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La vida adulterada. El Barrio Puerta 8, después de las cámaras
Crónica de un barrio pobre. De la tranquilidad y las lagunas donde se podía nadar, a la entrada de la droga: cuándo, cómo y por qué. La voz de las y los vecinos, que piden no revelar sus identidades por temor a represalias. Las historias cotidianas de quienes se criaron y viven allí, lo que cuentan los más jóvenes, y el impacto de la noticia: ¿de dónde vino la droga adulterada? Hablan personas que la consumieron, familiares de víctimas, personas que grafican el olvido estatal, la corrupción policial, la falta de trabajo y el despliegue narco, acaso como un laberinto que, ante las cámaras, los transforma de víctimas a victimarios. Por Francisco Pandolfi.
-Hay partes del barrio donde todavía no hay cloacas, ni agua corriente. Ahí, el agua trae larvas, está re contra contaminada. Tampoco tenemos gas natural. Y vivimos todos los días respirando olor a materia fecal.
Celia dice materia fecal por no decir que viven envueltos por un olor a mierda insoportable, inaguantable. Intolerable. Bienvenidas y bienvenidos a Puerta 8.
El barrio se emplaza en la localidad de Loma Hermosa, en el partido bonaerense de Tres de Febrero, al oeste del Gran Buenos Aires. Cubre dos grandes manzanas, donde viven poco menos de mil personas. Linda con la ruta 8, el arroyo Morón y el Camino del Buen Ayre. A sus espaldas, se erige el complejo militar Campo de Mayo. La cercanía con la puerta 8 de uno de los mayores centros clandestinos de exterminio de la última dictadura dio origen al nombre de este asentamiento que por primera vez en sus más de 50 años de historia se volvió foco de un estigma indeleble. Para cuidado de su gente, la mayoría de los nombres de las y los vecinos entrevistados en esta nota son ficticios.
Llegar al barrio no requiere nada fuera de lo común, como sí lo ha sugerido más de una crónica periodística desde que irrumpió el flagelo de la cocaína adulterada. En auto, desde el centro de la ciudad de Buenos Aires se tarda alrededor de una hora. En transporte público, dos colectivos y algunos minutos más. Nada extravagante ni extraordinario. Solo hay que querer ir.
En el camino, los afiches proselitistas –de todos los colores y orientaciones partidarias–, que atiborran el espacio público del conurbano, están acompañados de carteles o chapones que rezan inscripciones sin eufemismos: “Salí de la droga”. Las ofertas de diversas comunidades terapéuticas cuelgan de postes despintados y aunque lucen deslucidas por el paso del tiempo, la demanda no merma.
Las calles hablan por sí solas.
La deuda interna
Los tres pasillos angostos que atraviesan el barrio miden menos de un metro de ancho. No pasa una ambulancia, lógicamente; tampoco una camilla. El estado del piso es pésimo, está todo roto, ideal para que no pase alguien en silla de ruedas. En los costados, las zanjas acumulan agua podrida pese a que no llueve hace días. “Las cañerías viven tapadas, pero es muy raro que el municipio las venga a destapar”, denuncia Tamara, 22 años. Las casas con cloacas y agua corriente tienen ese derecho básico desde hace sólo dos años.
El aroma nauseabundo tiene cuatro promotores: el agua estancada en las zanjas; la contaminación del arroyo Morón; el olor asqueroso que emana del frigorífico pegado al barrio; el emplazamiento a menos de 3 kilómetros del CEAMSE, donde se realiza la gestión integral de los residuos de varios distritos bonaerenses y de la ciudad de Buenos Aires.
Además del hedor a bosta, se respira calma. La figura del Gauchito Antonio Gil está diseminada por toda la villa –santuarios, ermitas, paredes, hasta una estatuilla arriba de un árbol–. Las casas son bajas: la gran mayoría tiene un piso; muy pocas dos. Al silencio solo lo rompen intermitentes ladridos de perros, o la máquina de cortar el pasto de un par de vecinos que se ganan el mango. “Esta tranquilidad es la que siempre nos caracterizó hasta que se instaló la droga. Desde que pasó lo de la cocaína a principios de febrero, volvió la paz. Ya no hay que estar mirando con miedo para todos lados, no hay chiflidos, corridas, gritos, tiros”, relata Celia, 55 años, que le abre a MU las puertas de su casa.
Hasta mediados del siglo pasado la zona era un gran humedal repleto de totoras. Se fue rellenando a medida que creció la población, sobre todo a partir de una migración interna proveniente de provincias norteñas. “Desde 1969 que vivo acá, hace más de medio siglo llegué de Santiago del Estero. Era todo monte, vivíamos muy pocas familias”, recuerda Jorge. En su mano derecha sostiene una pinza, en la izquierda una llave inglesa: está arreglando un lavarropas. “Este es el mejor barrio de todos, es muy tranquilo; nunca había habido ni un problema hasta que hace más de cinco años llegó la droga. Somos buena gente, trabajadora, los pibes son muy respetuosos”, dice pero pide, por favor, no salir en ninguna foto. “No quiero tener problemas con nadie”.
A metros de su casa está uno de los cuatro búnkers donde se vendían estupefacientes. Además de cocaína, paco y pastillas. En la puerta, dentro de un carro, hay resabios del allanamiento policial: un par de sillones y una silla, entre cartones, se pudren a la intemperie. “Ahí vendían”, señala, y sus ojos se posan en una pared que lleva como grafiti una P y un 8. “Cuando vino la policía yo no estaba, pero igual entraron a mi casa. Rompieron el candado con una maza y sin motivo hicieron mierda este lavarropa que estoy arreglando”.
Cómplices
En una de las entradas al barrio, varias zapatillas colgadas de los cables de luz avisan que en los alrededores se vende droga. No se trata de un mensaje encubierto; bien lo saben las fuerzas de seguridad. No sorprende que en expedientes judiciales se vincule a cinco policías de la Bonaerense y a uno de la Federal como parte de la banda que vendió cocaína adulterada. La comunidad tenía pruebas desde el primer día que se instaló el sistema de venta. Acá, las pruebas:
Dice Celia: “Había un movimiento total. La policía pasaba por delante y no hacía nada. Si hasta los mismos vecinos hace un tiempo hicieron unos portones de madera para evitar el tránsito permanente, pero los transas vinieron y los sacaron. La policía no hizo nada para impedirlo”.
Dice Tamara: “El patrullero pasa todo el tiempo. ¿En serio no hacés nada? Me da mucha impotencia. Están repartiendo delante de tus ojos, no hay necesidad de que muera gente. Estamos llenos de cámaras de seguridad, hay en casi todas las esquinas, pero es como si no estuvieran. Muchos vecinos habían denunciado lo que pasaba; otros no, por miedo. Pero nadie nos escuchó”.
Dice Paola: “Se ve día a día la corrupción de la cana. Saben quiénes son los narcos, pero no van a buscarlos. En el Barrio Libertador, pegado a Puerta 8, entraron a allanar en una de las casas humildes, de techo de chapa y piso de tierra, y le dijeron a la familia ‘Si la van a vender, véndanla bien’. La policía hace lo que quiere”.
Dice Ester: “El tío de mi ex marido era comisario de Merlo; como no aceptaba las cometas, lo fueron. Primero lo iban cambiando a comisarías cada vez más chicas, hasta que lo dieron de baja por no recaudar; no era funcional al sistema”.
En los barrios empobrecidos se instala el eslabón más bajo de una cadena muy amplia, que mueve mucha guita. Están los transas, que manejan la venta, y los soldaditos, pibitos que se paran en la esquina por si pasa algo raro. Dice Celia: “Los soldaditos, en general, son adolescentes de entre 15 y 18 años”. Dice Walter: “La venta funciona las 24 horas, todos los días. Se divide en tres turnos. Un soldadito, en cada turno, gana alrededor de 7 mil pesos por día. Si venden bien, le pueden dar el doble o el triple”. Una cuenta rápida: A 7 mil pesos por jornada, multiplicado por 30, un adolescente se lleva 210 mil pesos mensuales. Nacen algunos interrogantes. Si el último peldaño cobra esa cifra, ¿cuánto le queda al resto de los componentes del crimen organizado? ¿cuánto se lleva la Policía? ¿con cuánto adornan al comisario? ¿y al Poder Judicial? En relación al futuro de las y los jóvenes, ¿cómo se compite con una ilegalidad que ofrece montos exuberantes? Sentencia Paola: “Acá, salir de la pobreza es vender droga”.
La porquería
Entre la noche del 1° de febrero y la madrugada del 2, en un búnker de Puerta 8, decenas de personas compraron y consumieron cocaína adulterada con carfentanilo, un analgésico usado para sedar a animales de gran tamaño, como los elefantes. Sus efectos son diez mil veces más fuertes que sustancias como la heroína. Al cierre de esta edición, “los fallecidos oficiales para el Ministerio de Salud Provincial fueron 21”, dijeron a MU desde la cartera. Sin embargo, para la Fiscalía de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) 16 de San Martín, que investiga el caso, murieron 24 personas y además hubo más de 80 intoxicadas. Los decesos ocurrieron en domicilios particulares, en la vía pública y en hospitales, de los distritos de Hurlingham, Malvinas Argentinas, Tres de Febrero y General San Martín. De Puerta 8 no falleció ningún vecino.
“Venían de todos lados a comprar la porquería, como le decimos acá en el barrio; gente grande, gente joven”, cuenta Celia. “Era una autopista, desfilaban personas y autos de día y de noche, hasta en bici venían a comprar”, detalla Marcela. “De la cola que había siempre, parecía el banco a las 10 de la mañana”, precisa Tamara. “Llegaban de toda clase social, manejando desde un Fitito hasta una Ranger. Hay pibes que caminaban desde William Morris (5 kilómetros) para comprar merca. Era un kiosco 24 horas, sin descanso. A la hora que querés, tenés”, especifica Walter. La policía, mientras, veía todo. Y no veía nada.
El miércoles 2 de febrero la Policía Bonaerense allanó Puerta 8. Se llevó a diez personas detenidas, algunas al voleo. Las y los vecinos cortaron la calle para exigir su liberación. Fernando es jardinero y tiene 5 hijos. El mayor, de 15 años, salió de su casa a buscar a su hermanito menor y se lo llevaron preso. “Estuvo 11 horas detenido sin haber hecho nada. Lo llevaron a la Comisaría Quinta, Eufrasio Álvarez, a veinte cuadras de acá. Había una persona muerta y le dijeron ‘mirá, acá tenés un finadito más’. Mi hijo es buenito, ahora tengo miedo de que salga a la calle”.
Seis personas continúan detenidas y fueron imputadas por la fiscalía por “tráfico de estupefacientes en la modalidad de tenencia ilegal con fines de comercialización agravada por la pluralidad de intervinientes en forma organizada, en concurso real con homicidio simple reiterado en al menos seis oportunidades y tentativa de homicidio simple reiterado en al menos diez oportunidades”. Pero el juez de Garantías 3 de San Martín, Mariano Grammatico Mazzari, pidió aumentar la imputación a homicidio agravado por “el uso de veneno como método insidioso”. Esta figura está penada con prisión perpetua.
“Tres de los detenidos son menores de 21 años. Eran soldaditos. Es muy injusto que toda la carga les caiga a ellos. Les arruinaron la vida. Son chicos”, expresa Jorge.
El jueves 3 de febrero fue detenido en una modesta casa de José C. Paz, Joaquín El Paisa Aquino, sospechoso de ser el dueño de la cocaína adulterada. Hasta ese bajo eslabón de la cadena llegaron las detenciones. Analiza Marcela: “El narco no vive en un barrio pobre, sí sus peones. El cabecilla andá a saber dónde está. Ese arregla con la policía y listo. Entonces, hasta que no agarren a los cabecillas…”. Agrega Tamara: “Esto se desató un miércoles, pero el jueves y el viernes entregaron ‘mercadería’ que ya estaba paga y lo hicieron sin ningún problema. El viernes cobraban las cooperativas del barrio: si esto pasaba ese día de cobro, seguro morían más de 100 personas”.
Gambetear la muerte
Walter tiene 30 años y la primera vez que se drogó fue a los 26. Hacía poco había llegado la droga al barrio; estaba a mano. Consumió cocaína envenenada y quedó internado. Se recuperó, le dieron el alta y por el síndrome de abstinencia volvió a consumir. Lo internaron nuevamente. Habla con MU: “Tuve un dios aparte para sobrevivir. Me dieron por muerto. Miro videos de cómo llegué al hospital y me duele verme así”. Es adicto al paco desde hace un año. Tiene 4 hijos. “Tuve una recaída, pero estoy mejor, aunque es muy difícil la abstinencia”.
Trabaja en un depósito de chatarra. Bajó 12 kilos en el último año: “De 63 a 51. No me daba hambre por el consumo. Me gastaba hasta 10 mil pesos por día y tomaba de lunes a lunes”. Nació y se crió en Puerta 8. “Siempre fue un barrio tranquilo hasta que apareció la droga. No sabés lo que era esto cuando se vendía”. Empezó con el nevado (cigarrillo de tabaco o de marihuana mezclado con cocaína), siguió con crack y pasta base. “Hace más de un año que no puedo llevar a mis hijos a la plaza por la adicción. Estoy buscando un lugar donde internarme porque puedo estar dos meses sin consumo y en un día me consumo todo. Tengo miedo de volver a caer”.
Llegó a estar cinco días sin conciliar el sueño. “Había semanas que dormía cuatro horas en total. Iba amanecido a laburar”. Con la ingesta de la cocaína adulterada no fue la primera vez que bordeó la muerte. “Hace cuatro meses casi me suicido, fue cerca del nacimiento de mi hija. Tenía 16 bolsas de cocaína, me cociné 8. Empecé a escuchar chiflidos que venían de adelante, gente que me llamaba por detrás. Salí de la piecita donde estaba para ahorcarme. Me estaba volviendo loco. Pero no encontré nada para colgarme. Volví y me dije ‘qué estoy haciendo’. Y tiré al inodoro el resto de las bolsitas”. Su pareja lo escucha, lo contiene, lo banca. En sus brazos está la beba de ambos. Lleva puesta una remera rosa con una inscripción: “Mi papá es el rey y yo, su princesa”.
Sobre la pieza a la que entraba Walter para consumir, el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, dijo que se trataba de un búnker. “No es así: ahí vivía mi tío Luis, que falleció hace un mes por su problema de alcoholismo. Yo era el único que entraba porque él tenía tuberculosis y como yo ya había tenido de chico, no me podía volver a contagiar”, explica Walter. Su prima Jaqueline completa: “Es todo mentira lo que dijeron, montaron un show para la televisión. Esa pieza nunca fue un búnker”.
Tony está debajo del chasis de un auto, con las manos engrasadas. Hace unas horas volvió a trabajar después de una semana que casi es su última. Es mecánico desde los 15 años. Ahora tiene 55. Hace 40 vive en el barrio. “Cuando arrancó la pandemia se puso muy picante. Cayó gente de afuera a vender y cambió todo; se empezó a pudrir. De hecho, jamás hubo robos en Puerta 8 y a partir de la llegada de la droga empezaron a faltar cosas; es que sí: una cosa lleva a la otra”.
La noche del primer día de febrero vio en su casa el 1 a 0 del Seleccionado argentino ante Colombia por las Eliminatorias para el Mundial de Qatar. Contento por el triunfo, salió a comprar cigarrillos. “Terminé yendo a conseguir cocaína. Fui a tomarla a lo de una amiga. El efecto fue inmediato, como echarle raid a la cucaracha. Me encerré en el baño, la tomé, me paré y se me fueron las piernas, se me tensionó todo el cuerpo, sentí ganas de vomitar y antes de los dos minutos se me apagó la tele. Caí y ahí la quedé”.
De la rigidez, no lo podían meter en el auto para llevarlo al hospital. “Me internaron a las 5 de la mañana y me desperté a las 10 de la noche, sin entender nada, todo intubado, conectado a un respirador”. Tuvo dos paros cardíacos producto de la cocaína adulterada. “Me dijeron que en el segundo ya no había esperanzas de que sobreviviera. Parece que me tenía que pasar esto para ponerle un freno; otra oportunidad no creo que tenga. Consumo desde los 14: tengo más años tomando esta basura que de mecánico”.
El minuto a minuto
La realidad de un barrio no entiende de rating, de clics, de pauta; no es la misma que la de una redacción o un estudio de televisión. Pero, a veces, se entrelazan.
¿Cómo vivió la comunidad lo que pasó por esas horas? Pegado a Puerta 8 está el barrio El Libertador, donde está Casa Pueblo, dispositivo de atención y acompañamiento comunitario para la prevención de consumos problemáticos que gestionan el SEDRONAR y el movimiento Evita. Allí trabajan Carla y Paola.
Dice Carla: “Hicimos rastrillajes casa por casa. Muchos vecinos entraron caminando al hospital y los entubaron, porque como sucede con el Covid, tenían síntomas silenciosos. Nos decían, ‘menos mal que nos fueron a buscar, si no, no la contábamos’. La construcción en comunidad, que vayan los mismos vecinos puerta a puerta a buscar a quienes habían tomado, salvó muchas vidas. El municipio también hizo rastrillajes pero a un desconocido no le decís que tomás merca”. Dice Paola: “Los adolescentes tienen miedo porque saben que esto va a volver a pasar; envenenada o no, los chicos seguirán cayendo. Si no agarrás a los narcos esto no cambia”. Dice Carla: “Días después, ya sin los medios, murieron más pibes porque la sustancia siguió circulando”. Paola: “Después de lo que pasó, a muchos pibes les hizo un clic, quieren rescatarse: esto les dio mucho miedo”.
¿Cómo vivió la comunidad de Puerta 8 el trato mediático? Informa Celia: “Sentimos mucha humillación con todo lo que dijeron. Mi familia de Santiago del Estero me llamó para preguntarme si era como decía la TV, porque pensaban visitarme y les daba miedo. No, les respondí, nos están escrachando. Mintieron sin parar, desde que el barrio tiene veinte manzanas cuando sólo tiene dos, hasta que a Puerta 8 no se podía entrar porque te robaban. ¡Puf!, vos estás viendo con tus propios ojos cómo es el barrio”. Comunica Marcela: “Meten a todos en la misma bolsa. Ahora estamos mal vistos”. Transmite Paola: “Pasamos a ser todos drogadictos”.
En la recorrida, un vecino que está trabajando corta el laburo para hablar. Pide no aparecer ni con nombre ni con foto. Lo reitera varias veces. “Ni con nombre ni con foto, nada”. Y argumenta: “Nadie quiere hablar por miedo. Los noticieros ensuciaron a un barrio de laburantes, que hace todo a pulmón. Nos hicieron quedar re mal. ¿Y si nos vienen a romper todo los familiares de la gente que murió? Con todo lo que los medios dijeron, podría suceder”.
Un mes después
Hay cosas que ya no siguen como antes: “Cambió la dinámica del barrio; los jueves esto ya era un quilombo, gente borracha, drogada, con muchas peleas en la cancha, ahora está mucho más tranqui el ambiente; podemos sentarnos a tomar mate afuera sin temor”, explica Tamara.
Hay muchas otras que siguen igual:
El amoníaco que expulsa el frigorífico lindante sigue contaminando a la vecindad y oxidando las chapas de los techos de las casas.
La plaza del barrio sigue raquítica, con solo dos juegos de hamacas, vetustos y rotos. Los mira el busto de Evita, totalmente despintado.
Las necesidades siguen latentes. En un par de minutos, a una vecina referenta le llueven pedidos: “¿Cómo puedo sacar el DNI?, nunca tuve”, “¿Hay algún subsidio para comprar una cortadora de pasto para seguir laburando?”.
Ramona Delgado tiene 57 años y cocina de lunes a viernes en su comedor comunitario Pequeños Gigantes, “para un montón de pibes, más de 30 comen acá, pero muchos otros en sus casas porque no conseguimos platos: ahora nos estamos quedando sin ollas”. Está contenta porque les está preparando sánguches de milanesas, “gracias al panadero del barrio que donó el pan rallado y a otra panadera de afuera que dio los panes”.
Los cables de luz, blancos y negros, siguen colgados extremadamente bajos. En agosto del año pasado, una nena de 9 años salió a comprar. Había llovido. Tocó la pared de una casa y se electrocutó. Se salvó de milagro. Es la sobrina de Ramona. “Se quedó pegada, la salvó un vecino. Se le quemó toda la mano. Ya tuvo dos cirugías y ahora deben operarla de nuevo. Desde 2016 que vengo reclamando el tema de los cables y nadie vino a hacer nada”.
La niñez sigue jugando con gomeras, intentando acertarle a algún chimango que vuela sobre el arroyo Morón, uno de los principales afluentes del Río Reconquista. Lo cobija un humedal hermoso. En esta zona, pegada a Puerta 8, el cauce de agua parece estar empetrolado. Hace unos años, las pibas y los pibes nadaban en él. Ya no. Describe Gonzalo, de 13 años: “Antes estaba más limpio y pescábamos, pero mirá lo que es ahora”. Ahora la contaminación es evidente, parece un basurero. También hay iguanas, tortugas enormes que nadan como abstraídas del entorno y “ratas que parecen gatos”, describe Esteban, de 14.
El miedo también sigue. Se pregunta Tamara: “¿Qué pasará cuando se vayan los patrulleros? Tenemos temor a lo que vendrá”. Plantea Fernando: “Tengo angustia y tristeza, miedo que venga la policía y nos lleve por vivir acá, miedo de que los chicos no puedan salir a jugar a la calle. Esta villa no era así, pero ya me cansé de no hablar”.
Sigue la creencia de que más temprano que tarde todo volverá a ser como era previo al 1 de febrero: “Siempre quise ir al fondo a jugar con mis amigos, pero mi mamá no me dejaba porque ahí vendían. Ahora puedo, pero sé que en unos días todo va a ser como antes”, dice Diego, 13 años.
Las y los jóvenes siguen desprotegidos. Ejemplifica Carla: “Hay muchos pibes que no pueden dejar de consumir, aun en riesgo de muerte, porque la manija te come a las 4 de la madrugada”.
La pobreza estructural sigue. El desempleo también. En este contexto, y además de la droga sinónimo de muerte, ¿qué aporta el transa al barrio? Dice Paola: “El transa da trabajo. Te presta plata. Te cambia la calidad de vida. El transa te cuida. La policía no va a hacer nada si estás con él. El año pasado en un temporal se había volado un techo de una casa donde sus dueños permitían que los transas se sentaran en su vereda a vender. ¿Qué hicieron ellos? Le arreglaron el techo”. Dice Marcela: “Si te necesitan, te compran con materiales, te regalan droga. Si estás cerca de ellos, podés llegar a cualquier hora de trabajar o estudiar que no te va a pasar nada”. Dice Carla: “Ningún narco va a vivir en un lugar tan pobre. Los transas son los mismos vecinos. Y esto no es una guerra de pobres contra pobres, porque seremos nosotros mismos los muertos; entonces, está claro, el problema es la pobreza”. La intendencia de Tres de Febrero la comanda Diego Valenzuela, de Juntos por el Cambio, desde el 10 de diciembre de 2015. Reemplazó al peronista Mario Curto, uno de los (v)barones del Conurbano, que estuvo al frente del municipio desde 1991, durante veinticuatro años y seis gestiones.
–¿De dónde son?– pregunta un oficial de la policía de ese municipio.
–De la revista MU.
–¿Para qué vienen? ¿Para hacer una nota por la droga? Tengo que avisar.
–Sí…
La policía municipal y la Bonaerense siguen custodiando las tres entradas al barrio: sobre las calles Miramar, Catamarca y El Parque, que es la bajada de la ruta 8.
A minutos del cierre de esta nota, llegan algunos mensajes de vecinas y vecinos de Puerta 8, con un pedido y una afirmación:
–Que no aparezcan las fotos de las mujeres que hablamos en la nota.
–Ya volvieron a vender.
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La Barby trans
Barby Guamán, actriz, dramaturga y directora de teatro. Es la primera directora trans contratada por el Teatro Nacional Cervantes, pero a ella no le gusta alardear de eso: “Debieran ser muchas más”. Allí dirigió una obra de la serie Teoría King Kong, travistiendo el mítico texto de Virgine Despentes, interpretado por Susy Shock. El resultado, a sala llena todas las funciones. Secretos tucumanos de una india negra, pobre y sudaka que encarna otro anti-modelo sobre cómo cumplir los sueños más inesperados. Por María del Carmen Varela.
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La tecnochamana: Feminismo bastardo, el nuevo libro de María Galindo editado por lavaca
Compartimos parte del exquisito prólogo de Paul Preciado al nuevo libro de la activista y teórica boliviana. En esta primera intervención Preciado repasa la increíble biografía de Galindo, las condiciones, formas y sitios en los cuales parió su nueva tesis: la violación a la india como génesis de la poscolonización, y no el mestizaje, para hablar del bastardismo como herencia, saber y desobediencia. Por Paul Preciado.
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El Senado votó favorablemente el acuerdo con el FMI, hipoteca perpetua sobre el presente y el futuro argentino. El escenario político sigue mostrando internas en un gobierno en el que grupos propios son más opositores que una oposición oficialista que, a la vez, todo lo hace pensando en limar al gobierno frente a las elecciones del año que viene; gobierno que quiere hacer lo mismo con la oposición. Una nube de pesos, mientras la sociedad es cada vez más desigual. Compartimos libremente este trabajo sobre las deudas para el último número de MU: la deuda como shock para empobrecer y controlar vidas y territorios, y todo lo pendiente que nunca se renegocia. Miradas desde lo comunitario, lo barrial, la investigación económica, lo socioambiental, lo cooperativo y lo agroecológico, para conocer los enigmas y paradigmas que están en juego.
(más…)Por Lucas Pedulla.
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