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Teatro de pie

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Brazo Largo. Son los herederos de una tradición que se propuso unir política y escena para llevarla a donde estaba más relegada. Ahora, son las asambleas las que los buscan a ellos para que pongan en acto sus demandas en el escenario de la calle.

Teatro de pieUna jovencita, vestida con batón y pantuflas, barre la peatonal de Avenida de Mayo y Perú. Más de un transeúnte apurado sugiere con su mirada que la joven desvaría. Ella continúa indifererente con su abnegada tarea hasta que inesperadamente un hombre se tira al piso y la increpa: “Este pedazo de vereda es mío, no lo barras”. La escena, improvisada por miembros del grupo de teatro Brazo Largo, es la antesala de una serie de monólogos que los actores ofrecerán como cierre de las Segundas Jornadas de Recuperación del Espacio Público La Calle es Nuestra. Por eso la jovencita, cuando deja de barrer, agita con fuerza el escobillón mientras grita: “La policía vigila atenta el pasto de vidrio verde. El que lo pise o lo despeine comete el homicidio, la contravención”.
Logró su objetivo: un puñado de personas detiene su marcha, la rodea, y todo está listo para que “suba a escena” en plena vereda el monólogo Manzana Podrida, escrito –para repudiar las rejas de Parque Centenario– por Norman Briski, el mentor de este grupo de teatro popular nacido con la crisis de 2001.
Los orígenes de Brazo Largo, sin embargo, tal vez haya que buscarlos en Octubre, el emprendimiento de teatro político que un conjunto de actores del Peronismo de Base –entre los que se encontraban Briski y Víctor Laplace– creó en los primeros 70 para llevar la actuación a villas y barrios populares. Por aquellos años, sus integrantes se preguntaban cómo incluirse en el ámbito de la política a través de lo que mejor sabían hacer: teatro. “La idea de Octubre era armar algo con la gente de los barrios y después hacer asambleas para discutirlo. En Brazo Largo es distinto: nos llaman las asambleas para actuar. Nos acercamos, los conocemos y devolvemos como espejos lo que nos pueden contar. O, mejor dicho, dialogamos y creamos algo superador. La idea de Brazo Largo es transformar la realidad, acompañar el cambio subjetivo de la gente”, resume Pablo Minini, uno de los integrantes del grupo.
Pablo, precisamente, es el que toma el centro de la calle después de la joven barrendera. Viste como cualquiera que pasea por la zona, excepto por un detalle: tiene esposadas sus manos: “Ninguna reja hizo verano. La reja la inventó un conspicuo cornudo. Tengo derecho a burlarme, porque estoy preso en mi espacio público. Tengo derecho al odio, porque con la concesión del espacio publico se le da al injusto derecho a la propiedad. No discutamos el espacio público como tal. Discutamos más el capital que mata”, propone con otro monólogo escrito por Briski. Un canillita que vende la revista Hecho en Buenos Aires se acerca al actor y espontáneamente lo abraza. Con reflejos, Pablo lo suma a la escena: el vendedor de revistas es quien terminará liberándolo de las ataduras.
Para cada acción, el grupo teatral adapta obras ya existentes o bien crea nuevas, de acuerdo a la perspectiva que obtienen en el intercambio previo realizado con la organización anfitriona. Brazo Largo ya actuó con los trabajadores del hotel recuperado Bauen, con la Federación Libertaria Argentina, en un corte del Puente Pueyrredón y en el hall de la estación Constitución, poco después de que los pasajeros decidieran quemar la estación tras repetidas y abusivas demoras. En aquella oportunidad, Matías Figueroa interpretó a un gerente de la empresa que se ufanaba de las grandes inversiones. Como parte de la actuación, sus compañeros comenzaron a agitar con cánticos e insultos, hasta que el público reaccionó como si el actor fuera el verdadero gerente. Matías abandonó la escena –literalmente– corriendo antes de ser linchado.
Brazo Largo está integrado por dos decenas de actores. La mayoría estudió con Briski teatro de interpretación bajo el método de Stanislavsky. Varios de los miembros del elenco, a su vez, fueron reclutados durante las acciones que realizó el grupo. Pamela, por ejemplo, integrante de la Unión de Trabajadores Costureros, se sumó tras la representación de un desfile que se hizo frente a la Legislatura porteña para denunciar el trabajo esclavo en los talleres textiles clandestinos. Y Eugenia Caamaño, de la Asamblea de Trabajadores Precarizados, se incorporó después de que el grupo de teatro participara de la Caravana de Escraches Esperando el 1º de Mayo, realizada contra empresas que no reconocen los derechos laborales de sus empleados.
Es Eugenia la que sucede a Pablo sobre el empedrado de la calle Perú, con la cara lavada y sin más atuendo que el propio vestuario: “Aliarse con la queja es sólo el aspecto infantil de lo que nos pasa, nuestra tarea es movilizar con la diversidad la increíble máquina de la dignidad. ¡Y pedir humilla! Porque es nuestro el espacio de nuestros sueños. La deuda la tienen ellos con nosotros”, advierte Eugenia en una de sus últimas actuaciones porteñas: está a punto de marchar hacia Chicona, Salta, para abrir un centro cultural. “Queremos replicar esta experiencia por todos lados”, explica e invita a sumarse al proyecto a todo aquel “que tenga ganas”.
Cada miércoles, los integrantes de Brazo Largo realizan una asamblea en el Calibán, el teatro que Briski abrió en el fondo de una casa de Monserrat. Allí debaten posiciones políticas antes de ensayar. “Hacer teatro popular es como tirar un cóctel molotov. Somos militantes de la advertencia, es nuestra manera de revolucionar. Éstos no son tiempos de poner bombas”, define Eliana Wassermann, ya sin el batón ni las pantuflas.
Sentados en una ronda imperfecta allí discuten cada paso que van a dar hasta reconciliar lo que a primera vista parece irreconciliable. Dedicaron horas, por ejemplo, para decidir que iban a rechazar la invitación a participar del escrache a Wal Mart. “Nosotros no bajamos línea, más bien mostramos las contradicciones que hay en la propia sociedad y eso a veces no le gusta a todo el mundo. En Wal Mart queríamos hablar de las multinacionales pero también de los trabajadores que terminan legitimando sus prácticas”, argumenta Eliana. “La actuación –completa su compañera Victoria Albornoz Zaraf- es un espacio de impunidad y libertad para decir lo que queremos decir”.
Una buena parte de los integrantes de Brazo Largo participan, además, de otros espacios de militancia. Están aquellos que integran la Asociación de Trabajadores del Estado y también los que se enrolan en el Partido de Trabajadores Socialistas o el Movimiento Socialista de los Trabajadores. Sus diferencias quedan expuestas en las rondas de los miércoles. Sin embargo, la actuación funciona como síntesis perfecta de esos maratónicos debates.
Los integrantes de Brazo Largo no viven del teatro. “No queremos que el dinero distorsione nuestros fines, hacemos todo por la causa”, acota Yamila. Jorge y completa: “Tampoco participamos de festivales, porque nuestra misión es llevar el teatro a donde no llega”. El grupo rechazó, hace tres meses, un subsidio cuando comenzó a brindar talleres de actuación en el instituto de reclusión de menores Luis Agote. “Aceptarlo hubiera sido legitimar las instituciones de encierro. La mejor ayuda que podemos darles a esos chicos es una escalera para que escapen, pero entendimos que nuestra presencia ahí se convierte en el único espacio de creatividad y libertad. Por eso aceptamos ir”, señala.
Eliana se carga el escobillón al hombro y guarda el dèshabillé en una bolsa. Con todo a cuestas se apretuja en el subte repleto. Viajando con semejantes bártulos sigue cosechando miradas extrañas. Y ella sigue sin amilanarse: “Nosotros –dice– no hacemos teatro para divertir, nosotros vivificamos la lucha”.

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