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Hacer, contar, sentir
Arte y comunicación. Periodismo, filosofía, literatura, música y teatro se suben al escenario y el resultado asombra: nuevos formatos, públicos y perfomances para hacer pensar al cuerpo y mover a la cabeza. La creación como clave de comunicación. Por Lucía Aíta.
Si esta nota fuera una obra de teatro, podría dividirse en cuatro actos:
Acto 1. Dos comunicadoras se paran firmes entre las columnas doradas del escenario del Teatro Cervantes y, desde ese estandarte de la cultura, despliegan datos e imágenes que desnudan a la actual industria alimentaria.
Acto 2. Sobre las tablas del Konex, un docente y filósofo hace preguntas sobre grandes temas como la otredad, la verdad y el poder. Sus reflexiones se mezclan con chistes que parecen provenientes de una sesión de stand up y se enlazan con clásicos de Spinetta, Charly García y los Redondos.
Acto 3. En una sala de teatro independiente, un power point anticipa que lo que estamos a punto de ver no es una obra de teatro: lo que estamos a punto de ver es cómo un escritor desenvuelve su investigación sobre Campo de Mayo, territorio que fue el destino de más de 4 mil detenidos desaparecidos durante la última dictadura militar.
Acto 4. En el patio central de una Universidad pública del conurbano bonaerense un grupo de bailarines y actores realizan movimientos físicos intensos al ritmo de las frases extraídas de comentarios online de Clarín y La Nación. Acción que minutos después será analizada en una mesa redonda teórica sobre violencia y racismo.
¿Qué son estas escenas? ¿Conferencias académicas? ¿Arte? ¿Comunicación?
Para entender cuál es el poder de estos juegos y cruces entre lo artístico y lo comunicacional hay que abrir el campo de visión y ver el contexto. Estamos en la época de la sobreinformación, de la saturación, las redes, los trolls, las operaciones. Los datos sobre lo que nos rodea nos atraviesan ojos, oídos y cerebro hasta aturdirnos.
Estamos en el contexto en que las siglas de las charlas TED (Tecnología, Entretenimiento y Diseño) describen nuestro presente comunicacional. Las TED son conferencias que convocan especialistas y no tanto de todas las disciplinas y que se pueden ver por Internet. Cada día se ven dos millones de charlas TED alrededor del mundo.
Eso es un dato: hay público para las conferencias.
Es en ese marco que estas obras se hacen la pregunta de cómo conmover a un público sobreinformado, por fuera del mercado (incluso del de las conferencias).
Y desde esa sensibilidad trazan obras que exponen grandes temas como el sistema productivo, nuestro pensamiento filosófico, la violencia política y el racismo, de una forma accesible y en lugares públicos.
No es ficción.
Son obras que piensan mientras actúan y actúan mientras piensan.
¿Cómo lo hacen?
“No hay otra forma de darle de comer al mundo”, repite una voz en off una y otra vez como un mantra. Esa es una de las frases que Soledad Barruti (periodista) y Agustina Muñoz (actriz, dramaturga y también periodista) discuten con información durante hora y media de actuación. Una mesa llena de productos comestibles fluorescentes y empaquetados y un changuito de supermercado y remeras teñidas con el polvo del jugo Tang son parte de la puesta en escena. El guión está basado en el libro Malcomidos de Barruti, que en 464 páginas desarrolla la premisa de su subtítulo: cómo la industria alimentaria nos está matando.
¿Por qué llevar un tema tan intragable al escenario? Soledad y Agustina responden casi a coro: justamente, por eso.
La forma estética que eligieron reproduce la lógica mercantil, al revés: lo que ellas denominan “la antipublicidad”. Parecen conductoras de TV, aunque todo lo que se dice va en contra de esa lógica. La intención: visibilizar lo que está en nuestras mesas todos los días, pero nadie ve.
“Necesitamos ver para dejar de creer. Ver los paquetes y esas publicidades con caras de famosos. Ver a los políticos. Ver a los animales hacinados. Ver los desmontes y los campos llenos de soja”, dice Agustina. Soledad agrega que la idea de un soporte audiovisual les resultó fundamental. “Tenía que haber una tele porque este sistema está explicado y sostenido por la televisión y la publicidad: es Cormillot vendiendo veneno saludable”.
La ilógica del tema: “Tomamos por normal cosas que realmente no tienen por qué serlo nunca. Parece increíble, pero sólo cuando lo ves fuera de contexto te das cuenta de lo delirante que es nuestra vida cotidiana”, dice Soledad y da una pista de por qué baten un pollo Knorr adentro de una bolsa de plástico en pleno Teatro Cervantes: hay que sacar de contexto.
Soledad y Agustina definen lo que hacen como un manifiesto cuyo motor arranca a partir de la indignación. En un mundo donde no distinguimos polvo de color de alimento, lo real tiene un peso a veces abrumador. “Llevamos a escena la indignación que compartimos en nuestras charlas como amigas frente a las trampas del sistema. Había deseos muy profundos de denunciar el engaño”, relatan.
Los ejes que descubren con su manifiesto son concretos y comprobables: “No somos fundamentalistas”. No se trata tampoco de una preocupación burguesa, banal o estética. No es más caro comer sin agrotóxicos. Y existen otras formas de darle de comer al mundo que ya funcionan.
Cuando Soledad, que tiene miles de seguidores en redes sociales a pesar de decir cosas que nadie quiere escuchar, cuenta por qué usa herramientas de arte para expresar el manifiesto, es tajante: “Para los que nos interesa la comunicación es fundamental encontrar plataformas y mecanismos distintos para llegar a la mayor cantidad de personas posibles. La nueva crónica latinoamericana me parece hermosa pero si la leen sólo los que pueden pagar una revista de 20 euros, hay un problema. Cuando las personas reciben esta información de distintas maneras, algo se mueve. Todas las formas son posibles y válidas mientras haya un trabajo bien hecho detrás”.
“Se venden 10 millones de pastillas para la ansiedad, el estrés y dormir con receta diarios en el mundo”, dicen Soledad y Agustina con el reflector iluminándolas. Esta frase que parece llena de negatividad en realidad es una muestra de su optimismo. En esos síntomas de ansiedad, depresión y desesperación que padecemos, ellas perciben algo que se está acabando. Por eso explican que le pusieron Extinción al mensaje que titula su obra y rematan: “Es el sistema el que llegó a su límite y se va a extinguir”. Lo plantean con la misma convicción que cuando las feministas gritan que el patriarcado se va a caer.
Suena Corazón Delator de Gustavo Cerati a fondo y Darío Sztajnszrajber, filósofo, ensayista, comunicador y docente, habla del Jean Luc Nancy, filósofo contemporáneo francés.
¿Cuál es la relación?
“Jean Luc Nancy recibió un trasplante de corazón y allí se da cuenta que él puede ser quién es y estar vivo gracias a la presencia de otro en su interioridad. Es el corazón del extranjero, del otro, el que le permite estar vivo y no el propio que lo estaba matando”, dice Darío y admite que le consta que Corazón Delator no fue escritapensando en eso sino en el cuento de Edgard Allan Poe. “El arte es así, es una obra abierta: depende de cómo es recibida, retomada y relanzada. En este caso, asociar una canción de Soda a la filosofía puede ser una clave para comprender qué es la otredad y cuán importante es el rol del otro en lo que somos”, retoma y refleja la esencia de su forma otra de comunicar: querer mover corazones de otros.
Antes de llevar su filosofía a todos los formatos que una pueda imaginar (televisión, radios, revistas y teatros) Darío fue docente en todos los niveles educativos. Con ese back up, afirma que todo lo que vino después fue sólo un ejercicio de abrir el aula. “Siempre traté de que una clase fuese más que un dictado de información. Trabajé bastante lo de meter música en la mitad de una clase o generar situaciones de ficción. Por eso, cuando empecé a hacer en televisión con Mentira la verdad fue llevar lo que ya sucedía en el aula y cruzar con elementos de la producción audiovisual”, cuenta y plantea que la idea de aula como una relación vertical entre docente y alumno en la que circula información que uno posee y otro recibe ya no se sostiene. “Esa estructura jerárquica y binaria está en crisis. Hoy un programa de televisión o una obra de teatro es tan aula como una clase. Me animo a decir que ese tipo de aula ha muerto”.
Con esa defunción de las órdenes académicas como premisa, Darío enmarca sus formas de llevar a la filosofía a donde sea que va bajo el nombre académico de “proyecto de divulgación”.
¿Cómo se llega a espacios de difusión masivos con preguntas sobre el amor y la religión o desentrañando a Nieztche?
Como fanático del fútbol que es, define algunas claves:
Salir de la propia disciplina: “Implica pelearse con tus propios dogmas y tus propios enconcertamientos. Lo primero que tuve que hacer es darme cuenta de que no tenía que estar pendiente de lo que iban a decir mis colegas sobre lo que yo iba a hacer. Si te quedás en el juicio de los propios, no salís. Es cortar la idea de que uno le hable a los suyos, dejar de estar ensimismados”.
Entrenamiento: “Soy de los que creen que la creación es 99 por ciento trabajo y uno por ciento de inspiración. Hay que romper con la idea de que las cosas te pasan: es un gran mito que justifica la inacción. Hay que trabajar para que cuando ese mínimo porcentaje irrumpe, estar preparado”.
Construcciones colectivas: “Es confiar que la guerra con el otro es creativa, da resultados. Si yo hubiese hecho de Mentira la verdad lo que suponía que tenía que ser, no lo hubiera visto nadie. Nieztche tiene una famosa metáfora que explica que el conocimiento en realidad surge con el fulgor de dos espadas que se cruzan; esas dos espadas generan una chispa. Esa chispa creativa se genera claramente con el otro. Es en ese choque de diferencias, se crea algo”.
“Hay que renovar nuestra capacidad de asombro”, dice el escritor Félix Bruzzone desde el escenario mientras mira fijo al público, con imágenes del pasto de Campo de Mayo proyectadas a su espalda y un casco verde militar en la cabeza.
Félix, escritor y autor de novelas de ficción conocidas como Los Topos y Barrefondo no tenía ninguna experiencia en teatro. Eso no impidió que la artista argentina Lola Arias viera en él un material perfecto para formar parte del ciclo Mis Documentos.
Mis Documentos surgió como una forma de hacer visibles las investigaciones que se pierden en una carpeta sin nombre en la computadora. La idea era que artistas presentaran una historia que los obsesiona secretamente. A Félix, esa descripción le cuadraba perfecto.
Él narra en escena que cuando se mudó de zona no sabía que su historia personal, como hijo de desaparecidos, estaba tan vinculada a un lugar. Y así relata cómo comienza su obsesión con Campo de Mayo, ese espacio inmenso que fue alguna un centro de detención clandestina y que hoy todavía contiene la guarnición militar más grande del país y es, al mismo tiempo, un basurero del CEAMSE.
Fue el cruce de disciplinas y formatos y la curaduría de Lola, según Félix, lo que hizo posible que transmitiera una mirada distinta a cómo se suelen abordan los temas relativos a la memoria.
Campo de Mayo no habla sobre el pasado: se pregunta por el presente y futuro. Es una pregunta política sobre un espacio concreto, y el despliegue de esa pregunta incluye datos concretos sobre qué pasa allí y audios de las charlas con vecinos de la zona.
Esta charla performática se volvió, al mismo tiempo, el biodrama de un escritor: “Aunque hay una investigación sobre un territorio y otros sujetos, lo que narro es una experiencia propia. Es también una puesta en escena de cómo se hace una novela”, dice y se convierte en una especie de antihéroe de la literatura. Bruzzone da cuenta de lo difícil que es terminar un libro sobre un tema así: esa es la mirada que desolemniza la temática y hasta hace que la gente se ría. Pero, sobre todo, contagia la obsesión por sus preguntas.
La puesta es despojada. Una pantalla, un proyector, un par de accesorios y una mesa. Félix explica que la hace donde lo invitan, por eso necesita que entre en un bolso. Se ríe cuando reconoce que le gusta la definición teatro de garaje: “Tres acordes, un poco ruidoso y no importa si sale más o menos. Cada vez que lo hacemos es un poco distinto. Hay más margen para moverse. Es teatro de guerrilla: vamos a dónde sea y no hacemos temporada. La idea es sorprender al público en distintos ámbitos”. Así se pasearon por el Conti, la Universidad de Avellaneda, la UNA y otras.
Félix sostiene que para crear piensa en el público, porque le importa la legibilidad. “Me cae muy mal cuando agarro un libro y no lo entiendo. Me siento abandonado, no me gusta. Eso es pensar no sólo en uno, sino también en el lector”, dice y cierra: “Creo que todo arte también es comunicación. Cuanto más pueda comunicar, mejor”.
Por un lado, se ven cuerpos manchados de rojo sangre. Sus movimientos parecen una mezcla entre linchamientos y formaciones militares. Por otro, una banda pop evangelista llamada Los ángeles de Rawson canta los poemas el libro de poemas Diarios del Odio de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, basados en foristas de internet. Todo sucede en la Universidad General Sarmiento, Los Polvorines. Los poemas dicen cosas como:
“Voy a seguir marcándote
Señalándote
Y diferenciándote
Como el negrito de mierda que sos,
Porque no valés ni un solo derecho humano”.
Así se despliega en escena un racismo crudo y sin filtros, enumerando en forma poética y estética los comentarios más violentos sobre piqueteros, docentes, obreros, homosexuales o hijos de desaparecidos. Frases que los trolls lanzan con la impunidad y el anonimato de la violencia ejercida por Internet.
Esta obra es la antitésis de una conferencia performática. O el camino inverso. Silvio Lang se autodefine como artista insumiso y da muestras de eso constantemente: inspira y proyecta arte escénico contemporáneo en todos los ámbitos en los que participa. Su nuevo grupo ORGIE (Organización Grupal de Investigaciones Escénicas) nace de los talleres con los que investiga con sus alumnos procedimientos con un sentido crítico a la formación convencional en baile y actuación: “En las escuelas se siguen formando performers para un teatro costumbrista que no está en relación con las problemáticas de la contemporaneidad. De trabajar cómo debería ser el nuevo performer contemporáneo surgió un lenguaje que tenía que desplegarse en una organización grupal, y con una intervención más pública”.
Silvio explica que eligió los poemas de Jacoby por la fuerza que tienen respecto al presente: “Es el desasosiego y el odio que están en todos lados. No sólo hay un odio clasista, racista, machista, transfóbico y homofóbico, sino que también hay pasiones odiosas en los que queremos dignidad, justicia e igualdad. Es un afecto que circula por las masas”.
“En el medio, una política represiva policial y de políticas culturales de captura y banalización de nuestra pasión creativa. Tuvimos que pensar cómo no quedar atrapados en esa estructura de captura que es el neoliberalismo macrista”, dice Silvio y cuenta por qué decidió retirar su arte de los escenarios porteños y llevarlo hacia las universidades del conurbano. “Queríamos desplazarnos hacia otros territorios y ver la posibilidad de crear otras imaginaciones. Pensamos la Universidad como zona de conflicto, y también como lugar donde se fabrican los discursos”. Silvio plantea que fueron allí a trabajar justamente la maquinaria del discurso del odio: “Para mí hacer una obra no es hacer una obra: siempre es intervenir una institución. En esos espacios tan normalizados, tan aceitados y maquínicos como son las universidades, lo que hacemos es abrir otras imaginaciones, abrir otros modos de relacionar los cuerpos en un momento de vitalidad. Uno también puede ir a una sala teatral porteña y encontrar la misma normalización. Por eso creamos un momento de desmesura. Son cuerpos, imágenes y gestos que exceden e irrumpen la vida cotidiana de la universidad”.
Por esa mezcla de instituciones, colectivos y personas Silvio sabe que se vuelve incategorizable para el establishment o el mercado teatral. “Hay algo de esa subjetividad monstruosa donde yo encuentro vitalismo frente a la máquina de captura. Porque cuando la máquina captura el arte y los cuerpos, lo que hace por un lado es coaccionar, licuar y alinearte a su deseo amo. La autonomía tiene que ver con tejer otro tipo de redes, desneurotizar algunos gestos y posiciones, y arriesgarse a crear”, dice Silvio. “Nuestra operación artística es producir un exceso de vida en los espacios. Ante el peligro de muerte que implica el neoliberalismo, nuestra estrategia es producir más vida”.
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