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Otoño ruso

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Crónicas del más acá. Por Carlos Melone

Me gusta el otoño. A pesar de la mala literatura que insiste con las  hojas caídas y  los colores, me gusta.

Cuando recibí el WhatsApp donde me decía “necesito conversar con vos”, supe que el otoño estaba roto.

Pasa: las estaciones se rompen. 

Somos otoño.

Tres de la tarde, soleado y tibio, mesa al aire libre en un bar del centro de Lomas. Llegué primero y pedí una cerveza.

Minutos después lo vi venir a media cuadra: zancadas largas, caminando como si estuviese apurado. Grandote, vestido siempre oscuro; pelo blanco largo con coleta y barba puntiaguda de mago del medioevo.

Inmaculadamente prolijo. Como siempre. Ilustrado, perspicaz, sensible. Poeta, fotógrafo, actor, electricista. Afecto al surrealismo, a veces se vuelve hermético y circunvala la palabra. Básicamente, un loco todoterreno. 

Y un hermano de la vida.

Se sentó y me miró fijo. Los ojos cristalinos. No dijo nada. Yo tampoco. La jovencísima mesera se acercó.

-¿Tenés vodka?- dijo con sonoridad metálica. El vodka era la certificación de la intensidad del asunto. La mesera asintió.

-¿Qué marca?- la piba salió disparada a averiguar porque no tenía la menor idea. 

¿A quién se le ocurre preguntar una marca de vodka?

Volvió con la información. Sorpresa: la marca era de excelencia. Pedimos dos vodkas con hielo y limón. Mi cerveza pasó a la noche de los ignorados.

Las tres de la tarde. Vodka a las tres de la tarde. Ya estoy grande. Incluso he dejado de mamarme: me duermo antes.

Sin embargo se acompaña. Siempre. A cualquier costo.

-Y se fue nomás– me dijo con voz disonante, destemplada.

Yo sabía. No tenía la información pero sabía. Son cosas diferentes tener información y saber. 

Apenas el relato deshuesado del inicio de su nueva vida. Apenas… 

Tomó lentamente un  trago y su cara fue una mueca como si degustara petróleo. 

Y quería saber cómo estaba yo. Es tan inteligente… Me pregunta por mi salud. Pero por la otra salud, esa de alas negras y aguas turbias… No pregunta directo; entra por el costado, rodea y empuja… Me puede. Se preocupa en serio… No quiere que sufra- hizo un silencio-. Quiere saber cómo estoy… ¿Cómo estoy?

Se quedó mirando nada. Estaba sentado de costado, como si dialogara con otro. No era una pregunta para ser respondida. Hay preguntas que no se responden.

Nunca.

Pasaron unos instantes y le dije: 126. Lo señalé a él y me señalé.

Y me empecé a reír y se empezó a reír. Nuestras edades sumadas.

El segundo vodka se acodó junto al relato balbuceante y críptico de días de confinamiento por Covid en su pequeño departamento mientras la muerte y el dolor tenían su reino afuera.

Eso me dijo. Que la muerte y el dolor tenían su reino afuera.

Y ella (mucho más joven, mucho más todo) cuidándolo como si fuera frágil, quebradizo, con la palabra tibia en la llamada diaria y la imagen pixelada en pantallas que callan.

Así me dijo. Yo solo lo escribo.

Y volvió a reírse. 

Con ganas. 

Yo también.

Me contó en frases cortas, secas que leía a Lovercraft (¡Lovercraft!) y los emoticones (“esos genocidas de la palabra”, dijo) de ella en la noche y no había siquiera tormenta, ya no había (tampoco) proyecto ni ilusión.

Incluso a través de mundo digital compartieron algún almuerzo distraído y compartieron un vino escuchador dijo como al acaso.

Parecía fatigarse después de contarme algo y se detenía. Un búfalo cansado.

Pocas palabras hubo entre ellos. 

-¿Para qué aturdirse en la ilusión de la comunicación?- me dijo. Yo solo lo escribo. 

-El silencio hablaba su verdad- dijo y le tembló la voz que quería blindarse.

-El resto es silencio- suspiró citando a Hamlet.

El tercer vodka se agotaba en la mesa. La frontera estaba cercana. 126 es una frontera llena de fragilidades.

-Rusos, ahí está la clave.

Lo miré atento. Empezaba a refrescar notoriamente.

-Rusos– insistió-. Stalingrado, ella es Stalingrado-. Y se quedó mirando la nada nuevamente.

Busqué en mi cabeza claves de aquella batalla trágica de la Segunda Guerra Mundial. 

No encontré nada.

-¿Y vos?- pregunté. 

El frío y la oscuridad echaban su poncho lentamente.

-Y se fue nomás, ahora sí se fue– me dijo y empezó a levantarse de la silla.

Me apretó muy fuerte el brazo extendido. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Giró y las zancadas se perdieron en medio del ruido de cervezas y brindis cercanos.

Sentí una cerrazón de esas que se abren en llanto algún día, alguna vida, algún momento.

Pedí otro vodka. 

Recordé a Kawabata: “¿…No me había enseñado la experiencia que ninguna palabra puede decir tanto como el silencio?”.

Stalingrado…

Otoño ruso

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La forma del agua: MU en San Pedro, Ramallo y el Delta del Paraná

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Desde las 16 y con una movilización desde Plaza de Mayo al Congreso de la Nación, finaliza hoy la travesía náutica organizada por la Multisectorial Humedales que partió de Rosario el 11 de agosto y navegó 350 kilómetros por el Río Paraná. Junto a más de 380 organizaciones entregarán un petitorio en el que exigen el urgente tratamiento, la sanción e implementación de la Ley de Humedales, que desde noviembre pasado duerme en la Comisión de Agricultura y Ganadería de la Cámara de Diputados. Si no se vota este año, volverá a perder estado parlamentario como en 2016. Compartimos libremente esta nota, parte de la MU 161, desde San Pedro, Ramallo y la zona de las Islas Lechiguanas, mientras múltiples leyes no se aplican, el proyecto de Ley de Humedales permanece cajoneado, el Paraná sufre la peor bajante desde 1944 y mientras las asambleas organizadas son las únicas que la siguen remando.

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Plantadas: Valeria Salech (Mamá Cultiva), Rosalía Pellegrini (UTT) y el cannabis medicinal

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Desde antes de la reciente media sanción de la ley que permitirá cultivar cannabis con fines medicinales, algo ya se estaba gestando. La asociación Mamá Cultiva –integrada por madres que descubrieron cómo cuidar y sanar a sus hijos con plantas y recetas propias, ante el vacío de la medicina tradicional– se reunió con la Unión de Trabajadores de la Tierra. Preparan una alianza que proyecta construir poder, salud, agroecología feminismo y justicia. Mujeres que hablan sobre cómo cambiar el futuro. Por Sergio Ciancaglini.

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Quimey Ramos. La fuga permanente

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Es docente, artista, activista y representa a una generación trans que no se conforma con cupos ni DNI. Cómo salir de la centralidad del Estado y la totalización de la vida, con rebeldía, deseo y prácticas cotidianas que tejen otra forma de entendernos. La autogestión, la identidad, la revolución interna y del sistema, las preguntas, los cuerpos, los privilegios, y el fin del conocimiento: una clase magistral con Quimey Ramos. Por Lucas Pedulla.

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