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Eva recuperada
Es la secretaria de la cooperativa y una de las que recuperó el hotel, cuando fue vaciado. Ahora, es una de las tantas que trabajan y resisten para mantenerlo.
Eva Losada tiene en su escritorio el libro Luchadoras: historia de mujeres que hicieron historia. Se lo acaban de regalar y con una sonrisa acepta que el obsequio es un reconocimiento a su tarea como secretaria de la Cooperativa de Trabajadores del Bauen, el hotel recuperado que ahora se encuentra en serio peligro de desalojo.
La mujer, de 34 años, es una mucama que se ganó el respeto de sus compañeros a fuerza de trabajo y empeño y que desde que asumió la autogestión del hotel tuvo que aprender cosas tan disímiles como dominar la lustradora, sacar costos y manejar la computadora. “Todavía le tengo miedo”, confiesa.
Eva ingresó al hotel hace 13 años y asegura que jamás se le había cruzado por la cabeza que algún día lo iba a gestionar. Por aquellos tiempos el Bauen estaba en manos de la familia Yurcovich, la misma que lo había construido –para el Mundial 78– con un crédito del Banco Nacional de Desarrollo que nunca canceló. Pudo conseguir el trabajo a través de su marido, que por entonces era cadete de otra compañía de los Yurcovich, Poliequipos, una firma dedicada al mantenimiento sanitario que se hizo famosa por estar implicada en la muerte de dos pacientes de terapia intensiva del Hospital Santojanni, luego de un corte de luz.
A Eva le habían asignado el “piso ejecutivo”. Allí pernoctaban gobernadores, diputados y artistas. “Tuve que aguantar muchas cosas por la necesidad del trabajo. Venía el gerente y pasaba el dedo por el zócalo para ver si estaba limpio”, recuerda.
En 1997, los Yurcovich reunieron a los trabajadores y les anunciaron la venta del hotel al grupo chileno Solari. A esta altura el Bauen les debía bastante dinero a sus empleados y los nuevos dueños se comprometieron a pagarlo en cuotas. “Una todavía creía en los patrones, en el sindicato. Después resulta que ni te pagaron todo y que encima el sindicato se quedaba con una parte”, dice y se culpa de ingenua.
Tras la asunción de los nuevos dueños, comenzaron los despidos en tandas. “Veníamos a trabajar con miedo de que no nos dejaran entrar –describe– y cuando entrabas, llorabas. Un poco por la alegría de seguir y otro poco por la tristeza de los que quedaban afuera.”
Si Yurcovich nunca le había pagado al Banade, Solari nunca lo hizo con Yurcovich. El hotel fue decayendo. Comenzó a tercerizar servicios y finalmente le fue decretada la quiebra con continuidad. Pero el síndico determinó que el emprendimiento era inviable y en diciembre de 2001, cuando quedaban 30 empleados, cerró. “Ese día nos abrazamos todos y nos pusimos a llorar.”. Eva deja de hablar. Se muerde los labios. Vuelve a llorar.
Cuando el hotel cerró Eva se dedicó al trueque. Cocinaba pizzas y las cambiaba por materias primas o alguna reparación doméstica. Mientras tanto, visitaba una y otra vez al síndico de la quiebra para que le pagaran lo que le debían. “Era inútil, hasta que de impotencia, uno de nosotros dijo que iba a llamar a los medios a la puerta del hotel y ahí nos dieron 200 pesos a cada uno. Aprovechamos también para denunciar que estaban vaciando el edificio, que se llevaban los televisores, las sábanas y la vajilla al Bauen Suite, que está a la vuelta y pertenece a los Yurcovich.”
Eva repartía currículums por cuanto hotel se cruzaba en el camino. La tomaron como mucama de un dos estrellas del Centro y rápidamente se convirtió en gobernanta. Pero nunca dejó de frecuentar a sus ex compañeros. En una reunión, un telefonista contó que había escuchado la historia de una imprenta recuperada por sus trabajadores, llamada Chilavert, y hasta allí fueron para saber de qué se trataba. “Para mí era imposible, si en este hotel había parado hasta Menem.” Eva no se oponía, pero tampoco tenía una actitud activa. Sólo se comprometía a mantener confidencialidad sobre el plan. Sin embargo, fue una de las primeras en llegar a las 10 de la mañana del 21 de marzo de 2003, cuando por el estacionamiento del Bauen Suite, que se comunica con el edificio de Callao, ingresaron con sigilo una docena de ex trabajadores. Eva lo recuerda y vuelve a llorar.
“Todo estaba oscuro, no había gas y el bar La Academia nos tuvo que prestar una olla para cocinar. Cuando entramos nos preguntamos: ‘¿Y ahora qué hacemos?’.” Eva dejó su trabajo y se instaló en el hotel con sus compañeros. “En mi casa no entendían nada –confiesa–. Mi marido me decía por qué saltaba al precipicio. Él había conseguido otro trabajo, yo también, podíamos irnos de vacaciones. Yo le decía que no podía dejar en banda a compañeros de 50 años. ¿Dónde iban a ir?.”
Lo primero que hicieron fue alquilar los salones a cambio de lavandina para empezar a limpiar. Después lograron habilitar el bar y comenzaron a tocar allí algunas bandas. El pequeño ingreso que generaban se lo repartían los trabajadores, divididos en tres escalas, según el tiempo que le dedicaban. “Nunca nos llevábamos más de cien pesos”, dice Eva, miembro de la categoría A. “Estuve a punto de separarme. Mi marido desconfiaba. Por suerte, seguimos juntos. Y hasta vino a volantear contra el desalojo.”
Cuando el hotel comenzó a recuperar habitaciones, sus compañeras la votaron como coordinadora de piso. “Antes se llamaba gobernanta, pero le cambiamos de nombre. Igual que a la oficina de personal, que ahora es oficina de socios”, cuenta. El año pasado esas mismas compañeras se acercaron para proponerle que asuma como secretaria de la cooperativa. Ella aceptó. “Yo no doy órdenes ni paso el dedo por el zócalo, yo les enseño cómo se hace si es necesario. Además, si hace falta hacer una habitación, la hago. No hay que ser mezquino.”
Después de cuatro años, el Bauen recuperó 200 habitaciones y da trabajo a 150 personas. Por eso, Eva –que cobra 1.400 pesos mensuales– debe sumar a su tarea las gestiones para evitar el desalojo que dictó el juez: “No tengo miedo. Ya nos quisieron sacar muchas veces y no pudieron. Votaron una ley para darle el edificio a los Yurcovich y no pudieron. Los patrones decían: ´Dejalos, ¿qué pueden hacer estos negros con el edificio?` Y acá estamos.”
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Oremos
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