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Rápida y furiosa: Alexa Pettone
Es la primera patinadora trans reconocida por la Confederación Argentina de Patín. Oriunda de San Pedro, cuenta cómo es transicionar lejos de la gran ciudad. Su historia está relatada en un libro para niñxs escrito por alumnxs de una escuela pública, y ahora formará parte de la currícula. Cómo patinar hacia los deseos. POR ANABELLA ARRASCAETA
Con el deseo vertical / y la piel curtida / me detengo frente al sol / sosteniendo la raza, la sangre y la flecha”.
Alexa Pettone escribió este texto para acompañar una muestra fotográfica que la retrataba. Y se la puede imaginar cómo flecha cuando explica que “para patinar, la pose es así”, y se acomoda:
flexiona las rodillas,
estira la espalda paralela al piso,
una pierna se extiende para atrás
y el brazo contrario también,
el otro brazo se flexiona a la altura del pecho,
parece que toma un poco de vuelo,
y levanta la cabeza.
Es entonces cuando la primera patinadora de carrera trans reconocida por la Confederación Argentina de Patín clava adelante la mirada.
Hacia allá va Alexa, rápida como una flecha.
Espejito, espejito
Es la primera vez que Alexa viene a Buenos Aires “sola”, es decir, sin nadie que la acompañe. Tiene 32 años. Se baja del charter que la trajo de su San Pedro natal y camina divertida por la Avenida Corrientes. Cuando llega a la esquina con Callao le pasa una de película: ve en una vidriera su propia cara.
Es el libro Soy Alexa.
Alexa abre grandes los ojos rasgados, “ojos como tajos”, dirá ella, y sonríe aunque le cueste creerlo.
-Sos vos, ¿no?-, la identifica un empleado.
Soy Alexa se creó a partir de un proyecto en el Secundario 11 de San Pedro, una escuela pública. El germen fue una publicación de Alexa en Facebook que relataba cómo una docente de nivel inicial había pegado un cartel en el cual pedía que las nenas llevaran muñecas y los nenes, autitos: “Celeste y rosa, bien marcado. Me llamó la atención: seguimos sexualizando los juegos, los juguetes, seguimos condicionando la libertad”, dice sobre el posteo que leyó al vuelo una alumna del 11.
La joven planteó que había que trabajar ese tema en clase y la respuesta grupal fue hacerle una entrevista a Alexa. “La profesora se comunicó conmigo y la invité a mi casa; se sentó y me dijo: queremos hacer un libro sobre tu historia. Me pareció una locura, le dije: me da mucha vergüenza, gracias, pero no. Sos de San Pedro, nos parece re importante -le dijo la docente- que muestres otra cara, que rompas el estigma. Y viéndolo desde ahí pensé: bueno, por ahí ayuda”.
Y se hizo.
Un tiempo después la editorial Chirimbote llamó a Alexa para editar el libro. Seguían las sorpresas: “Para ese entonces yo ya era fanática de la colección Antiprincesas. Le pasé el contacto del director, de la profesora y así resultó que entre la editorial Chirimbote, la agencia Presentes y la Escuela N° 11 de San Pedro formaron este proyecto que se llama Soy Alexa, pero que podría ser Soy todas. O, simplemente, Soy”.
El libro va a comenzar a utilizarse en este ciclo lectivo como material de trabajo para Educación Sexual Integral en jardín y en los primeros tres grados de primaria en las escuelas de San Pedro. La protagonista dice: “La idea es que sea un espejo. Quizá va a reflejar una historia similar de alguna personita que este en el aula, como estuve yo también a los 4, 5 años. Yo me senté en el aula y no había contenido literario de este tipo. La idea es esa: más que un libro, es un espejito”.
Azul Francia
Alexa Pettone nació en San Pedro, provincia de Buenos Aires, a orillas del río Paraná. Su proceso de “transición”, como ella lo llama, comenzó cuando tenía apenas cuatro, cinco años. “Fue la primera vez que me manifesté por no estar conforme con esa construcción de género que me habían impuesto”, reconstruye.
Esa primera manifestación se dio en el jardín de infantes. Ella había estado antes en un maternal donde nenas y nenes usaban el mismo delantal color azul francia, pero en la escuela pública las nenas usaban color rosa y los nenes, color celeste. “Yo me vestía en celeste y cuando empiezo a interactuar con compañeritas, con juegos que me identificaban mucho más que otros, me sentía distinta por no tener ese color. En ese momento los colores identificaban demasiado y yo no me identificaba con el celeste que tenía puesto. Mi manifestación fue llorar, no querer ir al jardín nunca más; me ponía triste, rebelde, y el acuerdo con mamá fue que como no me permitían usar el delantal rosa me dejaban usar el delantal del jardín anterior. Entre un montón de nenas de rosa y nenes de celeste, yo andaba con el azul Francia correteando por los patios”.
Desde ese momento Alexa reconoce a su mamá como la gran compañera de mi vida: “Dentro de su poca información, hace veintipico de años atrás, me permitió que mi infancia construya su felicidad”. Con su papá, confiesa, la historia fue un poco más difícil: “En su machismo fue al que más le costó, pero con los años se fue deconstruyendo porque fue viendo como yo crecía, veía la felicidad en mí”. Su familia se completa con su hermana un año más grande, Tamara, una hermana de 26 años, Estefanía, Valentín de 17 y Francisco, de 12. “Cuando Panchito, que es el más chiquito, tenía 4 o 5 años, yo le manifiesto a mi mamá que quería hablar con él. Para él siempre fui su hermana, pero quería explicarle. Me siento enfrente y le digo: ¿Pancho, yo qué soy? Mi hermana. Bueno, tu hermana Ale cuando tenía 5, 6 años como vos, era un nene. No importa, sos mi hermana, me dijo. Y quedó ahí, no había más nada que explicar. Creo que es una generación que viene despierta, con otro sentir”.
Ese mismo sentir reconoció en les niñes cuando daba clases de patín. “Jamás tuve una pregunta sobre qué soy”, dice acerca de las nenas y nenes de 4 a 7 años que eran sus alumnes. “Lo más lindo de interactuar con las infancias es que se descubre la inocencia en estado puro. Es redescubrirte. También pensar cuestiones que una ha vivido y decir: cómo cambia todo, qué grandes que son les chiquites”.
A Alexa siempre le atrajo la docencia y este año comenzó a estudiar el Profesorado de Lengua y Literatura. El primer día de cursada, en la primera materia, el profesor entró al aula y saludó: “Buen día a todos, todas y todes”.
Patinar para volar
Durante años, dice, pausó su transición. “Internamente seguía creciendo, seguía madurando, pero exteriormente no fue fácil. Lo mantuve encajonado hasta mis 14, 15 años que dije basta: necesito poder vivir como siento, ya no quiero estar presa de nada. Ahí fue cuando me planteé poder ser feliz realmente con lo que soy”.
¿De dónde te agarraste en ese inicio?
De mis patines. Yo los patines los conocí por primera vez por mi mamá. Tenía 8 años y ella fue quien me los trajo. Sentí que los patines eran de nena, entonces que me regalasen un par de patines era que me regalasen un par de alitas y me digan: podes usarlas.
¿Ya habías hecho otros deportes?
Había ido a fútbol a acompañar a amigos del barrio, ni siquiera a jugar, había ido a vóley dos días, no me gustaba ningún deporte, hacia natación y mi hermana me contaba que lloraba, no me quería tirar a la pileta. Ni siquiera soy deportista: soy patinadora. Lo tomé como un juego, un recreo; mamá me llevaba dos veces por semana, me ponía los patines y era yo. Era la libertad plena, y ese juego se convirtió en algo más profesional. A los 10, 11 años empecé a competir, me fui a distintos lugares del país, pero tres años después decido dejar la competencia porque corría en una categoría que no me pertenecía, una categoría de varones, y yo no quería más estar en la línea de largada con varones. No era justo para mí. Decidí alejarme de las competencias, no del patín. Y en ese poder alejarme de la competencia inicia mi transición. Todas las preguntas, todas las respuestas, fueron en base a los patines, en base a salir sola a pasear de noche, a mirar una estrella, a volar. Cuando uso patines, vuelo.
El patinaje que practica profesionalmente Alexa no es artístico: es de carrera. Lo define así: “Una línea es una sucesión de puntos que van uno tras otro. Eso es lo que podemos interpretar a través de este deporte. Es velocidad. Vas desgastando mucha energía. Es una explosión. Y esa explosión hacía que llegara a mi casa, me duchara y me durmiera, que me olvidara de a ratos de todo”.
En 2015 encontró en redes sociales una carrera amateur que se llamaba Buscando a la más rápida y al más furioso. Era un torneo de velocidad que no pertenecía a ningún calendario oficial. La insistencia de amigos a que se anotara hizo que llamara a uno de los organizadores. Habló con Juan Cruz Araldi, patinador de la selección argentina. “Me gustaría participar pero quisiera hacerlo si se me van a respetar mi categoría”, le dijo Alexa. La respuesta fue inesperada: “Sí, ¿de qué otra manera vas a participar?”.
Alexa corrió y ganó: fue la más rápida y la más furiosa.
El enero siguiente Alexa escribió a la Confederación Argentina de Patín presidida por Esteban González para volver a competir. González le pidió un mes, para Alexa eterno, antes de hablar. Los primeros días de febrero él se comunicó y ella le contó que quería competir y cómo quería hacerlo: en la categoría de mujeres. Tres días después llegó la respuesta: “Buscate un club al que representar: volvés a competir”.
Hoy Alexa entrena junto a Andrea González (once veces campeona mundial en patín carrera), y es la primera patinadora trans reconocida por la Confederación Argentina de Patín. Dice: “Yo estaba muy ajena a la situación real de mis compañeras trans y travestis, desconocía deportistas trans. Después me enteré de que termino siendo la primera patinadora trans de patín carrera del deporte argentino y la tercera deportista en general avalada por una confederación: no me puedo poner contenta. No es un logro para mí ser la primera, es tristísimo; debería haber muchísimas más deportistas trans. Hoy conozco algunas chicas que juegan al hockey pero también les re costó. Yo fui una afortunada de estar abrazada por mi familia, mis amigos, por el deporte. A mí el deporte me disciplinó, me formó, me hizo interactuar con un montón de gente, conocer otros lugares, que me respetaran por ser la patinadora. Es triste que confederaciones todavía sigan oponiéndose a que una persona practique un deporte cuando un deporte es totalmente inclusivo. Por eso me comprometí a visibilizar desde mi lugar, para que otras personas puedan animarse”.
Encuentros y abrazos
Si el final es feliz es porque el camino fue duro y Alexa repasa los principales desafíos: “Cuando empecé a transicionar no tenía referencias, no tenía un camino, un modelo donde poder imitar. Mis referencias eran mis compañeras en la esquina de la prostitución o Florencia de la V en la calle Corrientes. En el medio no había nada, no existía nada, y los dos puntos eran muy lejanos. ¿Entonces qué iba a hacer? ¿Por dónde iba a ir? Me tuve que hacer solita, construyendo mi propio camino. Fue un desafío enorme viviendo en un pueblo tan conservador, teniendo un papá tan conservador; el barrio, la familia, la escuela, son un montón de desafíos que tenés que ir derribando día a día. Vas a visitar a tu abuela y es un desafío, vas a lo de tu tío y es un desafío, vas al quiosco de la vuelta de tu casa y es un desafío; te querés anotar a un deporte y es un desafío. Son un montón de barreras que hay que ir saltando en el proceso inicial, de nudo, de una persona que transiciona. Después, en el desenlace ya estamos más seguras, más grandes, más puestas en el piso”.
En abril Alexa participó del ciclo Cotorras, convocada por Susy Shock y Marlene Wayar, y aprovechó también para pasar por la Feria del Libro a visitar el stand donde se vende su libro.
Hace exactamente un año había venido por primera vez a Buenos Aires para conocer la Feria. En ese paseo por el predio de La Rural se cruzó en los pasillos a Susy Shock: “Nos fuimos conectando y fui descubriendo a través de ella grandes referentes, grandes luchadoras que hemos tenido y que tenemos. Y dije: cuánto podemos hacer si nos dejan ser. No estás sola Alexa, me decían. Si nos dejan ser, podemos, decimos. Si no nos dan herramientas es porque tienen miedo que avancemos y nos comamos el mundo”.
Hacía allá va Alexa, rápida como una flecha.
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