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Avelina Rogel, la insurgente
Autoridad espiritual de los pueblos indígenas de su país, llegó a Argentina para recorrer distintas experiencia y compartir saberes y prácticas. El objetivo: plantar agenda en los territorios. De la dolarización a la ecuatoriana, entre lo narco y la fuga, a una mirada distinta sobre el Encuentro Plurinacional de Mujeres y el feminismo. Sanación y acción para la que se viene.
Texto: Sergio Ciancaglini
Fotos: Lina Etchesuri
Cuentan que hay una mujer que es ingeniera agrónoma y además está preparando su tesis para una maestría en Bioética, complemento mexicano de su carrera de Etnomedicina en la Faculté Libre de Médecines Naturelles et d’Ethnomédecine de París, Francia. La gente que la escucha hablar en francés se asombra, porque no se espera que las mamitas ecuatorianas manejen con fluidez el idioma de los aborígenes europeos.
Es autoridad espiritual de los pueblos de su país, integra con ese rol la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador) y sabe cuál es el peso exacto de levantar a personas muertas por los balazos y golpes perpetrados por la autodenominada civilización. Aprendió también la ciencia médica de transformar la rabia en otro tipo de ejercicio: acompañar, atender y mejorar vidas.
Avelina Rogel anda siempre con un sombrero tipo Fedora marrón, como una Indiana Jones que puede descubrir tesoros que son invisibles para demasiada gente. Lleva camisas y sacos que tienen esos colores que solo relumbran en las tramas andinas y la trenza de pelo negro le llega hasta la cintura. Va por la vida de polleras sobre sus pies ligeros que la llevan desde Ecuador hasta Colombia, Perú, Bolivia, Argentina o cualquier otro rincón de este continente cruel y maravilloso al que nombra como Abya Yala. Carga mochila, libros, un sahumador, la mirada limpia y la sonrisa como ADN de comunicación y de afecto.
Llegó a la Argentina para hacer unas recorridas infrecuentes entre:
Plaza Lavalle, para encontrarse con el Malón de la Paz jujeño.
La Posta Sanitaria Antifascista encabezada en MU (Congreso) por la artista Susy Shock.
El Nahuel Huapi de Bariloche, lago y espejo de un encuentro plurinacional –a veces desencontrado para Avelina– en el que para ella fue crucial la emoción y la potencia de la relación que estableció con las mujeres mapuche.
Llegó como viajera, no como turista. No recorrió casi 15.000 kilómetros entre idas y vueltas para “pasar” unos días en la Argentina sino para vivirlos, sentirlos y construirlos. En las comunidades la consideran Yachay Mama, o sabia, cosa que no se gana por hablar sino por hacer. A cada momento la suya es una mirada diferente sobre feminismo, dolarización, naturaleza, rabia, acción, territorio, dolor, sanación, entre cientos de otros asuntos.
Relata algo que aprendió y la acompañó toda la vida, y ahora transmite mientras toma un mate: “Mi abuela Francisca Machimba Jacho siempre decía que lo más importante en los tiempos de desesperación es no entrar en miedo. Porque el miedo no te aleja de la muerte. El miedo te aleja de la vida”.
Narcos y dolarización
Explica Avelina sobre la CONAIE, una de las organizaciones indígenas más importantes del continente, que reúne a unas 1.800 comunidades de la Costa, los Andes y la Amazonía, y necesita traductores en algunas reuniones para comunicarse debido a la cantidad y diversidad de lenguas. Pueblos Kichwas, Quijos, Shuar, Shiwiar, Zápara, Andwa, Panzaleo (el de Avelina), Chibuleo, Karanki, Palta, Awá, Chachi, Wankavilka: apenas un puñado de muchos más espacios humanos tan desconocidos para el resto del mundo.
“El movimiento indígena marca agenda propia en los territorios. Ha puesto y sacado presidentes, y se planta porque tiene poder de aglutinar, conciencia de abrir espacios” cuenta ella. Sus masivas manifestaciones y bloqueos de rutas defendiendo sus derechos contra los ajustes o paquetazos económicos les dejaron un saldo de 11 muertos, 1.340 heridos y casi 1.200 detenidos en 2019. En 2022 encararon un paro nacional de 18 días (6 muertos y más de 600 heridos). “He visto tanto dolor, levantar muertas y muertos, recoger zapatos y prendas después de que nos bombardearan. Luego enterrarlos. Te vuelas. El poder desarmonizado ha tecnificado la represión. Nos atacan, nos militarizan, nos persiguen. Somos los terroristas, nos dicen. Los territorios indígenas traen una memoria del saber hacer con comunidad, saber sanarse sin quedarse en la amargura, saber plantarse sin miedo pese a todo, entender la dinámica de la vida y la fuerza del tejido colectivo”.
Actualmente la CONAIE está reclamando al flamante presidente de ultraderecha Daniel Noboa: cumplimiento de las consultas populares que rechazaron emprendimientos extractivos petroleros y mineros; moratoria y auditoría de todas las concesiones mineras en resguardo de los derechos colectivos y ambientales; recuperar el sistema de salud pública; control de precios (la inflación no se detiene pese a la economía dolarizada) y otra demanda atada a los efectos de esa dolarización: “Lucha efectiva contra el narcotráfico y la delincuencia”.
Avelina invierte lo que hace la televisión, donde tanta gente grita sin decir nada. Ella cuenta todo con voz suave y contenidos fuertes: “En muchas zonas que son paraísos vienen los capitalinos y los extranjeros con sus negocios y la pelea en el territorio es sanguinaria. Hay hermanos y hermanas indígenas y afroecuatorianas que les matan, les cortan y les cuelgan en las palmeras y los puentes. Porque antes estaba la mafia colombiana. Pero ahora están la mafia albanesa y la mexicana. Hay masacres en las cárceles (450 asesinados desde 2020), no hay ley”. En agosto de este año el chaleco antibalas no le sirvió al candidato presidencial Fernando Villavicencio: lo mataron de tres disparos en la cabeza mientras salía de un acto. Ecuador es considerado el mayor punto de embarque para el tráfico mundial de cocaína.
“Con la dolarización, la pobreza y la crisis, las familias no pueden producir agricultura, cocos, plátano, yuca, arroz. Los bancos les quitan la tierra. Para salir de la pobreza los más jóvenes, de 12 a 16 años, se van a trabajar para las mafias que les pagan 60 dólares diarios. A muchos los llaman ‘vacunadores’, están en la calle y cobran un peaje para que puedas salir o volver a tu casa. O que los niños vayan a la escuela. Si pagas quedas como vacunado para que no te ocurra nada. Pero no se puede salir después de las 6 de la tarde. Por eso mi hermana se tuvo que ir de Quinindié, por el peligro y los tiroteos permanentes. Me decía: vivimos para pagarles a ellos, no me queda ni para el arriendo (el alquiler)”.
¿Y la dolarización? “Facilita todo lo malo, por el lavado de dinero. Está lleno de edificios fantasmas, clubes fantasmas, barrios fantasmas, donde no vive nadie. Al ex presidente (Guillermo) Lasso le descubrieron los vínculos con la mafia albanesa. Pero además era ministro de Economía y tenía un banco cuando se hizo la dolarización. Así se enriqueció absolutamente porque sabía lo que iba a pasar, y se alió a las mafias. Lo único que logró la dolarización es que los capitales se concentren en unos poquitos y que los demás nos volvamos esclavos empobrecidos. Decimos que somos Ecuayork”.
¿Inclusión o insurgencia?
Comparte Avelina imágenes de su experiencia en el 36º Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias concretado en Bariloche durante octubre y sobre una aspiración que ve al revés: la inclusión.
“En un momento las hermanas pedían ver estrategias de cómo podrían ser incluidas y, ante eso, mi postura es que no. No hay que adaptarnos a una ideología, a una cosmovisión, a epistemes que no son propias, que no son nuestras, para poder ser incluidas. Sino que nosotras tengamos nuestra agenda, nuestras urgencias, que son la lucha por el agua y la tierra. Sin eso no hay vida”.
“El sistema está desarmonizado, castiga. Es violento y mata. Sabemos que es corrupto, sobre todo obsoleto. Pasa con lo partidista, que solo sigue partiendo, sea de derechas o de izquierdas. Pero a ese sistema le damos poder al decirle: reconóceme, inclúyeme. Entonces digo que tenemos que declararnos bastardos y bastardas del sistema, no pretender ser sus hijos legítimos. No quiero vivir quejándome porque no me reconoce, ni quiero que lo haga. Lo que proponemos nuestros pueblos y nacionalidades es un antisistema: crear nuevas formas de vinculación, de confianza, de amor. Volvernos bastardos, bastardas, e insolentes. No esperar que nos legitimen. Salir de la famosa resistencia, y pasar a la insurgencia”.
¿Y cuál sería la insurgencia? “Para nosotros está conectada al munayki (poder del amor en kichwa), que es un corazonar. Dejar de vernos primero a nosotros mismos. Hemos vivido opresión, discriminación, se seguirá viviendo, pero quedarnos en ese dolor, en esa frustración y amargura no nos sirve. Mirar al otro como agresor porque es blanco, porque nació distante a mí, no nos sirve. Ahora es momento de abrazar otra lucha. La insurgencia es eso: colocar un espacio de abrazo, de confianza, que nos permita mirarnos más allá del estuche”.
Más que razonar, Avelina propone corazonar: “La tríada de academa, religión y estado nos enseñó desde la conquista a erradicar nuestra memoria y a pensar como ellos quieren. Entonces nos pensamos, pero ya no nos sentimos. Todo el tiempo estamos pensando una cosa y sintiendo otra. Estamos perdidos en un mareo de emociones, cuando deberíamos tener autonomía propia”.
¿Cómo entender la diferencia en la práctica? “Se habla del extractivismo. Creo que lo primero fue robar la fuerza y la voluntad de cada uno. Eso fue con la religión, el estado y la academia, para quitar el poder de cada uno. El capitalismo vive del ‘divide y reinarás’. Nos divide de los demás, y de nosotros mismos. Vive de seres frustrados, en soledad, que tienen que ir a llenarse de todo, a consumir y seguir sosteniendo el sistema mercantilista porque tienen una debilidad hacia adentro. Eso no pasa en lo comunitario”.
El costado religioso: “Nos enseñaron que hay un dios que está afuera, al que hay que rezarle. En nuestros pueblos entendemos al revés, que la deidad nos habita. Los españoles llegaron con el padre, el hijo y el espíritu santo, con la cultura de lo binario, con la fragmentación del universo. Pusieron al hombre, al macho, como base de la cultura, sin entender lo sagrado femenino, ni las infinitas diversidades y formas de ser. La Biblia muestra a Eva que come la fruta del conocimiento y se debe exiliar, rechazada. Nació de la costilla del hombre, depende, está sujeta. Terminamos siendo hijas e hijos del pecado. Somos culpables, inferiores. En nuestros pueblos nos enseñaron a agachar la cabeza a no mirar al blanco a los ojos”.
Al hablar de deidad, Avelina conecta el concepto con la vida misma: “Es el Ayllu ñan, el principio de vida, que no tiene tiempo. Es familia cósmica, entender que lo que nos rodea, los minerales, las plantas, todo, son nuestra familia”.
El universo y nosotros estamos hechos de la misma materia, puede decirse. “Si reconozco que llevo esa deidad y ese principio de vida dentro, se rompe la fragmentación. No me divido. Por eso decimos que no creemos ni tenemos fe, sino que somos y sabemos. Recuperamos la memoria y se restablece el equilibrio. Dejamos de buscar a dios afuera, en iglesias que mis ancestros decían que parecían encarcelar a ese dios. La deidad no está encerrada ni dividida: soy el sueño y el soñador. El tejido y el tejedor. No me distancio de lo que me rodea, ni me victimizo. Eso nos permite no quedarnos en el reclamo al otro sino pasar a la acción, a lo concreto que podemos hacer. ¿Qué queremos? Y ratificar nuestra fuerza, nuestra voluntad. Pero eso empieza por recuperar la autoridad de nuestro propio cuerpo y de nuestro propio ser. Poder conectarnos y retornar al cuerpo que es nuestra propia casa”.
Por eso plantea esta mujer que el problema es que no nos sentimos: “Al sistema no le interesa lo que sentimos, nos cortaron. Por eso la insurgencia más grande es regresar al sentir. De lo contrario la lucha queda vacía. O se queda en palabras, en conceptos, en discusiones infinitas, pero sin raíz en nada”.
¿Por ejemplo? “Nadie dice ‘pienso en hambre’, o ‘pienso en frío’. Decimos: siento hambre, siento frío. Cuando pienso en hambre, puedo imaginar un plato de comida. Pero cuando siento el hambre y siento el frío me voy a levantar, voy a ver qué hago, cómo soluciono el tema. Esa es la mayor insurgencia: sentir. En el momento en el que sentimos, pasamos a la acción. Diciendo, pero haciendo. Si no hacemos esa insurgencia, nos perdemos la vida en divagar”.
El des-encuentro
No entiendo: ¿cómo hemos ido desde los narcos y la dolarización a la fragmentación de lo humano y la insurgencia como una desobediencia que nos permita pensar –perdón, sentir– mejor? Lo que parecía una charla sobre pueblos indígenas y extractivismo se transformó en una conversación para corazonar el presente y el futuro.
Retoma Avelina su viaje al Encuentro de Bariloche. “Como yo decía que el problema no es ser incluidas sino plantear nuestras propias urgencias, algunas hermanas decían que hay que tener paciencia, porque es el encuentro ‘treintaiseisavo’, ¡Me dio una risa!”.
¿Por? “Porque les dije: hermanas, no. No tenemos tiempo. Nos contaminan los ríos cada minuto, cada hora arrasan la selva o destruyen montañas. Nos están matando, nos queman las casas, nos persiguen. Nuestros territorios son acribillados porque tienen lo que el capitalismo está buscando: es un sistema que no crea riquezas, sino que destroza territorios para apropiárselas. Nos pasa a nosotras y a las hermanas mapuche o a las del Malón de la paz. No podemos ir a paso de tortuga. ¿Qué paciencia nos piden?”
Retoma la historia para una mirada crítica: “El feminismo no ha pasado por nuestros territorios. Las hermanas muchas veces me dicen, me lo dijeron también aquí: eso no es lo nuestro. Los feminismos se iniciaron en Europa con demandas legítimas, votar, que haya igualdad, que se reconozcan los roles femeninos, pero se ha ido distorsionando. Si lo que buscamos es la emancipación de la mujer, que trabaje, muy bien. Pero en los territorios dicen: las hermanas feministas trabajan, no cocinan, se emancipan. Pero para ser lo mismo que ellas lo que nos toca es criar a nuestros hijos, dejar de plantar en la tierra, perder nuestras costumbres, e ir a criar hijos ajenos y lavar los baños de las hermanas emancipadas que están hablando por nosotras”.
“Lo he visto en Europa: el feminismo como religión. Me dicen: pero es importante fortalecer el feminismo, no podemos negar lo que nos ha dado. Y yo contesto: ¿qué nos ha dado? Estamos cada vez peor. Entonces es una crítica y una autocrítica. ¿Desde qué lugares hablamos de feminismos, respetos e igualdades? Estuvimos en el territorio mapuche y vinieron los feminismos tecnócratas, institucionalizados, estos feminismos domesticados para reproducir nuevamente lo jerárquico”.
La calma de la voz, la descripción de lo sucedido: “¿Cómo van a empujar, a golpear a una hermana mapuche en su propia casa estos feminismos urbanos? A hermanas que sufrieron prisión, incluida la Machi Betiana, con sus hijos, pariendo en la cárcel. Pero llegan estos feminismos a imponerse y querer encabezar una marcha en el territorio que es la casa de hermanas perseguidas. Entonces no me entra que estén hablando de teorías de la afectividad. No. Que te expongan a pelearte. Nosotras peleamos con la policía y el ejército, pero, ¿con otra hermana? ¿Para encabezar una marcha?”.
El relato es cada vez más sorprendente: “Cuando se impusieron al frente de la marcha, la hermana Betiana me llamó. Hablamos, miramos el fuego. Me dijo ‘disponga’. Les dije a las que estaban con ella: ‘hermanas, no me parece que tengamos que estar corriendo y siguiendo: ¿a quién? Siempre nos quieren hacer correr detrás de alguien. No. Que se vayan solas, nosotras vamos por otro lado’. Eso hicimos. Dejamos que el bloque que peleaba por ir a la cabeza, que golpeó y empujó hermanas, se fuera. Fuimos por otro camino, con calma, no entramos al encuentro, nos quedamos respirando, cantando, bailando. Adentro cantaban el Himno Nacional, en un Encuentro Plurinacional. Pensamos: ¡qué locura!”.
Cuenta que hubo también una reunión frente al lago. “Las hermanas urbanas preguntaron a las hermanas del territorio mapuche qué pensaban del encuentro. Las hermanas mapuche con toda naturalidad respondieron: ‘Estuvo bonito, salvo esas cositas, que no dejaban a la Machi conversar todo lo que quería, o que quedó todo sucio, la ciudad muy fea’. Las hermanas urbanas se sintieron atacadas. ‘Pero che, todo encuentro es así. Vas a un recital de La Renga y queda así’. Y las chicas dicen que creían que era bueno cuidar el medio ambiente, pero las hermanas urbanas ya no las dejaron ni hablar, empezaron a atacarlas. Entonces les dije: ‘A ver, un ratito. Primero ustedes preguntan, y cuando les responden algo que no quieren oír, las callan. No las están acusando a ustedes, están diciendo lo que vieron. Hay que decir haciendo. No solo hablar de proteger la naturaleza. ¿Por qué no vienen con sus propios platos y cubiertos? La comida aquí es carísima. ¿Por qué no se gestionan ollas comunitarias? ¿Por qué no hay espacio para las niñeces? ¿Por qué no hay afectividad real? ¿Por qué no comprender que estamos llegando a un territorio mapuche que pelea por la defensa de la ecología, pero venimos a ensuciar? Y las hermanas urbanas dicen: ‘Hay que hablar de otras cosas’. ¡No! Todo es importante. Hacernos cargo de nuestra basura. Recogerla, intentar no producirla. Si no, no hay coherencia, ¿y cómo hacemos para caminar juntas? Sé que son hermanas pila, que ponen el cuerpo, pero aun así se sintieron ofendidas”.
Avelina es de las que creen que lo nuevo, lo respetuoso, lo transformador, se hace haciéndolo, y no solo hablándolo. “Y después nos piden paciencia, pero en las urbes la gente está viviendo en un mareo de la superficialidad, en los estímulos, pero no en este aquí y en este ahora. Lo principal fue la hermandad con las mujeres mapuche. La comprensión inmediata de todo. La relación con la Machi Betiana, lo genuino. Lo contrario a los discursos de las ONG y los personajes bien intencionados que vienen con el cuento del empoderamiento, para cumplir agendas establecidas que nos dirigen a todas a lo homogéneo. Que seamos y hablemos como ellos quieren. Con las mapuche y con el Malón sentí todo lo contrario, me sentí en mi propia casa”.
Considera que la otra hermandad entre las mujeres indígenas es que entienden un tipo diferente de vida y de economía. “Nos centramos en lo fundamental para la vida. Cambiamos las temáticas de las políticas extractivas para pasar a una política basada en la economía del don. La economía del don no es mercantilista. Entendemos que la Madre Tierra nos dona, y si recibes el don, no abusas. Occidente no lo entiende. Acumula, consume, destruye. Pero la tierra me está dando y alimenta a otros procesos. Al no comprender la economía del don ni la reciprocidad, el recibir y el dar, vemos lo que está pasando en el mundo”.
¿Qué es el optimismo?
La tesis de su maestría es Aportes para una Bioética Cultural. “Todo lo que estudio es para entender más al mundo y al lenguaje occidental y compartirlo con la cosmovisión andina, para fundamentar y que se entienda lo que digo. No queda otra que entrar en las academias, pero para romper esa visión del ‘objeto de estudio’. Todo suma si podemos integrar para defender la vida, y tenemos que saber qué es lo que hay del otro lado. No por mero diálogo, sino para generar espacios de acción concreta con quienes estén intentando transformarse y transformar las relaciones jerárquicas y de opresión. Lo importante no es que unifiquemos nuestros pensamientos sino al contrario: que crezca a fuerza de la diversidad. Porque si todas las plantas dieran las mismas flores y el mismo fruto, ¿qué sería del universo?”
Dijo durante su estadía en Bariloche: “Para tejer bonito no necesitamos la voz sino la acción con sentido. Las invito a priorizar las acciones para tejer entendimiento. No necesitamos más palabras”.
Dice ahora: “Existe lo individual, la individualidad crea la colectividad que atraviesa a cada individuo y desde ese lugar caminamos, con urgencia. No hay otra militancia que no sea el tejido comunitario”. Es nieta e hija de cuidadores de la salud y su consultorio en Quito remite justamente a las psicoterapias holísticas combinadas con las búsquedas de sanación que aprendió desde chica. “Sin desmerecer los aportes de la ciencia sino integrando otros enfoques terapéuticos que pueden mejorar las prácticas de la medicina”.
Explica que las memorias indígenas no vienen de la racionalidad, sino de la relacionalidad: “No lo que piensas, sino cómo te relacionas con los demás y con el todo”. Cree que la ciencia suele conectarse al divagar de la mente: “Crean hipótesis de teorías, las comprueban o no, y vuelven a empezar. En cambio, nosotros buscamos la sabiduría de lo concreto, de experimentar la vida”. En su consultorio de Quito la van a ver por las cosas más diversas. “Algo que le digo a la gente es que tienes que volverte un ser que agradece. Desde la gratitud no culpas al otro de lo que no puedes sostener tú mismo. Agradecer es recuperar la dignidad, la voluntad. Y también hablamos de no quedarse como víctimas. Sabemos que es un mundo de inequidad, de muerte, de desigualdades. Claro que hay víctimas. ¿Pero no ocurre también que decides quedarte en ese lugar? Para que la vida cambie, siempre hay decisiones y elecciones que tomamos nosotros mismos”.
Confiesa que no entiende qué es la palabra optimismo. “Creo que tenemos que ir resignificando todo el tiempo. El dolor es inevitable. Frente a perder a un ser querido, o a que se rompa tu pierna. El dolor también protege, luego se transforma, cumple una función. Pero la tristeza y la amargura, esas sí son elecciones. En nuestros pueblos decimos: ‘más allá de las palabas, ¿qué estás haciendo?’. Porque la palabra es vacía sin la acción, sin el ejemplo. Nos reproducimos no solo con los hijos, sino con las acciones, con lo que somos capaces de hacer. Entonces no me quedo esperando que los demás se muevan para crear nuevas opciones, posibilidades. Es un camino hacia otras cosas. No es una competencia. Va de a poquito. Unos están naciendo a la conciencia, otros están aprendiendo a sentarse, otros están gateando, o dando sus primeros pasitos”.
Sostiene Avelina: “El pecado original es comerse el fruto ajeno”, idea muy aplicable al extractivismo. “Y no aprender a dar tu fruto. Entonces hay una mecanización del ser, repetir, copiar, reproducir, en lugar de experimentar, de crecer. Es comerse siempre la misma papilla”. ¿Está hablando de los pueblos indígenas? ¿O de todos los pueblos y todas las personas? Mira el techo, y agrega: “Los muertos, las muertas, los perseguidos, siempre somos nosotros. Eso genera una tensión. Hay muchas cosas que desalientan, ¿no? Vivimos un sistema que nos roba la voluntad, nos frustra. Pero respiras fuerte, otra vez te inspiras en el aire, en la tierra, el agua, el fuego. Entonces no dejo, no delego, no me quedo esperando que los demás hagan o piensen por mí, sino que estoy haciendo. La lucha no tiene nombre, ni edad, ni color. Y nos va a tocar seguir poniéndonos al frente. Por eso hay que dormir bien, comer bien, hacer buenas alianzas. Y sonreír”. La sonrisa en los términos de Avelina no parece estar planteada como un gesto simpático sino, tal vez, como un arma de vida, un arte de las relaciones, un principio de bioética.
“Ese es el conflicto que tiene la humanidad ahora. O nos condicionan y nos quitan la vida, nos amargamos y nos gana el miedo, o hacemos algo. Te decía que no sé qué es el optimismo. Pero sé que no me voy a quedar cruzada de brazos, pase lo que pase. En mi familia no me enseñaron la amargura. Tenemos una frase que nunca olvido: estaremos jodidos, pero contentos”.
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