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La gesta de las corcheas
Es un puente entre próceres como Aníbal Troilo, Cacho Tirao o Manolo Juárez y la actualidad musical de la Fernández Fierro, Arbolito, algún Bersuit o Imperio Diablo. Alumnos y profesores dan la batalla para conservar una usina de música y vida: hace seis años que esperan un edificio que por ahora es sólo un dibujito.
Los arquitectos deberían estudiar música. El gerontológico edificio de la Escuela de Música Popular de Avellaneda no se mantiene en pie gracias a alguna ecuación de materiales, diseño y estructura, sino a fuerza de un barullo maravilloso. Parecería que si calla la música, se derrumba esa sede de la calle Belgrano al 500, Avellaneda.
Es un entramado de tres pisos, y no se entiende cómo puede albergar a tanta gente tocando en las aulas grandes, apiñándose en las chicas, dando recitales en el barcito, estudiando en los pasillos, interpretando en la escalera. Brian, músico, luthier y encargado del cuidado de los instrumentos, explica: “Esto fue creado por artistas grossos, que le dieron un nivel internacional. Es una escuela única. Pero la idea es pasarles a los pibes más lo que se vive, lo que siente el artista, que simplemente la parte teórica”. La teoría subordinada a la vida.
Tal vez por eso hay semejante variedad de imágenes: rastas, formales, tatuados, estudiosos, improvisadores, coloridos, de negro. Hay argentinos de todas las provincias, pero hay también australianos, franceses, colombianos, italianos, peruanos. Todos, en un momento, decidieron ir con la música a otra parte: a las calles para hacer piquetes y marchas cuando casi se les viene el mundo abajo, y no por culpa del edificio sino de los funcionarios víctimas de alguna sordera burocrática, o del alma. Los chicos y los profesores ganaron esa batalla. Se supone que habrá un nuevo edificio –alguna vez– pero mientras tanto siguen en el de Belgrano y el anexo de la calle Mitre, bajo uno de los grandes lemas criollos del siglo xxi: “Es lo que hay”.
Mientras el entonces joven artista Diego Maradona brindaba sinfonías en México 86, en la provincia de Buenos Aires un Maradona de la guitarra, Cacho Tirao, era director de Enseñanza Artística bonaerense. Se aclara que don Tirao había sido guitarrista del quinteto de Astor Pia-zzolla, grabó 40 discos, vendió un millón de placas, dio conciertos con Paco De Lucía y compuso Conciertango Buenos Aires a instancias del entusiasmado autor del Concierto de Aranjuez, Joaquín Rodrigo: o sea, era un funcionario extravagante. Tirao (fallecido en 2007) quedó a cargo de un proyecto también raro: reunir a músicos populares, y diseñar una carrera inédita. El criterio, según la gacetilla de la época que se rescata en la página web de la empa: “Formar músicos capaces de crear y transmitir el sentir de nuestro pueblo, generando para ello hábitos de estudio en ámbitos que hasta ahora han sido abordados intuitivamente”. Traducción: existieron siempre escuelas, academias y conservatorios de música clásica. Nunca uno de música popular. Y para colmo, gratuito.
Los contenidos del área de Tango quedaron a cargo de Horacio Salgán, Folklore, Manolo Juárez, y Jazz, el saxofonista Hugo Pierre (los niños pueden consultar a padres, abuelos o a los buscadores de Internet para entender el nivel de lo que se estaba gestando allí). El plan de estudios de la carrera de Bandoneón fue elaborado por Rodolfo Mederos y Daniel Binelli.
Toda esta genealogía permitió arrancar, aunque un poco a los tumbos. Osvaldo Burucuá (que además de profesor ha sido acompañante de músicos como Jaime Torres y Luis Salinas), lo pone en términos gastronómicos: “El primer año, entre todos, alumnos y profesores, cabíamos en un asado. Pero la cosa empezó a crecer. Al año siguiente ya no nos alcanzaban los instrumentos, y yo traía la guitarra de mi casa”.
De aquel puñado del comienzo, pasaron a tener 600 estudiantes a fines de los 90, 1.200 en 2003 y 2.200 actualmente. Por uno de los pasillos anda caminando rumbo a una clase Aníbal Arias, guitarrista de Aníbal Troilo entre 1969 y 1975, que tocó además con Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche. Brian dice: “Eso es lo que tiene la escuela. Aníbal te puede dar historia del tango, pero además él es la historia del tango. Lo que pasa es que no sé si los funcionarios entienden lo que significa alguien así”. Aníbal tiene 86 años. En el bar, una chica que no cumplió los 20 años desenfunda un gigantesco contrabajo. No imaginé que podía sonar tan bello.
La empa podría ser vista como un “elige tu propia aventura” musical, con paredes plagadas de cartelitos tipo: “Se busca guitarrista para banda de folklore. Proyecto serio”. Los alumnos pueden seguir la Tecnicatura en Música Popular –4 años– que incluye tres áreas entre las cuales optar: tango, folklore y jazz. Se agrega el Profesorado de Arte y la Especialidad Musical: instrumentista, curso que implica siete años. Un ejemplo: Felicitas es justamente tromboniña de Imperio Diablo y estudia trombón tenor en la Empa. “La cátedra se abrió hace cuatro años. Éramos tres. Hoy somos 16. Capaz que no llama la atención, pero es un crecimiento zarpado. No hay otra escuela en el país que te enseñe trombón popular”. Además se estudia piano, guitarra, batería, trompeta, todos los saxos, clarinete, bajo, contrabajo, bandoneón, cello, violín, flauta traversa, charango…, una especie de estallido de música. Tiembla el edificio. Pero es lo único que lo mantiene vivo. Feli agrega: “Donde más aprendés es en los pasillos. Siempre hay alguien tocando. Son condiciones de mierda, pero ves a la gente ahí, músicos increíbles, y te pone las re-pilas”.
La sede actual es provisoria desde hace… seis años. Está previsto un nuevo edificio, que por ahora no es más que una prometedora serie de dibujos, hasta con las plantitas incluidas, en la página web de la empa. Feli aclara: “El edificio actual es tremendo, las puertas no tienen ni picaportes. Pero lo que se aprende y comparte es increíble”.
A ganar la calle
El año 2007 fue particularmente espeso para la empa. El ciclo lectivo empezó en septiembre, y debe decirse que empezó, y pudieron cursar al menos tres meses, a fuerza de voluntad de profesores y alumnos de guardar los instrumentos en el estuche y salir a defender el derecho a seguir enseñando y aprendiendo. Sebastián estudia charango e integra el Centro de Estudiantes (Ceempa): “En 2006 se pidió que se hiciera una obra. Teníamos la sede de Belgrano nada más y dos aulas anexo a la vuelta, al lado de un taller. Se pidió refacción de las aulas, arreglar la caldera y poner una escalera de emergencia. La obra estaba planificada para hacerse en el receso de verano, pero comenzó a realizarse la misma semana que empezaron las clases en 2007”.
De este modo quedaban habilitadas para usarse siete aulas para 1.800 alumnos, lo cual no parece excesivamente pedagógico, ni humanitario. Los docentes en asamblea decidieron no iniciar las clases y luego una asamblea de estudiantes acompañó la medida. Explica Sebastián: “Ahí empezó todo el plan de lucha. Se mandó el petitorio, muchos de nosotros nos recibimos de ingenieros leyendo todos los pliegos de las obras. Se consiguió cerca de junio un anexo (Mitre 292) y se hicieron dos obras en la sede de la calle Belgrano”. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero durante 2007 la actividad abarcó:
Diez cortes de calles: siete en la puerta de la empa y tres en Callao y Perón, de Capital (frente a la Casa de la Provincia de Buenos Aires).
Seis movilizaciones a La Plata (Gobernación y Ministerio de Educación).
Finalmente las clases comenzaron en septiembre articulando las dos sedes que no gozan de jubilación móvil. De todos modos, pese a las dificultades y pese también a la gestión conjunta de alumnos y profesores, los niveles de seriedad y exigencia se mantuvieron frente a todos los exámenes. A diferencia de muchos lugares donde hay mucha exigencia y poca enseñanza, y otros donde no hay ni lo uno ni lo otro, aquí ambas cuestiones juegan afinadamente.
Sebastián: “Las condiciones edilicias no mejoran cuando mandamos notas sino cuando salimos a la calle y ponemos el nombre de los responsables. Me gustaría darle más tiempo a estudiar, pero si nos obligan, vamos a seguir haciendo esto”. Sebastián piensa en dar las equivalencias para pasar de charango a guitarra.
Los chicos ya ni se molestan en ver los dibujitos de la página web en la que los arquitectos oficiales describen el futuro edificio desde hace años –váyase a saber bajo efectos de qué sustancias– donde aseguran que habrá auditorio para 300 personas, salas de ensayos, camarines, biblioteca, sala de computación, foyer, plaza temática, confitería áreas de transición entre lo urbano y lo privado, e incluso ¡aulas!
Los chicos son granos
Sebastián asegura que la estrategia del área educativa es el “desgrane natural”: proveer menos fondos que los que requiere la cantidad de inscriptos, y que la gente vaya desgranándose: “Es un modo de naturalizar la deserción”. Felicitas reconoce que eso sucede: “Entrás con todas las pilas pero meses y meses con 30 monos en un cuartito de 5 x 5, no da. Hasta la afinación de los pianos hay que hacerla juntando plata”. El asombro de la tromboniña de Imperio Diablo: “No se puede creer que con esa infraestructura se enseñe tanto, haya profesores como los que hay, y salga la gente que sale”. Arbolito entero es producto de la Empa, parte de la Cooperativa y Orquesta Típica Fernández Fierro, algunos Bersuit, toda una camada de jazzistas, tangueros, folkloristas y “fusionistas”: los posibles médicos para estos tiempos de tanto ruido. Tal vez por eso el profe Osvaldo Burucuá sostiene: “Estoy obligado a ser optimista. Nos alimenta el trabajo con los alumnos. Las condiciones son tremendas, pero no nos tienen que frenar, porque a la hora de la verdad somos dos sillas, dos guitarras, un atril, y hay que hacer música, que es para lo que viniste acá”. Burucuá no es proclive a la queja, ahí también deja –al margen de la guitarra– toda una enseñanza.
Feli: “Es que si no es por la garra de los profesores y del Centro de Estudiantes, esto se viene abajo”. El año sabático que se ha tomado la directora del establecimiento justamente ahora, parece todo un símbolo. Feli: “El Centro de Estudiantes es el que te informa, te explica, porque si es por la Dirección, llegás y no entendés nunca nada. Gente perdida. El centro además es muy democrático, cada curso nombra a una persona que va a las reuniones. Y participa con los profesores en la Comisión Académica, que es la que en la práctica hizo todo este año”. Feli invita especialmente a los recitales de los viernes, que organiza el centro, con bandas de profesores y grupos de los estudiantes. Hay música, pero además es el arte ganándole una batalla a la burocracia del silencio.
Feli opina que entre la empa y los institutos de música clásica, la diferencia se da en un aspecto crucial: “Acá es cuestión de compartir. En los otros es cuestión de competir. La música clásica es muy rigurosa. Yo toqué en una orquesta y no me cabía ni un poco. El objetivo de ellos es buscar un sonido idéntico. En la música popular lo que vale es tu intuición, buscar tu propio sonido”.
De la tromboniña de Imperio Diablo, se puede saltar a un prócer como Aníbal Arias, literalmente un maestro de maestros. Me dice: “Esta escuela es un campo propicio para crear artistas. Músicos artistas”. Don Aníbal, recuérdese que cumplió 86, relata que toca la guitarra apenas desde hace unos 78 años. Y reconoce que vive aprendiendo, y que cada día descubre algo nuevo en la música. Toca Sur, y se transforma en un medio de transporte de una belleza indescriptible para quien lo escucha. Estoy reponiéndome, y me dice algo que ya no sé si se refiere a la música, a la vida, o a todo: “Lo más importante es la interpretación. No las notas. Poner el alma cuando se está tocando”.
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