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Cambio y fuera
Yicos. Se fueron a vivir en comunidad, y en menos de seis meses tenían un disco en la calle. La mezcla de autogestión, irreverencia y rebeldía les iba abriendo puertas. Hasta que se estrellaron contra la realidad. Luego de un largo silencio, lograron sacar su segundo disco con un título que lo dice todo: Los muertitos.
Teoricemos. Algunas bandas se caracterizan por delinear un horizonte y caminar en línea recta hacia él; trazan objetivos concretos que funcionan como brújulas hasta que, una vez alcanzados, sólo se trata de mantenerlos. Otras, por el contrario, basan su lógica en la transformación y en esa mutación radica su razón de ser. Es el caso de Yicos, una de las bandas más interesantes del agitado oeste, que en sus seis años de vida ha mostrado muchas caras.
La historia comienza en 2002 con Fernando Radl como percusionista de Shambala, una de las primeras bandas del oeste que transitó el camino de la autogestión a través del armado de un sello discográfico propio y la filosofía de la vida en comunidad. Yatay Discos –nombre elegido por ser la calle en la que vivían juntos– empezaba a tomar forma. En ese entonces Fernando sentía que necesitaba algo más: quería cantar, tener su propia banda, ir más allá: tener su propia casa-comunidad para compartir lo aprendido en Yatay. Su plan no era cortarse solo, sino seguir hermanado desde otro proyecto. “No quise aprender de ellos para después rajarme, todo lo contrario. Yo seguí viviendo ahí un tiempo, y cuando armé otro espacio, la gente de Yatay venía seguido”, comienza. La vida en comunidad le había enseñado valores concretos como la solidaridad, el compartir, y el do it yourself, en un momento de Argentina en que esas palabras se escuchaban muy poco.
El impulso de Fernando se hizo más fuerte luego de un viaje al norte argentino. Volvió con la energía necesaria como para poner en acción aquello que todavía daba vueltas en el terreno de la fantasía. ¿Qué hacía falta? Buscar otra casa, y a los compañeros que quisieran formar parte de esa movida. Así llegó a un chalet en Haedo, sobre la calle Perú, justo detrás de ese monumento al ladrillo que es Showcenter. El único habitante de la casa era Ramaro, un chico que había perdido a parte de su familia en un accidente de autos. Fer le contó el proyecto, y a la semana siguiente estaba viviendo allí.
Campamento musical
El plan de Fernando parecía complicado, pero en esa época –él recién había llegado a la mayoría de edad– todo era energía y darle para adelante. Había una lógica de construcción y destrucción permanente que permitía cambiar de estado casi todo el tiempo. Perú fue el lugar en el que Yicos instaló su campamento musical, y en el que cobró vida eso que Fer aprendió en Yatay y confirmó en un momento de misticismo norteño. En esa casa se formó Yicos, se instaló el estudio de grabación y la sala de ensayo. Y de esas paredes surgió Bombo Clap! El disco se grabó en el mismo 2002, apenas cinco meses después de reunir a la banda. Con la dinámica de “campamento musical”, y con el impulso de todos en un momento donde no sólo en el oeste se vivía el agite, pudieron dejar registro perpetuo de un momento efímero. “Bombo Clap! tenía el espíritu de los discos de Mano Negra. El que pasaba por la casa, grababa. Había mucha energía puesta y por eso a los pocos meses de formar la banda ya teníamos un disco”, cuenta Fer. Así, los once temas que iban del reggae al ska, del rock al hip hop, con un estilo que cruzaba a Manu Chao con Todos tus muertos, vieron la luz en tiempo record.
Sin embargo, todo lo que parecía color de rosa tenía un costado negativo: se estaban encerrando. Perú empezaba a semejar un bunker donde el contacto con el exterior quedaba reducido a las compras en la verdulería y las fechas los fines de semana. No extraña entonces que la crisis de 2002 les haya pasado casi desapercibida. “No vivimos la crisis tan profundamente porque ya estábamos cagados de hambre. Eso formaba parte de lo cotidiano. Y además Perú funcionaba como una burbuja: por momentos parecía que lo que había afuera de esa casa no existía”, analiza Fer. Los problemas empezaron cuando el grupo creció y se dio cuenta de que el encerrarse puertas adentro podía asfixiarlos.
Dos hechos resultaron significativos en este nuevo cambio. El primero fue una gira a Tucumán a fines de 2004 que resultó muy fallida. Arreglos que no eran los convenidos, estafas con la guita, y un grupo de chicos y chicas que quedó varado en el Jardín de la República. Fer mira retrospectivamente y llega a la conclusión de que quedaron atrapados en su propia cárcel. “En Tucumán nos estrellamos con nuestra ideología: habíamos chocado con la realidad que ignorábamos desde nuestra burbuja, y al mismo tiempo con nuestra soberbia”. El otro hecho fue la masacre de Cromañón, ocurrida unos días después de la vuelta del norte. “Cromañón nos pegó duro porque no estábamos repuestos del golpe en Tucumán, y porque en Perú todos vivíamos de la banda. Después estuvimos un tiempo largo sin tocar y nos dimos cuenta de que con esa masacre se nos había caído la autogestión”.
Esta vez sintieron la crisis. No había burbuja que soportara el peso de una realidad que se expresaba en alaridos. Empezó a haber cambios en la formación, y algunos decidieron bajarse. Los problemas golpeaban la puerta y las formas de resolverlos no eran muchas. Eso sí: quedarse quietos no era la opción.
La lógica de incomodidad que imperaba desde el comienzo se volvía a activar: Yicos ocupaba un espacio sabiendo que no sería para siempre. Esa mutación constante, marca registrada en el grupo desde sus inicios, obligaba a dejar atrás la etapa de Perú. Los sobrevivientes de la familia de Ramaro decidieron vender la casa en 2007. Terminaba un ciclo, quizás el más importante del grupo, pero nacía otro. Cada uno de los integrantes de la banda buscó por su cuenta un techo propio, pero siguieron juntos. Lo aprendido en Yatay y en Perú no se iba a olvidar tan fácilmente, aunque cambiaran las formas. La banda siguió tocando, ensayando, y preparando lo que había quedado postergado entre tantas renovaciones: la grabación de un disco.
El nuevo registro no podía pasar por alto los cambios que habían atravesado ni las personas que habían formado parte del viaje pero ya no estaban allí. Por eso el título les rinde homenaje: Los muertitos. Un disco prolijo, de formato clásico, bastante alejado de la euforia de Bombo Clap! “Lo importante es reinventarse. Si vos escuchás los dos registros vas a ver que nuestra transformación está a la vista. Hacer algo clásico es un riesgo, porque perdés cierta dosis de actualidad, pero queríamos hacer un disco que durara toda la vida”, resume Fer.
Yicos prometió lanzar el disco nuevo en La Minga, el festival del Día de la Primavera que todos los años organiza el Municipio de Morón. A escena salieron Fer, Mapache, Pato, Fede, Raffa y Martín, acompañados del reemplazo anunciado de Luciano, el baterista. Y cumplieron la promesa de manera literal: desde el escenario volaron copias de Los muertitos hacia un público feliz que sólo quería saltar y bailar. Durante los momentos de turbulencia sobrevolaba una duda: no sabemos si embarcarnos o quedarnos a resistir. La respuesta la dan esos siete cuerpos arriba del escenario, que después de tantos cambios han llegado a un lugar impensado unos años atrás, y que no tienen la menor idea de lo que les depara el resto del camino.
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