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Escuela de vida

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Son 140 chicos de hasta 20 años que, en su mayoría, viven en la Estación Constitución. Están aprendiendo a leer y escribir, pero a la vez enseñan aquello que nadie quiere ver. Su fundadora es Susana Reyes, una mujer que conoció los campos de concentración de la dictadura y sobrevivió para contarlo. Pero también para hacer algo. “Estos chicos son los desaparecidos de hoy”, dice con la seguridad de quien sabe de qué habla. Así es un día de clase en el aula en la que se enseña Matemática contando las horas que lleva sin aparecer Julio López y la ecuación más difícil es saber qué es trabajo.

Escuela de vida“¿Qué trabajos conocen?”, preguntó Susana Reyes para comenzar a hablar con sus alumnos sobre el tema de la clase: el mundo laboral. La maestra dividió el pizarrón en dos para anotar las respuestas de los chicos. A la derecha pensaba colocar las tareas productivas y a la izquierda, las vinculadas con los servicios.
La primera respuesta la dio un varón: “Abrir puertas”, dijo. Y propuso que la anoten en la columna de la izquierda, con más dudas que certezas. Una adolescente embarazada agregó: “Pedir”. Y justificó que se trataba de un servicio porque “a la gente le gusta que le pidan”. La tercera respuesta fue aun más difícil de digerir. Un nene de 8 años la lanzó con naturalidad, sin ningún tipo de segundas intenciones:
-Chupar pijas.
-¿Eso es un trabajo? –reaccionó Reyes, como pudo.
-Sí, porque a mí me pagan.
La escena ocurrió hace un tiempo en la escuela Isauro Arancibia, que trabaja con chicos en situación de calle. Allí concurren a diario 140 alumnos de hasta 20 años que van en busca de los conocimientos propios de la escolarización primaria. Casi todos viven en la Estación Constitución, algunos llegan desde Villa Fiorito y unos pocos vienen de hogares de la zona, a los que llegaron tras experimentar la vida encerrados en un instituto de menores.
La escuela nació hace diez años, cuando le encomendaron a Reyes, desde la Dirección de Adultos y Adolescentes del Ministerio de Educación de la Ciudad, abrir un centro de alfabetización en la Central de Trabajadores Argentinos (cta) que tuviera como principales destinatarios a los integrantes del Movimiento de Ocupantes e Inquilinos y de la Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas. Convencida de la necesidad de trabajar en red, la maestra se conectó con el Servicio Paz y Justicia (serpaj), que ya contaba con un programa de operadores de calle para contener a los chicos que dormían en Constitución. Así, llegaron al centro de alfabetización los primeros adolescentes: Analía y Luis, que poco a poco fueron acercando a sus amigos.
La alfabetización comenzó a realizarse en la sala de reuniones que el actual diputado Claudio Lozano tenía en su despacho de la cta. Sobre su escritorio, las madres adolescentes cambiaban los pañales a sus hijos. “Tuvimos que comprar un corralito a los bebés para poder darles clases a los padres con cierta tranquilidad. Después de un tiempo conseguimos una madre solidaria para cuidarlos”, recuerda Reyes.
 
El crecimiento
A medida que las clases se sucedían, un chico iba trayendo a otro y muy pronto el lugar quedó apretado de sisa. La cta improvisó un aula en la planta baja de su edificio. No obstante, el espacio siguió siendo insuficiente. Hubo una mudanza a las instalaciones del Movimiento de Ocupantes Inquilinos (moi), pero la cantidad de pibes que se acercaba no paraba de crecer y los maestros comenzaron a soñar con tener un edificio propio.
A esta altura, la escuela exclusivamente trabajaba con chicos que vivían a la intemperie. Las clases, como en todos los centros de alfabetización de adultos, duraban apenas dos horas diarias, pero para alumnos y docentes tenían gusto a poco: “Mientras avanzábamos con el proyecto, nos dimos cuenta de que la escuela les organiza la vida a los chicos. De marzo a diciembre son unos pibes, pero en el verano son otros. ¿Sabés las veces que me llamaron en enero para avisarme que la policía se había llevado a tal o que otro se había muerto? Por eso pensamos: si nosotros éramos los mismos maestros que los del resto de las escuelas, si ganábamos el mismo dinero y pertenecíamos al mismo sistema, ¿por qué estos chicos no podían recibir lo mismo que otros?”, relata Reyes.
Con pocas expectativas, los maestros presentaron un proyecto al Ministerio de Educación porteño que contemplaba la jornada completa. Y, para su sorpresa, cuando estaban haciendo trámites para transformarse en una fundación que les permitiera llevar adelante la idea, se enteraron de que la propuesta había sido aprobada. Desde este año, la jornada escolar es de 9 a 16 y, además de las materias básicas, los chicos cuentan con clases de educación física, teatro, video, computación, electricidad e inglés. “Buscamos un edificio propio, pero no lo conseguimos. Educación nos propuso funcionar en el Instituto de Formación Profesional de la uocra, que tenía espacio ocioso, y acá estamos”, señala Reyes con algo de resignación: “Seguimos pensando en convertirnos en una fundación. No queremos depender todo el tiempo del humor del funcionario de turno”.
 
El mundo al revés
De pronto, chilla la puerta del aula donde la maestra desgrana la historia. Un par de alumnos se asoman con una manzana en la mano. La docente interrumpe la conversación, levanta la cabeza y les recuerda:
-No se vayan, que hoy a la tarde tienen taller de electricidad.
-¡Bieeennnn! –grita uno de ellos y mira hacia el cielo. Luego, comienza a correr en redondo por uno de los pasillos. Parece el festejo de un gol.
“No sé de qué manera, pero el valor de la escuela se sigue transmitiendo en este país –se maravilla Reyes-; aun en casos como éstos, en los que por ahí los padres jamás la pisaron. Si a veces proponemos charlar sobre algo o mostrar un video, los pibes protestan y quieren tareas formales. ¿Sabés cómo cuidan sus carpetas para que no se manchen? Están orgullosos de ellas. Cuando se recibió la primera promoción, le entregamos diplomas. Al final del acto, los chicos me los devolvían. Me pedían que se los cuide mucho. Claro, ¿dónde los iban a guardar? ¿En Constitución?”.
Por momentos, la escuela parece el mundo al revés. Los alumnos no quieren irse: las clases son a sus vidas lo que el recreo es a cualquier otro colegio. Los que protestan, aunque parezca mentira, son adultos escolarizados. Una vecina, dueña de un comercio, encaró hace unos días a las maestras: “Hasta que vinieron estos chicos de la calle vivíamos tranquilos”, se quejó.
La mujer estaba indignada porque una naranja había explotado contra su ventana y, encima, se había convertido en el blanco de algún que otro insulto. Con la mejor voluntad, Reyes intentó hacer algo de docencia: “No son chicos de la calle, son de todos nosotros. Por ahí tienen 16 años y están en tercer grado, pero están aprendiendo ahora porque no pudieron hacerlo en su momento. Usted se queja porque están en la escuela. ¿Se da cuenta?” La señora no aceptaba razones, gritaba sin escuchar. Cansada, la docente la cortó en seco: “Mire, si estos pibes no vienen a la escuela, van a estar alrededor suyo”.
La vecina no es un caso aislado. Los maestros gestionaron pases libres de subterráneo para que sus alumnos puedan asistir a la cursada. Pero como por ahora tienen certificados provisorios, un policía decidió impedirle el paso a uno. El chico, que sentía la responsabilidad de llegar puntual a clase, se irritó y lo insultó. Y ante la impotencia, la novia –que estaba a su lado- le arrojó una piedra. La historia terminó así: el policía atrapó al pibe y lo aprisionó contra el piso. La novia, asustada, le entregó su bebé al policía a modo de garantía, para que le permitiera ir a buscar a sus maestros: ellos demostrarían que su novio no mentía. Cuando Reyes llegó a Constitución en su auxilio, el pibe aún estaba en el piso y el bebé en brazos del uniformado. “Hay una serie de complicidades sociales para que estos chicos no vayan a la escuela. La vecina no acepta el colegio enfrente de su local, el policía no lo deja viajar y así, el único camino que les queda es seguir en la calle”, denuncia la maestra.
El sistema educativo también parece alimentar este círculo vicioso. Su burocracia se encarga con frecuencia de poner uno y otro obstáculo en el camino. Las planillas que envía Educación, por ejemplo, exigen números de documentos de los alumnos o fechas de nacimiento, datos muchas veces inexistentes o desconocidos por los chicos. Si los maestros planifican una excursión, las autoridades educativas exigen autorizaciones firmadas por madres, padres, tutores o encargados. “No tienen en cuenta la realidad de estos chicos, que parecen adultos: desde los cinco años se generan su propio sustento. Todo el tiempo me hacen actuaciones por tener los registros incompletos. ¿Qué me están diciendo? Que no los deje venir a la escuela”, se indigna Reyes.
 
“No me dejen afuera”
Reyes comenzó alfabetizando en los años 70, mientras estudiaba en el Normal 9 de Corrientes y Callao. Tenía una compañera que vivía en un inquilinato (María Rosa Lincon, asesinada por la dictadura militar en lo que se conoció como la Masacre de Fátima) y empezó a acompañarla para enseñar a leer y a escribir a sus vecinos. Pronto se incorporó a una unidad básica alineada con Montoneros y, mientras estaba embarazada, fue secuestrada en junio de 1977 por un grupo de tareas. La llevaron al centro clandestino de detención llamado El Vesubio, en Camino de Cintura y General Paz, donde también trasladaron a su pareja. Estuvo desaparecida durante tres meses y luego recuperó la libertad. Pero nunca más tuvo noticias de su compañero. “Ser sobreviviente es un peso. Nunca te alcanza lo que hacés para justificar tu existencia”, confiesa mientras intenta vincular su trabajo actual con aquella militancia.
Cuando comenzó con este proyecto, Reyes iba a despertar a los chicos que dormían en la Estación para que no se perdieran las clases. “Los veía tirados, en los pasillos angostos y largos, y me hacían recordar a mis compañeros detenidos, cuando estaban engrillados en las cuchas”, cuenta mientras sus brazos dibujan en el aire la escenografía que describe. Después concluye: “Estos chicos son los desaparecidos de hoy: todos saben de su existencia pero nadie los ve”.
La impronta de Reyes se respira a cada paso en esta escuela bautizada con el nombre de Isauro Arancibia, un sindicalista docente tucumano que desapareció el 24 de marzo de 1976. Cuenta la historia que era un maestro pobre, que estaba en huelga porque no le pagaban y que iba descalzo porque no tenía ni para zapatos. El día del último golpe de Estado por fin recibió los salarios atrasados y lo primero que hizo fue ir a la zapatería. Esa misma noche lo fusiló un grupo de tareas y después… le robaron los zapatos. La clase inaugural de cada ciclo lectivo consiste en conocer el derrotero de este docente.
 
Pupitres y mamaderas
Ahora un maestro está dando clase de Matemática y escribe un problema sobre el pizarrón verde: “Julio Jorge López está desaparecido desde hace siete meses, ¿cuántos días hace que está desaparecido? ¿Cuántas horas?” Los chicos bajan sus cabezas y copian. En un silencio que aturde comienzan a resolver en sus carpetas. Los alumnos, cuentan los maestros, disfrutan mucho más del trabajo solitario que de la elaboración colectiva. “Tal vez –arriesga Reyes- estén cansados de pasar la vida en ranchadas y éste sea su único momento de intimidad, la única oportunidad para encontrarse con ellos mismos.”
En el aula abundan las gorras raperas, los tatuajes y las cabelleras teñidas de amarillo y rojo furioso. También sobresalen los teléfonos celulares y las zapatillas Nike. “Se los consiguen como pueden, y como saben”, dice la coordinadora con una mirada cómplice. “Lo hacen –agrega- por la necesidad de pertenecer, esas cosas son la tarjeta de entrada para esta sociedad. Es su manera de decir: ´No me dejen afuera´.”
Las puertas y los bancos están llenos de graffiti que pregonan amor y pasión. Y numerosas panzas embarazadas se desparraman en los pupitres. Las hay incipientes y también a punto de estallar. O, mejor dicho, de parir. En la planta baja del edificio funciona una improvisada guardería maternal que cobija a unos 20 bebés. “Al principio, los nenes estaban con sus madres, pero era imposible lograr que se concentraran y dar clase. Como Educación no nos manda maestra jardinera, una de nosotras los cuida mientras las madres estudian”, explica Nilda Rendo, otra de las docentes, que acaba de llegar a la improvisada guardería. Pero los cambios permanentes de adultos referentes no termina de dejar tranquilos a los nenes. Por eso, Milagros resuelve el problema de Matemática mientras le da la teta a Priscila, su hija de veinte meses.
 
Penitencias y conclusiones
La cursada necesariamente es familiar: clanes enteros concurren a la escuela. Y con demasiada frecuencia trasladan su cotidianidad a las aulas. Una mañana, los gritos desencajados paralizaron a docentes y alumnos. Un adolescente había encerrado a su pareja en el baño. “La molió a palos”, sintetiza Reyes. Los maestros llevaron el tema al debate en clase, con la expectativa de lograr la autodisciplina. Sin embargo, se encontraron –una vez más- con una sorpresa: “A los chicos no les parecía mal lo que pasó, decían que la chica se lo merecía porque había estado con otro, la acusaban de ´putita´. Ahí cortamos el debate, les dijimos que estaban haciendo lo mismo que la policía hacía con ellos”.
Las sanciones en la escuela Isauro Arancibia son distintas a las de cualquier institución: aquí no existen las suspensiones. “No podemos dejarlos afuera una vez más”, argumenta Reyes. “Cuando se produce un hecho de gravedad, lo que hacemos es que en vez de asistir a clase, van esas horas a reflexionar con las trabajadores sociales o las psicólogas que trabajan en la escuela hasta sacar conclusiones sobre lo que pasó.”
Uno de los últimos de los que atravesaron esta experiencia fue Fumanchú, un pibe que se ganó ese apodo el primer día de este ciclo lectivo. Y no precisamente por sus habilidades con la magia: el chico entró al aula con cierta arrogancia, fumando marihuana y con los ojos rojos. Por orden de los docentes tuvo que salir inmediatamente del salón. “No nos metemos con lo que los pibes hacen afuera. Pero está claro que en la escuela no se puede hacer lo mismo que en la calle. No es fácil. Acá han venido algunos armados porque, como ellos dicen, ´después de clase se tienen que ir a trabajar´. Nosotros les decimos que se cuiden, que la policía está esperando que pisen el palito para matarlos. No se trata de dar sermones morales, si no de entender la función de la escuela. A Fumanchú le explicamos que así, fumado, no había manera de aprovechar la clase. Ese día se fue, pero después volvió.”
 
Canciones de amor
«Hola”, saluda casi sin modular un púber longilíneo, con tanta cara de nene como de dormido. Son las 11.30 y acaba de entrar al aula.
“¡Qué suerte! Llegaste para aprovechar media hora de la mañana. Ojalá la próxima puedas venir antes”, responde la maestra. Más tarde explicará: “Acá hay chicos que a la noche cartonean y se acuestan a las 5 de la mañana, les cuesta mucho cumplir con el horario, pero hacen el esfuerzo”.
Reyes repasa una y otra historia de sus alumnos. Confiesa que lo que más le cuesta superar son las situaciones de prostitución infantil. “Hoy ni siquiera les pagan, lo arreglan todo con un poco de paco”, dice y se explaya: “El otro día me dijeron: ´Mirá a esa nena –la hija de 5 años de una alumna que está muy dada vuelta- la están mandando…´.” La maestra reproduce literalmente la frase que escuchó y deja la oración inconclusa, como si no soportara terminarla. Un rato antes, había comentado que hace unos años atrás había querido investigar el tema y descubrió a los que le conseguían los clientes a uno de los chicos. Pero hoy, subraya, la actitud es otra: “Nuestra tarea termina en las paredes de la escuela. Les advertimos de los peligros, pero si nos metemos, después las represalias son contra ellos”.
Los ojos de la maestra se ponen vidriosos. Tiene que respirar hondo para continuar. Revela que está gestionando que los docentes también tengan asistencia y contención psicológica: en esta escuela las emociones fuertes se cuelan a cada rato. En los últimos tiempos, por ejemplo, fallecieron tres bebés que se enredaron con las frazadas que compartían con sus madres. Y el año pasado, mataron a Luis, el primer alumno de la Isauro Arancibia (su mujer todavía asiste a clase). Fue por un ajuste de cuentas, apenas había salido de la cárcel. “No tenemos ninguna fórmula para elaborar estas situaciones –reconoce-. Hacemos lo que podemos, para nosotros es como si se muriera un amigo”.
Los afectos que se tejen entre tizas y carpetas son intensos. En buena parte por la desolación exterior, pero también por el compromiso y la propuesta docente. No parece azaroso que las cartas de amor sean uno de los recursos escogidos por los maestros para llevar adelante el programa escolar. La correspondencia entre Malinche y Hernán Cortés se utiliza para hablar de la conquista de América y la de Mariano Moreno y María Guadalupe Cuenca se emplea para estudiar la independencia argentina. María del Pilar, la canción de Teresa Parodi que cuenta la historia de una mujer cuyo novio fue desaparecido, fue el disparador para la clase sobre el golpe de Estado.
Después de Matemática llega la clase de Ciencias Sociales. El profesor reparte unas impresiones de Internet que explican por qué se conmemora el Día del Trabajador. El texto advierte que los desocupados también deben sentirse comprendidos y que de ninguna manera debe llamarse a la jornada Día del Trabajo. La propuesta consiste en reunirse en pequeños grupos, leer en voz alta, y marcar las ideas principales. Un chico se hace el distraído para no leer. Se esconde dentro de la capucha de su buzo y el maestro lo caza al vuelo:
-¿Por qué no querés leer?
-Porque me da vergüenza –susurra el chico después de muchas evasivas.
-Es importante poder leer en voz alta para comunicarnos, para que podamos expresar lo que pensamos. ¿Cómo vas a hacer si le escribís una carta de amor a una chica que te gusta? –intenta motivarlo el maestro. El chico se sonroja, tira un cabezazo al aire mordiéndose los dientes, y comienza a leer.
 
Cumpleaños callejero
Una mañana del año pasado, Oscar llegó a clase con un pilón de tarjetas de cumpleaños. Tenían impresas el dibujo de Barney y la frase “Te invito a mi fiestita”. Con su desprolija letra, recién aprendida, había completado fecha, hora y lugar de la cita: “2 de mayo. 20 horas. Jol de Constitución”.
“Generalmente festejamos los cumpleaños en la escuela –explica Reyes-, pero él quería hacerlo en su lugar. Nos pareció muy bien, porque Constitución es para ellos el lugar del bardo. Nosotros buscamos resignificarlo. Ahora que comenzamos los talleres de radio, queremos que más adelante realicen ahí transmisiones abiertas para que los pibes digan lo que tienen para decir. También pensamos que pueden formar un equipo que represente a la Estación en el Campeonato de Fútbol Callejero.”
El día de su cumpleaños, Oscar faltó a clase. Los maestros pensaron que tal vez era porque estaba organizando su fiesta. Compraron una torta y a la noche fueron a visitarlo. Lo encontraron dormitando en una escalinata. “Lo despertamos y le preguntamos: ¿Y la fiesta?” El homenajeado se había olvidado. Pero se levantó de un salto y corrió a pedirle prestado a una verdulera dos cajones destartalados e improvisó una mesa. Consiguió vasos descartables en los bares de la Estación y unas mujeres que piden limosna aportaron gaseosas. Sus amigos se acercaron, formaron una ronda en torno suyo, y comenzaron a cantarle el Felíz Cumpleaños. El agasajado pidió en silencio tres deseos que jamás confesó, respiró hondo y sopló. Esperó que todos terminaran de aplaudir y gritó: “Los quiero mucho a todos”. Y a continuación, Oscar desentonó Usted, de Diego Torres: “No olvide que la quiero / no quiera que la olvide…”
La felicidad de Oscar no duró mucho. Un mes después, una mujer denunció que el chico intentó manosearla en un tren repleto. Los severos problemas de motricidad del chico convertían en improbable la teoría del abuso. Sin embargo, fue derivado por la justicia a la Unidad 20 del Borda. Las intensas gestiones de sus maestros y de los operadores de calle de Constitución permitieron que a fines del año pasado fuera trasladado a una escuela de oficios sobre la Ruta 6, camino a la La Pampa. Allí, ahora hornea pan para los poblados de la zona.
¿Cuál es la medida del éxito en esta escuela? Reyes contesta en nombre de una docena de maestros, una auxiliar y un puñado de profesores especiales: “Esto es como la utopía de Gelman, das dos pasos adelante y te alejás otros dos”, dice. Piensa un poco y agrega: “El solo hecho de venir cada mañana y ver que 140 pibes están 8 horas expresándose artísticamente, que expresan cariño, que acceden a un lugar que se merecen, eso ya es reconfortante. Después, aparte, tenés los chicos que se pueden integrar a algún proyecto productivo, como los que están elaborando alimentos en la cooperativa La Cacerola, que funciona en la Facultad de Filosofía y Letras”.
Sobre un papel afiche azul, a espaldas de Reyes, un montón de fotos muestran a los alumnos riendo a carcajadas con un paisaje serrano de fondo. Todos los años, la escuela prepara un viaje de fin de curso a Córdoba. Organizan festivales para recaudar fondos que les permitan solventar la aventura y una vez allí duermen en los hoteles de turismo social. Para los alumnos es una experiencia única: se bañan con agua caliente, duermen con sábanas almidonadas, les sirven la comida, van al cine y también a bailar. “La pasamos bárbaro –subraya-. Cuando viajan los chicos de clase media hacen un kilombo tremendo, pero como la vida de estos chicos ya es un kilombo, cuando encuentran un espacio con límites, amor y afecto se vuelven muy respetuosos. Una vez, una chica encontró un billete de cien pesos, vino y me dijo: `Susana, esto tiene que ser tuyo`. Y sí, se me había caído del bolsillo.”
De repente, se escucha una multitud de pasos cansados arrastrándose por los mosaicos. El barullo retumba en el hueco de la escalera y se hace difícil escuchar a Reyes. Ya no hay carpetas en los pupitres, se terminó el recreo. O, mejor dicho, la clase. Los alumnos, a pesar de sus deseos, deben volver a la calle.

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

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Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».

Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.

Por Tiempo Argentino

Fotos: Antonio Becerra.

En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.

“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.

“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Represión como respuesta

La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.

“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Un reclamo federal

La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.

Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes, resaltó.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.

El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.

Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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