Actualidad
La realidad desde los bordes: cómo sobreviven a la crisis en los barrios

Sobre llovido, mojado. La crisis permanente, la crisis autogenerada. Las charlas en las esquinas, y las del súper. Los arrepentidos. El día a día. La auto organización. Y el fantasma del hambre. ¿Cómo impactan las medidas de este gobierno, la «estanflación» que mezcla estancamiento, inflación y tarifazos, entre quienes ya no tienen qué ajustar? Desde Rosario hasta los barrios 21-24 en Capital, pasando por San Juan, la comunidad wichi Misión Chaqueña y el conurbano: miradas y proyecciones de quienes sostienen comedores, reciben ayudas sociales, trabajan de lunes a domingo, en salas de salud, y viven en barrios donde el futuro es la olla de cada día.
Texto: Francisco Pandolfi
“¿Por qué votan leyes para que se siga complicando, lo que ya venía complicado?”, pregunta, simple y concreto, Fabio Jerez, “Suicho”, compositor de hip hop del barrio popular Los Pumitas, de Rosario.
“La Ley Ómnibus viene agudizar aún más los problemas que tenemos, porque acá siempre tuvimos problemas. Siempre estamos en crisis; siempre vivimos peor”, resume Eva Alarcón, vecina de la Villa 21-24, del barrio porteño de Barracas, y una de las precursoras de la asamblea autoconvocada Villa 21-24/Zavaleta.
“Hace unos días fui a comprar y me quedé un rato en la esquina conversando con otros vecinos. Hablábamos que no podíamos creer lo que está pasando en el país, que todo va muy mal, que cada vez alcanza menos, cuando ya no venía alcanzando. En todos lados escuchás comentarios de arrepentimiento por haber votado a Milei; en las colas de los mercados, en las cajas de los kioscos hay personas indignadas. Muchos dicen que lo eligieron porque estaban cansados de los de antes, pero ven que los precios actuales son inaceptables…”, cuenta Noelia Aragón, del barrio popular Aramburu, de San Juan capital.
“Va a ser un desastre esta ley para los jubilados, para los trabajadores, para la gente humilde, para los pobres. Ya viví varias veces esto que va a pasar; estoy curtido, tengo 73 años y ni una moneda, vivo al día con la jubilación y sigo trabajando”, dice Rodolfo Franco, médico clínico de la comunidad wichi Misión Chaqueña, en la ciudad salteña de Embarcación.
Estas voces resuenan desde distintos puntos del país, y que poco se escuchan en el Congreso de la Nación donde se está tratando la Ley sobre “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos”. La iniciativa conocida como Ley Ómnibus por los 664 artículos que la componían originalmente, pasó a 382 y obtuvo el jueves pasado la media sanción en general en la Cámara de Diputados. Desde mañana continuará su debate en particular, artículo por artículo.

AUTO ORGANIZARSE
Eva Alarcón, de la Villa 21-24, fue una de las impulsoras de la asamblea de autoconvocados de su barrio: “Desde que Milei dispuso el DNU, sumado a la Ley Ómnibus, vimos con mucha necesidad el poder auto organizarnos, a la par de lo que fue sucediendo en diferentes barrios donde decenas de vecinos y vecinas crearon asambleas en repudio de esas dos medidas, que saca derechos laborales, privatiza empresas públicas, remata bienes comunes naturales. Y lo que siempre se ve en estos gobiernos de derecha: negociados con las corporaciones amigas. El protocolo antipiquete de Bullrich también nos motivó a juntarnos, nos vimos en la necesidad de manifestarnos contra esto, de una manera que sea abierta y participativa porque nosotros concebimos que la lucha se da en conjunto y de forma comunitaria, en pos de una agenda de unidad, sin tanta división interna”.
La asamblea de la Villa 21-24/Zavaleta se movilizó los tres días de protestas a la puerta del Congreso para mostrar el descontento con la ley. “Siempre hay gobiernos que se encargan de vulnerar los derechos de los que menos tienen, precarizando aún más la pobreza, no generando trabajos genuinos para los trabajadores con programas y políticas públicas meramente asistencialistas, que lo único que hacen es sostener una condición de precariedad de las familias; con falta de proyectos, programas y políticas públicas que realmente incluyan a los barrios populares en una agenda política que mejore la calidad de vida con leyes de urbanización que se cumplan”.

El colectivo creado hace pocas semanas reúne docentes de las escuelas del barrio, trabajadoras comunitarias, de la salud, vecinos y vecinas autoconvocados. “Tenemos una agenda que va de la mano de lo que está sucediendo actualmente con las medidas de Milei, de Bullrich, y por otro lado buscamos generar nuestra propia agenda territorial, con problemáticas históricas como la falta de agua potable, el dengue, el riesgo eléctrico que lleva más de 11 años sin que el Gobierno de la Ciudad tenga un plan integral de obra, sino paliativos que no solucionan el problema de fondo”.
Eva integra el comedor comunitario Ña Emi y comparte su mirada sobre la política alimentaria: “Los comedores ya venían estallados desde la pandemia y ahora se ven aún más explotados, porque las familias que antes no venían, ahora sí por los tarifazos y los aumentos, tanto de los alimentos como de las garrafas. La fila de los comedores son cada día más extensas porque las familias tienen más y más urgencias, y buscan comer al menos dos veces al día; la realidad es que hoy las familias no llegan a cubrir las cuatro comidas”.
Sentencia: “El barrio está en crisis, en emergencia y no vemos esperanzas de que este Gobierno ponga los ojos en querer mejorar la situación. Así que nos queda organizarnos colectivamente, para hacerle frente a lo que recién arranca”.


CAPITAL INHUMANO
Desde el ministerio de Capital Humano liderado por Sandra Pettovello –que hoy engloba entre otras carteras al extinto Desarrollo Social–, se frenaron los fondos a comedores con el argumento de estar organizando otro sistema de entrega de la mercadería. Mientras tanto, ni en diciembre ni enero se enviaron alimentos.
Según el Registro Nacional de Comedores y Merenderos Comunitarios (ReNaCoM) existen en el país 34.782 comedores, en los que trabajan 134.449 personas. El jueves pasado, organizaciones sociales fueron a reclamar al flamante ministerio y fueron reprimidas. ¿Qué dijo la ministra? Que iba a «atender a la gente que tiene hambre, pero no a los referentes de las organizaciones”. Por esto, desde esta mañana, movimientos sociales organizan “la fila contra el hambre” en el edificio de Capital Humano “mediante la cual cada persona pueda ingresar al ministerio a los fines de obtener respuesta a la emergencia alimentaria agravada por la crisis económica”.
Doris, 61 años, de Escobar, es parte de la CCC y es una de las personas que está en la fila esperando que la atienda la ministra Sandra Petrovello: «Somos más de veinte cuadras, pidiendo que nos atienda y nos dé una respuesta. La situación se agravó un montón. Los merenderos y comedores que tenemos ya no los podemos sostener por esta situación. No tenemos nada. Nada».

Fabio Jerez tiene 32 años, es cantante, compositor de hip hop y vive en Los Pumitas, en Rosario. “En mi barrio la gente está moviéndose, yendo a concentraciones, y cuando los vecinos se levantan, es por algo. Es necesario salir a decir que no voten la ley… todos los comedores dijeron basta, porque encima de la situación económica que se vive, les bajan muy poca mercadería para cocinar y hacen lo posible con lo que tienen. Me causa impotencia, mucha bronca”.
Hace una pausa y pide perdón por ponerse a llorar. Traga saliva y continúa: “Es increíble ver cómo los chicos más chicos van con su tupper, con su bolsita, a hacer la cola a los comedores. Con un calorazo insoportable, y ahí van los pibitos, caminando por sus pasillos, con sus hermanitos, esperando, haciendo la cola para la merienda… Nos cuesta comprar hasta un paquete de arroz, es una locura inaceptable. No puede ser que en tan poco tiempo hayan aumentado tanto los precios”. Hace un silencio, un sollozo, y vuelve a pedir perdón.
En el decreto de necesidad y urgencia (DNU) que estableció Milei para desregular la economía, derogó dos leyes vinculadas a los programas de control de precios:
1–La Ley de Abastecimiento, que habilitaba al Estado a fijar precios máximos y sancionar a empresas que subieran los precios de manera “injustificada”.
2–La Ley de Góndolas, que controlaba que los comercios minoristas ofrecieran una variedad de marcas en los productos.
Fabio está tirado en la cama. Hace cinco días que tiene dengue. “Hay muchísima gente contagiada y los dispensarios no dan abasto. Nos mandan a la casa con cuatro paracetamol y un ‘arréglense’. Falta política pública; años atrás venían a fumigar, o a traer repelentes, o por lo menos a brindar información, pero este año ni siquiera eso”.
Trabajador de la cultura, Fabio no es ajeno al desfinanciamiento que la Ley de Bases (…) traería para su sector: “Es un garrón, yo a través de muchos programas estatales empecé a hacer música; pude comprarme mi primer micrófono, los auriculares, una plaquita de sonido. En los barrios hay miles de pibes que necesitan de esas herramientas, de ese apoyo. Si nos costó conseguirlo cuando había financiamiento, te imaginás ahora…”.
TRABAJAR DE LUNES A DOMINGO
Noelia Aragón vive en Aramburu, un complejo de monoblocks en la ciudad de San Juan. Tiene 36 años y es madre soltera de una hija. Es serigrafista y dice que su estado civil es “cansada”. También se expresa sin ironía: “Como trabajadora independiente y artista, llevo años sacrificando cosas para comprar mis herramientas, mis cositas, soy monotributista social y me ayuda la AUH. Pero no me alcanza. Desde hace años, y sin ninguna exageración, trabajo todos los días, de lunes a domingo. Hace mucho que no me puedo comprar un par de zapatillas”.
Contextualiza lo que pasa a su alrededor: “A cada lugar que voy, o se escuchan puteadas o se comparte cuál es el mercado más barato, así como recetas para gastar menos, si es que existe hoy algo barato. Estos días hablé con varios kiosqueros que están muy mal, porque la gente empezó a ir mucho más a los supermercados grandes en busca de ofertas y se ven afectados”. Agrega: “Antes armabas un almuerzo con mil mangos. Ahora cinco lucas es lo mínimo y te quedás corto. Los insumos para trabajar de forma autogestiva, no solo en mi rubro, se han ido por las nubes”.

Enumera algunos precios: “Pensando en el inicio de clases, a mi hija le compré unos cuadernos y gasté 20 lucas, y todavía me falta comprarle la mitad. Para mandar a un hijo a la escuela tenés que gastar 100 mil pesos, sin contar la mochila. El azúcar 1000 mangos, la yerba 1500 como mínimo, igual que un kilo de pan”. Completa, pensando en la Ley Ómnibus y en el futuro: “Al que tiene guita le va a ir bien, al que pueda invertir y no optar entre comprar cosas para laburar o para comer…”.
NECESIDADES Y URGENCIAS
Rodolfo Franco está en Buenos Aires por unos trámites y en unas horas se vuelve a Misión Chaqueña, comunidad wichi emplazada en Embarcación, departamento de San Martín, al norte de Salta. “Mi mujer tiene un pequeño bolichito que vende yerba, harina, fideos, arroz. Las ventas han bajado mucho, la gente no tiene plata para comprar”. Recuerda: “Yo tuve un merendero durante la pandemia. Desde Desarrollo Social me mandaban de vez en cuando un camión de mercadería, que traía mucha comida. La repartía y cocinábamos dos veces por semana, que era lo que alcanzaba. Hoy no hay nada de eso”.
Rodolfo se mudó hace más de diez años a la comunidad, donde vive con su esposa wichi. Allí ejerce en la salita como médico clínico: “En lo que respecta a la salud no está habiendo gasas, ni remedios, ni alcohol, no está habiendo inyecciones básicas para los dolores, para la fiebre. Se está poniendo todo muy dramático”. Y cierra esta nota, con una oración de necesidad y urgencia: “Seguro que van a empezar a morirse chicos en otros parajes; seguro que en Misión Chaqueña vamos a tener chicos desnutridos; seguro que vamos a tener que aumentar las instalaciones de la salita. Seguro, segurísimo, que vendrá una escalada de hambre”.

Actualidad
Marcha de jubilados: guerra, paz y fernet

El acto de jubiladas y jubilados volvió a exhibir este miércoles la absurda represión contra personas que trabajaron toda la vida y se manifiestan pacíficamente ante la licuación brutal de sus ingresos. Tras los golpes, las fuerzas de Gendarmería, Prefectura y Policía Federal (que no parecen estar donde deberían), recibieron orden de retirada, mientras la gente celebraba otra batalla ganada. El acompañamiento de personas discapacitadas, la creatividad de los carteles, las estampitas de la Virgen y las teorías sobre el fernet para describir parte de la actualidad.
Por Lucas Pedulla y Sergio Ciancaglini
Fotos: Juan Valeiro/ lavaca.org
El horario de marcha de jubilados y jubiladas de todos los miércoles es a las 15 horas: a la hora señalada ya había un jubilado detenido –Julio Vargas, luego liberado– y una decena de heridos entre gases, palos y escudos. Por ejemplo Carlos, más conocido como Chaca, el mítico hincha de Chacarita Juniors, en un día en el que el gobierno había anunciado descuentos en supermercados: “Ni enterado, pero ya nadie les cree nada. Mirá”, dice y muestra sus brazos golpeados, su codo ensangrentado, el labio partido por un golpe. “Hoy de vuelta nos fajaron. Pero que hagan todo lo que quieran hacer, ya se van”.

Golpes en los brazos, el labio partido y la sonrisa de Carlos Chaca: las fuerzas de Bullrich terminaron yéndose mientras la gente celebraba.
Tapar a Espert
Las agresiones incluyeron a la Prefectura Naval y a la Gendarmería, ubicadas en Rivadavia y Callao para castigar a personas ancianas mientras las fronteras siguen siendo un colador por el que entran y escapan narcos, según se informa cada día.

Un total de 20 heridos, según mencionó el Centro Provincial por la Memoria.
Después de la represión, la escenografía del Congreso volvió a evidenciar su irracionalidad: el cordón de policías federales, prefectos y gendarmes circundaba la plazoleta y abarcaba dos cuadras. Es la segunda semana consecutiva en la que el despliegue del operativo queda a cargo de las fuerzas federales, luego de varios miércoles donde la única fuerza que se veía era la Policía de la Ciudad.
“Esto se llama Operativo No Rompan Las Pelotas”, define Lorenzo, 73 años, vecino del partido bonaerense de San Martín. “No quieren mostrar debilidad y quieren tapar a Espert. Tienen mil quilombos, y creen que esto a Bullrich le suma puntos para su campaña”.

La marcha pacífica después de otra represión absurda. Gendarmería y Prefectura, ¿no deberían estar en otra parte?
Esa sumatoria todavía está por verse: alguien debió pensar algo distinto si hoy desistieron repentinamente de agredir a jubilados. El razonamiento de Lorenzo emparenta el despliegue policial con la candidatura de la ministra de Seguridad a una banca en el Senado, un lugar donde tendrá fueros que la podrían proteger ante un eventual avance en las causas por las diversas represiones que la tienen como la máxima responsable política, entre ellas el balazo que dejó al borde de la muerte al fotógrafo Pablo Grillo, hoy en rehabilitación.

Retenciones y fin de mes
A Lorenzo lo escucha Juan Manuel, uno de los tantos jubilados que redacta carteles que van marcando el ritmo de la época: lleva 115 frases anotadas en una libretita, ordenadas por fecha de creación.
Hoy exhibe dos, que aquí registramos:


Sobre esta última hipótesis, Juan Manuel hace un gesto con su mano derecha, como quien describe a algo que está rumbo a otra parte.
Despidiendo policías
Los que primero parten, en este caso, son los efectivos (?) federales. La gente de a poco fue sobrepasando al cordón policial, empujándolos hacia la vereda, hasta que de alguna parte llegó la orden de abandonar el lugar.
La manifestación los despide cantando: “Son todos narcos”. Lo pesado de los trajes policiales, sus escudos, armas y tonfas, hace cada movimiento más robótico, y en muchos sentidos más absurdo. El vallado que separa el punto de fuga de la plaza es tan grande que solo por un pequeño pasillo los cientos de efectivos se escabullen a un ritmo que permite que el estribillo que no cesa –“son todos narcos”– sea capturado por cientos de cámaras.

Una imagen resulta conmovedora. Alberto, un hombre ciego, camina con un bastón en la mano derecha y la izquierda la lleva apoyada –para guiarse– en el hombro de Sergio, que avanza en silla de ruedas.

Alberto y Sergio.
Forman parte de un pequeño grupo que incluye a Ariel, que tiene síndrome de Down, Remigia en su andador eléctrico, integrante de la CTA, Julito, también ciego, Sol, Daniel. Marcela y Leonor los acompañan y llevan una pequeña bandera que dice “Unidos por la especial”, en referencia a la educación especial eliminada, calcula Leonor, en más de 20 escuelas porteñas. Alguien que ve a ese pequeño grupo manifestarse plantea una posibilidad: “Este pueblo es invencible”.

Alberto dice: “No podemos dejar que nos quiten los derechos, nos pisoteen como un trapo sucio en el fondo de una casa”. Sergio agrega: “Hoy encima, como vienen las elecciones, te dicen que te van a dar descuentos en los supermercados. Nos toman de idiotas. Pero así les va a ir”.
Sobre las estampas y el fernet
Cuando se va el último policía, la plaza celebra. Entonces empieza la marcha, como cada miércoles. Aparece una tercera fuerza –Policía de la Ciudad– que sólo armará un cordón sobre Sáenz Peña para que la marcha no siga hasta Plaza de Mayo.
Allí está Patricia, 68 años, de zona norte del conurbano, que le reparte estampitas de la Virgen María a los policías.

La sonrisa de Patricia, observada por la policía y por un «eternauta» de prensa.
Algunos se ríen, otros permanecen inmutables, y ella dice: “Necesitamos bendiciones. Prefiero confiar en la misericordia. Es una forma de decirle al Presidente que se está equivocando. Confiemos en que puede escuchar, ¿no? Escuchó el resultado de las elecciones, pero no está escuchando la calle. Hay que seguir viniendo. Y pedir por los derechos del pueblo”.
La insistencia sonriente de Patricia genera lo inesperado: varios policías aceptan la estampa de la Virgen y le agradecen. Nadie sabe muy bien cómo interpretar eso. Ella arquea las cejas: “No se pueden conocer los caminos de la misericordia”.
Un poco más allá hay una celebración de cumpleaños, con orquesta de bombos y trompetas, con baile de jubiladas y jubilados al ritmo de «como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar».
Selva, 65 años, vecina del barrio porteño de Floresta tiene una bandera argentina atada como capa, gorrito celeste y blanco, y un cartel que ranquea entre los más llamativos de la jornada:

Su situación –dice– es como la de cualquier otra jubilada: “Tengo la suerte de tener mi casa, un baño con agua caliente, mi comida calentita, pero la veo feo para mis hijos”. Por eso no se pierde un miércoles. Tampoco pierde el humor: “Toda mi vida traté de ser respetuosa. No me gusta venir y pelear con la policía. Pero no nos vamos a dejar asustar. A mi hermana y a mí nos tiraron con el hidrante en el invierno pero seguimos luchando”.
¿Cómo seguimos? “Hay que ir a votar. Cada uno sabe en qué momento estuvo mejor. Hay que luchar. Siempre con esto”, dice y señala su obra de arte sobre el fernet: “Con la palabra y la sonrisa”.


Actualidad
Ni Una Menos con voz propia: lo que necesitamos escuchar

Por Claudia Acuña
Empecemos por el final, que es el principio de todo.
La mujer lleva una remera blanca con la cara de una de las masacradas encima del pullover y resguardada por un chaleco negro. Sostiene la cabeza con una mano mientras con la otra se frota la mollera donde recibió el golpe de un palo. No está sentada, sino derrumbada en la silla cuando comienza a hablar. Lo que dice y cómo lo dice es lo revelador porque esa mezcla de aturdimiento e información es lo que define esta jornada en la que miles de personas se movilizaron para decir aquello que necesitábamos nombrar en voz alta.

“No sé cómo terminamos así, pero ahí estamos” arranca.
Su joven hija la observa en silencio.
“Tenía de la mano a los chicos que se subieron al micro… quisieron acompañar, pero son muy chicos… y las madres… bueno: eso no es lo que importa ahora. Son chicos: eso es lo que importa. Y está bien que vengan a la marcha porque es una manera… ya saben, de salir de toda la lógica que quieren imponerles… Siento que sus manos tiemblan… Ellos que siempre se muestran tan… tan como que nada los afecta… y estaban agarraditos a mi mano… siento eso y me doy cuenta que son nenes, que hay que cuidarlos y no sé si puedo… y los chicos se sueltan y ahora… ¿dónde están?
Repite:
¿Dónde están?
Suspira:
“No doy más”.
Llora.
La abrazo.
Un vaso de agua, un ibupirac para el golpe, un mate, el silencio que riega sus lágrimas.
Sigue:
“Queríamos llegar al micro y no podíamos: estábamos encerradas por la policía. Tiraban gases. Golpeaban. Y cuando logramos doblar no sé por qué calle (era Solís) aparece un pelotón de motos con policías y ahí es como que me perdí, no sabía para dónde ir… Estaba paralizada… lo único que pensaba era por qué… por qué”.
Su joven hija la ubica:
“Por el periodista que se estaba riendo de nosotras”.
Se refiere a un cronista de La Nación+ que tuvo un gesto hacia las mujeres y fue repudiado por las manifestantes, lo que justificó que la policía comenzara a golpear y arrojar gases a las familias de las víctimas.
La mujer sigue:
“También se ríen de nosotras en las redes, pero bueno: eso no es lo que importa ahora… Lo que importa… (cierra los ojos en un largo silencio) Ya está. Ya estoy en eje otra vez: lo que importa es que tenemos que volver al barrio”.
La mujer llama al chofer del micro: las están esperando en el edificio con la cara de Evita, la ubica.

Lo que se mueve
Tres chicas muy jóvenes y muy empobrecidas masacradas con crueldad lograron algo imposible: que la marcha la encabecen sus familias. Detrás, miles de nadies. En el cordón de protección, las travas y putas de Constitución, las heroínas anónimas de la economía social, las jóvenes no binaries que protagonizaron la primera rebelión antifascista en aquel febrero que parecía tan lejano. Muy detrás los kioscos –encabezados por el de Ni Una Menos– todavía por delante de los partidos y los sindicatos, pero eso hoy tampoco es lo importante. Lo que suma es el todo porque es lo impredecible para los criminales que ejercen su saña sobre cuerpos que creen socialmente descartables. Que así no lo sea es lo que hace único a este movimiento y a este país, todavía: eso es lo importante.
Hay muchas madres acompañadas por hijas de la edad de las víctimas, aun cuando sin duda no comparten esos destinos sociales. Le pregunto a una –Isabela, 15 años– qué sintió cuando leyó la noticia. “Miedo”. Su madre, Carolina, completa. “Por eso le dije que había que estar hoy acá: lo que saca el miedo es salir a la calle”.
Le pregunto a otra –Dina Sánchez, secretaria general de la UTEP– qué representa esta marcha: “Estamos expresando con mucha contundencia que está pasando algo gravísimo: avanza el narcotráfico y no pasa nada. Desaparecen el Estado y no pasa nada. Matan pibas ¿y no pasa nada? No: acá estamos”.

Dina Sánchez, de la UTEP.
Le pregunto a Bianca, militante de izquierda, cómo seguir después de esto: “Para mi tendría que seguir con asambleas en todos los lugares porque esta pelea es muy grande. Tenemos que juntarnos a pensar cómo dar la batalla no sólo a estos femicidios crueles, al narcotráfico y a la pobreza, que es la madre de todas estas batallas. De arriba no va a venir ninguna idea ni mucho menos, una solución”.

Le pregunto a Georgina Orellano –trabajadora sexual y secretaria general de Ammar– qué expresa esta marea, pero hoy prefiere no hablar. Solo repite por el pequeño megáfono –que es el único lujo de la organización de la marcha– los tres nombres que duelen:
Lara.
Morena.
Brenda.

Georgina lo gritará mil veces a lo largo de las diez cuadras que separan Plaza de Mayo del Congreso y todavía más alto cuando pasa delante de la bandera que sostiene el pequeño grupo de Mujeres Abolicionistas, la vieja cicatriz que divide esas aguas. Y aunque eso no sea hoy lo importante me tienta decirlo: la bandera proclama “Ninguna mujer nace para puta”, frase robada a la activista boliviana María Galindo, quien batalla desde hace añares por terminar con esa grieta apelando al realismo: sin políticas sociales el abolicionismo suena negacionista. ¿Significa afirmar esto estar a favor de la explotación sexual? No: significa Lara, Morena, Brenda, mutiladas en vivo por Instagram. El horror aniquila disputas teóricas. Es cruel realidad: abre preguntas nuevas que hay que comenzar a responder urgente y colectivamente.
Ya está.
Recuperemos el eje.

Lo importante hoy quedó claro cuando en las calles de la ciudad este Ni Una Menos representado –al fin– por los bordes más castigados gritó con voz propia lo que necesitábamos escuchar:
“Yo sabía,
yo sabía
que a los narcos
los protege la policía
¡y la justicia!”.
Luego, vino el final: las familias de las víctimas acorraladas por la policía.
Y esa mujer que, como todas, necesita nuestro abrazo.

Actualidad
Marcha de jubilados: volvió la “coreo” represiva

El gobierno montó nuevamente una coreografía de represión buscando imágenes que ensamblen con la del presidente Javier Milei, su hermana Karina y el ministro Luis Caputo en Estados Unidos, alborozados por los tuits de Donald Trump y el nuevo endeudamiento del país. En Congreso pudo verse a lisiados marchando en sillas de ruedas, jubilados atacados y gaseados por la policía, la libertad de expresión en los carteles que dicen mucho más que los exmedios de comunicación. Reflexiones sobre préstamos y deudas y las primeras reacciones en la calle frente al triple femicidio de Lara, Brenda y Morena.
Por Lucas Pedulla y Francisco Pandolfi
Fotos: Tadeo Bourbon / lavaca.org
“La timba de la city es la tumba del país”.
Podría ser una síntesis de esta época. Es un cartel que lleva Juan Manuel, jubilado de asistencia perfecta los miércoles. Dice que espera que hoy no haya gases ni represión. Lo dice por un cuidado colectivo, pero también por una necesidad personal. Muestra contento, feliz, una entrada que sacó al teatro (Sala Lugones, del San Martín, $4000) para ver “El gran desfile”, sobre la Primera Guerra Mundial. Sus carteles, como los de tantas jubiladas y jubilados suelen decir más sobre la actualidad del país que los editoriales y comentarios del experiodismo que fatiga los medios.

Pero sus deseos sobre un miércoles sereno no serán órdenes porque a los 10 minutos, por reloj, la Policía Federal y la Prefectura empiezan a reprimir, en una imagen que pareciera que las Fuerzas vinieron a buscar.
El saldo: varias personas gaseadas, dos demoradas (entre ellas, una mujer embarazada de dos meses) y dos heridas fuera de peligro trasladadas por el SAME: Mabel, jubilada de 64 años, enfermera de Malvinas, a quien le pegaron con un casco y su cabeza dio contra el asfalto; y Diego Gómez, comunicador, al que gasearon y le pegaron con un palo. A ambos los llevaron al Hospital Ramos Mejía y para hacerles estudios.

La Prefectura gaseando a jubilados.


Mabel golpeada por la policía. Fue enfermera en Malvinas.
Para la foto
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, otra vez montó una coreografía de represión, buscando una imagen de violencia en las calles que dialoga con la del presidente Javier Milei y el ministro de Economía Luis Caputo con la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, en Estados Unidos. La imagen llega también después de la reunión con Donald Trump, la noticia del swap de miles de millones de dólares de los que nada llega al país ni a su población, sino al esquema de vaciamiento financiero, con el agregado del supuesto pedido/orden de la Casa Blanca de que el gobierno retome el control político del Congreso.

Editorial sobre la actualidad argentina.
Por eso, en la previa de la marcha, algo de la disposición policial callejera olía extraño.
A diferencia de otros miércoles el vallado no cruzaba de punta a punta la plaza. El tránsito tampoco estaba cortado. Y la impronta Bullrich se veía en las fuerzas: el control de la calle estuvo a cargo de Prefectura y Policía Federal. Había gendarmes pero no intervinieron en la represión, que comenzó en Entre Ríos e Hipólito Yrigoyen, mientras un grupo de jubilados realizaba un semaforazo. Primero avanzó la Prefectura con violencia en el cuerpo a cuerpo con escudos frente al puñado de personas. Luego, cortaron el tránsito y colocaron las vallas, mientras desparramaron su gas tóxico sobre los manifestantes.




Teatro antidisturbio
Durante la marcha Juan Manuel, dudando sobre si ir o no al San Martín, analiza la economía argentina en este teatro antidisturbios: “El nuevo acuerdo con Estados Unidos potencia este circuito de guita en el que nos prestan y nos prestan, y solo nos queda más y más deuda que pagará el pueblo. Por eso siguen prestando. Es simple”.
Lo que más se escucha y se lee en la movilización de hoy está vinculado a la relación cada día más carnal con los Estados Unidos. Un señor espigado camina al grito de “vendepatria, Milei vende patria”. Otro hace lo mismo golpeando un jarrito de lata. Abundan los carteles alusivos: “cipayo”, “no faltan recursos, nos sobran ladrones”.

En la radio abierta, no van con vueltas: “Esta semana volvió a quedar claro que es un gobierno de transnacionales, que le sacaron las retenciones al campo mientras a nosotros nos tienen acá, dando vueltas en este marchódromo”. También hay carteles por el triple femicidio de las chicas de La Matanza: “Justicia por Lara, Brenda y Morena”.

Sin palabras
Una de las que vino a movilizarse es Amanda, que dice ser “barra y patotera”. Lo dice en el dorso de su guardapolvo blanco. Tiene 86 años y llega en bastón con un mantra que suelta al aire: “No nos han vencido; no nos han vencido”. Amanda dice que repite esto porque ya no tiene palabras para describir lo que ve. Que ya no quiere ni mencionar el apellido del presidente porque le hace mal a la salud. Señala su garganta y señala que le quedan atragantadas justo ahí. “A mi edad, pensé que ya había visto todo”.

Amanda cuenta que le gusta usar el diccionario y conocer palabras nuevas y que desde hace semanas tiene un pasatiempo: encontrar un adjetivo que encaje para describir a Javier Milei. “Pero ya se acabaron, no hay palabra que describa a este sinvergüenza que vino a sacarnos lo que no teníamos a los jubilados”. Amanda tiene 4 hijos. Uno de ellos está ahora en Hamburgo, Alemania, “puchereando”. Su hijo es músico, dice, y que se llama Ariel Prat. “Ambos estamos puchereando, él allá; y yo acá”.

El Himno al sol
Sobre avenida Rivadavia, tres jubilados y una jubilada en silla de ruedas van por el medio de la calle. Se detienen al sol y cantan el himno. Se emocionan. La Plaza, que había comenzado sin cortes de tránsito ni vallas, ahora está cercada y sin tránsito.

En otra postal del epílogo del miércoles, Zulema, de Jubilados Insurgentes, agarra el megáfono y dice a todos los vientos: «Ante la deuda externa que crece más y más, la única que nos queda es organizarnos cada vez más y más, no solo contra este gobierno sino contra todos los poderes que lo sostienen. Esto va a seguir, sea el gobierno que esté, y nos tiene que encontrar organizados y dispuestos a hacernos oir para que las cosas cambien».

- Revista MuHace 2 semanas
Mu 207: Crear lo que viene
- NotaHace 3 semanas
Julio López, 19 años desaparecido en democracia: sus testimonios contra la Bonaerense
- #NiUnaMásHace 2 semanas
Triple narcofemicidio: la respuesta al horror
- AmbienteHace 4 semanas
Salvemos al Mari Menuco: campaña desde Neuquén para un lago acosado por el fracking
- #NiUnaMásHace 2 semanas
Femicidios territoriales: las tramas de la violencia