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. Artista plástico, cantante, escritor, fotógrafo, licenciado en comunicación… ¿Qué más? La sexualidad, los prejuicios, la escena electro pop. Y el ser uruguayo.

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Tengo que confesar algo. Cuando vi Whisky –esa gran película de Rebella y Stoll– sentí que habían dado en la tecla en eso de retratar al “ser uruguayo”. O al menos, en retratar la idea que tenemos los que cruzamos el charco una o dos veces al año. La larga lista de premios que obtuvo la película en el resto del mundo me confirmó esa intuición. Ahora, el asunto se me complicó cuando conocí a Dani Umpi. Nada de estética gris, tiempos muertos, ni mate bajo el brazo por la avenida 18 de Julio. Este artista multifacético recorre los escenarios como un demonio de Tasmania, frente al desconcierto de los que no pueden creer que la geografía rioplatense haya parido semejante Alien. Pero sí.
“Nací en Tacuarembó y viví hasta los 19 años ahí. Siempre pasé desapercibido, no me destacaba en nada, y era bastante retraído”, recuerda Dani. El barrio Ferrocarril lo albergó de chico hasta que se mudó a un barrio de maestros donde vivió hasta el exilio voluntario. “No tenía la fantasía de ser cantante. Pensaba que iba a ser artista plástico, o que iba a escribir. Lo que pasa es que tampoco escribía muy bien”, reconoce. “Cuando llegué a Montevideo compré una cámara. Siempre fui de mostrar todo lo que hacía. Empecé a hacer muestras y gané unos premios. Al principio tuve el trauma de definirme por algo. Después me di cuenta de que mi sensibilidad es muy de zapping… Ahora miro lo hecho y veo cierta coherencia”. Dani habla como alguien que recibe un premio a la trayectoria y aunque apenas si cruzó la barrera de los 30, la vorágine y la diversidad de temas y formatos que abarcó en estos años de producción permiten tamaña retrospectiva.
¿Cómo hizo para absorber el blanco y negro montevideano y transformarlo en un arco iris destellante? “Era un tema de óptica: o veía que Uruguay me anulaba o veía que era un espacio donde estaba todo para hacer”, dice él, casi parafraseando un manual de autoayuda. “Eso me daba la posibilidad de hacer cualquier cosa, aunque el riesgo era que me tomaran de mascotita”.

Pre-juicios
Nunca negó su homosexualidad. Al contrario, en sus canciones el tema está al descubierto. Sin embargo no fue ésa la causa de su exilio. “Yo era muy afeminado, pero nunca tuve rechazo del grupo masculino. Pasaba como algo más freak. Es más, sentía cierto respeto”. ¿De qué respeto hablará Dani Umpi? “Ser gay en Uruguay es problemático, más ahora que soy conocido. Hay muchas situaciones o personas que te ponen en el lugar de referencia. Voy a la tele y me preguntan: ‘¿vos como gay, qué pensás sobre…?’ Llega un punto en que parece que representaras a un gremio”. Queda claro que la bandera de la militancia no está en sus planes.
Reconoce que su estética es frívola y de corto plazo. Le pregunto por su relación con esas bandas cuyos discursos son como panfletos de un partido político. “Siempre fui muy prejuicioso. Odiaba todo lo hippie, y en mi caso perduró mucho tiempo, más de lo que debería. Ahora me estoy permitiendo otras cosas y las puedo disfrutar”. Quizá la ciudad, los nuevos contactos o hasta algo de terapia le hayan permitido aceptar una realidad diferente. Lo cierto es que ahora se permite reconocer que, dentro del grupo de músicos que responde a esa lógica de “denuncia”, adora a Boom boom kid. “Me parece un rey en ese tema. Soy consumista de su anti consumismo, y me seduce su discurso extremo. Yo no podría subirme a una combi a recorrer el mundo con mi música, pero alguien lo tiene que hacer, y si es él mucho mejor”. Pregunto: ¿no es revolucionario que un tipo se suba a un escenario para cantar sus penas de amor por el hombre que se fue? “Puede que lo sea en el sentido de cambiar algunas cosas, pero en mi caso es todo mucho más lúdico”, explica. Algo me queda claro: el personaje Dani Umpi es más entreverado de lo que suponía.
“Soy consciente de que doy para la joda. Es algo muy fácil de imitar: ya hay dos murgas que en los carnavales hacen números retratándome. Es como una caricatura al cuadrado. Jugué mucho con eso, y ahora me doy cuenta de que se te puede volver en contra”, reflexiona Dani. “Hay personas que creen que soy así las 24 horas y no ven al personaje. No me tengo que hacer cargo de esas cosas, yo me dedico a hacer lo mío. Pero la verdad, no pensé que iba a ser así… nunca”. Quiera Dani o no, el anonimato que ofrecía la ciudad empieza a verse mancillado. El fantasma del regreso al pueblo, al Tacuarembó de la infancia, muestra su sombra. Él parece preparado. “Trabajo con un personaje que es como una máscara que potencia lo que soy. Es una esquizofrenia asumida. Pienso desde otra persona que se llama Dani Umpi, y que soy yo pero exagerado, porque enfatiza algunos rasgos que tengo”, explica este Dani Umpi que por momentos queda desenmascarado y deja ver al Daniel Umpiérrez que completa esta escisión.
El tema de la persona y el personaje es más complejo aun. Dani llegó a la música casi sin querer, y desde allí empezó a hacerse conocido como escritor. Esta idea de expresarse en múltiples formatos hizo que le costara mucho esfuerzo pisar fuerte en el mundillo de los entendidos literarios. “Es mucho más fácil aceptar a un cantante que siempre toca una guitarra, que aceptar a una cosa tan amorfa. Pero la gente tiene dos trabajos, le gusta el rock y la cumbia, está acostumbrada a los híbridos. El conflicto lo tiene la gente que lo legitima, que tiene que encasillarte en algún lugar”. Por todo esto, Dani siempre confió más en el lector que en la crítica, y eso le dio sus frutos. “En mi caso, primero llegó el lector y después el crítico”.

A escena
Los shows de Dani Umpi son todos diferentes, pero en algo se parecen: hay una búsqueda constante de romper la barrera entre el público y el escenario que transforma el lugar en una fiesta. El 21 de junio se presentó en Buenos Aires con un show titulado “Dani Umpi y sus amigas”. Entró cantando por los pasillos de la platea disfrazado de caja de cartón. Bastaron sólo dos temas para que el público se pusiera de pie y nunca más se volviera a sentar. Más de quince personas en el escenario, y ningún instrumento, sólo pistas electrónicas sobre las que se cantaba, bailaba, o rapeaba. Su look, una onda Kylie Minogue de Plaza Miserere, fue uno de los hitos de la noche. Pero lo más interesante pasó por otro lado. En varias de las canciones, y especialmente en los bises, Dani parecía perderse entre la marea de gente que copaba el escenario. Así, cedía el lugar central a grupos invitados, como The Calefons (una banda electropop de chicas made in Ramos Mejía) y Sexydance. Nada de egoísmo.
Le pregunto a Dani por el escaso nivel de análisis que se hace en los medios locales sobre sus performances y sobre el fenómeno del electro pop en general. “A mí me gusta generar diferentes miradas, pero los medios suelen hacer lecturas más guiadas. No sé si lo que yo hago merece un esfuerzo mayor por parte de los medios, pero es curioso que eso ocurra porque habla más del periodismo que de lo mío”. No sucede lo mismo en otros países. “Me fascina la escena electro pop de España: Fangoria, algunos grupos más under como Putilátex, L-Kan y Les Biscuits Sales, todos grupos chicos que lograron generar una escena”. Pero ojo que no hay que cruzar el océano para encontrar una movida como ésa. Tal vez alcance con cruzar la cordillera. “En Chile hay una escena muy grande que tiene algo de punky, súper frívolo y festivo, con grupos como Pornogolosinas, El frutiloop, o Qué out! Ahí vos elegís: podés ir y bailar, criticarlos porque no saben cantar, o podés pensar que eso también es una cultura, por más pequeña que sea”, dice, abriendo el juego.
Apago el grabador algo confundido. Dani se va a armar las valijas para volver a Montevideo, después del estridente show en Buenos Aires. Antes de guardar mis cosas anoto en mi cuaderno dos tareas para el hogar. La primera, hundirme en la web para rastrear información sobre todas las puntas que tiró Dani. La segunda, volver a ver Whisky.

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