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La vida adulterada. El Barrio Puerta 8, después de las cámaras

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Crónica de un barrio pobre. De la tranquilidad y las lagunas donde se podía nadar, a la entrada de la droga: cuándo, cómo y por qué. La voz de las y los vecinos, que piden no revelar sus identidades por temor a represalias. Las historias cotidianas de quienes se criaron y viven allí, lo que cuentan los más jóvenes, y el impacto de la noticia: ¿de dónde vino la droga adulterada? Hablan personas que la consumieron, familiares de víctimas, personas que grafican el olvido estatal, la corrupción policial, la falta de trabajo y  el despliegue narco, acaso como un laberinto que, ante las cámaras, los transforma de víctimas a victimarios. Por Francisco Pandolfi.

La vida adulterada. El Barrio Puerta 8, después de las cámaras
Una de las esquinas del barrio donde se percibe el estado de los pisos de los pasillos. Los vecinos, de espaldas para “no tener problemas con nadie”. Fotos: Gastón Stark

-Hay partes del barrio donde todavía no hay cloacas, ni agua corriente. Ahí, el agua trae larvas, está re contra contaminada. Tampoco tenemos gas natural. Y vivimos todos los días respirando olor a materia fecal.

Celia dice materia fecal por no decir que viven envueltos por un olor a mierda insoportable, inaguantable. Intolerable. Bienvenidas y bienvenidos a Puerta 8.

El barrio se emplaza en la localidad de Loma Hermosa, en el partido bonaerense de Tres de Febrero, al oeste del Gran Buenos Aires. Cubre dos grandes manzanas, donde viven poco menos de mil personas. Linda con la ruta 8, el arroyo Morón y el Camino del Buen Ayre. A sus espaldas, se erige el complejo militar Campo de Mayo. La cercanía con la puerta 8 de uno de los mayores centros clandestinos de exterminio de la última dictadura dio origen al nombre de este asentamiento que por primera vez en sus más de 50 años de historia se volvió foco de un estigma indeleble. Para cuidado de su gente, la mayoría de los nombres de las y los vecinos entrevistados en esta nota son ficticios.

Llegar al barrio no requiere nada fuera de lo común, como sí lo ha sugerido más de una crónica periodística desde que irrumpió el flagelo de la cocaína adulterada. En auto, desde el centro de la ciudad de Buenos Aires se tarda alrededor de una hora. En transporte público, dos colectivos y algunos minutos más. Nada extravagante ni extraordinario. Solo hay que querer ir. 

En el camino, los afiches proselitistas –de todos los colores y orientaciones partidarias–, que atiborran el espacio público del conurbano, están acompañados de carteles o chapones que rezan inscripciones sin eufemismos: “Salí de la droga”. Las ofertas de diversas comunidades terapéuticas cuelgan de postes despintados y aunque lucen deslucidas por el paso del tiempo, la demanda no merma. 

Las calles hablan por sí solas.

La deuda interna

Los tres pasillos angostos que atraviesan el barrio miden menos de un metro de ancho. No pasa una ambulancia, lógicamente; tampoco una camilla. El estado del piso es pésimo, está todo roto, ideal para que no pase alguien en silla de ruedas. En los costados, las zanjas acumulan agua podrida pese a que no llueve hace días. “Las cañerías viven tapadas, pero es muy raro que el municipio las venga a destapar”, denuncia Tamara, 22 años. Las casas con cloacas y agua corriente tienen ese derecho básico desde hace sólo dos años.

El aroma nauseabundo tiene cuatro promotores: el agua estancada en las zanjas; la contaminación del arroyo Morón; el olor asqueroso que emana del frigorífico pegado al barrio; el emplazamiento a menos de 3 kilómetros del CEAMSE, donde se realiza la gestión integral de los residuos de varios distritos bonaerenses y de la ciudad de Buenos Aires.

Además del hedor a bosta, se respira calma. La figura del Gauchito Antonio Gil está diseminada por toda la villa –santuarios, ermitas, paredes, hasta una estatuilla arriba de un árbol–. Las casas son bajas: la gran mayoría tiene un piso; muy pocas dos. Al silencio solo lo rompen intermitentes ladridos de perros, o la máquina de cortar el pasto de un par de vecinos que se ganan el mango. “Esta tranquilidad es la que siempre nos caracterizó hasta que se instaló la droga. Desde que pasó lo de la cocaína a principios de febrero, volvió la paz. Ya no hay que estar mirando con miedo para todos lados, no hay chiflidos, corridas, gritos, tiros”, relata Celia, 55 años, que le abre a MU las puertas de su casa.

Hasta mediados del siglo pasado la zona era un gran humedal repleto de totoras. Se fue rellenando a medida que creció la población, sobre todo a partir de una migración interna proveniente de provincias norteñas. “Desde 1969 que vivo acá, hace más de medio siglo llegué de Santiago del Estero. Era todo monte, vivíamos muy pocas familias”, recuerda Jorge. En su mano derecha sostiene una pinza, en la izquierda una llave inglesa: está arreglando un lavarropas. “Este es el mejor barrio de todos, es muy tranquilo; nunca había habido ni un problema hasta que hace más de cinco años llegó la droga. Somos buena gente, trabajadora, los pibes son muy respetuosos”, dice pero pide, por favor, no salir en ninguna foto. “No quiero tener problemas con nadie”.

A metros de su casa está uno de los cuatro búnkers donde se vendían estupefacientes. Además de cocaína, paco y pastillas. En la puerta, dentro de un carro, hay resabios del allanamiento policial: un par de sillones y una silla, entre cartones, se pudren a la intemperie. “Ahí vendían”, señala, y sus ojos se posan en una pared que lleva como grafiti una P y un 8. “Cuando vino la policía yo no estaba, pero igual entraron a mi casa. Rompieron el candado con una maza y sin motivo hicieron mierda este lavarropa que estoy arreglando”.

Cómplices

En una de las entradas al barrio, varias zapatillas colgadas de los cables de luz avisan que  en los alrededores se vende droga. No se trata de un mensaje encubierto; bien lo saben las fuerzas de seguridad. No sorprende que en expedientes judiciales se vincule a cinco policías de la Bonaerense y a uno de la Federal como parte de la banda que vendió cocaína adulterada. La comunidad tenía pruebas desde el primer día que se instaló el sistema de venta. Acá, las pruebas:

Dice Celia: “Había un movimiento total. La policía pasaba por delante y no hacía nada. Si hasta los mismos vecinos hace un tiempo hicieron unos portones de madera para evitar el tránsito permanente, pero los transas vinieron y los sacaron. La policía no hizo nada para impedirlo”. 

Dice Tamara: “El patrullero pasa todo el tiempo. ¿En serio no hacés nada? Me da mucha impotencia. Están repartiendo delante de tus ojos, no hay necesidad de que muera gente. Estamos llenos de cámaras de seguridad, hay en casi todas las esquinas, pero es como si no estuvieran. Muchos vecinos habían denunciado lo que pasaba; otros no, por miedo. Pero nadie nos escuchó”.

Dice Paola: “Se ve día a día la corrupción de la cana. Saben quiénes son los narcos, pero no van a buscarlos. En el Barrio Libertador, pegado a Puerta 8, entraron a allanar en una de las casas humildes, de techo de chapa y piso de tierra, y le dijeron a la familia ‘Si la van a vender, véndanla bien’. La policía hace lo que quiere”.

Dice Ester: “El tío de mi ex marido era comisario de Merlo; como no aceptaba las cometas, lo fueron. Primero lo iban cambiando a comisarías cada vez más chicas, hasta que lo dieron de baja por no recaudar; no era funcional al sistema”.

En los barrios empobrecidos se instala el eslabón más bajo de una cadena muy amplia, que mueve mucha guita. Están los transas, que manejan la venta, y los soldaditos, pibitos que se paran en la esquina por si pasa algo raro. Dice Celia: “Los soldaditos, en general, son adolescentes de entre 15 y 18 años”. Dice Walter: “La venta funciona las 24 horas, todos los días. Se divide en tres turnos. Un soldadito, en cada turno, gana alrededor de 7 mil pesos por día. Si venden bien, le pueden dar el doble o el triple”. Una cuenta rápida: A 7 mil pesos por jornada, multiplicado por 30, un adolescente se lleva 210 mil pesos mensuales. Nacen algunos interrogantes. Si el último peldaño cobra esa cifra, ¿cuánto le queda al resto de los componentes del crimen organizado? ¿cuánto se lleva la Policía? ¿con cuánto adornan al comisario? ¿y al Poder Judicial? En relación al futuro de las y los jóvenes, ¿cómo se compite con una ilegalidad que ofrece montos exuberantes? Sentencia Paola: “Acá, salir de la pobreza es vender droga”.

La porquería

Entre la noche del 1° de febrero y la madrugada del 2, en un búnker de Puerta 8, decenas de personas compraron y consumieron cocaína adulterada con carfentanilo, un analgésico usado para sedar a animales de gran tamaño, como los elefantes. Sus efectos son diez mil veces más fuertes que sustancias como la heroína. Al cierre de esta edición, “los fallecidos oficiales para el Ministerio de Salud Provincial fueron 21”, dijeron a MU desde la cartera. Sin embargo, para la Fiscalía de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) 16 de San Martín, que investiga el caso, murieron 24 personas y además hubo más de 80 intoxicadas. Los decesos ocurrieron en domicilios particulares, en la vía pública y en hospitales, de los distritos de Hurlingham, Malvinas Argentinas, Tres de Febrero y General San Martín. De Puerta 8 no falleció ningún vecino.

“Venían de todos lados a comprar la porquería, como le decimos acá en el barrio; gente grande, gente joven”, cuenta Celia. “Era una autopista, desfilaban personas y autos de día y de noche, hasta en bici venían a comprar”, detalla Marcela. “De la cola que había siempre, parecía el banco a las 10 de la mañana”, precisa Tamara. “Llegaban de toda clase social, manejando desde un Fitito hasta una Ranger. Hay pibes que caminaban desde William Morris (5 kilómetros) para comprar merca. Era un kiosco 24 horas, sin descanso. A la hora que querés, tenés”, especifica Walter. La policía, mientras, veía todo. Y no veía nada.

El miércoles 2 de febrero la Policía Bonaerense allanó Puerta 8. Se llevó a diez personas detenidas, algunas al voleo. Las y los vecinos cortaron la calle para exigir su liberación. Fernando es jardinero y tiene 5 hijos. El mayor, de 15 años, salió de su casa a buscar a su hermanito menor y se lo llevaron preso. “Estuvo 11 horas detenido sin haber hecho nada. Lo llevaron a la Comisaría Quinta, Eufrasio Álvarez, a veinte cuadras de acá. Había una persona muerta y le dijeron ‘mirá, acá tenés un finadito más’. Mi hijo es buenito, ahora tengo miedo de que salga a la calle”.

Seis personas continúan detenidas y fueron imputadas por la fiscalía por “tráfico de estupefacientes en la modalidad de tenencia ilegal con fines de comercialización agravada por la pluralidad de intervinientes en forma organizada, en concurso real con homicidio simple reiterado en al menos seis oportunidades y tentativa de homicidio simple reiterado en al menos diez oportunidades”. Pero el juez de Garantías 3 de San Martín, Mariano Grammatico Mazzari, pidió aumentar la imputación a homicidio agravado por “el uso de veneno como método insidioso”. Esta figura está penada con prisión perpetua.

“Tres de los detenidos son menores de 21 años. Eran soldaditos. Es muy injusto que toda la carga les caiga a ellos. Les arruinaron la vida. Son chicos”, expresa Jorge.

El jueves 3 de febrero fue detenido en una modesta casa de José C. Paz, Joaquín El Paisa Aquino, sospechoso de ser el dueño de la cocaína adulterada. Hasta ese bajo eslabón de la cadena llegaron las detenciones. Analiza Marcela: “El narco no vive en un barrio pobre, sí sus peones. El cabecilla andá a saber dónde está. Ese arregla con la policía y listo. Entonces, hasta que no agarren a los cabecillas…”. Agrega Tamara: “Esto se desató un miércoles, pero el jueves y el viernes entregaron ‘mercadería’ que ya estaba paga y lo hicieron sin ningún problema. El viernes cobraban las cooperativas del barrio: si esto pasaba ese día de cobro, seguro morían más de 100 personas”.

Gambetear la muerte

Walter tiene 30 años y la primera vez que se drogó fue a los 26. Hacía poco había llegado la droga al barrio; estaba a mano. Consumió cocaína envenenada y quedó internado. Se recuperó, le dieron el alta y por el síndrome de abstinencia volvió a consumir. Lo internaron nuevamente. Habla con MU: “Tuve un dios aparte para sobrevivir. Me dieron por muerto. Miro videos de cómo llegué al hospital y me duele verme así”. Es adicto al paco desde hace un año. Tiene 4 hijos. “Tuve una recaída, pero estoy mejor, aunque es muy difícil la abstinencia”.

Trabaja en un depósito de chatarra. Bajó 12 kilos en el último año: “De 63 a 51. No me daba hambre por el consumo. Me gastaba hasta 10 mil pesos por día y tomaba de lunes a lunes”. Nació y se crió en Puerta 8. “Siempre fue un barrio tranquilo hasta que apareció la droga. No sabés lo que era esto cuando se vendía”. Empezó con el nevado (cigarrillo de tabaco o de marihuana mezclado con cocaína), siguió con crack y pasta base. “Hace más de un año que no puedo llevar a mis hijos a la plaza por la adicción. Estoy buscando un lugar donde internarme porque puedo estar dos meses sin consumo y en un día me consumo todo. Tengo miedo de volver a caer”.

Llegó a estar cinco días sin conciliar el sueño. “Había semanas que dormía cuatro horas en total. Iba amanecido a laburar”. Con la ingesta de la cocaína adulterada no fue la primera vez que bordeó la muerte. “Hace cuatro meses casi me suicido, fue cerca del nacimiento de mi hija. Tenía 16 bolsas de cocaína, me cociné 8. Empecé a escuchar chiflidos que venían de adelante, gente que me llamaba por detrás. Salí de la piecita donde estaba para ahorcarme. Me estaba volviendo loco. Pero no encontré nada para colgarme. Volví y me dije ‘qué estoy haciendo’. Y tiré al inodoro el resto de las bolsitas”. Su pareja lo escucha, lo contiene, lo banca. En sus brazos está la beba de ambos. Lleva puesta una remera rosa con una inscripción: “Mi papá es el rey y yo, su princesa”.

Sobre la pieza a la que entraba Walter para consumir, el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, dijo que se trataba de un búnker. “No es así: ahí vivía mi tío Luis, que falleció hace un mes por su problema de alcoholismo. Yo era el único que entraba porque él tenía tuberculosis y como yo ya había tenido de chico, no me podía volver a contagiar”, explica Walter. Su prima Jaqueline completa: “Es todo mentira lo que dijeron, montaron un show para la televisión. Esa pieza nunca fue un búnker”.

Tony está debajo del chasis de un auto, con las manos engrasadas. Hace unas horas volvió a trabajar después de una semana que casi es su última. Es mecánico desde los 15 años. Ahora tiene 55. Hace 40 vive en el barrio. “Cuando arrancó la pandemia se puso muy picante. Cayó gente de afuera a vender y cambió todo; se empezó a pudrir. De hecho, jamás hubo robos en Puerta 8 y a partir de la llegada de la droga empezaron a faltar cosas; es que sí: una cosa lleva a la otra”.

La noche del primer día de febrero vio en su casa el 1 a 0 del Seleccionado argentino ante Colombia por las Eliminatorias para el Mundial de Qatar. Contento por el triunfo, salió a comprar cigarrillos. “Terminé yendo a conseguir cocaína. Fui a tomarla a lo de una amiga. El efecto fue inmediato, como echarle raid a la cucaracha. Me encerré en el baño, la tomé, me paré y se me fueron las piernas, se me tensionó todo el cuerpo, sentí ganas de vomitar y antes de los dos minutos se me apagó la tele. Caí y ahí la quedé”.

De la rigidez, no lo podían meter en el auto para llevarlo al hospital. “Me internaron a las 5 de la mañana y me desperté a las 10 de la noche, sin entender nada, todo intubado, conectado a un respirador”. Tuvo dos paros cardíacos producto de la cocaína adulterada. “Me dijeron que en el segundo ya no había esperanzas de que sobreviviera. Parece que me tenía que pasar esto para ponerle un freno; otra oportunidad no creo que tenga. Consumo desde los 14: tengo más años tomando esta basura que de mecánico”.

El minuto a minuto

La realidad de un barrio no entiende de rating, de clics, de pauta; no es la misma que la de una redacción o un estudio de televisión. Pero, a veces, se entrelazan. 

¿Cómo vivió la comunidad lo que pasó por esas horas? Pegado a Puerta 8 está el barrio El Libertador, donde está Casa Pueblo, dispositivo de atención y acompañamiento comunitario para la prevención de consumos problemáticos que gestionan el SEDRONAR y el movimiento Evita. Allí trabajan Carla y Paola.

Dice Carla: “Hicimos rastrillajes casa por casa. Muchos vecinos entraron caminando al hospital y los entubaron, porque como sucede con el Covid, tenían síntomas silenciosos. Nos decían, ‘menos mal que nos fueron a buscar, si no, no la contábamos’. La construcción en comunidad, que vayan los mismos vecinos puerta a puerta a buscar a quienes habían tomado, salvó muchas vidas. El municipio también hizo rastrillajes pero a un desconocido no le decís que tomás merca”. Dice Paola: “Los adolescentes tienen miedo porque saben que esto va a volver a pasar; envenenada o no, los chicos seguirán cayendo. Si no agarrás a los narcos esto no cambia”. Dice Carla: “Días después, ya sin los medios, murieron más pibes porque la sustancia siguió circulando”. Paola: “Después de lo que pasó, a muchos pibes les hizo un clic, quieren rescatarse: esto les dio mucho miedo”.

¿Cómo vivió la comunidad de Puerta 8 el trato mediático? Informa Celia: “Sentimos mucha humillación con todo lo que dijeron. Mi familia de Santiago del Estero me llamó para preguntarme si era como decía la TV, porque pensaban visitarme y les daba miedo. No, les respondí, nos están escrachando. Mintieron sin parar, desde que el barrio tiene veinte manzanas cuando sólo tiene dos, hasta que a Puerta 8 no se podía entrar porque te robaban. ¡Puf!, vos estás viendo con tus propios ojos cómo es el barrio”. Comunica Marcela: “Meten a todos en la misma bolsa. Ahora estamos mal vistos”. Transmite Paola: “Pasamos a ser todos drogadictos”.

En la recorrida, un vecino que está trabajando corta el laburo para hablar. Pide no aparecer ni con nombre ni con foto. Lo reitera varias veces. “Ni con nombre ni con foto, nada”. Y argumenta: “Nadie quiere hablar por miedo. Los noticieros ensuciaron a un barrio de laburantes, que hace todo a pulmón. Nos hicieron quedar re mal. ¿Y si nos vienen a romper todo los familiares de la gente que murió? Con todo lo que los medios dijeron, podría suceder”.

Un mes después

Hay cosas que ya no siguen como antes: “Cambió la dinámica del barrio; los jueves esto ya era un quilombo, gente borracha, drogada, con muchas peleas en la cancha, ahora está mucho más tranqui el ambiente; podemos sentarnos a tomar mate afuera sin temor”, explica Tamara.

Hay muchas otras que siguen igual:

El amoníaco que expulsa el frigorífico lindante sigue contaminando a la vecindad y oxidando las chapas de los techos de las casas.

La plaza del barrio sigue raquítica, con solo dos juegos de hamacas, vetustos y rotos. Los mira el busto de Evita, totalmente despintado.

Las necesidades siguen latentes. En un par de minutos, a una vecina referenta le llueven pedidos: “¿Cómo puedo sacar el DNI?, nunca tuve”, “¿Hay algún subsidio para comprar una cortadora de pasto para seguir laburando?”.

Ramona Delgado tiene 57 años y cocina de lunes a viernes en su comedor comunitario Pequeños Gigantes, “para un montón de pibes, más de 30 comen acá, pero muchos otros en sus casas porque no conseguimos platos: ahora nos estamos quedando sin ollas”. Está contenta porque les está preparando sánguches de milanesas, “gracias al panadero del barrio que donó el pan rallado y a otra panadera de afuera que dio los panes”.

Los cables de luz, blancos y negros, siguen colgados extremadamente bajos. En agosto del año pasado, una nena de 9 años salió a comprar. Había llovido. Tocó la pared de una casa y se electrocutó. Se salvó de milagro. Es la sobrina de Ramona. “Se quedó pegada, la salvó un vecino. Se le quemó toda la mano. Ya tuvo dos cirugías y ahora deben operarla de nuevo. Desde 2016 que vengo reclamando el tema de los cables y nadie vino a hacer nada”.

La niñez sigue jugando con gomeras, intentando acertarle a algún chimango que vuela sobre el arroyo Morón, uno de los principales afluentes del Río Reconquista. Lo cobija un humedal hermoso. En esta zona, pegada a Puerta 8, el cauce de agua parece estar empetrolado. Hace unos años, las pibas y los pibes nadaban en él. Ya no. Describe Gonzalo, de 13 años: “Antes estaba más limpio y pescábamos, pero mirá lo que es ahora”. Ahora la contaminación es evidente, parece un basurero. También hay iguanas, tortugas enormes que nadan como abstraídas del entorno y “ratas que parecen gatos”, describe Esteban, de 14. 

El miedo también sigue. Se pregunta Tamara: “¿Qué pasará cuando se vayan los patrulleros? Tenemos temor a lo que vendrá”. Plantea Fernando: “Tengo angustia y tristeza, miedo que venga la policía y nos lleve por vivir acá, miedo de que los chicos no puedan salir a jugar a la calle. Esta villa no era así, pero ya me cansé de no hablar”.

Sigue la creencia de que más temprano que tarde todo volverá a ser como era previo al 1 de febrero: “Siempre quise ir al fondo a jugar con mis amigos, pero mi mamá no me dejaba porque ahí vendían. Ahora puedo, pero sé que en unos días todo va a ser como antes”, dice Diego, 13 años.

Las y los jóvenes siguen desprotegidos. Ejemplifica Carla: “Hay muchos pibes que no pueden dejar de consumir, aun en riesgo de muerte, porque la manija te come a las 4 de la madrugada”.

La pobreza estructural sigue. El desempleo también. En este contexto, y además de la droga sinónimo de muerte, ¿qué aporta el transa al barrio? Dice Paola: “El transa da trabajo. Te presta plata. Te cambia la calidad de vida. El transa te cuida. La policía no va a hacer nada si estás con él. El año pasado en un temporal se había volado un techo de una casa donde sus dueños permitían que los transas se sentaran en su vereda a vender. ¿Qué hicieron ellos? Le arreglaron el techo”. Dice Marcela: “Si te necesitan, te compran con materiales, te regalan droga. Si estás cerca de ellos, podés llegar a cualquier hora de trabajar o estudiar que no te va a pasar nada”. Dice Carla: “Ningún narco va a vivir en un lugar tan pobre. Los transas son los mismos vecinos. Y esto no es una guerra de pobres contra pobres, porque seremos nosotros mismos los muertos; entonces, está claro, el problema es la pobreza”. La intendencia de Tres de Febrero la comanda Diego Valenzuela, de Juntos por el Cambio, desde el 10 de diciembre de 2015. Reemplazó al peronista Mario Curto, uno de los (v)barones del Conurbano, que estuvo al frente del municipio desde 1991, durante veinticuatro años y seis gestiones. 

–¿De dónde son?– pregunta un oficial de la policía de ese municipio.

–De la revista MU.

–¿Para qué vienen? ¿Para hacer una nota por la droga? Tengo que avisar.

–Sí…

La policía municipal y la Bonaerense siguen custodiando las tres entradas al barrio: sobre las calles Miramar, Catamarca y El Parque, que es la bajada de la ruta 8.

A minutos del cierre de esta nota, llegan algunos mensajes de vecinas y vecinos de Puerta 8, con un pedido y una afirmación:

 –Que no aparezcan las fotos de las mujeres que hablamos en la nota.

–Ya volvieron a vender.

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

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Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».

Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.

Por Tiempo Argentino

Fotos: Antonio Becerra.

En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.

“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.

“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Represión como respuesta

La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.

“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Un reclamo federal

La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.

Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes, resaltó.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.

El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.

Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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