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Estudiando México
Por qué los estudiantes son el blanco de la represión de estado. Al día siguiente de tomar El Zócalo por asalto, los estudiantes tuvieron que volver a movilizarse para liberar a 49 detenidos. El rol de las escuelas rurales en la resistencia al modelo neoliberal más salvaje de Latinoamérica. Por Eliana Gilet, desde México.
A las cuatro de la tarde del 26 de setiembre de 2016 hay estudiantes de todos lados y por todos lados, que se organizan rápido en filas y columnas. No paran de cantar: “Lucha, lucha, lucha/ no dejes de luchar/ por una educación científica y popular”.
Conmemoran así el ataque a los normalistas de Ayotzinapa, una marca generacional para estos chavos, que deben ser de los jóvenes más pobres de México que logran acceder a una carrera de nivel terciario.
Lo que sucedió en Ayotzinapa se conoce aquí como La Masacre de Iguala -que toma el nombre de la ciudad en dónde fueron atacados los estudiantes, en el Estado de Guerrero-, el momento más, profundo y doloroso como ninguno, de una línea de agresión y represión estatal que viene de antes y ha continuado después. El último episodio de esta larga lista ocurrió al día siguiente de la marcha conmemorativa de Ayotzinapa.
Fue el 27, en uno de los estados del sur de México, Michoacán, tras una emboscada policial que se los llevó cuando cortaban una ruta federal, 49 estudiantes estuvieron cuatro días presos. Mientras el Ministerio Público armaba la acusación en su contra para presentarla ante el juez de control (según el nuevo sistema acusatorio puesto en marcha en el sistema penal mexicano) la gente se movió para exigir la libertad de los estudiantes. Quemaron autos, se concentraron en la terminal de autobuses cuando los empresarios cortaron el transporte y más: retuvieron a cinco policías, con el apoyo de varias comunidades indígenas autónomas de la meseta Purépecha, hasta que todos los estudiantes fueron liberados.
Es la lección que aprendieron las poblaciones mexicanas: hay que reaccionar rápido y contundente, o los desaparecen o matan o procesan con causas armadas.
“Todo se realizó como medio de presión para la libertad de nuestros compañeros y creemos que fue efectivo con los últimos detenidos, pero seguimos teniendo ocho compañeros presos. Entendemos que, como siempre, su liberación fue producto de la movilización. Nuestros compañeros son presos políticos. Fueron detenidos mientras planteaban nuestras exigencias como normalistas del Estado, pero sólo hemos recibido represión y detenciones como respuesta del gobierno”, me explica una de las estudiantes de Michoacán, que se organizan en torno a la ONOEM (Organización de Normales Oficiales del Estado de Michoacán), una de las coordinadoras autónomas de estudiantes.
La joven se refiere a lo ocurrido el 15 de agosto de 2016, cuando 43 estudiantes de ese mismo Estado fueron detenidos en tres acciones policiales simultáneas. En la primera, detuvieron a 38 estudiantes en una carretera federal en donde hacían “actividades de boteo”. En criollo: mangueaban a los automovilistas. A esa misma hora, pero en Morelia, la capital del Estado, la policía detuvo a otros tres estudiantes de la Normal Superior, que prepara futuros profesores de secundaria. Los últimos dos estudiantes apresados ese día fueron detenidos cuando bajaban del autobús que los llevaba de vuelta a la Escuela Rural de Tiripetío, en donde viven durante la semana. Era lunes, iban de regreso.
La justicia los acusó primero de haberse robado un patrullero de la policía estatal con ocho palos como armas. Como resultaba descabellada una turba de 43 estudiantes robándose tan poca cosa, la acusación se ciñó sobre los 8 estudiantes de Tiripetío.
Una semana antes, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial del Estado, Arcadio Méndez Hurtado, salió a la prensa a exigir represión contra los normalistas michoacanos, especialmente contra los de las escuelas normales rurales, “en donde se prepara a los estudiantes con tácticas de guerrilla”.
El rol de los medios
n mes antes, los estudiantes nucleados en la Organización de Normales del Estado de Michoacán (ONOEM) habían armado “una trinchera” en un municipio indígena de la sierra: allí depositaron cerca de cien camiones y otros vehículos de distribución de productos de empresas privadas y trasnacionales. ¿Por qué lo hicieron? “Para presionar a los empresarios, que son los que verdaderamente manejan al gobierno, a atender nuestros reclamos”, respondió la estudiante consultada.
“Quieren desmovilizarnos, pero ocasionan lo contrario. En estas semanas hemos comprobado el apoyo total de las comunidades indígenas y de distintos sectores de la sociedad, a pesar de las campañas mediáticas montadas en nuestra contra. Sabemos que cuando hacemos actividades culturales, como la de los dos años de Ayotzinapa o cuando levantamos el plantón en Morelia el 15 de setiembre, los medios no las muestran. La trinchera sigue en pie y, a pesar de las detenciones, no tuvieron suficientes pruebas para acusar a nuestros compañeros. Es la misma situación en que están los ocho del 15 de agosto: también son presos políticos y exigimos su inmediata liberación”, dice la normalista.
Uno de los abogados que actuó ante las dos detenciones –en un mes, fueron casi 80 estudiantes– resume: “La mecánica judicial a la que los enfrentaron ya es conocida y el nivel probatorio contra ellos es siempre muy bajo. Tienen los testimonios de los propios policías y no mucho más”. Señala que lo que hizo la diferencia entre el caso de agosto (donde los estudiantes siguen presos) y la de setiembre (liberados bajo medidas cautelares, que incluyen no poder manifestarse) fue la fuerte movilización.
“Las Normales vienen de una tradición radical, porque si no, no les hacen caso. Es la precariedad de recursos lo que los obliga a movilizarse, ya sea por presupuesto o por plazas (cupos de inscripción). La toma de camiones es una de las prácticas más extendidas en el tiempo”, explica el periodista Luis Hernández Navarro.
La ofensiva hacia las escuelas normales, que busca achicar su importancia como cantera de maestros y profesores, así como ahogarlas económicamente recortando presupuestos y retardando el pago de las becas con las que sobreviven los estudiantes, han sido las tácticas blandas del Estado, una vez que la represión quedó vibrando en el cuerpo de los pibes.
Ser maestro en México
La Reforma Educativa, -una de las estructurales de Enrique Peña Nieto, con la que se mantiene un conflicto abierto hace más de tres años – permite que cualquier persona con un título universitario, que pase un examen de admisión, pueda dar clases.
A los normalistas también los meten en esa bolsa, eliminando así el acceso directo a una plaza que tuvieron todas las generaciones anteriores. Una de sus reivindicaciones actuales más urgentes es garantizar el acceso pleno a todos los egresados a un puesto de trabajo público, ya que son ellos los que se han preparado específicamente para la tarea.
Hernández Navarro explica que el ataque a las escuelas rurales de maestros – que a su vez son bilingües porque deben manejar el español y una lengua originaria, para poder trabajar en comunidades indígenas– es mayor porque “para la tecno-burguesía, los campesinos sobran. Si fuera por ellos lo más fácil sería desaparecerlos, pero no pueden: hay resistencia”.
La otra marca de los normalistas es su capacidad de autogestión estudiantil. La Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, FECSM, es la organización de estudiantes más antigua del país: fue fundada en 1935.
“Los estudiantes tienen incluso responsabilidad en la vida institucional de la escuela, desde el momento en que participan de la selección de nuevos internos, un proceso que no es nada fácil de atravesar. Cada escuela normal del país tiene su propia vida interna, pero los estudiantes tienen un perfil común: todos vienen de un mundo de escasez”.
Las escuelas normales representan lugares que tienen la particularidad de ser un espacio en el que la transmisión generacional es muy fuerte.
Explica el periodista Hernández Navarro: “Hay una comunidad imaginaria que va más allá de los alumnos activos: incluye a los ex alumnos, que se mantienen muy vinculados a las dinámicas de las escuelas. Es un tejido invisible que va más allá del espacio físico de la escuela, que es inter-generacional e inter-comunitario, y que vive en estrecha relación con las luchas de las comunidades en donde están insertas.”
¿Cómo se explica la etapa actual de conflictos que están atravesando las escuelas rurales?
Está enmarcado en un ataque genérico a la educación pública, en la reforma laboral de la educación, que es una espada de Damocles que pende sobre los maestros. La Reforma pretende cambiar su relación con el Estado, hacerlos perder su seguridad en el empleo, someterlos a vigilancia y a evaluaciones permanentes. Es el mismo conflicto que pretende que los estudiantes que egresan de las normales rindan exámenes para conseguir plazas en las que trabajar. Como si el magisterio no fuera una profesión de Estado, como si fuera borrón y cuenta nueva.
El Zócalo por sorpresa
La gran particularidad de la marcha a los dos años de Ayotzinapa fue que logró llegar a El Zócalo, la principal plaza de la capital mexicana, algo que hace más de un año está vedado a las movilizaciones. Cuando la vanguardia marcada por los estudiantes que llegaron a la capital desde la Normal Rural de Ayotzinapa entendieron lo que significaba, aminoraron la marcha y se quedaron todos agazapados. A la voz de “ahora” emprendieron una corrida furibunda que siguieron los de Michoacán, Chiapas, Puebla, Aguas Calientes y, atrás, los estudiantes del Instituto Politécnico, de la Preparatoria 5, de distintas carreras universitarias. Así, corriendo, enérgicos, entraron en El Zócalo.
Desde el atrio, los padres de los 43 estudiante desaparecidos remarcaron que esos jóvenes, salidos del medio de la nada, han sido los principales aliados en su lucha. Y les agradecieron. “Nuestros hijos es lo único que tenemos nosotros, los pobres” dijo Mario González, padre de César Manuel, desaparecido.
Los normalistas aplauden porque saben que existir ya es una lucha ganada, que son el blanco a exterminar, el germen de maestros rebeldes y de trabajadores que llegan a todos los rincones de este México que duele.
Ahí está su peligro.
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