Mu10
Trópico de Marilyn
El hit del año se llama Su florcita y marca un cambio: la cumbia villera mutó en cumbia testimonial, aunque sigue siendo la mejor crónica de época. La Agrupación Marylin grabó el tema que compuso Lechuga, el nuevo socio del manager de Rodrigo. Un trío que revela cómo funciona esta máquina cuya clave es su público.
“La droga mata de frente, la yuta por la espalda”. La frase está picada con una navaja sobre una pared del garaje techado del teatro de Avellaneda desde donde se transmite Pasión de sábado, programa de cumbia por televisión. El garaje es la entrada para decenas de grupos que se presentan allí para tener sus 15 minutos de fama, y quién sabe qué después. Andan con sus instrumentos y su estirpe. Algunos rapados a los costados y el pelo tipo comanche teñido, zapatillones de 500 pesos que les hacen pies de dibujito animado. Relojes blancos de malla amplia para que bailoteen en sus antebrazos. Tatuajes de Jesús, dragones, el Che, corazones sangrantes, serpientes. Gorras tipo béisbol, ropa de un tamaño desmesurado: remeras que les llegan a las rodillas, bermudas anchas que llegan a los tobillos. Es atuendo de rapero: los negros utilizaron esa indumentaria en Estados Unidos –dicen– como un modo simbólico de ocupar más espacio, de ser más llamativos y, sobre todo, más visibles. En el garaje hay autos no muy nuevos y en la puerta estacionan las camionestas que luego llevan a los conjuntos a recorrer la provincia de Buenos Aires en noches seriales de shows de 20 minutos, cada uno de los cuales deja unos 3.000 pesos promedio al productor, según el caso.
De alguna parte sale un señor macizo, con el pelo teñido y el ceño irritado, que le grita a alguien: “¿Dónde dejaron la merca? Aquél no la tiene”. El aludido, un muchacho sentado sobre un capó, sacude los hombros desentendiéndose. Nadie le presta atención al macizo señor que se va otra vez por el agujero de donde vino. El control de la entrada se ríe: “No se puede creer, andan a los gritos buscando la falopa” dice, mientras impide que una chiquita de belleza criminal se cuele por el garaje. Le pregunto al guardia qué tal es el ambiente. “Hay buenos pibes, gente de laburo. También hay mucho tipo que agarró guita, tiene zapatillas con 50 resortes, y se la cree. Digamos: mucho culo roto”.
Llegué a este garaje a partir de una curiosidad: ¿cuál es el principal conjunto de la actualidad, el más escuchado? ¿Cuál es la música que mejor describe, como crónica social, lo que está pasando?
Cuando en Bajo Flores unos chicos de la escuela contestaron “Agrupación Marilyn”, percibieron mi ignorancia, se apiadaron, y me hicieron escuchar Su Florcita. Luego me enseñaron lo mismo en escuelas de Famatina, clubes de Paraná, en Tucumán, la Villa 31, Santa Fe, La Matanza, Chaco, Balvanera, Mendoza, San Luis, Lanús, y la familia boliviana a cargo de la verdulería de un supermercado chino de Almagro. Agrupación Marilyn podía ser una secta evangelista, un tributo nostálgico a la Monroe, o algún grupo político indescifrable (si es que hay alguno que no lo sea). Jamás había oído nombrar al grupo más fuerte del país, según opiniones tan diversas. Eso pasa por consumir medios contrainformativos como Clarín, La Nación y cosas por el estilo.
Ando con un libro de detectives en el que un tal Marlowe saca la nariz de su frasco –su oficina– para recorrer un mundo florecido de muerte, traiciones, cinismos y también de personas que tratan de salir de las trampas que la vida les ha tendido. Comparado con esta recorrida, lo de Marlowe es animación de fiestitas infantiles. Ésta es una invitación a todos los que viniendo de un estado tan inculto como el mío, quieran al menos vislumbrar algo de lo que nos rodea fuera del frasco.
Rodrigo, Walter y los contratos
Conseguí su teléfono a través de una páginas web, no recuerdo si fue Mueva Mueva, Ciudad Tropical o Negros Cumbieros. José Luis Gozalo es el dueño de Vikingo Producciones. Es descortés hacer bromas con los apellidos, pero hay que reconocer que el de este hombre podría ser un estribillo de cumbia. Gozalo (Pepe o El Gallego) es un xl: mide 1,90, debe andar al menos por los 130 kilos, tiene 57 años, el cabello rubio teñido, me recibe en bermudas y ojotas.
La oficina de Lavalle al 1600 tiene un plasma grande como una ventana. Hay decenas de fotos de Rodrigo y una más en la que el entonces joven Gozalo está visitando en Madrid a Juan Domingo Perón.
Gozalo fue productor del cordobés cuartetero Rodrigo Bueno, fallecido en un accidente automovilístico en el año 2000, cuando iba de una bailanta a otra. El productor consiguió ser uno de los acusados de haberse quedado con los beneficios gruesos del éxito de Rodrigo durante los diez años que lo tuvo bajo su órbita. En el clásico contrabando de rumores fascinantes ante la muerte de un ídolo, se decía que Rodrigo en realidad quería desembarazarse de su productor justo antes de su muerte.
Gozalo enciende un cigarrillo, mira la brasa, e informa mirando fijo: “Cualquier verdura. Me acusaban de chuparle la sangre a Rodrigo, y me mataron mediáticamente porque acá le pagás a Rial o a Hadad y dicen lo que vos quieras. La verdadera pelea la teníamos Rodrigo y yo contra los del sello Magenta (manejado por unos señores de apellido Kiroski) que no le liquidaban los discos. La madre de Rodrigo terminó del lado de ellos. Pero yo bajé el telón. Todo pasado. Me fundí y acá estoy, limpito. Pude empezar de nuevo pese a que me mataron”.
Le pregunto por Walter Olmos, el cuartetero catamarqueño que se mató en el San Cristóbal Inn. “Jugaba a la ruleta rusa, le tiró a otro músico, no salió el tiro. Se la puso en la cabeza, se mató”. La máquina de rumores habló de drogas, borracheras, o de cosas tan horribles que lo mejor es olvidarlas. Walter tenía 20 años, había sido un chico de la calle, ladrón, huésped de reformatorios, pero eso casi ni se mencionó.
En vida, Olmos declaraba, por ejemplo, sobre su participación en un programa con famosos de la farándula: “Es para que vean que cuando en cada esquina ellos se paran con su 4 x 4 y se encuentran con los chicos de la calle, están ante personas que no son distintas. Porque, en realidad, los chicos de la calle somos más que ellos”. Pero las palabras de Walter llenas de autoestima, fuerza y rebeldía, se hundieron en algún pantano de su alma. Es difícil imaginar qué clase de desquicio lo dominó. Gozalo queda como flotando en la nube de su cigarrillo: “Una cosa así te mata. Tuve que salir a aclarar que no soy mufa”.
Usted sabe, José Luis, que se suele decir que este ambiente está fisurado por la droga, la presión de trabajo, cerebros que estallan…
Por lo menos en mi grupo no. Hay falopa en la cumbia como en todos lados. Pese a que dicen que soy falopero, nada que ver, no me dedico a eso y jamás la probé. Y como me mataron los medios, menos que menos puedo estar en eso, de modo que yo quiero… productos de limpieza.
Se queda pensando en estas última tres palabras. “Limpieza en el sentido de todo limpio y clarito. Acá se trabaja. ¿Hiciste un disco que es un gol? El segundo también tiene que ser un gol”.
¿Pero existe eso del músico que queda preso del productor? Gozalo me instruye: “Hay que entender cómo es la vida. Tenés que razonar. Sos un pibe, me traés un disco. ¿Tenés plata para invertir y lanzarte? Si no tenés, yo te doy un porcentaje, pero tengo que recuperar toda la inversión que hago”. ¿Y el músico? “Si funciona, fenómeno, empieza a facturar. Yo recupero y vas a tener tu pedacito de negocio, pedacito normal, ojo”.
Lo llaman por teléfono, dicta una patente y otra serie de datos. Me cuenta que compra coches chocados, los hace reconstruir y los vende: “Éste era un bmw que vale 80.000 dólares, lo compré a 25.000, lo arreglo y me gano 20.000”.
Seguimos con la música. Reconoce que ostenta éxitos, pero también una enorme lista de fracasos: “Cuando pasa eso, llamo a los pibes, que tampoco los tengo acá atados a una pata del escritorio. Chau, y a otra cosa. Rompemos el contrato. ¿Qué querés que te diga? Volvé a la fábrica”.
Números cumbieros
José Luis me ayuda a incursionar en la aritmética de la cumbia; Lechuga (Santiago Torres, líder de La banda de Lechuga) es uno de mis productos. Hacía cumbia villera, y embocó algún tema exitoso. En un año habrá hecho 50 shows”.
Muchísimo…
(Me mira como si me estuviese burlando) No, no sirve para nada. El negocio nuestro es la venta de shows. Hay que hacer 5 ó 6 un viernes, 7 u 8 un sábado, 4 ó 5 un domingo, algo más entre semana. O más: se puede llegar a 30 shows en una semana.
Me cuenta que cobran de 3.000 ó 4.000 pesos por presentación. Cada show dura de 20 minutos a media hora, según el apuro. “Capaz que empezás una noche en La Plata y terminás en Luján haciendo ocho shows en el medio. Se arranca a la madrugada, a las 2, hasta las 6 ó 7. Si el grupo tiene convocatoria la gente espera. Y si no, llegás y la gente ya se las tomó”.
Gozalo calcula mirando al techo que cada uno de los ocho integrantes de Marilyn se queda con unos 2.000 pesos promedio por semana, aunque Juan, el cantante, lleva un poco más que el resto. “Además hay que pagar el alquiler de la camioneta, los equipos, los plomos, el manager” (que acompaña al conjunto). Tomando las cifras más moderadas, un fin de semana de 20 shows a 3.000 pesos dejan 60.000 pesos de los cuales 16.000 van a parar al conjunto, el resto a gastos, y lo que quede a ganancias o lo que Gozalo prefiere llamar “recuperación de la inversión”.
¿Qué es eso? Gozalo educa: “Mando el disquito a las radios de cumbia. Ya estás pagando, pero ves si el tema pica. Después llevás al grupo a Pasión de sábado, pero eso también es pago. Mejor dejemos los números de lado” dice con cierta picardía. Finalmente se anima: “Por inventar algo, ponele que invertís 50.000 pesos en un grupo, ¿de dónde lo recuperás? De los shows”. Me aclara que no hay ganancia fuerte de los discos, porque el reino del cd trucho lo impide. “Rodrigo vendía 500.000 placas, pero hoy Marilyn no llega a 50.000 porque cambió mucho el negocio. Resumiendo: te miran por el programa, y vos te quedás esperando que te llamen. Tengo una larga lista de inversiones y no me los llamaron ni para un show”. (Algo similar a las inversiones de Sobisch y De Narváez en las últimas elecciones). “En cambio Marilyn al mes ya estaba trabajando en serio”.
Cómo nace un hit
Lechuga venía haciendo cumbia villera, pero había compuesto también el tema Su Florcita, dedicado a la muerte de una chica de de 12 años, “tan bonita, tan chiquita, tan llena de sonrisa, perfumada flor que crecía”, que no vuelve del colegio y aparece muerta en un descampado, “sin vida estaba, tirada, golpeada ¿por qué? ¿quién fue? ¿Cómo es que matan a una niña tan pequeña? Sólo tenía 12 años, toda una vida por vivir”. Nadie imaginaba aún el impacto que tendría ese relato.
Lechuga se lo dio a su amigo Juan Rivarola para grabarlo. Juan lavaba autos en Pilar Village y antes, en el shopping Paseo Alcorta. “Cantalo como sufriendo” le dijo Lechuga. Gozalo escuchó el demo y dijo: “Es gol”. Armaron entonces la Agrupación Marilyn, homenaje al nombre de la chiquita muerta.
El tema empezó a recorrer sus propios puentes de radios bailanteras para llegar a todo el país. “Ahí firmamos bien los papelitos, porque si no, no se puede. Van a la tele, se hacen famosos y se te vuelan. En tres programas ya estaban haciendo 20 shows por fin de semana” explica el productor, que mientras observaba la actuación tuvo la virtud de la paranoia: “Vi que los de los otros conjuntos los miraban y se me prendió la lamparita. Éstos nos van a copiar. Lo agarré a Lechuga y le dije: haceme seis temas iguales a Su Florcita, dame bola. Lo pensé así: ¿qué mejor que me copie yo mismo?”. Estaba naciendo la ola más reciente de la llamada cumbia testimonial. La pericia de Lechuga para componer canciones de un día para el otro fue compensada por Gozalo, que lo convirtió en su socio y anuncia: “Tiene un don de Dios”.
Lecciones políticas
Le pregunto por la foto con Perón. “Bueno, siempre fui peronista y fui con mi familia a visitarlo. Mis padres eran españoles. Yo tenía 18 años”. Me cuenta que fue uno de los impulsores de la feria de La Salada, y terminó vendiendo el balneario Ocean de dicho lugar. Que fue duhaldista y “movía a la gente, llevaba, traía, pero me abrí porque ví a la política como algo muy sucio”. ¿Qué es lo sucio? “Todos van por el queso, no les importa nada, ni siquiera la gente”. Me dice que la gente no es tonta, que prefiere ir con un puntero político por un sandwich “porque no tiene otros medios para mejorar. Pero este país se olvida de esa gente. En esa malaria, esta música es un modo de resistir y de disfrutar”.
Para Gozalo el problema incluye la palabra racismo. “Hablando en criollo, para la Capital nosotros seguimos siendo negros. Grasas. Después ves a un ejecutivo que escucha cumbia en el auto. O en las fiestas ponen cumbia para que haya algo alegre”. ¿Y qué representa ese público “negro y grasa”? Gozalo tiende más a la crudeza que a la demagogia. Lo suyo es una definición casi técnica: “Mirá, es la gente que a este país le da alegría, le da vida y trabajo y consumo masivo. Sin ellos este país se muere”.
Melodía de la cobardía
Pasión de sábado se transmite durante cinco horas de la tarde. No se trata de desilusionar a nadie, pero las bandas no tocan (Marilyn fue la excepción), sino que hacen un play back con micrófonos abiertos, lo que permite que el cantante haga una especie de karaoke en el mejor de los casos, y el animador del grupo, con su propio micrófono, reclame el clásico “y arriba las palmas”. El público abarca unas 300 personas.
Auspiciado por la cerveza Diosa Tropical, es un programa ideal para los amantes de la cumbia, un tanto intransitable para quien no lo sea. Unas chicas bellísimas bailan detrás de los conjuntos, y detrás de ellas hay camarógrafos que parecen querer practicarles una biopsia ya se sabe donde. Cuando hay propagandas, las bailarinas se tiran a descansar y dejan de ser muñecas sexy para convertirse en chicas agotadas, acaso más bellas aun, pero inexistentes para las cámaras. Apenas vuelve la luz, impostan sonrisas de dentífrico y se sacuden como en el caño, en una incitación a la masturbación masiva: nada ajeno al resto de la televisión abierta.
El ritmo del ascenso social
Los chicos de Marilyn llegan con Omar, el manager. Entran en el garaje. La indumentaria es la rapera, pero Juan me aclara que están por cambiar el estilo. “Vamos a usar sacos largos, otra cosa más formal. No nos pega la ropa con las canciones”.
Marilyn es un alejamiento de la cumbia villera hacia eso que se llama cumbia testimonial, que a la vez tiene un estilo más pulido, más melódico y quizá, otro componente social. Ejemplo: Club Atlético Chanchín canta un tema de esta época, El Celular, cuya estrofa más relevante reza: “Esta gilada no me deja ni garcar”. Marilyn, con las letras de Lechuga, apunta en cambio a descripciones de historias y situaciones. Tal vez haya que pensar que a la cumbia le está pasando como al fútbol, con el protagonismo trasladándose desde lo estrictamente villero al terreno de la clase trabajadora, o incluso media. Juan me alecciona: “La cumbia villera te habla de la calle, robar, fumarte un porro, el vino, las putas, la tanga de tu hermana, tu tía y todas esas cosas. Es una realidad cruda, pero sincera. Nosotros tenemos un ritmo copado, pegadizo, pero hablamos de historias reales, que las puede escuchar cualquiera, hasta los chiquitos”.
El padre de Juan y Sebastián Rivarola es artesano en cueros y la mamá es masoterapeuta. “Bah, masajista, llego a casa y le digo: vieja, arreglame”. Juan (23 años, el veterano del grupo) trabajó desde los 16 años. “Vendí miel, condimentos, fui albañil, plomero, techista, vendí ropa y lavaba autos” cuenta. “En invierno era duro, a veces lavando autos en el Village Pilar hasta las once de la noche, se te abrían los dedos del frío”. Para acompañar el momento sintonizaba las radios cumbieras en los autos que lavaba. “Y un día escucho que pasan Su Florcita, y la gente llamaba pidiéndola otra vez. Me puse re loco”.
El Turco trabajaba en una textil, once horas por día. “Bastante jodido, pero es lo que hay”. Ninguno pidió limosna en la calle, como Walter Olmos. El Gallo trabajó en carnicería y como albañil. También vendió plantas, trapos rejilla, tupper, anteojos. Changa y Gastón Gamarra (21 y 20) son los mayores de siete hermanos. Su padre es obrero de la construcción y Changa, por ejemplo, lo acompañó desde los 11 años. Tiene algunos mechones y parte de una ceja teñidos de rojo. “La mitad de lo que gano se lo dejo a mi viejo” cuenta. Juan aclara: “La música es un trabajo como cualquiera, con pro y contras. Así como me sangraban las manos lavando autos, con la música tenemos que estar viajando 24 horas y a nuestra familia no la vemos por un mes entero”.
Confirman las cifras de Gozalo. En una noche de buen trabajo se pueden llevar entre 700 pesos y 600. Negocio cash y fluido, se paga cuando termina el raid de presentaciones con un desayuno en el que cada uno recibe su parte. Diálogo con Juan:
Entonces no es un trabajo como cualquiera…
Bueno, te podés comprar ropa, tener una oportunidad de futuro. Lo raro es que se acerca mucha gente a hablarte. Me cuentan que mataron a sus hijos o violaron a sus nenas. La vez pasada en Jujuy estaba firmando autógrafos y una mujer borracha mal me contó que habían matado al hijo la semana anterior.
¿Y qué le decís en un caso así?
Que sea fuerte, que tiene que salir adelante y no bajar los brazos porque si no, te comen los bichos.
Otra chica les dejó una carta contándoles que la había violado el padrastro. Se la llevaron a Lechuga Torres que compuso Qué cobarde: “Maldita la necesidad, cuando mamá por las noches se va a trabajar, la deja con su papá que no es su papá. La niña reza que no entre otra vez como todas las noches. Le conté a mi mamá que usted me toca, pero no me quiso escuchar”. La canción está dedicada a todas las niñas abusadas.
Gastón reconoce que tienen un problema práctico: “La verdad es que las pibas se regalan mucho. A veces es muy duro”. Gallo está por ser papá. “Pero todavía no tengo un lugar para vivir en pareja, no me alcanza la plata”. Changa tiene una novia en Rosario. El Turco: “Yo iba a un boliche y una piba no me daba ni bola. Ahora me vio en Escombros y está recontra regalada. Te ven en la tele o en el escenario, y listo”.
Los chicos confirman de algún modo que la teoría maradoniana “billetera mata galán” es una antigüedad economicista. En la sociedad actual el lema es: “Fama mata billete y mata galán”.
Ninguno terminó la escuela. Todos recitan: “La escuela es importante”, pero reconocen que no la soportaron y tuvieron que salir a trabajar. Changa: “Yo hice la técnica, y ahí por lo menos aprendía cosas concretas. Eso me gustaba”.
Drogas y negros
El clásico tema de las drogas y los descontroles choca con la sonrisa de estos chicos que dejan hablar a Juan: “Hay falopa en la cumbia, en el rocanrol, el jazz, el folclore. Pero a la cumbia la discriminan porque es música de barrio o de negro”. Juan me reconoce que fuman “cigarro a pleno” y toman un poco de cerveza. “Pero ni siquiera cuando trabajamos. Mirá, si yo tomara merca tendría que andar con los ojos así de abiertos, las ojeras por acá, y la nariz moqueando, sin poder cantar ni el arroz con leche”. Me cuenta que hay gente que se droga por depresión, otra por hacerse ver, otra porque no les importa que les desaparezca el cerebro.
¿Y la discriminación? “Nosotros podemos ser negros de piel, pero no de la cabeza” me dice Juan (y que cada lector opine lo que prefiera sobre tal oración). Changa agrega: “A mí me han dicho negro de mierda los conchetos de mi edad, porque me gusta la cumbia. Es así: cada uno está en su mundo y no quiere al otro”. Uno de los grandes éxitos de Marilyn ha sido en Bolivia, y la posibilidad de viajar a España está abierta justamente por bolivianos y argentinos que constituyen allí una comunidad cumbiera que los productores no piensan despreciar.
Fin del show
En Pasión de sábado, una vez que termina el show, se apagan las luces, los conductores dejan de gritar, las muñecas sexy huyen sin saludar, Marilyn se zambulle en la camioneta en la que iniciarán su gira nocturna. Y los chicos van saliendo.
Florencia, 15 años, me informa que un negro cumbiero acepta a un cheto, pero no a la inversa. Maira tiene también 15, es una pelirroja (real) de ojos celestes, pero se asume negra por ser cumbiera. Todas están estudiando porque “hasta para lavar pisos” les piden título secundario. Florencia dice que preferiría otro destino, y que puede parecer una locura, pero querría ser ayudante quirúrgica. Maira jugaba a ser abogada: “Pero ya sé que es casi imposible”. La mayoría de sus amigos está trabajando o buscando trabajo. A todas las robaron al menos una vez.
Otro grupo. Jenny tiene 17 años y renunció a un negocio de accesorios para celulares en Banfield. “Te quieren tener agarrada, te dan 12 pesos por diez horas de trabajo”. José es el único que está estudiando: “Para trabajar tenés que tener estudio”. ¿Te sirve la escuela? José se ríe. El padre es zapatero, él espera trabajar en un supermercado como repositor, o algo mejor si se puede.
Déjalo ser
Mauro se asume como villero, habitante de Villa Sapito. No estudia y hace changas cortando césped. “Mi papá está en el municipio, capaz que yo puedo entrar”. Le gustaría jugar en Independiente, pero lo rechazaron. “Lo que no quiero es trabajar de piquetero. A mi papá le ofrecieron entrar con mis primos, pero no quiso”. ¿Qué significa trabajar de piquetero? “Te dan 150 pesos y hay que ir a las marchas al Centro. No sé qué grupo era, pero hay varios. Gente que va a molestar y a cortar la calle al pedo”. Para Mauro es distinta la situación de vecinos que salen a reclamar lo suyo. “Ponele lo que veo de Gualeguaychú está bien, porque les contaminan y pelean. Pero esto otro es un trabajito, ni sabés por qué lo hacés. Bah, la gente se gana su plata y su mercadería. Pero a mí no me gusta”.
Los chicos aseguran que nunca vieron una época peor desde el punto de vista de trabajo. “Antes había más… albañil, alguna changa. Pero ahora hay demasiados pobres, y no hay laburo para nadie. Y muchísima gente está viviendo en la calle”. Les digo que las estadísticas dicen lo contrario, y eso les causa mucha gracia. Mauro: “Vos sabés que mienten, no jodas. Los políticos solamente mienten. ¿Hay más trabajo? Vení, mostrámelo y mostráselo a toda la gente, porque no se ve por ningún lado”.
Ahí queda descripta otra de las trampas para los chicos del conurbano: ni consideran la escuela y la abandonan, o siguen buscando algún título para acceder a trabajos que finalmente nadie les ofrece. ¿Y entonces? Raúl, 18 años, aferrado al manubrio de su bicicleta, me mira con una seriedad de otro mundo: “Te queda seguir buscando. Uno quiere vivir. Mi hermano de 15 no consiguió laburo, se metió a robar y ahora se droga”. Raúl dice que se siente mal con eso, y empieza a abrir el relato. Su hermano mayor de 26, su hermana de 24 y su cuñado están en el mismo estado: robo y adicción. “Como que no pueden salir. Cartonean un poco. O van y roban una bici, le tiran un manotazo a alguien. A mí me robaron alguna ropa”. ¿Y qué se hace ante esa situación? “Nada, porque les hablás y es al pedo”.
Raúl, como tanta gente que me crucé en esta recorrida, no habla quejándose sino describiéndose. Trabaja en una cerrajería con el abuelo. Es el único de los hermanos que tiene empleo, pero admite que si no fuese por el abuelo le resultaría imposible encontrar trabajo.
Le pido que me diga cómo ve el futuro: “No veo nada. Lo que importa es el presente porque si salgo adelante hoy, mañana voy a estar y seguir. Pero si me doy por vencido ahora, voy a perder lo que tengo”. Le pido que me diga qué tiene que pasar para que las cosas no sean tan tremendas. Sus ojos me dejan la extraña sensación de que más que afirmar, está haciendo una pregunta: “Que te dejen hacer la vida”.
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Sobre gustos
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La mala educación
Abraham Gak. Su gestión al frente del colegio Carlos Pellegrini es tan inolvidable como su salida, resistida durante 29 días por padres y alumnos. Desde esa experiencia concreta, reflexiona sobre el significado de educar adolescentes hoy. Y se pregunta, como ellos, para qué sirve la secundaria, cómo se construye la autoridad y cuáles son los pasos necesarios para reinventarlas. Él tiene ya algunas respuestas pero, como siempre, pensadas para hacer pensar. Con ustedes, Gak, el profesor que provoca a la reflexión.
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Pedagogía del entusiasmo
Ni estatal ni privada: gestión social. Ésta es la propuesta de una escuela que se dedicó a democratizar en serio y a fondo la educación, creando un espacio en el cual alumnos, padres y docentes comparten preocupaciones y construyen soluciones. A punto de inaugurar la secundaria, así es la experiencia de estos maestros que partieron de un valor simple y contundente: todos somos iguales ante el pizarrón. Y dieron vuelta la historia. Por Sergio Ciancaglini.
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