CABA
La odisea del espacio
Llevan once años tomando la calle como espacio de expresión artística y política. Participaron de escraches, marchas y protestas, aportando su estilo. Llegaron a la Bienal de Venecia. Hoy, tienen una mirada autocrítica sobre su presente. “Cooptaron nuestras consignas y herramientas y no supimos crear nuevas”.
Es casi un paradoja: el Grupo de Arte Callejero (Gac) acaba de terminar un video de ficción, llamado El juego de la vida. Y además, apuesta a editar el libro que relata su historia, que ya lleva once años haciendo de la intervención en los espacios públicos su forma de expresarse artística y políticamente. Aunque, como sus propios miembros reconocen, su vitalidad es apenas latente.
El Grupo nació en tiempos menemistas para protestar contra la Ley Federal de Educación, pero poco después se asoció a hijos para imponer el escrache como forma de condena social a los represores de la dictadura, ante la denegación de justicia. Pero el escrache fue mucho más que eso: era una forma de protesta que apostaba a la reconstrucción de lazos sociales utilizando la calle como lugar de reunión y producción. Así comenzó a involucrarse en diferentes causas vinculadas a los derechos humanos.
Después del estallido de 2001, durante mucho tiempo organizó una procesión artística los días 20 de cada mes, que denunciaba la impunidad de los asesinatos ocurridos el 20 de diciembre en las cercanías de la Casa Rosada. Con todas estas prácticas a cuestas, sus miembros ganaron el concurso para diseñar el Parque de la Memoria, en Buenos Aires. Y también pudieron visitar lugares muy ajenos a ellos, como la Bienal de Venecia, donde fueron especialmente invitados. Allí exhibieron Cartografía de Control, una proyección de video y collage basada en un ícono del grupo: el fragmento del mapa de la ciudad de Buenos Aires señalizado, con marcas que identifican centros del poder económico, acciones de la represión militar, lugares de conflictos bélicos y zonas militarizadas.
Pero desde hace un par de años, las acciones e intervenciones en el espacio público comenzaron a mermar, como ocurrió en muchos de los movimientos surgidos para resistir al modelo neoliberal. “No es que hayamos dejado de hacer, dejamos de hacer en el sentido que lo veníamos haciendo”, explica Carolina Golder, una de las fundadoras del grupo.
Como resultado de su participación en la organización de talleres de televisión comunitaria, el año pasado el gac terminó su video de 14 minutos “que muestra sutilmente la diferencia entre el que hace y el que no hace”. También viajó a Chaco para intervenir las estatuas de la ciudad de Resistencia con esos globos de diálogo, tan típicos de las historietas. Allí cada uno podía escribir lo que se le antojara con el objetivo de hacer público lo que había ocurrido en la masacre que la dictadura militar había llevado a cabo en la localidad de Margarita Belén. La otra acción fue en el barrio de Caballito como forma de protesta porque el gobierno porteño había enrejado un predio donde funcionaba una huerta comunitaria. “Fueron todas intervenciones muy chiquitas”, describe Golder.
¿Por qué el GAC se replegó?
Nosotros vivimos un punto de inflexión cuando el gobierno anunció la entrega de la esma a los organismos de derechos humanos, en 2004. El tema de la memoria y la defensa de los derechos humanos fueron los más fuertes que había abordado el grupo. Nos resultaba muy difícil cambiar el contenido de lo que hacíamos y, a la vez, nos empezaba a parecer trillado todo lo que veníamos diciendo. Empezamos a cuestionarnos la efectividad de las intervenciones urbanas que hacíamos. Al mismo tiempo, notamos que comenzó a haber una superpoblación de intervenciones en el espacio público y eso también volvía invisible nuestras acciones. No era que proliferaron otros grupos como el nuestro, sino que hasta las campañas electorales comenzaron a hacerse con esténciles. De alguna manera nos tomaron las banderas y las herramientas.
¿Hoy no hay nuevas banderas para levantar?
Claro que sí. Yo intervendría a partir de los contrastes sociales, de la discriminación a la gente del conurbano en los hospitales porteños, de la expulsión de los cartoneros. En esta ciudad cada vez es más notoria la brecha entre los que tienen y los que no tienen, y ese tema sería genial trabajarlo.
¿Y por qué no?
Seis años atrás, si alguien salía a decir que en los hospitales públicos no se iba a atender más a la gente del conurbano, esa misma noche hubiéramos salido con el aerosol a realizar intervenciones. Hoy, en cambio, empezamos con los peros. Creo que hay varias razones. Ahora está muy difícil salir a la calle. Hay mucha paranoia social. Antes salías y hacías lo que se te cantaba. Hoy un vecino te puede denunciar por pintar una pared o intervenir un teléfono. También hay cuestiones de la edad: no es lo mismo tener 20 que 30. Te volvés más cómodo, tenés mejores laburos, hoy hay muchos en puestos del Estado. Otro problema es que no hay quién venga atrás. Yo doy clase de arte político en el iuna (Instituto Universitario Nacional de Arte) y no veo que haya interés en este tipo de cosas. Estoy esperando que aparezca un grupo de jóvenes y convertirme en la vieja que se mete a laburar entre los pibes. Está también el argumento que dice que era más fácil y aglutinador tener a Carlos Menem como enemigo. Pero no quiero cargar las culpas –que la tiene– contra la cooptación kirchnerista. Me parece que eso sería poner la mirada afuera, sería una explicación facilista.
Muchos de estos argumentos suenan como una renuncia a la disputa del espacio público…
A nivel personal, para nada. Me rebano la cabeza pensando cuáles pueden ser las formas de comunicar algo con otra forma y con otro sentido. Pero no se me está ocurriendo. Veo gente que interviene el espacio público con cierta nostalgia y no me gusta. Pero también es verdad que yo no tengo otra respuesta. Me parece que hoy las intervenciones no tienen peso, ni tienen la potencia y ni la fuerza que tenían hace un tiempo.
Para vos, ¿de quién es la calle en estos momentos?
Cada día la ciudad es para menos personas. Fijate, si no, los precios de los alquileres. Pero abandonar el espacio público es como regalárselo al otro. La única solución para esta situación es volver a ocuparlo. Antes, intervenir la calle no era fácil, pero habíamos logrado, al menos, convertirnos en una molestia. Hoy ni siquiera eso.
¿Ahora la calle está tan vacía y silenciosa como en los 90?
En 2001 la sensación era que todo se podía hacer y ahora, de repente, no se puede hacer nada. Y eso es algo muy difícil de remontar. Sin embargo, no estamos como en los 90. No hay un repliegue al estilo del “sálvese quién pueda”. Más bien tiene que ver con recostarse en cierta comodidad hallada, propia de la clase media.
También los movimientos sociales que se organizaron de otro modo en el conurbano.
Sí, es cierto. Pero eso no puedo pensarlo, apenas puedo con la autorreflexión.
¿Sigue siendo importante ocupar el espacio público?
Claro. El espacio de la calle, urbano, es el lugar para decir todo lo que querés y pensás. Eso es riquísimo. Además, es el espacio de todos: en la calle no hay mercado, no se paga. Nadie define qué va y qué no va. Ahora existe un discurso que habla del ciudadano, un prototipo que es limpio, ordenado. Así es el ciudadano que Mauricio Macri quiere. Yo desconfío cuando escucho la palabra ciudadano.
¿Por qué?
La publicidad y la política de la ciudadanía son una gran mentira. Construye una ficción del tipo “si todos sacamos basura a las 20 vamos a estar mejor”, mientras hay situaciones de violencia social terrible. Quieren convencernos de que todos somos ciudadanos y eso no es verdad. Ahora resulta que queremos el tren bala, como en el Primer Mundo. ¿Pero para quién va a ser? Para los pocos que lo puedan pagar. ¿Por qué no invertimos esa guita en que la gente tenga un tren digno para ir a laburar todos los días?
¿Tuvo algo que ver en la parálisis del GAC el reconocimiento oficial que obtuvo en cierto momento el arte callejero: la participación en muestras internacionales, las invitaciones para viajar o los subsidios que comenzaron a aparecer?
No, por lo menos en nuestro caso. Nosotros atravesamos ese momento con mucho dolor, hasta se alejó gente. Pero para nosotros fue un momento de gloria. Fuimos muy radicales, rechazamos los subsidios y creo que eso nos salvó de la autodestrucción. Ahora, incluso, somos más flexibles y podemos aceptarlos. Pero hubo otras organizaciones que se destruyeron cuando estaban en la cima del estrellato artístico, porque son distintas las lógicas del mercado artístico que las del arte de la calle. El mercado destruye todas esas palabras que están buenas: horizontalidad, autonomía.
En plena ebullición de 2002, en el GAC decían que de tanta acción no había tiempo para pensar en qué estaba haciendo el grupo, algo que también consideraban necesario. ¿Ahora la situación es inversa?
No creo que habernos tomado un tiempo para reflexionar sobre lo que hacíamos haya sido paralizante. Está buenísimo reflexionar porque generás lazos con vos mismo. Lo que puede ser nocivo es cuando el pensamiento se vuelve totalmente autorreferencial. Para evitar eso nosotros generamos encuentros con otros grupos. El problema creo que es otro: algunos compañeros buscaron otras herramientas, como la televisión comunitaria; otros se enojaron con tanta –como se dice ahora– cooptación. Pero, en realidad, nuestra debilidad es no haber podido dar con las nuevas formas. Y, la verdad, yo ya me aburrí de reflexionar. Mirá lo que pasa en la Mesa de Escrache: se sigue reuniendo gente piola, súper valiosa y capaz, pero no puede sacar un producto. Venimos de muchos años de una práctica con una impresionante potencia, pero que de repente no tiene efecto. No sólo eso, ni siquiera se practica. Es casi una cuestión psicológica. Están las ganas, la gente, la situación y no sale nada.
¿Ni siquiera con la desaparición de Julio López?
La principal alianza que nosotros tuvimos desde un principio fue con los organismos defensores de los derechos humanos. Pero la creencia que en los últimos años esas instituciones empezaron a tener en el Estado rompió con todo. Ya no hubo potencia para reclamar por Julio López. Esa gente era la que llevaba adelante las banderas de la memoria y la justicia.
Volvemos, entonces, al punto de inflexión que marcabas al principio. ¿Entrar a la ESMA implicó dejar la calle?
Puede ser. Pero a la vez, ¿qué hacés con la Esma? Tenemos un Estado que nos la da. ¿No la vamos a agarrar? Tal vez esta situación te imponga una dinámica o un camino que no pensaste. Pero yo no tengo la respuesta.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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