Derechos Humanos
Vera Jarach: ahora y siempre

La Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora Vera Vigevani de Jarach murió a sus 97 años. Llegó a la Argentina escapando del fascismo, su abuelo murió en Auschwitz y la dictadura argentina le arrancó a su única hija, Franca Jarach, desaparecida el 25 de junio de 1976, a sus 18 años. Desde entonces no dejó de buscarla y participar en cada acto de lucha, como se la ve en esta foto por la defensa del espacio de memoria en la ESMA, con una sonrisa. La despedida a Vera será este viernes, de 17 a 20 horas, en la Legislatura porteña (Perú 160), y continuará el sábado de 8 a 10. El cortejo partirá luego al cementerio de Chacarita.
Gracias, Vera. Por la lucha, el compromiso y esa sonrisa.
Franca presente, como vos.
Ahora y siempre.
Derechos Humanos
Estela, 95 años y 140 nietos recuperados: ¡que los cumplas feliz!
Hoy cumple 95 años Estela Barnes de Carlotto, actual presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Su utopía era la de una vida normal. No pudo ser: la directora de escuela “antiperonista y aburguesada” sufrió el secuestro de su marido primero (liberado tras el pago de un rescate a los grupos de tareas) y más tarde el de su hija Laura, que parió en cautiverio y luego fue fusilada por la espalda. Para Estela comenzaba otra historia. Desde los gritos ante la Rosada, los cumpleaños simulados y las búsquedas insólitas, hasta el hallazgo de 140 vidas e identidades. ¿Qué simbolizan Abuelas? Modos posibles de ser y de hacer, frente a lo peor, y sin odio. Acción más que los discursos. Carácter, eficiencia y alegría. El efecto Milei y un consejo abuelístico. La nota publicada en MU, como humilde homenaje a una mujer. Y al Estilo Estela. Por Sergio Ciancaglini.
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Festival por Pablo Grillo: “Quisieron matarlo, pero no les salió”

Quiénes estuvieron y quiénes no, a siete meses del ataque al fotoreportero durante una de las marchas de jubilados. El significado de la solidaridad y la amistad: «Estamos revirtiendo eso de que ser turro esté de moda» dijo Fabián, el padre de Pablo.
Por Claudia Acuña
Sobre Hipólito Yrigoyen, a pocos metros de Solís, hay una herida en el asfalto que marca el lugar exacto en el que la Gendarmería Nacional atentó contra la vida del fotógrafo Pablo Grillo. Ahí mismo un manojo de colegas están ahora pegando con plasticola su foto, mientras Fabián, su papá, sintetiza todo lo que este festival solidario significa: “Quisieron matarlo, pero no les salió. Pablito está mejor y lo que lograron es potenciar el amor del pueblo. Ahora acá estamos revirtiendo eso de que ser turro esté de moda para que podamos mirar al otro como un amigo, un colega, un par”.

Fabián Grillo y las armas de creación masiva. «Pablito está mejor y lo que lograron es potenciar el amor del pueblo».
Hay chicos jugando al ajedrez y chicas pintando con acuarelas flores y pájaros. Hay músicos cantando rap y músicas cantando tangos. Hay jóvenes y veteranos bailando rock y milongas. Hay sol, mate y bandejas de sándwiches y alfajores caseros que se comparten. Hay fotos colgadas en las rejas de la plaza y en los cuellos de colegas de Pablo que acompañan a las familias, amigos, amigas y vecinos que se reunieron allí para acompañarse.

Chicas y chicos jugando y pensando.
Hay jubilados y jubiladas, por supuesto, porque finalmente Pablo estaba allí para registrar su batalla de todos los miércoles. Aquel 12 de marzo no era uno cualquiera: se habían sumado a la ronda hinchas de todos los clubes de fútbol con la intención explícita de proteger a las y los jubilados de la represión que sufrían cada miércoles y que ese día fue más brutal. Así lo ordenó la ministra de Seguridad Patricia Bullrich –ahora candidata a senadora, quizá para esconder las consecuencias legales tras los fueros– y la noticia fue otra: no ya el apoyo que podría haber contagiado la solidaridad de otros sectores, sino la imagen de un joven fotógrafo agonizando en el asfalto con el cráneo destrozado. “Si Pablo tiene la fuerza para pelear por su vida, nosotros también”, sintetiza Fátima, una de sus amigas de Remedios de Escalada, donde todos los viernes se realiza un semaforazo para exigir justicia y todos los meses un festival como este, que al cumplirse siete meses decidieron trasladar a la escena del ataque.

Jubilados acompañando la movida. El ataque a Pablo fue durante una de las marchas de los miércoles, el 12 de marzo.
Lo que no hay deja flotando un interrogante: a una semana se las elecciones nacionales no hay partidos ni políticos que ni siquiera se acercaran para la clásica foto. ¿Dónde están? Tampoco hay organizaciones sociales ni otros aparatos que aporten ni gente ni logística, que la familia consiguió a puro abrazo. Por ejemplo, el de SiPreBA –el sindicato de prensa porteño– que entre otras cosas se hizo cargo del sonido y los dos baños químicos exigidos por el gobierno porteño para otorgar el permiso, que se convirtieron en cinco: cuando la empresa proveedora se enteró para qué eran decidió aportar tres más.


La cicatriz en el asfalto, y el homenaje a Pablo, que sigue recuperándose.
Lo que sobra es armonía, esa extraña cualidad en peligro de extinción y que allí, sobre el asfalto herido, cura.

La vida sobreponiéndose a los proyectos de muerte.
Derechos Humanos
Desde Roma: la sociedad contra la guerra

Crónica de una movilización histórica en Roma más de un millon de personas) después de semanas de huelgas y manifestaciones en todo el país. Fueron siete horas de manifestación transversal, diversa y enérgica contra el genocidio en Gaza. La calle, los carteles hechos a mano, las noticias de la flotilla secuestrada por Israel, y las voces que plantean que la paz es una responsabilidad colectiva.
por Franco Ciancaglini (desde Roma)
La ciudad amaneció este sábado convertida en el centro de una protesta histórica. Más de un millón de personas marcharon en Roma durante siete horas contra el genocidio en Gaza, en lo que se considera una de las movilizaciones más masivas de los últimos años en Italia.

Gente marchando: la antiquísima y siempre nueva lucha por la paz.
El contexto inmediato fue la detención de la Global Sumud Flotilla, integrada por 42 embarcaciones que partieron desde puertos de España, Túnez, Italia y Grecia para llevar alimentos y medicamentos a Gaza y denunciar el bloqueo israelí. Israel interceptó el último barco, el Marinette, a 42 millas de la costa, y detuvo en total a 473 tripulantes. Durante cuatro días no hubo noticias de ellos.
Entre los detenidos figuran cuatro argentinos:
- Celeste Fierro, legisladora porteña por el Frente de Izquierda;
- Carlos “Cascote” Berola, dirigente social de larga trayectoria;
- Ezequiel Peressini, militante socialista y exlegislador cordobés;
- Nicolás Calabrese, profesor de educación física nacido en Paraná y actualmente radicado en Brasil.
- (A última hora se confirmaría que al menos Calabrese y otro de los argentinos hombres, sin identificar, fueron liberados).

Porta San Paolo, de Roma, donde se recuerda la resistencia contra el fascismo: punto de encuentro de parte de la manifestación que reunió 600.000 personas contra la guerra y el genocidio.
Este mismo sábado Israel informó la deportación de 137 detenidos hacia Turquía, pero ninguno de los argentinos figura en esa lista. El gobierno argentino no realizó un reclamo por ellos. La única información desde que fueron detenidos llegó gracias a un equipo jurídico internacional: se encuentran en una cárcel de máxima seguridad en Ketziot, donde fueron “atados, arrodillados y sometidos a humillaciones” (https://elpais.com/internacional/2025-10-03/los-activistas-de-la-flotilla-comparecen-ante-un-tribunal-en-una-carcel-de-maxima-seguridad-de-israel.html).
Mientras las columnas de manifestantes recorrían Roma otra noticia llegaba desde Medio Oriente: 46 palestinos fueron asesinados en nuevos bombardeos, entre ellos siete niños, según reporta La Repubblica (https://www.repubblica.it/).

Pancarta escrita a mano: «El silencio nos hace cómplices».
La chispa
La chispa que encendió esta ola de protestas en Italia comenzó el 22 de septiembre. Ese día, los trabajadores del puerto de Génova anunciaron que bloquearían las mercancías a Israel si la flotilla Global Smund no llegaba a Gaza (https://www.eldiario.es/internacional/trabajadores-puerto-genova-amenazan-bloquear-mercancias-israel-si-flotilla-no-llega-gaza_1_12572177.html).
La flotilla no llegó. Y los trabajadores cumplieron.
Tras el ataque con drones a dos embarcaciones –una en Túnez y otra en aguas internacionales– el sindicato paró y marcó un antes y un después. Esa noche 50 mil personas marcharon en Génova. En Roma también hubo una movilización improvisada, convocada apenas un día antes. “Ese día cambió todo: había un aire”, explica a lavaca Giansandro Merli, periodista de Il Manifesto, el medio italiano que más sistemáticamente siguió el tema (https://ilmanifesto.it/). “La CGIL, la gran central sindical, se negaba a tomar posición, decía que los trabajadores solo debían defender sus derechos laborales, pero las bases empezaron a presionar planteando que había un genocidio y no se podía mirar para otro lado”.

No es un miércoles en Congreso, sino un sábado ante el Coliseo.
Finalmente la CGIL se sumó a las huelgas junto con la Unione Sindacale di Base (USB) y otros gremios de base: “Hace muchos años que vemos lo que pasa al lado nuestro. Es mucha impotencia”, sintetiza. Lo que para la dirigencia sindical y muchas personas de otros lados del mundo resulta difícil de comprender, es simple: se trata de una batalla por la paz y un símbolo de la solidaridad mundial, como un espejo de resistencia contra las ultraderechas en todo el mundo.
Durante tres días seguidos Italia vivió un paro general que detuvo el funcionamiento de puertos, trenes, hospitales y escuelas, con manifestaciones en ciudades importantes: Milán, Nápoles, Turín y Florencia. Se calcula que más de dos millones de personas participaron en esas jornadas de huelga y protesta, que abarcaron además al menos 100 ciudades (https://ilmanifesto.it/un-movimento-eclettico-e-spiazzante).
Una de las mayores paralizaciones laborales de las últimas décadas en Europa.
La huelga se sintió en todos los sectores: transporte interrumpido, vuelos cancelados, servicios sanitarios reducidos, partidos de fútbol suspendidos. Un país detenido. “Las bases movieron a las cúpulas”, resume Merli. “Y cuando las cúpulas se movieron, lo hicieron sin preaviso, con una huelga general que unió a todos los sindicatos. Italia no se había visto así en décadas”.
Ese clima es el que desemboca hoy en Roma. Después de la huelga nacional y de tres días de protesta sostenida, el país estaba preparado para una demostración de fuerza que trascendiera al sindicalismo: una marcha nacional, diversa, transversal, que muestra que la causa palestina traspasó las fronteras de los colectivos tradicionales y se instaló en la conciencia social. Italiana, europea, y global.

Los llamados a la huelga para liberar a Gaza del genocidio.
Un país bloqueado
El punto de encuentro era Porta San Paolo, donde una placa recuerda los combates que tuvieron lugar en septiembre de 1943, durante la resistencia a la ocupación de Roma por parte de las tropas alemanas.
Hacia ese lugar partieron unas veinte columnas desde distintos puntos de la ciudad. La escena era múltiple: estudiantes con pancartas improvisadas, sindicatos con banderas de colores, colectivos migrantes, movimientos sociales okupas, familias con cochecitos de bebé. No era una marcha de aparato partidario sino un verdadero mosaico social que caminó sin parar durante todo el día. Sin descanso, puro movimiento.
A mitad de camino al llegar al Coliseo romano, el contraste fue elocuente: las columnas daban la vuelta mientras un cordón policial intentaba separar a los manifestantes de la otra Roma, la de turistas de todas partes del mundo. Muchos, sin embargo, se acercaron a fotografiar, aplaudir y grabar videos. El anfiteatro más famoso del planeta se transformó así en el telón de fondo de una protesta política de escala internacional. Con la policía como escudo.

“Hagan silencio cuando los niños duermen, no cuando mueren”.
“Los italianos nos rebelamos”
El clima se multiplica en los camiones con parlantes que funcionan como faros móviles: allí se escuchan consignas, se canta Bella Ciao –himno de la resistencia antifascista italiana, resignificado ahora como canto por Palestina– y se informa sobre la situación de los detenidos. Cuando desde un altavoz se anuncia la liberación de algunos tripulantes de la flotilla –que al cierre de esta edición siguen llegando al país– la multitud estalla en aplausos.
La diversidad se ve en los testimonios. Elisa, llegada desde Milán, dice a lavaca: “Es la sociedad contra la guerra. Meloni habló en la ONU de reconocer a Palestina, pero nadie le cree. Ella está con Trump y Netanyahu, no habla por nosotros”.
A pocos metros, María Ana pinta con marcador negro un cartel que dice: “Meloni: no en mi nombre”.
Y explica: “¿Quién puede estar de acuerdo con matar 20 mil niños? ¿Quién? Solo los fascistas: Hitler, Trump, Netanyahu y Meloni”.
¿Quién es Meloni? “Ella es esclava de Trump: hace lo que él dice”.
¿Por qué está tan condicionada? “Porque tiene miedo de que la izquierda gane espacio y la gente no vote por ella la próxima vez”.
¿El genocidio es un tema electoral? “Todo es político: Netanyahu hace la guerra porque teme ir preso. Ha hecho tantas cosas que, si pierde el poder, iría preso”.
Una joven sostiene un cartel en italiano que dice “Fate silenzio quando i bambini dormono e non quando muoino” (“Hagan silencio cuando los niños duermen, no cuando mueren”). Luego explica: “Aunque pensemos que no podemos cambiar las cosas hay que estar acá, hablar, movilizarse, decir lo que duele”. Al terminar su testimonio, sus amigas la aplauden: una escena pequeña que muestra como emerge una voz individual convertida en celebración colectiva.
Otro estudiante señala: “Esto no es de partidos, es de la gente normal como yo, que no aguanta más lo que pasa. No es un problema político, es un problema de humanidad. Los italianos nos rebelamos”.
Un cartel tiene de un lado la siguiente frase: “Definición de asesino”y la cara de Netanyahu. Del otro: “Definición de cómplice”y la cara de Trump”. Un grupo de jóvenes llama por un megáfono a “liberarse de esta gobernanza que produce armas y muerte”. La protesta por la paz y contra el genocidio tiene también nombres propios, responsables: Netanyahu, Trump y Meloni.

Un palco improvisado en la plaza San Juan de Letrán, para hablar sobre muerte y vida, sobre guerra y paz.
La atmósfera no puede no rememorar a las jornadas de resistencia antifascista. El hit italiano de estas jornadas dice:
Los pueblos que luchan
Escriben la historia
Palestina libre
Hasta la victoria
La multitud sigue machando y Roma se encuentra literalmente bloqueada: calles cerradas, avenidas tomadas, transporte interrumpido.
Los camiones de sonido anuncian la llegada de nuevas columnas: “En este momento está llegando el movimiento migrante de Abruzzo”. La gente aplaude. Y aplaude más cuando se informa que algunos de los detenidos de la flotilla están siendo liberados en ese momento.
Los altoparlantes también relatan algo inusual: se suspendieron partidos del Calcio (el torneo de fútbol) como símbolo de solidaridad. Un detalle que muestra que la protesta atravesó todos los ámbitos de la vida cotidiana.
Continuará
La movilización concluye con un acto en la Plaza San Juan de Letrán en el que jóvenes palestinos tomaron la palabra. Desde el escenario improvisado se habló sin eufemismos: genocidio, holocausto, guerra mundial. Palabras que en otro tiempo parecían lejanas y que hoy resuenan otra vez en Europa.
“Recuperar la energía”, dice un orador. “Hablemos de amor mundial. Hablemos de solidaridad mundial”, agrega otro. El tono es al mismo tiempo político y emocional.
Al final, mientras las columnas comenzaban a dispersarse, la policía cargó contra los manifestantes que permanecían en el centro de Roma. Hubo carros hidrantes, corridas y al menos un herido. Las sirenas llenaron las calles vacías en un contraste brutal con la multitud enérgica de horas antes. Un intento –que en Argentina ya conocemos– para desdibujar el sentido histórico de esta movilización.
Lo que queda es la imagen de un país que después de semanas de huelgas y protestas salió a ocupar su ciudad capital y a decir que Palestina no está sola.
Como resumía una pancarta escrita a mano: “La paz es una responsabilidad colectiva”.
O como planteó un joven palestino desde el escenario: “Tenemos que poner un freno ya. ¡Y lo estamos haciendo!”.


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