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Cuando el poder financiero domina el mundo, cuando Internet se transforma en una red de control y espionaje, nace una opción que tiene la cara del enemigo: una moneda. La batalla que ahora está en juego es trascendental: quién la usa. ▶ BRUNO CIANCAGLINI

Esto cambia todoCorría el año 2008 y la crisis financiera más grande de los últimos tiempos se agudizaba. Mientras los bancos hacían lo imposible para frenar la bicicleta financiera que ellos mismos habían desencadenado, en la web se estaba desarrollando un software capaz de cambiar para siempre las formas de transacción económica. Nacía Bitcoin, la primera moneda criptográfica resistente a fallas informáticas. El primer objetivo descripto en el comunicado fundacional es claro: eliminar a las instituciones financieras como intermediarias.
Vayamos por partes.
Desde principios de los noventa la comunidad hacker más radicalizada-los criptopunks (cypherpunks)-, viene desarrollando y pregonando métodos criptográficos como herramienta que combina de manera pragmática la política, la filosofía y la matemática: es la forma de proteger la información digital para que no pueda ser interceptada, vigilada, manipulada.
En época de Big data, un puñado de empresas digitales -como demostró Edward Snowden- forman parte del engranaje de control estatal y de mercado, centralizadas en Estados Unidos. Ese consorcio de empresas-Estados Unidos tiene la capacidad de interpretar flujos de información, interacción y datos de millones de personas. Así las cosas, la criptografía se convierte en una herramienta esencial para la libertad y la privacidad de la web. Sobre todo en un contexto en el que el poder financiero opera  en las sombras -de no ser por una filtración, nada sabríamos de lo que ocurre en Panamá o en las islas Caimán- y las personas están sometidas a una peligrosa y constante exposición. Esa es la dinámica que Julián Assange, fundador de Wikileaks y uno de los hackers criptográficos con mayor perfil público, propone invertir: “Privacidad para los pobres, transparencia para los poderosos”.
Usado por hackers, empresas y gobiernos que necesitaban proteger información, el algoritmo criptográfico de mayor uso era el RSA, cuyos creadores brindaban como servicio empresarial. Las filtraciones de Snowden revelaron que la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) pagó a la empresa diez millones de dólares para poder infiltrar el código y monitorear de manera privilegiada toda la información que se encontraba supuestamente protegida. Los dueños salieron a desmentirlo, pero al mismo tiempo pidieron que los usuarios dejaran de utilizar sus servicios porque ya no eran seguros.
Batalla perdida.
 
Cypher -así es conocido en la web- tiene pelo largo y lleva siempre una mochila con una computadora. Es programador. Su creación más trascendente es la plataforma Taringa!, que decidió vender a un precio módico a fines de 2006: ser CEO no estaba entre sus prioridades.
Cypher llega a MU, saca una notebook, un teclado adicional y dice: “La comunidad criptográfica logró crear un algoritmo muy superior al RSA y que ya está siendo adoptado incluso por bancos y empresas. Es más que un algoritmo, en realidad. Es algo más complejo: esto viene en serio”.
Un silencio elegante alcanza para hacerle entender que hablar conmigo de algoritmos es como hablar con un simio de semiótica. Me propone entonces ver el documental Deep Web y asistir a un encuentro organizado por la Fundación Bitcoin Argentina. Cumplo.
 
El documental desarrolla el caso de Silk Road, una red que utilizaba Bitcoin y el navegador TOR -un software que permite navegar de manera anónima por la deep web, la Internet profunda- para evitar ser rastreada. Una suerte de Mercado Libre, pero para adquirir drogas o armas.  Lo más grave para las instituciones, de todos modos, no era eso, sino que Silk Road demostraba que podía existir un mercado -o una red de comunicación, de intercambio de información- anónimo, eficaz y muy difícil de censurar. Un canal de interacción de libre mercado anarquista antes que liberal, con una arquitectura de red descentralizada que llegó a poner en tensión los límites judiciales del propio Estado a la hora de combatirla: si bien lograron darla de baja y encerrar con cadena perpetua a uno de los supuestos administradores, la investigación estuvo llena de irregularidades y puntos ciegos, donde aún quedan dudas de si el FBI se vio obligado a cometer los mismos “delitos informáticos” que ellos investigan- violación a la privacidad, intervenciones a computadoras personales sin orden de un juez- para poder dar con los “culpables”. Hoy los proyectos como Silk Road se multiplicaron y de manera más sofisticada, por lo cual es prácticamente imposible poder controlarlas.
¿Y si el mismo sistema se utilizara para compartir información, datos u opiniones sin que puedan ser rastreadas? Ese es quizás su verdadero peligro.
 
El encuentro organizado por la Fundación Bitcoin Argentina no es en un sótano, sino en el elegante Palacio Paz, a pocas cuadras de Plaza San Martín, tercer piso por escalera de mármol. Los asistentes llegan vestidos de traje y corbata -las mujeres con elegantes vestidos- y todos con maletín bajo el brazo: la intuición dicta que no estamos frente a un grupo de criptopunks. Son abogados, juristas, contadores, desarrolladores de Pymes 2.0. Todos parecen muy interesados en entender la tecnología Bitcoin.
El primero en exponer es el economista Gabriel Kurman. Anuncia: “Imaginen que estamos en 1992 y yo les estoy hablando de Internet. Y que hoy vamos a hablar todo el día de la innovación que es el e-mail. En ese momento era imposible pensar Google, las redes sociales y todo lo que venía detrás. Hoy pasa algo parecido con lo que es Bitcoin”.
 
La creación de una moneda, nos recuerda Kurman, surge por la necesidad de establecer un patrón para los intercambios. El dólar estuvo respaldado por el oro hasta 1971, cuando el patrón se rompió, permitiendo que los bancos generen dinero respaldado por ese metal ¿Por qué el oro? Porque es un patrón medible, divisible, fungible, transportable y escaso. Bitcoin, de algún modo, reemplaza al oro: es escaso (hay solo 21 millones de Bitcoin, no se pueden generar más y su valor depende solamente de su utilidad) y permite crear un registro contable público, amparado en la infalibilidad matemática en lugar de un objeto material.
 
Entonces, ¿qué es Bitcoin? Más que una moneda digital, Bitcoin es una unidad de transacción de información con valor monetario. Mejor dicho: un Bitcoin es una cifra de 32 números (llamado hash), imposible de modificar o duplicar, que se puede transferir a través de la web y que tiene valor porque hay un consenso.
 
Permite hacer transferencias sin intermediarios.
Las transferencias son anónimas y la seguridad de la transacción está en su código, abierto e inviolable.
Es un sistema monetario global sin entidad central.
Es transparente, ya que todas las transferencias quedan registradas -la operación, no las personas ni las direcciones- en un libro contable al alcance de todos.
 
El creador de Bitcoin es el misterioso Satoshi Nakamoto. Puso la criptomoneda en circulación y dejó de participar de los intercambios paulatinamente hasta desaparecer. A partir de allí surgieron distintas versiones sobre su identidad y nacionalidad. Una de ellas sugiere que no es uno, sino un grupo de personas. Es sensato pensar que su anonimato se debe a que podría haber sido judicializado, como ocurrió con los creadores de otra criptomoneda llamada e-gold.
En fin: Nakamoto creó Bitcoin a través de un código abierto (cualquiera puede leerlo, estudiarlo, entenderlo, incluso modificarlo, pero en ese caso dejaría de ser Bitcoin) y no tiene mucho sentido preguntarse quién estuvo detrás del proyecto si se comprende el potencial de esta tecnología. Bitcoin es la primera implementación de un sistema innovador que puede utilizarse no solo para transacciones monetarias y cuyos alcances son, hoy en día, inimaginables: estamos viendo la punta del iceberg. Se trata de la blockchain o cadena de bloques.
 
La clave de la blockchain está en su arquitectura: es una red no centralizada, sin intermediarios ni dueño, donde todos sus usuarios tienen el mismo nivel de jerarquía. Esto la hace democrática e inviolable. Al no haber centralización, para corromperla alguien debería tener en perfecta sincronización más de la mitad de los usuarios que participan en la red, lo cual es prácticamente imposible.
Recuerden el caso Megaupload: el FBI dio de baja los servidores donde estaba almacenada la enorme cantidad de información. La red distribuida es diametralmente opuesta a la arquitectura “colonial” que sostiene hoy la web, en la que las plataformas poseen bases de datos centralizadas del tamaño de ciudades o barrios por donde pasa toda la información de sus usuarios. Un mail enviado desde el territorio argentino pasa necesariamente por Miami, y lo mismo sucede con pagos digitales en tarjeta de crédito o PayPal.
 
Imaginen que en lugar de un muro de Facebook lo que hay es una cadena de información dividida por bloques. Cada bloque es un grupo de transacciones, que en el caso de Bitcoin son de carácter contable, pero que pueden representar cualquier otra cosa. Ese registro es visible para toda la red y ninguna transacción puede ser borrada.
Cada bloque se suma al anterior y así se van enganchando como una cadena.
Esta red es incensurable, sin jerarquías ni intermediarios -existen los llamados “mineros”, que son personas con conocimiento técnico para generar nuevos bloques; a cambio de esa tarea obtienen un premio en Bitcoins- y funciona a partir de un sistema criptográfico de “cero conocimiento”, es decir, un método que permite que un tecero compruebe que algo afirmado entre dos partes es verdadero sin que se revele el contenido.
 
Los bancos ya están invirtiendo para desarrollar sus propias blockchains porque saben que esta tecnología va a cambiar las reglas de juego. ¿Eliminar los bancos? ¿Quitar del medio a las tarjetas de crédito que manejan el 90% de las transacciones de Internet? ¿Quitarle al Estado el control de la burocracia?
Los registros de propiedad, las patentes, licencias y el DNI (un nombre se asocia a un hash, es decir, a una cifra de 32 caracteres, y esa identidad no puede ser usurpada) podrían hacerse a través de esta tecnología que asegura la información del usuario.
 
Así como Google cambió el paradigma de acceso a la información y Facebook las relaciones sociales en la web -los dos grandes Big Brothers de la era digital-, blockchain va más allá porque no es una plataforma, no es un servicio, no es una empresa, sino una red con una base matemática sólida que cambia el  esquema de centralización y exposición por el de distribución y privacidad.
Mientras tanto, las transacciones en Bitcoins siguen aumentando y la criptomoneda gana cada vez más adeptos y usos, desde hackers anarquistas hasta los lobos del sector financiero.
 
Al ser anónimo y muy difícil de rastrear, algunos creen que el sistema de blockchain es ideal para el mercado negro o el lavado de dinero, aunque al mismo tiempo asegura transparencia y un registro contable público y confiable (siempre anónimo). También es ideal para cualquier red de comunicación susceptible de ser censurada o intervenida.
 
Los usos que se le pueden dar a la tecnología blockchain son infinitos, lo importante es entender que en su arquitectura -Assange nos recuerda: “La arquitectura es lo político”- está a base de su potencia e importancia.
Sin ir más lejos, casos como el del voto electrónico o el uso de datos del Anses para campañas de comunicación nos hacen preguntar si el sistema blockchain, con su código abierto, público y garante del anonimato, podría ser una posibilidad mucho más transparente que la de una empresa que utiliza software con código cerrado susceptible de ser manipulado.
Por ahora solo tenemos preguntas:
¿El capitalismo financiero 2.0?
¿El sueño neoliberal de una economía global sin instituciones ni fronteras?
¿La posibilidad de que una red anónima y libre, sin dueños, que disminuya el poder financiero y potencie a las personas?
Sea cual fuere la respuesta, esto lo cambia todo.

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