Mu102
Una novela
Fue el escenario de La Leona, pero también el de una batalla emblemática para recuperar el trabajo. Hoy la cooperativa tiene 150 integrantes y el desafío de enfrentar los tarifazos, la caída de ventas y la falta de políticas para el sector. ▶ LUCAS PEDULLA
Cuando todo comenzó, Carolina Vélez, obrera del sector costura y confección, llevaba un embarazo de 4 meses y medio y no quería saber nada con una cooperativa. “Nada”, dice sentada en el comedor de la fábrica y recuerda el momento en que Alcoyana presentó la quiebra.
Habla del 10 de mayo de 2010.
Habla de una historia de ficción, o casi.
Y habla desde este predio fabril con dimensiones hollywoodenses donde se filmó La Leona, la tira protagonizada por Nancy Dupláa y Pablo Echarri, y en la que Carolina Vélez, que no quería saber nada con una cooperativa, actuó en su primer episodio. Cuenta, además, que fue la elegida para explicarle a Dupláa cómo se utiliza una máquina de coser, para que captara el realismo. “Es como si Dios hubiera bajado y dicho: Elegila a ella”.
Y ella fue.
Y explicó.
Y actuó.
Luego se vio.
Y lloró cuando se vio actuar su propia historia.
Cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia.
Lo que no se puede imaginar
Alcoyana es un símbolo. Ubicada en Munro, partido de Vicente López, norte del conurbano, la textil se popularizó a fines de los 80 y principios de los 90 con el recordado grito “Alcoyana/Alcoyana” de Berugo Carámbula en el programa Atrévase a soñar, que se emitía por Canal 9. Cada participante jugaba, ordenaba un tablero y de acuerdo a ciertas coincidencias se llevaba diversos premios. Uno de ellos podía ser un juego de cama que diseñaba exclusivamente esta fábrica, que en su momento de apogeo llegó a contar con 800 operarios. “Yo llegué a ver hasta 1.000 personas trabajando”, recuerda Mónica Zurita, también del sector costura y confección, también actriz en el primer capítulo de La Leona, también obrera que se quedó a recuperar lo que era suyo.
“Esta empresa no se podía quebrar ni agarrando un palo y haciendo así”, dice Miguel Ángel García, 68 años, sector estampado, boina de pintor, delantal de pintor, manos enormes, haciendo el gesto como si partiera algo con su rodilla. “¿Vos viste La Leona? Todos los quilombos que ellos pasaron se pasaron acá. No hay nada inventado. Ojo: acá no estaba todo el lío entre Dupláa y Echarri, pero la parte que te garcaban era igual”.
Diego Sosa, 34 años, sector expedición, cuenta la novela: “Santiago Abad, un español que ya estaba grande, enfermo, y no tenía familia ni hijos, se borró y dejó todo esto a otro socio, el gerente general, Juan Carlos Alarcón, un chorro. Todo ya era bastante desastroso: deficiencia de producción, máquinas rotas que nadie arreglaba. En 2007 echaron 130 personas y en 2009 empezaron con el vaciamiento. Después fue todo desgaste. Veníamos a cumplir horario, no nos pagaban los sueldos. Mucha gente se empezó a ir sola. Cuando entré en 2004 había 600 personas. Cuando quebró, si quedamos 200 era mucho”. Cristian Pucceta, 42 años, hoy presidente de la cooperativa, resume el drama: “La patronal nos quedó debiendo seis meses de sueldos, vacaciones, aguinaldos. Fue un golpe muy duro. Nos quedamos sin nada. Imaginate: nos llevábamos 50 pesos por viernes”.
El predio es una dimensión de lo que significó Alcoyana: ocho manzanas, aunque por un arreglo con el juzgado les quedó la mitad además de las maquinarias. La firma también tenía otras dos plantas: en Trelew (Chubut) y Río Grande (Tierra del Fuego). Pucceta: “La de Trelew también quebró, antes que nosotros, y la hicieron cooperativa. Se llamaba Nehuen, pero cerró hace dos años. Se les fueron metiendo los gerentes que eran de acá. Se los comieron. Ahora no hay nada. Remataron todo”.
La situación en Munro explotó el 10 de mayo de 2010.
García: “Lo que nunca se imaginó es que la iban a tomar”.
El efecto sorpresa
Walter Sorato, 39 años, sector expedición, hoy tesorero, recuerda cuando un tocayo le comentó que había visto un cartel que decía “Fábrica Recuperada” a la vuelta del colegio donde iban sus hijos. Le llamó la atención y fue a preguntar. Era la metalúrgica Fadip, recuperada en 2009, también en Munro. “Ahí nos enteramos qué era una cooperativa”. Recibieron apoyo y asesoramiento del Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas. Comenzaron asambleas para definir qué hacer. Pucceta votaba por la cooperativa. “Mi mujer, que trabajaba acá, no quería saber nada. Casi nos separamos dos veces. Fue duro. Ella estaba embarazada de 4 meses y medio”.
Sí: Pucceta está hablando de Carolina.
Recuerda ella: “Nos pusimos a salir y quisimos formar una familia, teniendo fe de que lo peor no viniera. Pero lo peor llegó. Fue terrible”. Adriana Oviedo, costura y confección, sintetiza los los golpes bajos: “Se vive con mucha incertidumbre todo ese tiempo. Y aparte llevás esa incertidumbre a tu casa y arrastrás a toda tu familia. Es caótico”.
La decisión fue votada en asamblea. Nuevos escollos. Sorato: “Cuando decidimos armarla, nuestros propios gremios AOT (Asociación Obrera Textil) y SETIA (Sindicato de Empleados Textiles de la Industria y Afines) ya habían armado una cooperativa y presentado papeles donde cubrían todos los cargos con delegados. Es más: sacaron la matrícula antes que nosotros. Todavía no teníamos nada y ellos ya comenzaban a cobrar cosas que nos correspondían”.
Pucceta: “Vinieron a sacarnos con 200 personas, todas grandotas. Nosotros éramos mujeres, hombres grandes, niños”. Agarraron lo que tenían a mano: candados, cadenas y mangueras de incendios. “Estábamos dispuestos a dar batalla. Sabíamos que la teníamos perdida. Ellos eran muchos. Pero los de adelante estábamos dispuestos a cualquier cosa. Yo en lo personal estaba arruinado: 6 meses sin sueldo, sin trabajar, mi señora embarazada. ¿Qué podía hacer? Había que jugarse. Y nos jugamos”.
Y ganaron.
Luego fueron los gendarmes, que llegaron un día a media tarde a desalojar a golpes lo que se moviera. El movimiento los apoyó: en pocos minutos había 200 personas quemando cubiertas en la puerta. “A las 11 de la noche estábamos adentro”.
Y no salieron más.
Pucceta y Carolina pasaron esa Navidad haciendo guardia con su bebé y en la fábrica.
Las palabras mueven
De a poco pusieron la fábrica en movimiento. Rescataron cadenas de telares, vendieron chatarra para comprar materia prima, descubrieron mercadería a mitad de proceso y se lanzaron. Los primeros retiros fueron de 100 pesos semanales. Luego, 150. Luego, 300. Llegaron hasta 3.600 pesos mensuales, con un pico de facturación en 2014 y 50 telares en pleno funcionamiento.
¿Cómo están hoy en medio de la tormenta? El tarifazo impactó en Alcoyana un 400 por ciento.
Luz: de 16 mil pesos a 76 mil.
Gas: de 160 mil pesos a 330 mil.
Agua: de 17 mil pesos a 81 mil.
Pucceta suma: “Se nos van 700 mil s0lo en servicios”. Darío Agüero, 23 años, secretario: “Lo que en estos meses llevamos pagado de servicios llega casi a toda la facturación del año pasado”. Esto se suma a una caída del 40% de las ventas. Es resultado de la pérdida de poder adquisitivo: nuestros productos no son de primera necesidad. Y con la devaluación nuestros gastos subieron automáticamente un 50%. Todo está dolarizado: la fibra para hacer el hilo, la tela para hacer el hilado, el poliéster, el algodón, los colorantes, los auxiliares. Todo”.
Según la Fundación ProTejer, las importaciones en el rubro textil treparon durante el primer semestre a 132 mil toneladas por un valor de 721 millones de dólares. Un 21,3 y un 10,8% más que 2015, respectivamente. En el rubro confecciones para el hogar -como Alcoyana-, las importaciones alcanzan unas 6.300 toneladas por más de 40 millones de dólares, una suba en kilos de más del 50%. Si se reduce a ropa de cama, mesa o tocador (sin contar las toallas), ese aumento es ocho veces más: son casi 4.000 toneladas por un monto de más de 25 millones de dólares.
Es en estos momentos cuando una palabra cobra una fuerza específica: autogestión. Piensa Adriana: “Nunca en este país se tomó en serio el nombre cooperativa. Ahora que nosotros sabemos qué significa, se cuida y se quiere más”.
¿Qué significa?
Piensa Mónica: “La palabra que más me gusta es responsabilidad. La segunda es compañerismo. Todo lo que se trabaja, se fabrica y cuando se vende, se reparte entre todos por partes iguales. Eso sí: tenés que tener responsabilidad. Vos estás trabajando para vos, para tu compañero. Nosotros tenemos una asamblea, que para nosotros es ley. Lo que se decide ahí se tiene que cumplir. Aunque no te guste. Para mí trabajar en cooperativa es más responsabilidad que estando bajo patrón. Sos vos: si no trabajás, no cobrás”.
Carolina: “También hay otra palabra grande, que hay que tenerla grabada: organización. Y cuesta, porque el trabajador está acostumbrado a cumplir un horario, a que alguien de más arriba le diga qué hacer, y ahora hay que trabajar más en equipo”.
Piensa Sosa: “Hay diferentes casos de subjetivación en este proceso. Hay gente que rápidamente entiende la lógica cooperativa y hay muchos que no. Muchos siguen teniendo esa lógica asalariado-patrón, que trasladan muchas veces al Consejo de Administración para exigir aumentos. Pero es común, tiene que ver con cómo se originó la fábrica recuperada: en nuestro caso, como la mayoría, no somos el fruto de un grupo de trabajadores que se juntó y creía en el cooperativismo. Hicimos la cooperativa cuando no nos quedó otra porque la fábrica quebró. Ahí se produce una ruptura en algunas personas. Hay un primer momento, al comienzo, que es de unión: todos tiramos para adelante. Pienso que nunca trabajamos en esa concientización. Hoy habría que hacerlo”.
Adriana: “No sé si el Estado toma en cuenta al sector. No hay leyes. Y no me refiero a plata, sino a un esquema. Son tantas fábricas las que están volviendo a cerrar que puede volver a haber un pico de recuperadas. Mucha gente se está quedando sin trabajo y se está volcando a hacer cooperativas. Hay algo que se está formando. Y que se está formando bien. Otra forma no creo que haya para que un gobierno de CEOs tome enserio que esto es un emprendimiento de gente que se estaba quedando en la calle”.
Lo hot y la identidad
En ese contexto que describe Adriana es que Telefé estrenó La Leona, una historia de amor envuelta en la crisis de una fábrica textil que sería recuperada por sus trabajadores. Ni más ni menos. Pablo Lago, guionista junto a su esposa y compañera Susana Cardozo, dice a MU que el motor para escribir estas historias siempre es interno. “Vos creés en estos sistemas o no creés. Alguien que no crea que una fábrica puede ser comandada y gestionada por sus trabajadores, que no crea en la horizontalidad, en la toma de decisiones y trabajo en conjunto, no puede escribir esto. La falsedad o la mentira siempre se notan. El gran aporte de la serie es que se haya difundido, a partir de un medio masivo como la televisión, que entra en todas las casas, un estilo de construcción política, de trabajo y de valores que llegó a la gente durante 117 noches. Eso me parece maravilloso. Además coincidió con un momento del país, a mi modo de ver, terrible. De retroceso absoluto. Por la coyuntura y el momento sociopolítico en el que cayó, fue sostén para un montón de gente que está muy golpeada por las políticas que hoy se implementan, que son las mismas que las de los 90. Sirvió como sostén y como catarsis. Y, de algún modo, muestra un modo distinto de hacer las cosas”.
Charly Albarracín, 48 años, bigotazos inolvidables, otro de los obreros-actores, les dijo a los productores: “¿Quieren hacer como el patrón? Rétenme todo el tiempo”. ¿Le gustó la serie? “Sí. Era muy realista. Lo único que no había eran esas escenas de sexo, atrás de los telares. Mi esposa miraba y me decía: ‘¿Ustedes hacían eso?’. Le dije que no”.
Adriana Oviedo: “Después de todo lo que pasaste, donde encontrás una manera de manejar tu propio trabajo, con los compañeros, y que está muy bueno porque llegás a ser independiente del empresario en sí, yo encontré algo más. Yo encontré mi identidad. Un por qué. Un por qué para seguir, el porqué de un futuro, el porqué de un hijo”.
Carolina: “Nos sentimos reflejadas en la serie masivamente. Es una historia real. Nos trataron con mucho respeto. Nos felicitaban por todo lo que habíamos pasado, por la fuerza. Ni nos damos cuenta hasta dónde llegamos. Todavía falta mucho por delante: experiencias, errores, más organización. Pero para el ser humano es importante que te traten con respeto. Porque podían pensar que éramos unos negros de mierda, porque así te tratan. Y desde el Gobierno hasta los empresarios, pasando por toda la gente que te considera de esa forma, nos podemos sentir orgullosos. No somos ninguna mierda”.
Le pregunto a Alicia: ¿esa es la identidad?
Responde sin dudar: “Sí. Esa”.
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