejar, entonces a mí me queda la duda de si le estamos hablando, realmente, al que no es militancia”. 

Su amiga coincide: “No tenemos que quedarnos ensimismados en nuestras propias conclusiones. Es un momento para salir a convocar y generar espacios de participación sobre lo que significan nuestros derechos y la democracia: a los jubilados les pegan todos los miércoles por ir a manifestarse, a Cristina la meten presa sin ninguna prueba. Son cuestiones muy graves que, de alguna forma, hay que poner en la boca de la sociedad”.

Trotskismo y Cristina

Esta plaza también tuvo sorpresas que algunos celebraron, como la presencia real y concreta de sectores de izquierda históricamente críticos con el peronismo: por allí recorrían militantes del Movimiento de Trabajadores Socialistas (MTS) repartiendo volantes que repudian la condena y también había jóvenes con buzos rojos del Partido Obrero.

Uno de ellos era Nacho, presidente del centro de estudiantes del Joaquín V. González, cuyo buzo tenía el rostro de Mariano Ferreyra (militante asesinado por una patota de la Unión Ferroviaria en 2010) y las siglas de la Unión de Jóvenes Socialistas (UJS), rama juvenil del PO dentro del Frente de Izquierda. “Vemos el fallo de la Corte como un avance sobre las libertades democráticas”, explicó, con jóvenes de La Cámpora a metros suyo, una postal que refleja estos días. “Sin reivindicar la figura política de Cristina, vemos una escalada contra el pueblo que empezó el 20 de diciembre de 2023”.

Nacho trazó una cronología represiva que comenzó ese día y nunca se detuvo, con los miércoles de palos y gases a jubilados como mejor ejemplo de esta política libertaria. Sumó el intento de frenar el derecho a huelga, la lucha del Garrahan y la pelea que están llevando a nivel docencia: “No sólo por los salarios, sino porque en la Ciudad están poniendo en marcha una reforma que quita materia específicas y borra mucho contenido de formación de pensamiento crítico, lo cual es una degradación. Más allá de las diferencias que podemos tener con el peronismo, tenemos que unir todas las luchas contra Milei a nivel nacional, contra Macri en la Ciudad, y contra el plan económico que ataca a los trabajadores”.

El miércoles se prevé una movilización masiva a Comodoro Py, ¿van a participar?

Nacho respondió: “Lo charlaremos en asamblea”.

De fondo, una voz confirmó lo que muchas organizaciones venían comentando por lo bajo respecto de las pocas condiciones dadas para sostener la medida: el acampe y la vigilia se levantaban. Pero surgió otra propuesta: “Vamos todos a la casa de Cristina en la calle San José”. 

Algunos se retiraron, como con ganas de algo más.

Otros se quedaron y marcharon.

La voz anunciaba: “Nos estamos preparando para la batalla del miércoles”.

Así, una caravana de cientos de personas partió hacia San José y Humberto 1º. Pese a la noche fría, esa esquina siguió con gente y expectativas en la calle.

Los días, en Argentina, y sobre todo en esta semana, ya no cambian a las veinticuatro horas, sino minuto a minuto. 

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