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El grito de Mateo: cómo vive y piensa un niño tucumano

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Es el protagonista de un video viral en el que le reclama a los concejales de su ciudad que hagan algo. Tiene 8 años y sintetizó el grito de una época: “Nos morimos de hambre”. Un viaje al cirujeo, la fama, los tarifazos y la vida en Concepción de Tucumán. FRANCO CIANCAGLINI
Mateo es un niño especial.
Es decir: como todos los niños.
Pero Mateo es distinto a varios de los denominados “grandes”, entre otras cosas, porque es el autor de una frase que quizá sintetiza esta época: “Ustedes no hacen nada y nosotros nos morimos de hambre por su culpa”.
El grito de Mateo (y su llanto después de decir esas palabras) son grito y llanto de un país en el que uno de cada dos niñxs menores de 14 años es pobre. Uno de cada dos niñxs es Mateo.
Dijo lo que dijo, en la cara, a los concejales de su ciudad Concepción, al sur de Tucumán, la segunda más grande de la provincia.
Cualquiera que pise el barrio 1º de Mayo II donde vive Mateo puede ver la pobreza, el hambre, la desesperación y el abismo entre la Capital Federal y las provincias, entre las ciudades y pueblos, entre los discursos y la llamada realidad.
Pero no todos pueden verla con tanta lucidez como un niño de 8 años.
Y gritar.
Y hacer algo.

Tucumán arde

Al llegar a la terminal de San Miguel un altoparlante avisa que existen varios recorridos suspendidos por el corte de las rutas 157 y 38 que van al sur de la provincia. La protesta es protagonizada por la Corriente Clasista y Combativa para pedir alimentos, planes sociales y la baja de las tarifas de energía.
En el camino hasta el corte ya es notable el contraste de los afiches y las pancartas electorales con la grotesca ausencia estatal, ilustrada en ranchos de madera y chapa a la vera de la ruta, el 90% de calles sin asfaltar, los arroyos contaminados. Y niños jugando en la calle, con lo que hay.
El sur tucumano es una zona de plantaciones de limón, caña y papa, principalmente. Hay algún trabajo temporal durante la cosecha, pero los lugareños aseguran que “cada vez menos”. A Concepción le dicen turísticamente “La perla del sur” por su aparente oferta de naturaleza y aventura. Pero es difícil encontrar en el paisaje rural perla alguna.

La última casa

La última casa del último barrio, antes del basural: unas rejas marcan la frontera del terreno de la familia Silva, donde hay más tierra que ladrillo levantado. Adentro, se acomodan cocina, baño y el cuarto donde duermen los hermanos Mateo (8) e Isaías (11) junto a Pedro y Analía, sus padres, y los conejos Kone y Grisi. Afuera, agrandan la familia cuatro perritos indocumentados.
Hay dos teles, una antena de DirectTV que incluye el pack fútbol, pero una heladera que muestra que las cosas no andan bien. Hace seis años que los Silva viven en esta casa de un barrio construido durante la presidencia Kirchner. Trazan una comparación: “Pasamos de ser pobres a ser miserables”. La diferencia es no tener trabajo, y tener que changuear o cirujear para comer.
Según Analía, en el barrio no hay ni planes sociales: “Porque no estamos con ningún partido”. Muchas familias reciben en cambio “donaciones” que, aclaran, no vienen del Estado sino de “gente solidaria”, probablemente de la Iglesia barrial. Por eso, en la casa de los Silva cada vaso y cada plato es distinto, y la ropa rara vez coincide con la medida de quienes la usan.
Según el cálculo de Analía pronto aparecerán los punteros del intendente radical de Cambiemos Roberto Sánchez, que busca renovar mandato, pero cree que esta vez no alcanzarán las prebendas: “No necesitamos bolsones ni planes: necesitamos trabajo”.

El costo de ser padre

Pedro es ayudante de construcción: “Hace seis meses me he quedado sin laburo. Ganaba 1.500, 2.000 pesos por semana. Alcanzaba nomás para comer y pagar la luz”. Muestra la última boleta de electricidad: 1.555 pesos. “Antes pagábamos 100 pesos o menos, y ya nos parecía mucho”.
La pareja ha vuelto a una vieja práctica: el cirujeo. “No tenemos para la luz. Pagamos el la tele 200 pesos, para saber las noticias. Pero no te alcanza para comer. Y vamos al basural”.
Lo más codiciado es el cobre y el aluminio, que se encuentran en restos de electrónicos arrojados al basural. El cobre se paga 110 pesos el kilo. El kilo de lata, 15 pesos. Todos buscan, incluso Mateo: “Él vendió dos bolsitas y se hizo 140 pesos. Pidió 10 pesos prestados y compró los conejos”, cuenta su padre sobre el origen de los animales.
Analía: “Ahora no hay trabajo. Ya no vivimos: sobrevivimos”. ¿Cómo? “Gracias a dios hay que dar las gracias a las personas. Mirá”, señala dos cortadoras de césped. Pedro: “No es por la intendencia, es gente común que vio el video de Mateo y nos trajo máquinas. Por un corte hago 200 pesos para parar la olla”.
Hoy en la casa de los Silva se almorzará un exquisito guiso de fideos con menudos de pollo. A la noche, solo un mate bien azucarado y galletas con mermelada de durazno, hasta que la tele haga llegar la hora de dormir.

La madre de las batallas

Analía es la otra protagonista del video. Se sonroja por sus gritos ante los concejales, que también se hicieron virales. “Tenía la necesidad de decirles por qué nos cobraban tanto. Hay gente que no tiene un trabajo, que sobrevive como puede, y ellos lo saben”.
Aquella sesión había sido llamada para discutir los aumentos al alumbrado, barrido y limpieza. Analía repite las tres palabras, y se ríe: “¡A nosotros nos cobran eso! Mirá”, dice y señala la calle oscura, de barro y con un basural en frente. La creatividad impositiva a veces supera las metáforas. “Yo veía cómo la gente protesta en Buenos Aires, cómo luchan, y aquí no hacemos nada. En Tucumán todos aceptan el mal y se quejan. Le dicen de todo a Macri, pero nadie se anima a ponerse en frente. Y los medios no muestran la realidad. Un día le dije a Pedro: si aumentan y no me dan una solución, me voy a encadenar”.
n día llego la boleta de los 1.555 pesos.
Analía no se encadenó, pero generó una cadena de reacciones que terminaron pariendo esta historia.

La marcha de la cacerola

“Así quedó”, dice Analía exhibiendo una cacerola abollada y agujereada, agotada de su función culinaria. “Veía por la tele que en Buenos Aires se usaban las ollas y dije: ¿por qué no hacemos una caminata al Concejo? Yo voy con ollas, y los carteles me los llevan los changos”. Uno reclamaba “Manzur, da la cara” (por el gobernador peronista) y en el otro se leía “Macri gato”. Sin grieta.
La marcha comenzó en la ruta, donde ocho mujeres se venían juntando para hacer cortes parciales por los aumentos de tarifas (y aclaran: “no somos de ningún partido político”). El 3 de abril el corte derivó en una marcha a la Municipalidad: “Tremendo ruidaje hicimos. Salían de los negocios, han empezado a aplaudir. ‘¡Seguí, seguí!’. Toda la gente apoyando. ‘¡El pueblo unido, jamás será vencido!’, cantaban”. Mateo, a su lado, recuerda y canta: “¡El pueblo, unido!”
Analía: “Dimos vuelta a la plaza, ya nos habíamos agrandado. Llegamos a la oficina de Roberto Sánchez (el intendente) dele darle a la olla. ‘¡Sinvergüenza, da la cara, no nos querés dar trabajo y mirá lo que nos querés cobrar, andá ver el barrio!’, le gritamos. Una de las concejalas pidió silencio, a ver si nos recibían; yo seguía haciendo ruido. Al rato vuelve diciendo que podemos entrar, pero que hagamos silencio. Y entramos”.

Cómo hacer un viral

Susana no es community manager ni especialista en redes, no estudió comunicación y desconfía del periodismo. Sin embargo, o gracias a eso, logró que el video de Mateo recorriera el país y la web.
Es otra de las ocho mujeres que protestan por las tarifas en Concepción. “Cuando entramos los concejales se empezaron a reír, como que nosotros éramos payasos”, recuerda del día del video. “Entonces les digo: ¿cómo pagamos la luz, sin trabajo? Me he cansado de venir a pedir para limpiar las calles, no hay otro trabajo para la mujer aquí. Y de repente, veo que Mateo decía cosas y nadie lo escuchaba. Saco el celular y comienzo a filmarlo. Así nace el video”.
Cuenta Susana que “al toque” percibió que el video iba a ser viral: “Un nene diciendo lo que todos piensan. Dijeron que estaba guionado, que lo mandamos a que diga… ¡Qué guionado!”, se indigna, mientras el chico escucha atento la charla, y dice mirándolo: “Hay muchos Mateos”.
La familia Silva ha elegido a Susana como la madrina de Mateo.

En silencio no hay salud

Hoy Analía recibió dos malas noticias, que coronan la larga lista de problemas de salud que aquejan a sus hijos y que son resueltas más por los medicamentos que llegan de las donaciones, que por lo que brinda el hospital municipal: “Mateo tiene problemas serios en la vista, y a Isaías lo tienen que operar de una hernia en el pupo”. Cada cimbronazo de salud se vive como un calvario de esperas, trámites, turnos y dinero con el que se contaba para otras cuestiones. Por ejemplo, comer.
La mala nueva sobre la salud de Mateo puede conectarse con sus supuestas dificultades para leer desde el pizarrón en la escuela, según Analía: “Pensábamos que era de vago pero no: debe ser por esto”, razona acariciando a su hijo menor, que no parece mortificarse por el asunto. Mateo sugiere que repitió un grado de la escuela por este problema que ahora le descubrieron.
Si verá o no el futuro a través de lentes se definirá con un estudio llamado “fondo de ojo”. El turno: “En mayo la doctora de iba de vacaciones, así que me dieron para junio”.

El pan o la regla

Son las 4 de la tarde y desde la puerta del colegio Monseñor Ferro se escucha a las maestras entonar un saludo de despedida y una oración de gracias al señor. El colegio es público. Mateo llega fuera de horario para que le revaliden la matrícula. Apenas lo ven, tres niños se le acercan y comentan: “Es el del video”.
Analía entra a una reunión con la directora de la que saldrá horas después. El resultado parece insólito, pero es real: la jefa de área de salud del Hospital donde Analía había ido a la mañana aparece en la escuela de Mateo para garantizarle a la familia que podrá hacerse el fondo de ojo antes de mayo y que Isaías será operado en San Miguel. Ese fue el poder de su grito: lo que no funcionaba comenzó, mágicamente, a funcionar.
Para algo sirve gritar.
Mientras tanto, dos profesoras curiosas alertadas por la presencia de periodistas se acercan a hablar sobre los niños pobres. “Los chicos cuentan que hay días que no comen. Tenemos que hacer de maestra, de psicóloga, de asistente social. Todos son Mateos acá, cada vez más”, dice la más joven. La más veterana cuenta que su termómetro es el comedor del colegio: “Damos una merienda: mate cocido y facturas o un yogur con algún cereal. Desde este año no alcanzan las raciones, porque mandan menos y los chicos comen más”. Han organizado una colecta para comprar reglas: “Los nenes ya no traen útiles, porque no los pueden comprar”.

Cosas en la cabeza

Mateo ahora es famoso. En el barrio, grandes y chicos lo saludan y él responde seriamente: “Qué tal”. Su padre aporta una anécdota: “Al otro día del video vienen dos changuitos que antes no lo dejaban jugar a la pelota. Se arriman y lo llaman: ¡Mateo! Ya voy. ¿Qué quieren? ¿Vamos a jugar? Ah, ¿ahora que soy famoso quieren jugar conmigo? ¡Y los dejó parados ahí!”
Mateo se la pasa en el patio pateando la pelota o jugando con muñecos de superhéroes. “No ve tele como el hermano, ni noticieros: no sé de dónde saca lo que dice. Son cosas que tiene en la cabeza”, dice su padre.
Analía está orgullosa de su hijo y cree, a diferencia de Pedro, que su rebeldía viene de la casa. Pero no de una bajada de línea, sino de otro lugar: “Yo sabía que si ganaba este hombre íbamos a terminar mal. Como buena bruja, era una intuición. Y algo de eso de intuir es lo que tiene mi hijo”.

El mundo según mateo

¿Cómo se te ocurrió decir lo que dijiste en el Concejo?
Del co-ra-zón.
¿Te acordás lo que dijiste?
¿Lo digo? “Mientras nos morimos de hambre ellos solo se sientan y se ríen de nosotros… ¿de qué nos sirve?”.
¿Y por qué dijiste que se mueren de hambre?
No sé, porque es lo que todos dicen.
¿Vos sufrís hambre?
Sí. Bah, ya no…
¿Por qué les dijiste a los concejales que “están ahí sentados…”?
Porque es la verdad, son como hormiguitas. Los veo así (junta dos deditos chiquitos).
¿Qué pensás sobre los políticos?
No me importa la política, lo único que me importa es dis-cu-tir.
¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?
Te doy una pista: balón, arquero y arco. Jugador profesional.
¿Por qué pensás que llamó la atención lo que dijiste?
¿Porque soy guapo? ¿Y fuerte?
¿Tus compañeros vieron el video?
Sí, y ahora me felicitan.
¿Qué les dirías hoy a los concejales?
Eso es algo que tengo que pensar
¿Y al presidente?
No me gusta cómo vivimos. Me gustaría robarle su lugar. ¿A qué edad puedo ser presidente?
¿Qué harías como presidente?
No tengo idea. Es algo que no he pensado.
¿Cuál es tu superhéroe favorito?
Gokú, de Dragon Ball. Porque cuando cambia de fase hace una liberación de su instinto.
¿Qué es el instinto?
Algo dentro de tu cuerpo; como que se libera un lobo y reacciona de la nada. Solo reaccionar. ¿Cómo te lo explico? Como que sentís que ya no existís, y que tu cuerpo reacciona solo. Y así vas a ganar y no perder.
Mateo tiene la capacidad de conectar la realidad y la ficción. Es decir: la realidad y la política, donde los concejales parecen vivir más lejos de lo real que este ser instintivo que inspira a Mateo llamado Gokú. Su realidad cambió un poco, o quizá definitivamente, al menos hasta que pase el furor de su video, las cámaras se apaguen y él vuelva vivir acaso donde siempre: en la pobre Concepción.
El grito que dejó seguirá sin embargo retumbando como una lección, o como la liberación de un instinto cuando ya no queda más nada.
Escuchémoslo.
Y hagamos algo.

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