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Sofía Viola: la trova rebelde

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Cumple 15 años de carrera, con propuestas que van de la influencia andaluza al reguetón en un nuevo disco por salir. Sus personajes, lo dark, la autoterapia, de Mick Jagger a Tita Merello, El Clon y Tini. El tema de la libertad, y el dilema entre la fama y el tiempo. Por Julián Melone.

Sofía Viola: la trova rebelde
Sofía Viola. Foto: Sol Tunni

“Hacer algo distinto hoy es ser trovadora y cantar reguetón sin prejuicios y con todo el amor al género… Y entonces siento que sí: soy rebelde de alguna manera”.

Joven pero vieja: así se definía Sofía Viola en su adolescencia. Hoy es una cantante y compositora merecidamente reconocida, pero hace algo más de quince años estaba en la secundaria escribiéndole una carta a su profesora de Filosofía. En ella explicaba que sus clases le gustaban mucho, pero que no podía mantenerse despierta, ya que la joda nocturna (especialmente en las milongas del Parakultural de su tío) eran algo a lo que no iba a renunciar. Es así que le pedía perdón por el déficit de atención y no poder siquiera disimular el cansancio detrás de su flequillo. La profe, como buena docente, le respondió en otra carta escrita a mano haciéndole saber que entendía su situación y que iba a ocuparse de que Filosofía no fuese la materia que la atara a una posible recursada, otorgándole la nota justa para que pudiese promocionar. Por supuesto, cumplió con su palabra.

Aquella profesora no era la única persona de aquel inmenso colegio de Banfield que comprendía que algo especial orbitaba alrededor de Sofía. 

Sobre el final de su vida secundaria, Sofía participó en un festival del colegio que se extendió hasta la noche, repleto de familias que van a ver los proyectos de sus hijos pequeños y púberes, dispuestos a aplaudir cordialmente a los desconocidos. Cuando llegó su turno, Sofía se subió al escenario con el maquillaje corrido y alas de utilería en su espalda. Acompañada por un guitarrista, empezó a cantar tangos en el patio de sus recreos. El shock de la desubicación de la audiencia fue inolvidable; algo especial estaba pasando -o al menos inusual, y Sofía era nuevamente la culpable. 

Sofía Viola: la trova rebelde

De curdas & ensaladas

Elipsis. Hoy día. Café en mano, Sofía recuerda aquella escena de su pasado.

“Esa era Curda”, dice, “Tuve que construir un personaje para que me den bola, porque siendo minita no participás de nada. Con ese personaje irrumpía en los bares, como ‘acá estoy’; y no pedía permiso, sino que demandaba que apaguen la música a los gritos, a lo Pappo. Tuve que hacerme toda esa coraza para que no me pasen por encima, para que no me pisen y me escuchen”. El personaje nació a las apuradas, cuando ella y unos amigos de la escuela de música fueron convocados a tocar unos tangos para llenar de emergencia un espacio vacío en una varieté. Para ponerle picante, Sofía improvisó a Curda y se transformó en ella. Y aunque en su debut estaba bastante borracha, recuerda haberle pedido un pucho al público, encenderlo y tirarlo quien sabe adónde. Había un placer en humillar a la audiencia. 

Sofía ya no saca a Curda a los escenarios, excepto por una fugaz aparición durante la última retrospectiva de su carrera. “¡La gente no entendía nada! Decían ‘Está deprimida, ¿qué le pasa? ¡Se hizo Dark!’. Curda no murió, pero lo que murió de alguna manera es ese tipo de comunicación para con las personas. “Ya no derrapo en las noches, no me drogo, tengo una vida re tranca: me pido ensalada en los restaurantes. Ahora soy más abierta y receptiva. Todo gracias a autoterapias, introspección y autoconocimiento. Ya no tengo que defenderme de nada, ya les pedí las disculpas a mis agresores. Ya los perdoné.”

Desde chiquita estuvo en contacto con el mundo artístico casi como un juego inocente, hasta que a los 9 años escuchó un casete de Tita Merello. Se sintió representada en la picardía artística de Tita, que funcionó como la chispa necesaria para comenzar a laburar su arte. Ya con 11 años, puede rastreársela en archivos televisivos del año 2000 haciendo performances en las medianoches de Canal 7, con Mex Urtizberea y Adolfo Castello en el programa “Medios Locos”. 

Pero su carrera como Sofía Viola –su nombre de nacimiento también como nombre artístico– tiene 15 años recién cumplidos. En ese tiempo recorrió un crisol de distintos géneros agolpados torpemente en la denominación de “música latinoamericana”, siempre con su inconfundible sello interpretativo, capaz de evocar reflexiones metafísicas en un universo terrenal, mayormente conurbano. 

“Yo tengo todo el folklore”, asegura. “Sé que soy una trovadora, una cantora latinoamericana, pero tampoco es así. Siento que se me rompió la frontera, que no existe el territorio, que vivimos en una misma masa de agua y tierra y que estamos acá: tenemos influencia de todos lados”. 

Sofía Viola: la trova rebelde

El derecho a gozar

Sofía se encuentra hoy en la producción de su sexto álbum, el cual probablemente se llame “Alma Gitana”, pero puede que no. Tampoco hay una fecha de lanzamiento. Sofía está notoriamente orgullosa de esas incertidumbres: “Estamos trabajando desde un lugar muy intuitivo, e intuyo que no necesito un reloj que me diga cuándo tengo que sacar un disco. No tiene por qué haber un día de lanzamiento o un período para grabar las voces: para eso soy una artista independiente”.

El disco comenzó a grabarse desde el 2022 bajo la producción de Juan ‘Paio’ Toch, a quien le otorga toda su confianza. A tal punto que, a la hora del trabajo de mezcla en el estudio, Sofía se pone a bordar para asegurarse de no estarle demandando tonterías. “Por primera vez en la vida le dije a un productor que haga lo que quiera con las canciones. Y eso da lugar a otras imágenes, a otros espacios, otras ideas… es todo un descubrimiento para mí. No tengo apuro, prisa ni ansiedad. No estoy todo el tiempo de acá para allá. La alternativa es estar a la merced de un ritmo que no está impuesto por nadie: no puedo estar de gira por todo el mundo, parar tres días en Buenos Aires para grabar, tomarme otro avión, volver… La cuarentena me enseñó que la vida es para dormir, comer, vivir, compartir la vida con quienes querés y trabajar, para bancar el morfi y el techo”.

El nombre del álbum no es arbitrario. Su nuevo trabajo se vio influenciado por la cuarentena y el descubrimiento de su descendencia andaluza y por la telenovela brasileña El Clon, que fue cita obligada todas las tardes junto a su mamá. Como la novela transcurre en Marruecos, la  estética sonora coquetea con la música tradicional árabe, lo cual empujó a Sofía a descubrir ese mundo y sus ramificaciones por fuera de la música. 

“Me llevó a querer aprender ‘danza del vientre’, y aprender eso me dio otro conocimiento de mi cuerpo. De golpe me encontré bailando mis propias canciones frente al espejo como cuando era chica y bailaba las de Shakira o Thalia. Volví también a un lugar de la niñez con el baile. Cuando era chica jugaba a ser los Rolling Stones, y Mick Jagger siempre bailó, se movió y se cantó todo. Y ese cuerpo no está solo hecho de drogas: ¡ese cuerpo entrenó! Así que el otro día empecé clases de twerk y a entrenar, porque si tengo que empezar a bailar y cantar, tengo que estar en condiciones de hacerlo. La danza convoca a la alegría y la alegría convoca a la alegría: hay que contagiar eso”.

La renovación de Sofía es constante. Hace poco quemó una montaña de papeles donde descansaban algunas de sus viejas composiciones, varias inéditas, que en sus palabras “no sumaban nada”. La guitarra acústica ya no le alcanza, así que se compró una eléctrica. Sabe que la percusión tiene que empezar a incorporar sonidos electrónicos. Decidió que los músicos que la acompañan tienen que empezar a vestirse con transparencias. Todo está cambiando.

“La otra vez me vi al espejo y dije ‘¡wow, soy un animal, no me falta nada!’. Después de tantos años y estigma con el cuerpo, que si es gordo o flaco o no sé qué… Cuando aprendés a gozar ese cuerpo, es algo que hay que compartirlo. Todas las personas tienen derecho a gozar su cuerpo, a dejar de verle defectos”.

De Larralde a Tini

Cada vez que se menciona su nuevo disco hay un notorio entusiasmo en forma de sonrisa. 

“Se vienen unos perreítos… no sabés”. Es casi como si imaginara la cara de su audiencia escuchándolo por primera vez, quizá como en aquel festival escolar.

Sucede que las inquietudes musicales de Sofía no solo transitan caminos de música oriental, sino también por sonidos más urbanos y bolicheros. En el entusiasmo de romper con sus propios prejuicios se encontró apreciando música que en otra época hubiese descartado a primera escucha. 

“Ponele: el otro día estaba en un baile y estaba prendida fuego bailando. Yo nunca fui de hacer eso, pero empecé a permitirme otras cosas que en otro momento no hubiese hecho. Desde chiquita estaba con eso de que yo soy el tango, me gusta el tango y la cumbia es una mierda. ¿Por qué vamos a cerrarnos si yo veo hoy que todos colaboran con todos? No quiero ser viejo choto (sic). Sos viejo choto o sos amigo de todos, es así. Entonces, como respeto a Larralde, respeto a María Becerra o a Tini. Ellas también están poniendo el cuerpo y se exponen, y hay gente que las critica porque son flacas, porque tienen el pelo negro… Todos los pibes del género urbano rompieron el negocio musical, la industria esta atrás de ellos pidiéndoles por favor que sean parte y ellos hacen lo que quieren, y arman y desarman, y los admiro mucho por todo eso… El mundo artístico es muy pedorro en ese sentido: somos muy prejuiciosos, hablamos mal de otros colegas. Es horrible. A mí me simpatiza cada vez menos”. 

La Sofía joven, pero vieja, codiciaba tener un manager, grabar discos y agotar giras internacionales. Al conocer dicha sed de éxito, el productor y músico Axel Krieger accedió a producirla, lo que la calmó casi inmediatamente. Sin embargo, jamás trabajaron juntos: Axel había oficiado astutamente de placebo para que Sofía pudiese calmar su ambición y así concentrarse en lo importante. “La fama, el reconocimiento… hay que tener cuidado con lo que uno pide. Por eso hay cosas que elijo hoy en mi presente, como ‘quiero tiempo’. Antes mi prioridad era el trabajo, pero ahora es mi vida personal. En todos estos años casi que no la tuve: laburando sin parar, sin vacaciones. Y hoy me estoy adaptando a esta nueva manera de ver las cosas”.

Después de alquilar por un tiempo una casa muy particular en Córdoba, hoy vive en Buenos Aires, en el conurbano que la vio crecer. Está parando en un departamento que necesitó la ayuda de su mamá para transmutarle la energía y volverlo habitable. Conociendo el barrio, descubrió que el edificio de al lado tiene un estanque en la entrada, habitado por peces Koi que a duras penas entran en el mismo. Sofía detesta ese edificio enrejado, donde los peces no tienen mucha más posibilidad que girar en círculos en el agua mugrienta hasta morir. De alguna manera, en ese estanque se refleja la vida que lucha por no vivir. Dirá ella: “Estoy feliz, muy contenta de encontrar todas estas partes que habitan en mí y no perder las cosas que no quiero perder. Hay muchos seres dentro de uno y está bueno ir rompiendo cáscaras, dando lugar a lo nuevo sin quebrar mis convicciones. Siento que de alguna manera puedo ser consecuente a mis deseos y al bien común: como a mí me dieron espacio en lugares, yo doy espacio en lugares. Sé de dónde vengo, pero no sé a dónde voy”.

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La vuelta al mundo: ambiente, crisis y derechos humanos

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Texto: Sergio Ciancaglini

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Mendoza: Entre el cielo y el suelo

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Texto: Sergio Ciancaglini

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Salir del pozo: Damián Verzeñassi y las inflamaciones del presente

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Texto: Sergio Ciancaglini

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