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El sillón y la plaza

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Una instalación que enlaza las cadenas nacionales, las consignas cantadas en Plaza de Mayo, la seguridad privada y los veteranos de Malvinas. Para sentir y pensar. ▶ CLAUDIA ACUÑA

El sillón y la plaza
Llegar a la muestra Doble de Riesgo es un desafío: hay que caminar por el largo pasillo que forma el memorial a las víctimas del terrorismo de Estado, contemplar ese horizonte de río y comprender con los pies la dimensión del genocidio.
Agita.
Entrar en la inmensa sala con esa sensibilidad es el punto de partida que Lola Arias utilizó como un material más: está claro que para ella todos los espacios son escenarios.
Lola es escritora, directora de teatro y performance, según detalla en la biografía de su web, pero sobre todo es una mirada. Luego, lo que recoge con ese scanner sensible lo vuelca en dramaturgias que siempre sorprenden. Una obra protagonizada por un bebé de un año (Striptease, 2007), otra por mucamas de hotel (Mucamas, 2011), otra por mendigos, músicos de la calle y prostitutas (El arte de hacer dinero, 2013) y esta, que no es teatral, pero sí dramática: cuatro espacios que representan lo que ella define como un diálogo entre la palabra institucional y la social y yo como una conversación entre el pasado, el presente y el futuro.
Hay mucha palabra puesta en evidencia en esta muestra. La más impactante: la del murmullo que producen las 10 pantallas que dan forma al capítulo Cadena Nacional. En cada pantalla hay un discurso presidencial, con la voz de su protagonista original –Videla, Galtieri, Alfonsín, Menem, De la Rúa, Cristina, Macri, entre los más notorios-, pero en cada una se ve a otra persona que recita esas palabras en perfecta mímica. Son aquellos que Lola seleccionó para poner en escena cómo impactaron esos discursos en esas vidas. Ese cómo está resumido en el texto que recorre el zócalo de la pantalla mientras el discurso se emite.
Las 10 pantallas forman un pasillo que culmina en el clásico escritorio, sillón y bandera que conforman la escenografía oficial de las cadenas de todas las épocas. Podés sentarte ahí y hacer la tuya, mientras una cámara te graba.
Dirá Lola: “Son palabras que marcaron la vida de todos y en estas personas eso se hace evidente. La relación entre el discurso de Videla y la mímica que hace el hijo de un desaparecido es clara, pero también hay otra línea directa cuando escuchás ese discurso de Videla en momentos como estos. Cuando se discuten las cifras es importante pensar qué significa la palabra desaparecidos, porque es evidente que el cuestionamiento de la cifra es, en realidad, un intento de imponer un discurso para deslegitimar una política de derechos humanos por la que batallaron los organismos, y todos nosotros”.
Las diez cadenas nacionales permiten también trazar un hilo en común. Todas fueron emitidas en momentos dramáticos, señala Lola. Todas intentan convencer al pueblo para que apoye algo que anda mal. “Desde justificar lo injustificable, como De la Rúa con el estado de sitio hasta la de Cristina en el momento que murió Néstor Kichner y que tuvo un borde muy difícil, entre lo personal y lo político, porque tenía que demostrar que estaba conmovida por haber perdido al compañero de toda su vida, pero también que era capaz de dirigir sola el país”.
Todas las cadenas son de momentos de caos, miedo, incertidumbre. Todas tienen contextos históricos muy diferentes, también. Pero no deja de llamar la atención que en momentos históricos tan distintos algo permanece idéntico: un presidente se dirige al país en un mismo escenario –sillón, escritorio, bandera- como si eso bastara para garantizar la autoridad institucional.
 

Si este no es el pueblo

 
El siguiente espacio está presentado como El sonido de la multitud, un karaoke que te permite entonar todas las consignas que se cantaron en Plaza de Mayo. Pero para que sean todas, y no algunas, hay al lado una cabina de grabación donde podés cantar tu favorita o sumar la que falte: la propuesta de esta muestra incluye crear un archivo sonoro de consignas entonadas en esa histórica Plaza como respuesta a las voces del poder.
¿Cuál cantaría Lola?
“Madres de la Plaza/ el pueblo las abraza”, responde.
Dirá Lola: “Me interesa mucho cómo la gente se expresa, cómo las multitudes crean poesía o reformulan canciones para expresarse, cómo reaparecen las mismas canciones en contextos históricos diferentes, cambiando incluso algunas palabras para reforzar los sentidos políticos de ese momento. Pero además me interesa resaltar que el Parque de la Memoria es también un archivo y por eso me propuse dejar ahí depositada esta memoria de la resistencia con un banco de cánticos de manifestación”.
 

Seguros

 
El tercer salón es una cachetada. La tituló Ejércitos paralelos. En la pared hay fotos de garitas de seguridad, de esas que pueblan los barrios acomodados, esas que siempre vimos sin ver. En el centro hay una, real, demasiado real. Podés entrar, sentarte y mirar desde ese precario panóptico las fotos, mientras escuchás la voz de uno de los tres testimonios de vigiladores privados que te cuentan en qué consiste su trabajo: doce horas cuidando gente que no los saluda, salarios miserables pagados en cuotas, empresas fantasmas dirigidas por ex militares o ex policías, entre otras intimidades así reveladas.
La cara íntima de la vapuleada palabra “seguridad” queda así expuesta impúdicamente, impotente y vacía, como la casilla que te invita a poner el cuerpo en ese lugar que vos ayudaste a crear –por acción u omisión- y en el que nunca imaginaste estar.
Dirá Lola: “Me mudé hace dos años a Colegiales y a pesar de no ser un barrio netamente residencial, en la esquina de mi casa hay una garita. Todas las noches cuando cerraba la ventana veía al guardia. Comencé a preguntarme qué hace ahí, quién es, a quién responde. Investigar ese tema fue una excusa para hablar con ellos, para conocerlos y para comprender de qué hablamos cuando hablamos de seguridad”.
 

Guerras

 
El cuarto y último escalón de este recorrido que te deja sin aliento se llama Veteranos, una instalación en la que cinco ex combatientes de la Guerra de Malvinas re-actúan la escena más traumática del combate, en los lugares donde hoy están y con aquellos con los que están ahí todos los días. Así, el psiquiatra reproduce la escena de un bombardeo en el pasillo del hospital público donde trabaja, el cantante de ópera en su escenario o el nadador en la pileta olímpica en la que entrena todos los días.
Dirá Lola: “Uno nunca sabe quién es un veterano de guerra y eso hay que saberlo: que no se sabe. El estereotipo es el héroe, el sobreviviente o el loco, no el psiquiatra que reconstruye en el video el momento en el que le estalla al lado una bomba. Y en tiempos en los cuales un desfile asocia el término ‘veteranos de Malvinas’ a (Aldo) Rico es importante saber que a esa guerra fueron 10 mil conscriptos y 2 mil militares. Y que, entonces, entre los veteranos hay civiles, militares, personas de derecha, de izquierda, de todo. Ver, 34 años después, a aquel chico que en el momento en que se estaba preguntando quién era fue enviado a matar o morir en nombre de un país y de un pueblo que es el tuyo; ver cómo reconstruyó su vida a partir de algo que lo marca y, al mismo tiempo, lo constituye; ver en el presente ese pasado es importante para comprender qué significa una guerra”.
Importante, señala Lola, para pensar nuestro futuro en este presente en el que los discursos de guerra se justifican si se rima esa palabra con narcotráfico o terrorismo.
Al salir, la clave de esta puesta queda revelada en tu cuerpo y en tu alma: el doble de riesgo sos vos.
Y eso agita.

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Guerra sucia

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