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 Desde el Abasto hasta Ciudad Oculta, pasando por la Villa 31 y Montevideo, como en una rayuela, miles de personas participan en estos juegos que se proponen ocupar el espacio público. Libertad, diversión y redes sociales, todo junto y en la calle.

L os himnos son algo serio. Por eso, cientos de personas arman una ronda en medio de la calle Zelaya, previamente cortada al tránsito, en el barrio porteño del Abasto. Con solemnidad, uno de los participantes grita:
–¿Estamos perdiendo los juegos callejeros?
–¡¡¡Minga!!!
La respuesta es a los gritos y corresponde a esos centenares de mujeres, hombres y chicos, que hacen infinitos cortes de manga, levantan los pulgares y sacuden las caderas en un baile que es una llamada a iniciar la jornada. Así es el himno y la clave inicial de Cu.Ju.Ca, la Cumbre de Juegos Callejeros, que ha tomado la calle pintándola de rayuelas, techándola de pancartas y guirnaldas de colores, y armando enormes muñecos que serán quemados con fogata y baile. San Pedro y San Pablo. Hay arpilleras para carreras de embolsados, elásticos para saltar, valijas viejas cargadas de juguetes y trastos, tizas, zancos, canastos con pelotas, sogas y patines, mientras algunos conspiradores van escondiendo consignas para la búsqueda del tesoro. La calle se convierte en pura turbulencia, con música de risas. Los vecinos del barrio, de cualquier edad, están jugando a la mancha, a la rayuela, a la pelota, otros hacen una ronda, luego buscarán un tesoro si es que no lo encontraron ya mismo. Logran cambiar el sentido del tiempo. Lo detienen, lo excitan, lo regalan, lo amplifican, lo gozan: nació el tiempo de la diversión.

Centro de salud, parroquia y delirio
El primer Cu.Ju.Ca se realizó en Abasto en mayo de 2006, a raíz de las actividades de la Casona Cultural Humahaca (al 3500 de esa calle) con el grupo de recreación Los del Marco. La experiencia gestó algo que ninguno de los cujuquenses esperaba: se desparramó por otros barrios y villas, y empezaron a surgir nuevos colectivos cujucas. Cada uno con sus propias característica, según el lugar. Así es el juego. Ya hubo cujucas en Ciudad Oculta, Floresta, Moreno, Chacarita, Villa 31-31 bis de Retiro, Villa Fiorito, Boedo, y Montevideo (Uruguay). Sólo en Abasto se realizaron 10 cumbres callejeras.
Según las definiciones más teóricas, cada cumbre sería la creación de un espacio transicional diferente al orden de lo cotidiano. Cada vez que se comienza a jugar, se instala un nuevo orden donde todo está permitido, un espacio donde uno puede dejarse fluir, y puede permitirse crear. Jugar y crear funcionan en la misma órbita de la potencialidad humana. Pero hay una explicación más callejera para los que nunca estuvieron en un Cu.Ju.Ca: cada cumbre consiste básicamente en juntarse con los vecinos, cortar la calle y jugar.
Guillermo Castañeda, psicólogo social, es uno de los que concibió la idea originaria. Confiesa que en el inicio de todo esto hubo algo de delirio, de mandarse a ver qué pasa. “Pero si vemos el recorrido, al comienzo las organizaciones del barrio se acercaron de a poco. En el segundo participaron más activamente, y empezaban a llegar otras. Este año ya son nueve las que están participando con stands o juegos. El dispositivo es muy simple, por eso todos se animan, porque en realidad es una propuesta que mete la mano en el conocimiento de todos cuando éramos pibes. Así, el Centro de Salud se anima a hacer un juego, los de la parroquia se animan a otro, los del Centro de Jóvenes también. Entonces después, cuando haya un problema en el barrio, ya nos conocemos las caras para decir: che, tenemos el problema del hueco del agua, ¿qué carajo hacemos?”
Para Guillermo esa posibilidad de entramarse en el barrio se facilita con este tipo de eventos, por una razón: “Aquí hay fiesta, estamos todos felices. Pero la intención es que no quede allí, sino que eso ayude a transformar las cosas”. La idea está plasmada en algunos de los puntos del manifiesto de esta iniciativa:

Cu.Ju.Ca cree que, hoy, jugar en la calle los Viejos Juegos Tradicionales opera como ruptura frente al orden establecido.
Cu.Ju.Ca no forma parte del orden hegemónico; es, sin dudas, una expresión política, pero reniega de cualquier alineación partidaria.
Cu.Ju.Ca ocurre en la calle, un escenario popular definido, mayoritariamente, por relaciones de dominación y desigualdad.
Cu.Ju.Ca ocurre en la calle para re-significarla, para promover relaciones de igualdad, compañerismo y cooperación entre los miembros de la comunidad.

Abrir la puerta para ir a jugar
En cada Cu.Ju.Ca. hay una calle que estalla. Visto desde arriba, si uno se sube a una escalera o al techo de alguna casa, lo que se ve es algo así como una maqueta llena de colores. Porque una maqueta es un como si, la representación de algo. Y un Cu.Ju.Ca. representa alegría. Es una fiesta pública. Pero además hay algo distinto en el aire que se respira. Puede ser que sea la hostilidad y el peligro de emociones inciertas, novedosas y profundas que esperan al acecho.

A poner el cuerpo
La última fiesta cujuquense se realizó el 28 de junio pasado. La décima. Allí, en el barrio donde vivieron Gardel y Luca, los vecinos se juntaron nuevamente para hacer de la calle un escenario. En esta ocasión fue sobre Zelaya, que se cortó entre Anchorena y Jean Jaures. El marco lo dio la evocación de la fiesta de San Pedro y San Pablo con la tradicional quema de muñecos.
Primero una calle vacía. O simplemente un lugar de tránsito. Luego una soga atada de esquina a esquina interrumpe el paso y preanuncia un nuevo agite. Los que de entrada se acercan son los pibes. Se ríen y conversan mientras van llegando los cujuquenses con valijas viejas cargadas de juguetes y canastos con pelotas, sogas y patines.
Entonces, se van perdiendo los límites entre el asfalto y la vereda, todo será parte de un mismo tablero de juegos que se dan en simultáneo. Las paredes son decoradas con las banderas de distintas organizaciones del barrio. Una de ellas reza: “El juego y la educación es una libertad a la que tenemos derecho”.
Pasacalles y guirnaldas cuelgan su colorido. Frases de esperanza pintan los paredones y reviven utopías. De golpe, mientras todos se van acomodando, irrumpen en escena “Los pumancheros del Abasto”. ¡Murga, señores! Con sus trajecitos y sus caritas pintadas los niños y niñas bailan con magia. Comienza el movimiento, aunque por ahora los demás miran.
Luego se arma una gran ronda, como para aflojarse y romper con el acartonamiento. Cantan su himno, como es debido, pero luego le siguen otros cantos. Primero se anima un cujuquense y propone una canción con un pasito (¿alguien se sabe la de la familia sapo?). Comienza la actuación. Hay mímicas, y con ellas, bromas y risas. Quizás alguno se ponga un poco rojo. Pero después, a puro coraje, toman aliento los demás. Un pibe se adelanta y dirige otra ceremonia donde parece que todos se han convertido prontamente en tallarines y se mueven para aquí y para allá. Cada cual improvisa como puede. Van poniendo el cuerpo.
Ya más íntimos y desinhibidos, llaman a romper la ronda para ir a jugar. Se dispersan y los cujuquenses van convocando a distintos juegos a lo largo de toda la calle. Así, en una esquina comienzan las persecuciones y las huidas se suceden sin descanso. Es la mancha. Allá la soga que gira y gira entre salto y salto. La gente se desparrama, se entremezcla, se enreda. Uno puede perderse entre todos ellos y encontrarse con un tiempo detenido donde sólo imperan las reglas de cada juego.
Ya no son sólo chicos. Los grandes se van sumando. Unos tienen el elástico, otros el túnel de tela. Por aquí toman mate mientras conversan, pero allá hay piedritas que caen sobre la calle, avanzando las casillas de la rayuela. La brea va perdiendo su color amargo con los dibujos que los más pequeños hacen con tizas de mil colores entre pelotas que pican y vuelan por todas partes. No hay más orden que el que se inventa cada cual.
Así, jugando se va la tarde. Pero todavía hay más. Si todo comenzó con murga, terminará con fuego y batucada.
Los grandes muñecos de cartón y de madera estuvieron toda la tarde en el centro de la escena con su destino a la espera. En la panza de uno de ellos los vecinos fueron tirando los papelitos con sus deseos. Ésa es la tradición de la fiesta de San Pedro y San Pablo. En el momento en que todo estuvo listo, todos a formar otra gran ronda alrededor de los futuros quemados. Cuando las llamas ya estaban bien altas iluminando la cuadra llegó la batucada para gestionar un baile circular al calor de los deseos que se iban elevando.

Jugando y enredando
Celina es estudiante de la tecnicatura de Tiempo Libre y Recreación e integrante del colectivo Cu.Ju.Ca. Abasto. (Aclaración: antes los cujucas simplemente se conocían como eso: cujucas. Luego, a raíz de las experiencias que se fueron replicando en otros barrios y los nuevos colectivos que fueron naciendo, tuvieron que agregarse un apellido para despejar confusiones. Por eso diferenciamos: en este caso, Cu.Ju.Ca. Abasto). Ella explica: “Cada Cumbre es como una feria viviente de juegos”. Allí donde se realice –basta con que sea en la calle– se arman diferentes espacios de juego que van funcionando en simultáneo. Grandes y chicos pueden participar. La entrada –obviamente– es gratuita.
“En el primer Cu.Ju.Ca. –palabras que nos trae Cheba, otro miembero del colectivo– se hizo un juego de apertura: una gran búsqueda del tesoro en la cuadra. Se armaron grupos y se pusieron todos adentro de un elástico. A partir de ahí teníamos que cumplir consignas. Imaginate que yo por ahí a él no lo conozco, a aquél tampoco, pero tenemos que cooperar para cumplir la consigna y poder ir avanzando. La última pista era un pedazo de mapa y entre todos los grupos teníamos que juntarnos para poder armar el mapa entero. Sólo así se llega al tesoro”.
Para ellos esto es juego. Juego callejero. Pero los cujucas no se quedan aquí y van por más. Jugar sería, entonces, el primer paso.

Encendiendo fuegos
Como originariamente el colectivo de Abasto estaba integrado por personas que venían también de otros barrios atraídos por la actividad de la Casona como espacio cultural, muchos de ellos decidieron tomar la idea, aprovechar la experiencia y hacerla propia. Así, con la ayuda de sus viejos compañeros, la fueron llevando hacia sus lugares de origen o de trabajo.
Dice Nahuel –un joven que según sus palabras se dedica a disfrutar y a ser alegre, además de trabajar y estudiar–: “Lo que tiene como potencial Cu.Ju.Ca. es que es algo que no nos pertenece. Nosotros no hemos inventado nada, lo que nosotros hacemos es encontrarle un sentido. Algunos de los integrantes que han pasado por este colectivo de personas, que en algún momento han subido y ahora han decidido bajarse, se han subido a otros colectivos, en su barrio, con sus grupos, con sus organizaciones, y ahí es que han tomado la idea de que las raíces se echen en otro lado. ¿Para qué? Para organizar el barrio. Y así es como empezó. Primero en Ciudad Oculta, después se fue para la 31, para Moreno, para Chacarita, para Montevideo, Uruguay. La intención que tenemos nosotros es que se vaya para todos lados y que no nos pidan permiso. La fantasía es que en algún momento me encuentre con alguien que tenga una remera como la mía que diga Cu.Ju.Ca. y le pregunte de qué barrio es. Que pase un tiempo y ya no sea nuestro sino de todos. O sea, no de un pequeño colectivo sino de un movimiento social”.
Guillermo agrega que en realidad, él tampoco se imaginó jamás en lo que iba a derivar. “Tomó vida propia después del primero. Nosotros proponíamos hacer ese evento y después nos íbamos a tirar a ver qué más, por dónde iba la historia, siempre con la idea de repetir algo, pero esto que pasó es regroso”.
Según Denise, una joven socióloga y maestra que se sumó al colectivo a principios de este año, “lo que se busca también es romper con esta concepción de la inseguridad que ahora transmiten todo el tiempo los medios de comunicación y que se reproduce entre la gente. Esa idea de no salir a la calle porque la calle es peligrosa. Decimos: no. Entendamos que ése es un discurso y que en la calle se puede dar otro tipo de vínculos. Y que no es sólo un espacio de peligro”.

Y vos, ¿a qué jugabas de chico?
Para organizar un Cu.Ju.Ca. se necesitan ganas, imaginación, tiempo y creatividad. La participación es gratuita. Los juguetes son fabricados en su mayoría por los cujuquenses. Y acusan a los que son muy sofisticados, porque posicionan de forma muy pasiva a la hora de jugar. Según ellos, un juguete puede ser cualquier cosa, y cualquier pibe puede armar el suyo. Así tiene mucho más significado.
En los cujucas se han visto desde tatetís humanos hasta túneles de tela y jugadores de bolita. La idea es recuperar los juegos tradicionales para resignificarlos y transmitirlos a las nuevas generaciones. Rayuelas –que quedan pintadas en las calles para dejar sus huellas en el tiempo y para que los pibes las sigan saltando cuando quieran–, carreras de embolsados, con zancos o a caballito. Puede ser también el pato ñato, la viudita o juegos con aros; si no saltar la soga, juegos con pelota o avioncitos de papel. La lista a enumerar puede ser infinita. Las experiencias que trae cada uno para volcar la convierten en un inagotable baúl de recuerdos y propuestas para jugar. Basta con sumar el aporte y los juegos propios para darse cuenta de lo explosiva que resulta la ecuación.
Los integrantes de Cu.Ju.Ca. sostienen que lo que hacen no está cerrado o acabado, no es perfecto. Es un aprendizaje, una investigación colectiva. Una búsqueda constante. Ir probando con el cuerpo nuevas formas y propuestas. Ir conociendo qué es lo que se puede gestar a través de las redes como r.i.o.b.a (Red de Instituciones Once, Balvanera, Abasto-Almagro), que se terminó enredando fruto de estas actividades.
Dice Guillermo: “Estamos investigando poner el cuerpo de forma diferente. Ésa es otra puerta que abrís y te encontrás. Hay formas de charlar y de reflexionar y de discutir que son formas diferentes de entender, que no tienen que ver solamente con la palabra. Es poniendo el cuerpo, es armando espacios para hacer cosas analógicas, simbólicas, mucho de psicodrama. Eso te ayuda a visualizar y a simplificar historias. Para mí es impresionante”.
Según Melina, el juego es una de las pocas actividades libres que queda en el ser humano. Entonces, cada vez que uno juega, juega por libertad y se permite todo lo que a veces no se admite fuera de esta ficción. En base a cada experiencia lúdica que uno tiene, hay una vivencia que queda y sirve para diferentes áreas de la vida. Como dice Leonor, usamos el juego para trabajar cosas de la vida cotidiana. Valores de cooperación, conocimiento mutuo, confianza… todo se puede trabajar en realidad. Todo se puede transformar en juego.

La nueva política
Según los cujucas, el juego viene a romper con toda la estructura autoritaria. Es, sin dudas, una expresión política “no partidaria”, siempre se atajan los cujuquenses. Ocurre que lo que ellos quieren construir es, justamente, una alternativa contra el orden hegemónico.
Denise dice que es una decisión política con respecto a cómo organizarse. “Nos organizamos a nivel horizontal. Pero también es una posición política frente al juego y frente al espacio público”.
Por su parte, Cheba, que es profe de educación física y apasionado animador de distintos juegos, agrega: “Podemos organizar una tarde de juego acá adentro, y eso sería una política, jugar adentro. Nosotros elegimos jugar en la calle. En el espacio público, con vecinos, no entre nosotros solamente. Y ahí ya estás hablando de un montón de cosas: de recuperar un espacio público, de mejorar los vínculos entre vecinos, de crearlos, porque a veces no es mejorarlos sino que se conozcan”.

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