Mu06
El día de los lápices
Alumnos, padres y docentes de esta escuela porteña a la que concurren 2.500 chicos que tienen entre 5 y 20 años, sostienen una batalla para defenderla de un deterioro que huele a corrupción. Confirmando sus peores pronósticos, el flamante techo de una de las aulas se cayó el domingo 3 de junio y desde entonces ganaron la calle con movilizaciones y asambleas para exigir una solución. Ésta es la historia de las absurdas respuestas que les ofrecieron los funcionarios, las oscuras redes de negocios que descubrieron, y de cómo se organizaron, impulsados por un Centro de Estudiantes que es para los adultos la demostración de que no todo está perdido. El lema de esta movida: “Que la educación pública no sea una utopía”.
La República Argentina es un país donde algunos sectores de la sociedad profesan supersticiones inquietantes. Suponen, por ejemplo, que los techos son elementos que deben estar del lado de arriba de las habitaciones, y que además no deben caer, sino permanecer en ese lugar.
Que los “funcionarios” deberían ser algo así como “servidores públicos” dedicados a resolver los problemas de la sociedad (y no al revés).
Que conviene que los niños y las niñas vayan a la escuela. Que no es saludable que dichos infantes respiren gas.
Que la educación pública es un valor y un ejercicio garantizado por la Constitución y por el Estado.
Que si solicitan, exigen o reclaman algo a las denominadas “autoridades” deberían recibir a cambio algo llamado “respuesta”.
Con candidez, estas personas también opinan que existen leyes y garantías, que los niños deberían poder hacer pis en la escuela, que las empresas constructoras asociadas al Estado construyen, que los medios de comunicación comunican.
Creen que deben expresar lo que les pasa y reclamar una cosa que llaman “derechos”. Incluso, muchos adolescentes han argumentado que quieren estudiar y tener futuro, entre otras curiosidades.
Todos estos sujetos redondean sus extravagancias con la siguiente actitud: estiman que no pueden quedarse quietos esperando que alguien resuelva las cosas porque nadie lo hará. Y creen que ellos mismos son los que tienen que organizarse, hacerse cargo, no paralizarse, a riesgo de que los techos y otras desgracias caigan sobre las frágiles cabezas de la llamada comunidad educativa.
Taekwondo animal
Andrea está entre los cientos de alumnos, docentes y padres que han logrado una hazaña de afecto: abrazar a un edificio que ocupa una manzana. Italo Calvino escribió sobre la “multiplicidad” entre sus propuestas para este milenio, pero no conoció a Andrea: 5º año de la Escuela Mariano Acosta, sonrisa de 17, se moviliza con uno de los centros de estudiantes más raros que se conocen, es niña cantora de la Lotería Nacional, profesora de taekwondo (arte marcial que fomenta la patada) y futura estudiante de Antropología Sociocultural. En esta lotería sociocultural que los tiene a las patadas, Andrea anuncia: “Lo que nos pasa no se puede creer. Se cayó el techo de un aula el 3 de junio y no mató a nadie porque era domingo. Estamos sin lugar donde estudiar, nadie te da una respuesta. Los funcionarios y la empresa son asesinos. Y como no hay clases, la promesa a la bandera de los chiquitos de 4º grado la hicieron con los papás y los maestros en Plaza de Mayo aprovechando que estábamos haciendo una marcha. Llovía y hacía frío, pero fue muy emotivo. Los maestros hablaron de los valores de Belgrano, de prometer por el país que todos queremos, y de la libertad”. No hubo registro de las empresas periodísticas: el acto se convirtió en una especie de secreto símbolo de resistencia contra el fallecimiento de la educación. “Nadie quería que los chicos se queden sin su promesa.”
El inmenso abrazo del que participa Andrea consiste en tomarse de la mano uno a uno, y envolver la manzana que circundan las calles Urquiza, Moreno, 24 de Noviembre y Alsina, del barrio de Monserrat. En el centro queda la Escuela Normal 2. Es un bello edificio de 1889 realizado con criterios de amplitud y funcionalidad inexistentes en las arquitecturas porteñas actuales. Entre los próceres egresados evocan al escritor Julio Cortázar y al científico Manuel Sadosky. Con opuesta clase de fama, puede citarse al almirante golpista Isaac Rojas. Hoy la escuela tiene unos 2.500 alumnos, entre primario, secundario y terciario.
En mayo de 2002 empezaron a caer las primeras mamposterías. Los padres y madres comenzaron a reclamar ante las autoridades escolares. Felipe, 15 años, uno de los voceros del cesma (Centro de Estudiantes Secundarios del Mariano Acosta) correteaba en el primario pero sabe que “fue una historia de salir, cortar la calle, tomar el colegio, y finalmente se logró que realizaran el planeamiento de la obra”. Durante el gobierno de Aníbal Ibarra, con Daniel Filmus como secretario de Educación porteño, se aprobó la reparación.
Presupuesto inicial: 3 millones de pesos.
Empresa constructora: Bricons.
Con créditos del Banco Interamericano de Desarrollo, y supervisión estatal de las obras, en el Mariano Acosta creyeron que entonces las cosas estaban bien encaminadas. Pronto despertaron. Felipe: “El primer error fue pensar la obra con nosotros adentro, porque las refacciones perturbaban toda la actividad”.
Los profesores cuentan que aprendieron a dar clases entre ruido de demolición, taladros, mezcladoras de cemento, con los obreros colgados de andamios y los chicos jugando entre los escombros. “Una vez que empezaron con la albañilería todo empeoró” cuenta Felipe. Luis Cristal, abogado, padre de alumnos de la escuela, suma un dato: “Se supone que contratan arquitectos que saben lo que hacen y no a especialistas en derecho litúrgico. Pero aquí excavaron, y empezó a caerse la fachada del edificio, porque en el siglo xix no se construía con cimientos”. Luis cree que esto lo saben hasta los especialistas en derecho litúrgico, pero no lo sabía el arquitecto Jorge La Greca, aparentemente colocado allí por una simbiosis del bid y el Gobierno de la Ciudad. Todos empezaron a notar que el problema del Mariano Acosta, más que el deterioro, eran los arreglos.
En el año 2005, las clases tuvieron que suspenderse dos veces en medio de la sensibilización producida por la masacre de 194 chicos ocurrida el 30 de diciembre de 2004 en el boliche República de Cromañón. En julio las vacaciones de invierno fueron “estiradas” por la remodelación, y cuando los chicos estaban por retomar la actividad se descubrió una pérdida de gas. En esos días había ocurrido otro suceso: un matafuegos mal colgado de la pared cayó y le lastimó el pie a una alumna.
¿Qué hicieron las autoridades de la escuela?
Quitaron todos los matafuegos.
Cualquier incendio por la pérdida de gas hubiera tenido el agregado de la falta de matafuegos, lo cual confirma a Argentina-Cromañón como tierra descerebrada.
En agosto, un obrero murió mientras trabajaba, la empresa dijo que resbaló accidentalmente pero por los pasillos del colegio corrió otra versión sin desmentida: el hombre murió electrocutado. (Todos los informes actuales de la Facultad de Ingeniería de la uba confirman el modo irresponsable con que se realizó la instalación eléctrica.)
Aquel 2005 fue un año de movilizaciones, clases públicas y toma del edificio, que los estudiantes del cesma impulsaron con apoyo de los padres. (Un papá aclara un dato sociológico: “Participan más los padres de primaria, por obvias razones. Y a algunos de secundaria, que venían a bajarles línea a los chicos, los Che Frustrados, los mismos pibes les dijeron: esta lucha es nuestra”.)
Se sumaron otros colegios, como el Normal 9 de Corrientes y Callao, que también se estaba derrumbando. El entonces Jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra dijo que se trataba de “grupos de izquierda que fogonean a los estudiantes secundarios”. La secretaria de Educación porteña, Roxana Perazza, acusó a la oposición macrista de alentar la protesta (y quedó así fundado el izquierdismo macrista). El ministro del Interior, Aníbal Fernández, simplificó el asunto, y trató a los estudiantes de “animales”. Locutores como Samuel Gelblung, de la radio contrainformativa Diez, excitaron a los dinosaurios anunciando que los alumnos “tienen el poder de un terrorismo iraquí”. Ibarra agregó a tales exabruptos y trivialidades: “Vamos a iniciar procesos sancionatorios”, pero no contra la empresa o los funcionarios a cargo de la supervisión de los edificios, sino contra los estudiantes que reclamaban.
Ya aquella vez los chicos del Mariano Acosta hicieron un abrazo al edificio, con cascos amarillos (sombreritos de plástico comprados en casas de cotillón) para graficar lo que les ocurría. La justicia optó por un comportamiento “animal”: les dio la razón a los que reclamaban y clausuró el colegio hasta que hubo garantías mínimas de funcionamiento. Los chicos eran trasladados en colectivo cada día a la Facultad de Ingeniería para poder seguir teniendo clases allí.
Vigilantes y geografías
Otro hallazgo de las autoridades escolares, ya en 2006, fue contratar a una “empresa de seguridad”, marca Kellesengo. Los vigilantes, supuestamente, debían cumplir el rol de proteger a niños y niñas de los peligros de la ciudad en las cercanías de la escuela, pero decidieron hacer al revés: en lugar de cuidar la puerta, armaron rondas dentro de la escuela, seguían a los estudiantes, espiaban qué hacían. Les preguntaban por qué participaban en asambleas, por qué se movilizaban. Se transformaron en un mecanismo interno de control. Ante el reclamo de los estudiantes y carta de los padres, el rector de la escuela, profesor Jorge Butera, respondió que no había tenido tiempo de reunirse con los integrantes de Kellesengo, y que la empresa actuaba según su propio criterio (criterio que él no conocía, ya que nunca se había reunido con ellos). La falta de tiempo es comprensible: los asistentes de Butera avisan que el rector concurre al Mariano Acosta solamente los martes de 10 a 14. Con ese horario, no se pueden pedir milagros. La empresa de seguridad, gracias a los reclamos, fue cambiada por otra que al menos no cumple el rol de policía interna.
El derrumbe
Los trabajos de rehabilitación del edificio pasaban a ser cada vez mayores, y continuaban con una lentitud que permitió pasar del presupuesto original de 3 millones a 8 millones, y en la actualidad el cálculo estimado por los padres lo multiplica hasta 12 o 15 millones (se solicita disculpas por estas oscilaciones en las que dos o tres millones son siempre motivo de una confusión de la que cada uno puede imaginar quién sale ganando).
En abril, a fuerza de pura observación, los padres enviaron una carta al rector con pedido de que la hiciese conocer al gobierno de la Ciudad, alertando sobre una escenografía de película de miedo: inundaciones en las aulas y en zonas de obras ya concluidas, filtraciones importantes “que nos hacen preguntar si se han impermeabilizado los techos”, cortes de luz frecuentes e inexplicables, desprendimiento de cascotes, y posible electrificación de paredes debido a filtraciones de agua. Las autoridades, con el estilo que las caracteriza, jamás respondieron.
A medida que aumentaba el presupuesto descendía el número de obreros, que comentaban a quien quisiera escucharlos que no les pagaban, o les pagaban mal, y que había un ahorro sospechoso en materiales.
Hasta que llegó el 3 de junio, y se desplomó el flamante techo de una de las aulas del primario, en la planta baja. Como era domingo no había clases. Los padres flotaron en el limbo de la casi desgracia: tenían que alegrarse de que las cosas no hubieran sido peores. La empresa Bricons y el arquitecto La Greca actuaron con eficiencia interamericana de desarrollo, y reinstalaron el techo poco después como para limpiar pruebas, según los padres. Cuando mu recorrió el aula, todavía podía leerse en el pizarrón en prolija cursiva: “Viernes 1º de junio” y debajo “montaña, sierra, meseta, llanura, valle”, borroneadas por el polvo del derrumbe: geografía argentina.
Las velas puercas
El Mariano Acosta quedó automáticamente cerrado, los chicos empezaron a no tener clases, el gobierno finalmente despidió al arquitecto La Greca (coordinador de obras de la Dirección de Infraestructura, Mantenimiento y Equipamiento del gobierno de la Ciudad) y le inició un sumario administrativo. El ingeniero Mario Rocco (director de Infraestructura, etcétera) reveló por radio que La Greca había sido designado “a través de una consultoría bid”. Días después el mismo Rocco renunció. Los alumnos y padres del Mariano Acosta iban rebotando entre oficinas y funcionarios sin encontrar respuesta a una cuestión: ¿cómo seguimos?
La comunidad educativa de la escuela invitó a la Facultad de Ingeniería de la uba a recorrer el Mariano Acosta con la comisión de padres. La facultad envió al ingeniero Ricardo Calzareto y a la arquitecta Isabel De Urquiza.
El informe es de 35 páginas (puede consultarse en www.lavaca.org) y revela –con lenguaje técnico– lo siguiente:
-La obra hecha no tenía que ver con lo anunciado en el propio pliego.
-El cielorraso del aula (y de todas) estaba mal colocado, deficientemente sujetado por pocas “velas rígidas”, muchas menos que las anunciadas en los planos de obra.
-Encontraron además toda clase de irregularidades en las instalaciones eléctricas.
El informe termina realizando más de 25 recomendaciones sobre cómo hacer las cosas para “asegurar la protección de las personas”.
Martha Luna, niña en 2º grado, dice: “Estamos orgullosos de haber tenido la lucidez de convocar a la facultad”. Uno de los padres que hizo la recorrida, y tiene fuertes conocimientos en el rubro, contó a mu durante una movilización: “Nada cumple la mínima condición de seguridad. La instalación no se ajusta a norma, ni a pliego. Y todo lo arreglan con parches”. El hombre solicita que no aparezca su nombre para evitar problemas en su trabajo: “Mi dilema es si cumplo mi horario, o dejo que mis hijos se mueran porque se caen los techos. Están vulneradas las condiciones de la educación, y me consta que solamente depende de lo que hagan los estudiantes y los padres que se encuentre alguna solución”.
Su pregunta, molesta
La pregunta obvia es: si Calzareto y De Urquiza descubrieron estas fallas evidentes en su recorrida, ¿qué puede decirse de Bricons, el Gobierno de la Ciudad, los directores de Infraetcétera, el bid y el cúmulo de auditorías y supervisiones que supuestamente facturan en estos casos? Luis Cristal brinda una descripción de cómo funciona a veces eso que se denomina lo público: “Empezamos con un arquitecto llamado Rey. La Greca venía a ver el edificio. Todos fueron ascendiendo mientras crecía la operatoria bid (créditos para un cúmulo de obras porteñas) y se iban poniendo otras personas sin que nadie controlase a nadie. Entonces, o es una gran desidia, o desde el punto de vista penal es incumplimiento de los deberes de funcionario público. O hubo algún arreglo con la empresa y entonces puede ser un peculado (coimas y malversación). Si además el Estado pagó 10 pesos por cosas que en realidad costaron un peso, quedan otros 9 que no se sabe si fueron repartidos entre representantes estatales y la empresa, lo cual constituiría una asociación ilícita”. El otro detalle sugestivo que aporta es que frente a las consultas de los padres “la Dirección de Infraestructura siempre tuvo una actitud expulsiva. Los padres molestábamos haciendo preguntas. Obviamente, no querían controles ni que los estuviéramos mirando”.
Recordando el dilema de Cromañón, donde los padres dicen que la muerte de 194 personas allí no fue una desgracia ni una tragedia, sino una masacre, por el cúmulo de irresponsabilidades, coimas y negligencias previas, ¿qué palabra se hubiera tenido que utilizar si el techo caía sobre los chiquitos de 4º grado?
Zoraida, Gladis y Roxana, mamás de niños de primaria, mientras marchan con banderas por la educación pública, responden:
“Asesinato. Y no hay un error o una fatalidad, porque venimos anunciando esto hace mucho, y lo mismo está pasando en otras escuelas”.
Mirtha: “Primero es un robo, y después un homicidio”.
Luis: “La definición la escribimos en los carteles: Bricons asesina. Y además está la responsabilidad de los funcionarios”.
Cambiar la realidad
Es posible que el Mariano Acosta no sea aún un montón de escombros gracias a la actitud, a lo largo de todos estos años, del Centro de Estudiantes: “El cesma es lo mejor que le pudo pasar a este colegio, y a nosotros” dice Damián, padre del primario. En realidad no es un centro clásico (con poder concentrado en presidente, secretario, mesas ejecutivas, etc.) sino una red horizontal sin estructuras jerárquicas, una especie de centro descentrado.
Por estatuto, el Centro está formado por todos y cada uno de los estudiantes. No hay “elecciones” al estilo clásico (con candidatos, agrupaciones o partidos compitiendo) sino que los estudiantes eligen delegados y voceros, por cursos y por turnos, y deciden los temas principales en asambleas, con un nivel de participación superior al de muchos de los centros convencionales. No se delega en “autoridades” sino que se asumen las cosas de modo más directo. Camilo aclara: “Respetamos todas las formas de organización que cada colegio elija, pero a nosotros nos resulta ésta”.
En uno de los postulados del Estatuto vigente desde 2001, se lee:
“Si queremos cambiar nuestra realidad, no podemos imitar la organización de quienes la quieren mantener”.
Toda esta invitación a explorar nuevos modos de encarar viejos problemas, se ha puesto a prueba en estos años kafkianos en los que el Centro se propuso tanto “organizar a los estudiantes para la defensa de sus derechos” como “formar una conciencia crítica” y “llegar a un mayor entendimiento entre estudiantes, docentes y autoridades”.
Es lo que hay
Cuando ocurrió el derrumbe, los chicos comenzaron a movilizarse, y eso aceleró a las autoridades educativas que salieron del brete ubicando a los 2.500 estudiantes en un total de siete establecimientos diferentes, después de 15 días sin clase. A los chicos de primaria los enviaron, por ejemplo, a la sede del Instituto del Viajante, edificio muy adecuado como terciario de adultos, pero con aulas chicas (capacidad para 20 personas donde deben entrar 35 chicos), barandas bajas, escaleras estrechas, sin lugar para recreo y sin baños adecuados para los chiquitos.
Los secundarios quedaron separados en dos sedes de la Universidad Kennedy, a once cuadras de distancia, con lo cual los profesores que debían dar clase en ambos sitios no podían llegar a tiempo. Lo mismo les ocurría a los padres con niños de primaria desparramados en distintas sedes. Además los micros destinados a llevar chicos desde el Acosta hasta las diversas sedes no aparecían, o si aparecían estaban como algunos funcionarios: sin destino.
El cesma convocó a asambleas y nuevas movilizaciones. Fueron a la Jefatura de Gobierno tres veces (y aprovecharon para que los chicos de 4º grado prometiesen la bandera en Plaza de Mayo) hasta que padres, docentes y estudiantes lograron que los recibiera la secretaria de Educación de la gestión Telerman, Ana Clement, junto a la directora de Educación Superior, Andrea Alliaud. Marcela, madre de 2º grado, narró a mu esa reunión, a la salida:
“Nos tuvieron dos horas hablando sin sentido y al final nos dijeron una frase muy linda de Charly García: es lo que hay”. García, en efecto, escribió el tema titulado Lo que ves es lo que hay, pero Marcela escuchó la frase con una bronca apenas contenida:
“Te llevan a la violencia, no garantizan la educación y encima te dicen que apelan a nuestra comprensión”.
Damián, papá y artesano de Plaza Francia, agrega:
“Son guarderías. Aquí todo el mundo se llena la boca hablando de educación pública y mirá dónde estamos” dice señalando la acera donde los secundarios están sentados en el piso tomando mate, rodeados de policías con chalecos anaranjados. Damián, de todos modos, se entusiasma con toda la movida que está generando la comunidad educativa: “Te muestra lo que la gente puede hacer cuando se junta”. Y vuelve a decir sobre el Centro de Estudiantes: “Es la muestra de que no todo está perdido”.
Teoría de la energía
Caras lavadas, zapatillas de lona, bullicio adolescente: asamblea organizada por el cesma en una de las sedes de la Kennedy, Piedras al 600. Hay unos 400 estudiantes: “Che, no seamos pendejos” reclamaba el quinceañero Felipe para empezar la reunión. La vicerrectora Papalardo, la autoridad más respetada por los alumnos por su participación, pide la palabra: “Cuando se planteó que los profesores no pueden llegar de una sede a otra, ¿qué nos dijeron? Que pueden sancionarlos. Entonces, si no hay respuesta del Gobierno de la Ciudad, sigamos golpeando puertas y vayamos al Ministerio de Educación nacional. El derecho a la educación debe estar garantizado. Lleguemos al ministro Filmus o –qué quieren que les diga– al Presidente de la Nación”.
Un profesor de inglés, Raúl, pide la palabra: “Varias familias ya decidieron sacar a sus hijos de la escuela. Para las autoridades son un número, pero para nosotros es muy doloroso perder a esos chicos a los que no se les permite una educación digna y gratuita…”. El profesor no puede terminar la frase por la emoción, mientras es ovacionado.
Terminada la asamblea, Beatriz, profesora de Matemáticas, relata: “Hay 17 gremios docentes en Capital. Ni uno llamó para ver si necesitábamos algo”.
Fiel a su materia, suma: “Los sindicatos no hacen nada, el gobierno en contra, los medios te matan, el Ministerio… estamos más solos que la una”, dice, castiza.
Aparece otra profesora, Graciela, de Físico-Química, con lo inesperado:
“Nos dieron un aula tan minúscula, que una de las chicas tuvo un ataque de claustrofobia. Tiembla y llora. Yo voy a dar clase, pero no en estas condiciones”.
Para cumplir con su palabra, marchahasta el cuarto piso –seguida por los estudiantes y por mu– a ocupar un aula más grande. Su clase de hoy es sobre el movimiento y la energía.
La energía se define como la capacidad de realizar trabajo, de producir movimiento, de generar cambios. Es inherente a todos los sistemas físicos y a la vida. Puede ser potencial (si está en reposo), pero cuando se libera y se pone en movimiento es energía cinética. Graciela luego me aclara que la inmovilidad absoluta podría ser un síntoma de ausencia de vida. Por la Primera Ley de la Termodinámica (el famoso nada se pierde, todo se transforma) sabemos que la energía puede cambiar de una forma en otra, pero jamás puede ser destruida.
Contra los dinosaurios
Juan Manuel quiere ser profesor de literatura. Victoria va a hacer teatro. Camilo no tuvo tiempo de pensarlo. Esteban ama la Historia, pero escribe sobre el presente: “A los pibes de 5º esto los está matando porque les rompe toda la posibilidad de disfrutar su último año en un colegio en el que, muchos, ingresaron a los 6 años.”
Contra la teoría de los dinosaurios, los chicos quieren estudiar. Esteban pone algo en su lugar: “Si esto pasa acá, te imaginás lo que deben ser las escuelas rancho, o los lugares donde no existe la posibilidad de reclamo que tenemos nosotros”. (El martes 26 de junio, parte de la mampostería de un aula en Salta capital cayó sobre los alumnos. Karen Tabarcache, 14 años, sufrió traumatismo de cráneo y tuvo que ser operada.)
Las movilizaciones del Acosta al Ministerio de Educación nacional tuvieron efecto. Prometen entregar fondos para terminar más rápido las obras, con la supervisión de la Facultad de Ingeniería. ¿Por qué no se hizo antes? Misterio. El propósito es volver de las vacaciones de invierno con la planta baja del Mariano Acosta completamente arreglada y, al menos, parte del secundario.
Nadie confía demasiado, después de tantas sorpresas, y por eso las asambleas de padres siguen haciéndose cada semana, y las de secundarios congregan cada vez más estudiantes.
Unos y otros se mueven para transformar la energía en algo más que una superstición. Y para hacer realidad el lema del Centro de Estudiantes: “Que la educación pública no sea una utopía”.
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