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Los neogauchos
Traslasierra, Córdoba: Proyecto Atahualpa. Son parte de un proceso que de a poco, pero cada vez más, revaloriza al campo frente a la ciudad como lugar no solo de producción y trabajo, sino de vida. Se consideran neocampesinos. Demuestran de qué modo la agricultura natural, agroecológica, es realizable y rentable. Están recuperando hectáreas de nogales abandonados, regenerando el suelo y abasteciendo una demanda creciente de alimentos sanos en Córdoba y San Luis. La huida del ambiente tóxico laboral y universitario. ¿Cómo viven ahora? Bocashi, bioinsumos, horizontes y la reivindicación de la gauchada. Por Sergio Ciancaglini.
Aquí se narra la historia y aventuras de tres jóvenes que nacieron en familias de buen pasar económico: las definen como de clase media alta.
Si esto fuese una película con flashbacks, habría que ubicar a uno de ellos hace un puñado de años en México, buscando su destino.
A otro en España y sus alrededores europeos dándose la llamada “gran vida”, pero sintiendo un vacío pese a esa situación aparentemente envidiable.
Y al tercero en Nueva Zelanda, abriendo los ojos y la cabeza ante esos paisajes de El Señor de los Anillos que lo ayudaban a reflexionar sobre su propia tierra, y sus broncas.
Los tres ahora están en Traslasierra, Córdoba, convertidos en viajeros de otra especie: en tours poco vip, andan tras las vacas de la zona esperando con paciencia y bolsitas que las rumiantes hagan lo suyo, para guardar esa bosta recién salida del horno y preparar luego bio-fertilizantes. O aceptan limpiar corrales vecinos de guano animal (traducción: caca de gallinas, ovejas, llamas) para fermentar en ese increíble regenerador de suelos y cultivos llamado bokashi o bocashi. Siguen así el lema político-productivo-pragmático del ingeniero agrónomo colombiano Jairo Restrepo: “Con agua y mierda no hay cosecha que se pierda”.
Los tres –destinados en teoría a ser profesionales de éxito y/o empleados con jugosas cuentas bancarias– calculan hoy que están bajo la línea de la pobreza según el INDEC, pero parecen ser personas cercanas a la línea de la felicidad porque están creando lo que les gusta y les va cada vez mejor, también en lo económico y productivo. Decidieron hacer lo que ellos quieren y no lo que el resto quería que hicieran, con su proyecto agroecológico (o de agricultura orgánica, o regenerativa, según las preferencias de jerga) que mezcla hortalizas sanas con sueños cultivados durante esos años en que buscaban sin siempre encontrar.
¿A qué se dedican? Trabajan la tierra. Al mismo tiempo tal vez se están trabajando ellos mismos. Se levantan cada día antes del amanecer incluso en estos inviernos, bajo la siguiente hipótesis de acción: “Si el sol te encuentra en la cama, estás cagado”.
De Yupanqui a la pastinaca
El Proyecto Atahualpa ocupa 10 hectáreas en una zona de nogales abandonados: Nogales del Valle, Cañada La Negra, en Córdoba casi límite con San Luis. Pudieron comprar hace cuatro años gracias a algunas carambolas y al apoyo de las respectivas familias. Como tantas cosas en la Argentina, el desafío es sobreponerse al abandono.
Federico Denegri (Fede, 36 años) y Gabriel Pérez Schuster (Gaby, 36) tienen 5 hectáreas. Rodrigo Ramallo (Rama, 32) las otras cinco. “Pero los tres somos socios productivos, trabajamos en conjunto las 10 hectáreas y todas las decisiones son grupales”, explica Federico. Cinco hectáreas con luz eléctrica y derecho al agua, además de servicios extra como oxígeno, paisaje y cielo, les costaron menos que casi cualquier nanodepartamento porteño.
Mapa: una hectárea es de huerta, tres de nogales y, salvo algunos claros, casi seis de bosque nativo.
Según la temporada producen rábano blanco, daicon, verdeo de montaña, cebolla francesa, rabanitos, acelga, puerros, verdeo, kale, lechuga, remolacha, zanahoria, espinaca, rúcula, mostaza de hoja, calabaza, nabos, chirivía (o pastinaca). De cada cultivo podrían escribirse artículos enteros: el kale se ha hecho célebre por tener más calcio que la leche y más proteínas que la carne; la pastinaca supera en minerales y vitaminas a la zanahoria. Ni qué hablar cuando, como en este caso, todo es ajeno a agrotóxicos y otras sorpresas adjuntas, y cultivado en suelos sanos y no adictos a los químicos. Así también lograron revivir los nogales: ya vendieron una primera tanda de 100 kilos de nueces Chandler (mariposa): “Salieron espectaculares. Esa producción va a seguir creciendo”.
El proyecto se llama Atahualpa como homenaje al recordado (u olvidado) Yupanqui, cultivador de casi 300 joyas como Los hermanos, Para el que mira sin ver, Le tengo rabia al silencio, Baguala de la esperanza o Soy libre. El nombre tiene también un significado inca que refiere a quien es capaz de crear algo, y a la buena ventura en las batallas que propone la existencia.
Ibiza, desigualdad y Alcides
Federico y Gabriel son amigos desde la primaria que cursaron en la Escuela del Sol. Gaby: “Siempre tuvimos conexión con la naturaleza. De adolescentes obviamente salíamos de joda, imaginate, pero cada tanto íbamos con Fede a cortar plantas por Colegiales, robarnos mandarinos, recorrer reservas y huertas. Tenía 14 o 15 años y me volvía loco reproducir plantas”. También comenzaba cierto anhelo de independencia en una familia que le daba todas las comodidades, a partir de su padre ingeniero industrial: “Yo hacía repartos, quería hacerme el mango. Trataba de ser más libre y no tanto eso que proyectaban hacia mí”.
En esta veloz biografía, Gaby salta a su momento europeo: “Terminé la secundaria, quise empezar Economía, hice unos meses del CBC y al toque me fui a España. Estuve cuatro años y pico, medio en cualquiera, trabajando para vivir y recorriendo una bocha de países. Andaba por Ibiza, por Marbella, por todos lados. Fue una experiencia enorme, pero igual sentía un vacío, estaba re triste”. Cuenta sobre su idishe mame: “Ella quería saber cómo estaba, si comía, si me abrigaba, pero yo era cabrón, me pasaba de golpe un mes sin llamarla”. Ciertas desventuras familiares de salud lo impulsaron a volver a Buenos Aires. “Me quedé. Estudié y trabajé como chef en restaurantes de Palermo y en el Instituto del Diagnóstico, fui socio de un hostel en el que me iba bárbaro económicamente, pero me seguía pasando lo mismo: no le estaba encontrando el sentido a la vida”.
En la segunda década de este extraño siglo se anotó en la Tecnicatura de Producción Vegetal Orgánica de Agronomía, en la UBA, donde se hizo amigo de Rodrigo Ramallo. Fede, en cambio, había estudiado Floricultura, y explica: “Me gustaba conocer de plantas nativas, estuve en el Jardín Botánico del Museo de Ciencias Naturales, pero al final me fui a México”. Pasó 9 años allí: “Mi idea era conocer América Latina desde México bajando a Argentina, pero al final me quedé en Centroamérica. Iba conociendo las luchas por la tierra, los movimientos campesinos, todo eso me interesaba desde 2001 con todo lo que pasó aquí. Traté de armar cápsulas de radio, algo de video, ir documentando todo el viaje. Mi viejo me mandaba la MU”, cuenta (confirmando que esta publicación ha pasado diversas eras geológicas de lectura gracias a generaciones que no se resignan a más de lo mismo).
El otro integrante de Atahualpa, Rama, venía con sus propios cimbronazos. “Mi viejo es ingeniero industrial; de chico nos mudamos a Tartagal y a Neuquén porque él trabajaba en una empresa de extracción de petróleo y gas. Mi vieja es socióloga. Yo tenía una rebeldía desde siempre. Sentía una injusticia: ¿cómo puede ser que yo tenga tanto y otros no? No sé, siempre construí esos pensamientos sobre la igualdad, o cómo hacer una sociedad más justa”. Lo que otra gente disfraza de meritocracia (que en la práctica suele significar creerse más, por la lotería de haber nacido en condiciones favorables) para Rama era el síntoma de una sociedad muchas veces distópica.
Ingresó a Derecho en la UBA. “Pensaba que iba a poder cambiar las cosas desde adentro del sistema. Pero el sistema es muy corrupto, eso es funcional al país, y todo eso termina siendo muy útil para intereses globales. Le sirve a mucha gente que seamos un país donde casi todo se puede comprar y vender. Al final largué Derecho”. Rama viajó a los paisajes de Nueva Zelanda hechos de montañas, glaciares, lagos, mar, mucho verde, mucho cielo. “Estar lejos me hizo tener más perspectiva. Pude pensar mejor en la idiosincrasia en la que me había criado. Me empecé a reconocer como parte de la naturaleza, no como algo separado. Entendí mejor la industria de la alimentación, la farmacéutica, todo ese gran error al que someten a las sociedades”.
Le chocaban ciertos lugares comunes: “No me gustaba creerme todo lo normal, ni pensar que la vida es convertirme en un adulto con su trabajo, su familia, y ya. Dije: lo más real y leal hacia mis ideas y ganas de hacer cosas es volverme agricultor. Trabajar para hacer alimentos sanos. Fue una especie de revolución interna mía”. Cree que toda persona debe poner distancia en algún momento. Alejarse para acercarse: “Entender que hay muchos enfoques diferentes. No podemos vivir encerrados en una sola manera de pensar”.
Los planetas comenzaban a alinearse. Federico había hecho su tesis en Floricultura sobre los techos verdes. Su papá arquitecto se entusiasmó con el tema y fue contratado por un hotel de Merlo, San Luis. Papá Denegri llamó al viajero Fede que era el que más sabía de plantas. El joven llegó por seis meses a Merlo, conoció a Romina Poli Salazar que trabajaba en un vivero. Flechazo absoluto. Terminó el trabajo, volvió a México. “Pero se me mezclaba todo con una historia de amor”, reconoce.
Gaby ya no quería saber de viajes, cocinas ni hosteles. Rodrigo le potenciaba ese deseo de trabajar en la tierra. Pusieron en marcha un proyecto llamado Todo Manso para el reciclado de basura y la producción de alimentos en un restaurante de Ezeiza, y luego para manejar unas hectáreas en Plomer y producir hortalizas frescas para vender.
Pensando dónde instalar algo propio, Federico, con el flechazo a cuestas, sugirió que sus amigos fueran a conocer Traslasierra, la zona de Merlo, y detectar si allí había algo que pudiesen compartir como proyecto productivo.
Había algo. No sin dificultades lograron préstamos, apoyos familiares, buenas venturas y compraron las 10 hectáreas: Gaby, Rama y Federico hicieron confluir años de búsquedas y viajes para reencontrarse en Traslasierra.
Nació el proyecto Atahualpa. Nacieron de modo eficiente y creciente hortalizas y nueces. Al poco tiempo de tanta fertilidad nació también Violeta, la hija de Fede y Poli, que hoy es una sub-2. De solo mencionar su nombre, Gaby –en rol de tío postizo– omite a Yupanqui y se pone a cantar Violeta, el cuarteto de Alcides registrado en un LP grupal sin crisis de autoestima: Majestuoso 2.
Números, abrazos y bombas
Atahualpa es un caso pero no es el único. Las recorridas de MU han permitido encontrar personas y familias que deciden ese camino inusual: de las ciudades al campo. Lo he visto en Guaminí, Gualeguaychú, Lincoln, Coronel Suárez, Mendoza, Bolívar, la propia Traslasierra, muchos lugares del Gran Buenos Aires. Ocurre entre profesionales y empleados, y también entre familias muy pobres –muchas veces bolivianas y del norte argentino– que procuran salir de vidas urbanas que, por distintas razones, consideran horribles, para intentar producir en la tierra. “Tenemos amigos y conocidos en Entre Ríos, Misiones, Buenos Aires, en Zavalla. Toda gente que está escapándole al sistema y a las ciudades. Cuando paso por la ciudad, veo que es como un feed lot de gente hacinada, medicalizada, y estoy cada vez más seguro de vivir en el campo”, informa Gaby.
El ingeniero agrónomo César Gramaglia los llama neoruralistas. “Sí, o neocampesinos” propone Rama. Creen que el empujón inicial ocurrió en la carrera de Producción Vegetal Orgánica, que consideran pensada para lo orgánico “certificado” (o sea, negocio para sectores de alto poder adquisitivo y exportación). Pero allí tuvieron una charla con Jairo Restrepo (MU 134: Elogio de la mierda). Rama: “Te sacude. ¿Qué carajo hacen? Toman mate, hablan de revolución y no hacen ni su propia comida. Jairo discutía a la Universidad, porque ahí todos hablan de agricultura pero ninguno la hace, y decía que los únicos que no dictan clase son los verdaderos maestros, los campesinos. Están haciendo una carrera, nos decía. ¿A quién corren? ¿Hacia dónde están yendo? Como que te puteaba, pero a la vez te incentivaba. Decía que hay que estudiar para cuestionar, no para pasar exámenes. Estudiar y hacer, hacer y estudiar, discutir con fundamento, porque la Facultad no tiene compromiso con la sociedad sino con los negocios. Fue tremendo”. Gaby: “Hay gente que lo toma a mal. A nosotros nos despertó”.
Despertar, estudiar y hacer. En apenas dos años de funcionamiento de huerta atravesados por la pandemia, calculan que ya tienen 150 clientes fijos en la feria de los sábados en Merlo y además venden en La Paz (Córdoba). “Pensamos el lugar por una cuestión de mercado, para que haya un retorno económico”. Hoy obtienen unos 200.000 pesos mensuales. “Tendríamos que llevarnos 70 u 80.000 pesos por mes cada uno, pero estamos haciendo mucha reinversión”. Empezaron en un lugar vacío y abandonado, sin estructura alguna. Hoy ya es un lugar de vida y producción, además valorizado. Un ejemplo: 10 toneladas de bocashi elaborado por ellos mismos, representan 1.600.000 pesos (si se cuenta el precio del bocashi al por mayor) volcados a enriquecer los suelos. El último verano vendieron tres toneladas de batatas, una de zapallo anco en tres canteros de 80 metros, 500 kilos de sandías, unos 60 paquetes de rúcula por semana, 800 kilos de cebolla que calculan llegarán a tres toneladas la próxima temporada, 200 kilos mensuales de lechuga. “No hay intermediarios. El vínculo es directo con la persona que consume. Mantenemos los precios por temporadas, la gente sabe que lo que buscamos es vivir, no especular, y que le damos acceso a alimentación sana. Eso también es una revolución”. Son miles de pequeñas revoluciones prácticas, cotidianas, que en distintos lugares del país demuestran que es falsa la idea de que se puede producir de un solo modo, para colmo enfermo.
El campo está abierto a las universidades cercanas (Merlo y Comechingones) para que quienes estudian puedan conocer, e incluso tener un lugar en el que plantearse experiencias. Tienen luz, Internet, escuchan Spotify, y por ahora construyeron dos casas también en base a esfuerzo y autogestión. Una en la que vive Gaby, otra para Rama. Fede está con Poli y Violeta en Merlo, y se traslada todos los días hasta el campo. Gaby dice que lee muchos de los diarios y portales para informarse un poco. Rama pregunta: “¿O para desinformarte?”. “Si sabés quiénes son, ya sabés cómo leerlos” retruca. Rama agrega otra percepción: “Me parece que para manipular a las sociedades hay que homogeneizarlas. Si todos piensan igual, es más fácil controlar, y tanta conectividad que hay hoy pasa por homogeneizar el pensamiento. Todo el mundo viendo y hablando y pensando las mismas boludeces, que creo que solo te distraen de la realidad”.
Han sumado otro tipo de conectividad. Gaby: “Aquí la gente al principio nos miraba de reojo, pero en seguida se armó vínculo. No es cierto que el gaucho es alguien aislado, sin contacto. Ven que trabajás, que tenés entusiasmo, y aparece la gauchada. Se ayudan y te ayudan mucho. Es mentira que la gente es mala o cerrada. Creo que lo decía Galeano: las bombas hacen más ruido que los abrazos, pero hay muchos más abrazos que bombas”. Rama: “Es lo que planteaba la bióloga Lynn Margulis. Las grandes evoluciones de la vida son siempre por la cooperación, no por la competencia”.
Comentan y recomiendan series y películas (pero curiosamente no hablan de las que “hacen furor” según los medios que venden a Netflix hasta sus opiniones). Rama sugiere la película griega Dogtooth (Colmillos) y el impresionante documental HyperNormalisation de Adam Curtis. Fede, El abrazo de la Serpiente del colombiano Ciro Guerra. Gaby Mar adentro, del español Alejandro Amenábar, además de la argentina Pizza, birra, faso (Stagnaro y Caetano) que volvió a ver hace poco. Comentan, de paso, que el modo de conocer el proyecto por Instagram es Atahualpa.organicos.
Federico: “Pese a que muchas veces venimos remándola en dulce de leche, todo está yendo bien. El suelo funciona, se enriquece, las verduras salen, todo es sano. Es una emoción hacer todo esto sin pegártela contra la pared. Y ya tenemos cinco vaquitas que ayudan a cumplir todo el ciclo productivo”.
Rama: “Yo creo que habría que traducir la riqueza de lo monetario a lo microbiológico, que es más verdadero. Cambiar el chip, no pensar solo en números y hablar de microbiología. Porque esa es la verdadera riqueza que nos mantiene vivos en este planeta, ¿no?”.
Gaby: “En el libro Agroecología-El futuro llegó, se habla de ‘subir línea’ en lugar de bajar línea. Las cosas fuertes y reales, como dicen los zapatistas, empiezan desde abajo. No sé si en el país hay una estructura cultural que lo acepte masivamente. Hay que ver qué se logra, pero nos vamos enterando de montones de proyectos parecidos. Eso da esperanza. Estamos orgullosos de esto, nos gusta mostrarlo, y vivirlo”.
Se ha narrado aquí algo de la historia y aventuras de tres jóvenes que no ganan el dinero que ganarían de haber seguido cierto destino aparentemente escrito. Ni viven como se suponía. Que además piensan en otras formas de riqueza. Están creando y reproduciendo lo nuevo, como ocurre en tantas otras experiencias. Regeneran algo que incluye lo socioambiental, lo cultural, lo productivo, lo económico, a través de palabas que –si se leen con cuidado– van mucho más allá de lo que parece: se están ganando la vida.
Producción realizada en colaboración con la Fundación Heinrich Böll – Cono Sur.
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