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El Culebrón Timbal: Aguante el lejano oeste
Comenzó con una banda de garage y hoy es una movida cultural que enlaza a más de cuarenta organizaciones barriales. Hacen de todo -discos, radio, teatro, publicaciones, talleres, cortos, caravanas y ferias- con un mismo objetivo: convertir la cultura en un territorio de encuentro y transformación social.
Debajo de un tinglado del Moreno profundo, ocho músicos ensayan para grabar su nuevo disco custodiados por un títere de tamaño humano con la fisonomía de Ernesto Che Guevara. El líder revolucionario tiembla con esos extraños acordes que mezclan el rock suburbano con la murga y el candombe. El cd, que se llamará El Cuenco de las Ciudades Mestizas, saldrá a la venta en pack junto a un cortometraje y a un cómic, todo realizado por la Productora Escuela Cultural Comunitaria El Culebrón Timbal: un entusiasta emprendimiento nacido en 1994 como una típica banda rockera juvenil que hoy se convirtió en el motor político de treinta organizaciones sociales de la zona oeste del Gran Buenos Aires. Entre otras muchas cosas, ya logró imponer el presupuesto participativo en San Miguel, nada menos que el municipio que supo ser la patria chica del otrora carapintada Aldo Rico.
Eduardo Balán, el polifuncional cantante de la banda, marca un tres con sus dedos y se larga a cantar. El Chivo, Sergio Di Mario, asiente con su barba candado y comienza a rasgar con furia la guitarra. Ambos formaron parte del embrión fundacional de El Culebrón, durante el apogeo de la fiesta menemista. Ahora orillan los 40 y duplican en edad a los cuatro percusionistas del grupo, todos chicos formados en la Escuela de Arte Popular que la banda creó en 1999 en La Huella, el predio del barrio Cuartel v, de Moreno, donde la productora tiene su base de operaciones. Por allí circulan 250 jóvenes y adultos que a lo largo de dos años aprenden teatro, escenografía, plástica, producción audiovisual, música, edición de sonidos y murga.
“Queremos desarrollar una productora contundente y sólida, que parezca un destino posible para los pibes de los barrios humildes. Tiene que ser contundente en cuanto a lo técnico, a lo político y a lo estético. Las obras de teatro barrial no tienen por qué tener malos textos, ni mala iluminación. Eso lo que hace es reforzar la estigmatización y el lugar de la víctima. Hace falta otra escuela cultural, distinta a la que promueve la industria. Tiene que ser un modelo de organización popular que asuma la tarea de crear productos, acciones y estrategias que tengan que ver con la cultura participativa y democrática. Pero si hacemos boludeces para pobres y viene un famoso que hace algo con calidad, perdemos”, se explaya Balán, tan verborrágico como apasionado.
El cantante se acerca al micrófono esquivando latas de pintura y esculturas de telgopor. Anuncia: “Vamos con Bolita Boliyé”, uno de los temas que incluirá el próximo disco. El Chivo se demora alisando su melena llovida y aprovecha para explicar: “Hacemos rock con mucho del conurbano. Acá hay una bocha de inmigración del norte, de países limítrofes y, de una manera no consciente, todo ese mosaico se integra en nuestra música. Contamos historias de ficción para mostrar la vida del Gran Buenos Aires”. Pero para evitar cualquier tipo de malos entendidos enseguida lanza una advertencia: “Ojo, le damos mucha importancia a la música y a los talleres, pero no nos quedamos ahí. Lo nuestro es una construcción para el cambio social”.
Érase una vez un bondi
El primer show del Culebrón se realizó en La Trastienda, ese local –como se dice ahora, afrancesado– de San Telmo. El segundo fue en Fuerte Apache. Y el tercero, en un asentamiento de Budge. “Había una identidad adentro nuestro que nos tiraba para el trabajo en los barrios”, confiesa Balán.
Por ese entonces apareció el primer disco llamado El Culebrón Timbal. Estaba acompañado de un comic, dibujado por la voz del grupo, cuyo protagonista estaba inspirado en un personaje que en aquellos días derrochaba centimiles en los diarios: Néstor Sopapita Merlo, un joven de 21 años que murió baleado por la policía mientras intentaba asaltar, junto a su novia, la casa en la que vivía una familia boliviana en una villa de Caseros.
Como muchas bandas de rock, aquel Culebrón soñaba con un colectivo propio. Y rápidamente se dio el gusto: “Buscamos un bondi medio fané en El Colmenar, una cooperativa de vecinos de Moreno que creó su propia línea de transporte. Lo pagamos a los premios”, confiesa Balán. A bordo del Carromato Cultural –tal como lo bautizaron-, el grupo llegó a los piquetes más bravos de La Matanza. “No era lo mismo para enfrentar la represión, que unos tipos corten una ruta solos a que aparezca un escenario montado, con una banda tocando”, argumenta el cantante. Aquellas experiencias llevaron a Balán y los suyos a grabar su segundo disco: Territorio.
Tal vez inspirados en aquel viaje iniciático del Che, El Culebrón recorrió a bordo del viejo Mercedes Benz buena parte de Latinoamérica: Uruguay, Chile, Bolivia, Perú y Brasil, donde visitó a los Sin Tierra. “Nuestro delirio era llegar a Chiapas, pero se nos rompió el micro en Ecuador”, revela Balán. Aquel viaje duró tres meses y derivó en una crisis. “Los pibes que querían un clásico grupo de rock se fueron a la mierda y nos quedamos los que buscábamos un proyecto político-cultural”, describe el cantante.
Los que emprendieron la nueva aventura alquilaron una casa abandonada en Monte Castro, en la que montaron un “conventillo cultural y solidario” que se transformó en un verdadero suceso. A tal punto, que el dueño –impresionado por el desfile continuo de gente- decidió duplicarles el alquiler en agosto de 2003, lo que puso al Culebrón de patitas en la calle. Pero Balán y su gente no se amilanaron. Continuaron con su producción itinerante por los barrios y grabaron su tercer disco, llamado 2163, el número de la calle Sanabria donde estaba aquella vieja casona que ya no los contenía.
Fiesta, que fantástica esta fiesta
Aquel disco lo presentaron en el teatro Ateneo. Sin embargo, ya habían definido que su estética estaba en las antípodas de un espectáculo tradicional y se asemejaba, más bien, a una fiesta: “Mientras que la primera variante supone que unos actúan y otros miran, pasivos, la segunda opción implica una construcción colectiva donde todos participan”, señalan. Por esa misma razón, aquella vez el público y los artistas se fundieron casi en una misma cosa.
Con esa filosofía festiva El Culebrón encara la mayoría de sus propuestas artísticas. El Aguante Cultural tal vez sea la actividad-símbolo del grupo, en la que llegan a participar 1.200 vecinos. En cada uno de estos encuentros, desarrollados al aire libre en las plazas de los barrios, los artistas locales ocupan el escenario. También se monta una radio abierta, una feria de microemprendedores que apuestan a la economía social, una carpa con talleres de arte y una exposición sobre el trabajo de las organizaciones comunitarias de la zona. Si bien por el momento se realizan seis aguantes por año, la expectativa consiste en que en algún momento haya uno por semana. “Es un modelo de acción pública cultural y multisectorial que se organiza en un territorio”, explica Balán intentando teorizar sobre la movida que su grupo inventó. Pero enseguida se preocupa por traducir: “Fundamentalmente es un espacio de encuentro con la gente. El nuevo modelo cultural se hace localmente o no se hace. No es verdad que lo grande o masivo sea mejor que lo chico. Al poder le sirve abandonar el territorio, a nosotros, que tenemos que dar una batalla cultural, todo lo contrario. Queremos rescatar el poder que no está organizado. Cuando la gente logra darse una forma, se inventa poder. Hay que dejar de delegar y asumir protagonismo”.
Cada Aguante Cultural se organiza en conjunto con las organizaciones comunitarias locales. En la acción conviven el club de fútbol, la escuela, los grupos de rock juveniles, la murga y el ballet folklórico, el centro de jubilados y la radio local, de manera que la organización misma ya resulta una suerte de taller intensivo de planificación participativa y comunicación vecinal. Un bastidor, apoyado en un costado del galpón donde ensaya El Culebrón, tal vez sea el mejor símbolo del entramado que genera este tipo de trabajos: decenas de clavitos rotulados con el nombre de diversas entidades están unidos con un piolín, conformando una red que parece emular las sólidas telas que tejen las arañas.
Los distintos proyectos del Culebrón se van retroalimentando unos a otros. Por eso, en los Aguantes también se exhiben producciones de la Escuela de Arte Popular. Una de las obras teatrales que más suceso causó en más de 15 barrios del Oeste fue Caretas y Robabroches, coordinada por Raúl Shalom –director de teatro y miembro del Culebrón– y escrita y actuada por los adolescentes del barrio El Ceibo, quienes también confeccionaron el vestuario, compusieron la música y fabricaron los títeres gigantes con los cuales comparten el escenario. Basada en personajes reales, el nombre de la puesta hacía referencia a dos bandas –“las de los pibes tranqui y la de los chorros”, explican los protagonistas– que se enfrentaban entre sí hasta terminar unidas contra el policía, el vecino que exige mano dura, el candidato prometelotodo y el dealer de la zona.
El galán del rioba
El viejo Mercedes Benz, pintado de rojo furioso, todavía sigue rodando. Lleva tres enormes mascarones de papel maché en su frente. Mientras la banda ensaya, José Luis Soto pone primera, el motor ronronea y el carromato cultural comienza a corcovear por los cráteres de Moreno. Estaciona frente a una escuela, en el Barrio San Alberto, para comenzar con los talleres que El Culebrón organiza todos los sábados bajo el nombre de Barrio Abierto. Tres decenas de chicos que no superan los diez años lo esperan. El chofer baja con mucho esfuerzo un escenario desmontable y un sinnúmero de latas de galletitas y de aceite reconvertidas en coloridos instrumentos de percusión. Los pibes se dividen en tres grupos, elaboran disfraces y empiezan a preparar diferentes performances que después representarán arriba del escenario.
Alejandro Bermúdez no para de sacar fotos con una pequeña cámara digital. Albañil, de 22 años, es uno de los integrantes del Taller de Comunicación que conforman los jóvenes del barrio Cuartel v. Ahora están por editar una publicación local que se llamará El Escarabajo y registra lo que sucede en esta actividad para escribir una nota. “Yo me acerqué al polideportivo de La Huella para participar en los campeonatos de vóley. Después me enteré de que se estaba formando un grupo de comunicación organizado por El Culebrón y me interesó”, confiesa el reportero que interrumpe abruptamente la charla para no perderse la toma de la final del campeonato de bolita con que se cierra la jornada.
La jueza del torneo de bochín es la insobornable Mariel Rosciano, coordinadora de los talleres de Barrio Abierto. La rubia, de 27 años, es una de las últimas incorporaciones de El Culebrón, que en su staff ya reúne a 17 integrantes. Actriz y productora artística, decidió dejar atrás las luces de neón que la tuvieron, entre otras cosas, como protagonista de Retocadas-Humor Ovárico. “Ya no disfrutaba del mundo del espectáculo comercial. Esto es distinto, por ahí más agotador pero más gratificante.”
Rosciano dice que su máximo objetivo consiste en formar gente para que el proyecto pueda continuar más allá de su presencia o la de los miembros históricos del Culebrón. También sueña con que la Escuela Popular de Arte no sea un mero lugar de esparcimiento sino también que ofrezca una salida laboral. Por eso, ya piensa en llevar a algunos de los chicos que participan de los talleres para que trabajen con productores independientes que ella conoció en su otra vida. Además de los talleres, Mariel se encarga de producir el cortometraje que acompañará a El Cuenco de las Ciudades Mestizas. Si bien lo protagonizan personajes reconocibles en el barrio, se trata de una ficción fantástica que transcurre en el Cruce de Derqui.
El actor principal es Cristian El Mono Soto, un joven de 22 años que trabaja en un vivero y coordina las actividades de Barrio Abierto junto a Rosciano. Casado y con una niña recién nacida, el muchacho –a fuerza de filmación– se está convirtiendo en el galán del barrio. “Hago de un pibe de la zona, que anduvo en la droga, salió y quiere hacer una nueva vida. Se junta con un político que lo traiciona y termina teniendo un problema, porque lo mata”, describe mientras mueve ampulosamente sus manos, manchadas de la témpera amarilla con las que hasta hace minutos pintaba los disfraces que confeccionaba junto a los chicos del Barrio San Alberto.
A los técnicos de la filmación –varios de ellos trabajan en Canal 9– les cuesta creer que Cristian no es un actor profesional. El muchacho integra un grupo teatral autodidacta, Esperanza Joven. Cuenta que se acercó a El Culebrón porque pocas cosas le dan tanta satisfacción como “sacarles una sonrisa a los pibes”. Desde este año, la organización le paga cien pesos por coordinar el taller semanal. “No es fácil decidir a quién renta la organización y a quién no, –admite Balán– laburamos contra la cultura del asistencialismo. Se distribuyen los recursos en función del proyecto político-cultural. En el caso de Cristian, no nos podíamos dar el lujo de que abandone la coordinación de los talleres por ir a trabajar un día más al vivero.”
El Culebrón comenzó obteniendo recursos a través de subsidios provistos por el Estado o fundaciones nacionales e internacionales. Hoy, el cincuenta por ciento de su presupuesto proviene de los ingresos que genera la propia organización a través de la venta de servicios a distintas entidades o al propio Estado: la edición de publicaciones, el diseño de afiches y páginas web, la provisión de talleres o recitales son algunos de ellos.
El crecimiento de la organización obligó a sus miembros a tomar decisiones estructurales. Además de Rosciano, este año se integraron un gestor cultural y una mujer que proviene de unicef. “Cada vez crecíamos más y no era fácil delegar. Además, nos metíamos en discusiones grosas sin herramientas teóricas para defenderlas. Necesitábamos capacitarnos e incorporar gente que nos ayude a dar la pelea conceptual, política y productiva”, señala Balán, que enseguida advierte: “Pero en El Culebrón estamos todos en igualdad de condiciones. No queremos convertirnos en una oenegé que elabora proyectos con el mero objetivo de sostener a sus equipos técnicos”.
La Posta
Apenas treinta pasos a la izquierda del tinglado donde ensaya El Culebrón, retumba otra música. “Escuchá esto chabónnn, escucháaaa”, recomienda Julián Sánchez, de 19 años, arrastrando las palabras hasta que se desvanecen en el aire. El Turco, como le dicen, es locutor y operador de fm La Posta, la radio comunitaria que El Culebrón Timbal creó junto a otras organizaciones en el predio de La Huella.
La cumbia está puesta al mango y El Turco sigue el ritmo moviendo hasta el último músculo de su cuerpo. Con una mano sacude su mate cebado en vasito de cumpleaños y con la otra, el micrófono, que sólo deja de surcar el aire cuando el muchacho decide intervenir –con esa voz tan típica de programa bailantero– para arengar a los oyentes: “Mucho mp3, mp4 pero sabésss, chabónnn, los temas que yo tengo están en mi tdk”.
La radio tiene un alcance de 8 kilómetros, se escucha en San Miguel, Pilar, el centro de Moreno y José C. Paz. Su transmisión es básicamente musical. Según el momento, pueden escucharse chamamés, rock o música misionera. Y a la hora de la merienda, canciones infantiles. Sin embargo, la función más importante que cumple la emisora es la de brindar servicios. “Por la radio se difunden campañas como la entrega de medicamentos oncológicos gratuitos, los horarios de los partidos de la Liga de Fútbol Callejero, pedidos de vecinos, avisos de talleres de capacitación –explica Julián– Acá nadie es profesional, todos estamos aprendiendo.”
fm La Posta nació como complemento del periódico La Posta Regional, una publicación que sostienen 35 organizaciones sociales de Moreno, Malvinas Argentinas, José C. Paz y San Miguel. Cada una de ellas elabora sus propios artículos y El Culebrón se encarga del diseño y la edición. Tanto el periódico como la radio cumplieron un papel fundamental en el Movimiento por la Carta Popular, otra iniciativa que tuvo como protagonista a la banda. Durante el año pasado, se realizaron 1.500 encuestas a familias de 40 barrios para conocer cuáles eran sus necesidades y demandas. El objetivo de la campaña consiste en elaborar con ellas diversosproyectos de ley y obligar a las legislaturas locales a votarlos.
Bajo el lema “la democracia que queremos es posible” y con los resultados obtenidos se confeccionó una especie de manifiesto que fue publicado en la edición de abril de La Posta Regional. Además, las organizaciones se dividieron en seis comisiones: Economía Social, Deporte y Fútbol Callejero, Derechos Humanos, Infraestructura y Servicios Públicos, Herramientas Legales y Cultura, coordinadas por El Culebrón Timbal.
Las organizaciones de San Miguel son las que más avanzaron con la Carta Popular. Lograron que el Concejo Deliberante local aprobara la Ley de Presupuesto Participativo. Aunque, dicen, hecha la ley… Hasta ahora, la Comuna no fijó qué porcentaje del gasto municipal quedará a cargo de la decisión de los vecinos. Por esa razón, Balán es el primero que abandona el ensayo. “Me tengo que rajar”, avisa a sus compañeros y emprende raudo viaje hacia el Barrio Manuelita, a 15 minutos de La Huella. En la Unión de Familias Obreras –una sociedad de fomento fundada en 1956 por la militancia sindical– está a punto de comenzar una asamblea de organizaciones locales para debatir estrategias que ayuden a definir la situación. “Con que sólo se determine un diez por ciento para el presupuesto participativo, cada uno de los 30 barrios de San Miguel contará con 400.000 pesos anuales para las obras que considere necesarias, más allá de las que decida hacer por su cuenta el gobierno”, explica el cantante.
Las organizaciones que conforman el Movimiento por la Carta Popular coinciden, cada fin de año, en otra actividad diseñada por El Culebrón: La Caravana Cultural por los Barrios. Nada menos que un desfile de carrozas que transitan por los cuatro municipios de la zona, en los que habitan 1.200.000 habitantes.
Cada carroza es una síntesis del trabajo anual. Son trasportadoras de creación y denuncias, aunque –asegura Balán- la estética de El Culebrón está muy lejos del arte de protesta. Para explicarlo, cita al filósofo francés Alain Badiou: “En esta época es políticamente potente estar más cercanos a la comedia que a la tragedia, porque la tragedia siempre es el relato de cómo los grandes poderes definen el destino de los hombres. En cambio, la comedia, siempre es un relato que muestra cómo los pequeños poderes transforman la realidad”.
“La batalla –sigue Balán– hay que darla contra la industria cultural, que es profundamente antidemocrática. Los mecanismos más importantes de producción y distribución cultural están formateados por las empresas que nos miran a todos como clientes”, argumenta. “Pero mientras la producción del sistema es cada vez más lineal y previsible –analiza– hay un fuerte movimiento de emancipación a través de la acción cultural.”
Balán sueña con que la Caravana Cultural este año entre a la Capital. También con crear un propio canal de televisión comunitaria, con series y programas nacidos en la Escuela de Arte Popular. Para muchos, podría ser la utopía de un soñador. Pero él sabe que todo lo que vive hoy nació como una aventura juvenil, tocando rock and roll en un desvencijado garage.
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