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Hermanas: el legado por verdad, memoria y justicia
Todos los jueves a las 15:30 marchan no solo las Madres sino también las hermanas de desaparecidxs, que han ido tomando un rol fundamental en el ritual de la Ronda y en el legado por la memoria y los derechos humanos de ayer y de hoy. Los recuerdos, los gestos, la resistencia. La entrega del pañuelo de Hebe. La frase y el gesto de Mirta sobre el miedo. La mirada sobre el presente y el futuro, y la fórmula para no cansarse ni resignarse en tiempos negacionistas. Por Lucas Pedulla.
1. Jueves
Es jueves y rige un alerta amarillo del Servicio Meteorológico Nacional por altas temperaturas que, en la ciudad de Buenos Aires, van a sobrepasar los 36 grados.
Es jueves, son las tres de la tarde, y en Plaza de Mayo el calor es insoportable.
Es jueves, y por eso mismo, en media hora va a comenzar una nueva marcha de las Madres de Plaza de Mayo, que rondará la Pirámide durante treinta minutos como sostienen con coreográfico diseño, en sentido contrario a las agujas del reloj, desde el 30 de abril de 1977, hace casi 47 años.
Es jueves, pero bajo este sol tremendo, ocurre algo: hoy no hay Madres.
No está Josefa Pina de Fiore, con sus 92 junios, por el lado de Asociación Madres de Plaza de Mayo. No están Nora Cortiñas, 94 marzos, Elia Espen, 92 julios, ni Mirta Acuña de Baravalle, 99 eneros, por el lado de Madres Línea Fundadora. La imagen impacta, y este jueves cobra forma una pregunta que viene sensibilizando corazones y memoria, por la salud de algunas o el fallecimiento de otras: qué va a pasar cuando las Madres no estén.
Es jueves, son las tres y media de la tarde, hace un calor insoportable, y lo que está pasando en esta Plaza es que la marcha que ronda la Pirámide se hace igual.
No están las Madres, por riesgo a que el calor récord les cause una mala pasada.
Pero están las Hermanas.
2. Catorce
Después de meses de golpear puertas, visitar despachos, atreverse a entrar a cuarteles y comisarías en medio del terror absoluto y de la desesperación por no saber dónde se habían llevado a sus hijos e hijas, varias madres se reconocieron en esos perversos laberintos.
Empezaron a reunirse, a acompañarse, a saber que no estaban solas, y fue Azucena Villaflor, que buscaba a su hijo Néstor, quien propuso ir a Plaza de Mayo para hacerse ver y oír. La primera vez fue ese 30 de abril de 1977. Era sábado.
Eran catorce mujeres, y la madre de Margarita Noia fue una de ellas. La recuerda con una sonrisa porque, dicen, fue la primera en llegar a la Plaza: “Llegó dos horas antes, su ansiedad no le permitía esperar”. Josefina García de Noia, mejor conocida como Pepa, buscaba a su otra hija, María de Lourdes, desaparecida el 13 de octubre de 1976. María tenía 29 años, era psicóloga y peronista. Su hermana Margarita la había visto el día anterior al secuestro: “Me contó que a una paciente se la habían llevado y no sabían nada”. Con 23 años, Margarita acompañó a su madre todos los días al Departamento Central de Policía, porque tenían como dato que allí trabajaba uno de los militares del grupo de tareas. Llevaban comida y cigarrillos, porque María fumaba mucho. “Pensamos que la iban a terminar blanqueando porque a la semana liberaron a su marido –recuerda Margarita–. Para el Día de la Madre, pensamos que la iban a liberar por su hijo, que estaba por cumplir 2 años. Después, para noviembre, su cumpleaños. Luego, en diciembre, por el cumple de su otro hijo. Y así, nos íbamos haciendo esperanzas, pero mi hermana sigue desaparecida”.
En esas búsquedas Pepa conoció a las otras trece madres con las que se encontró en abril del 77 en Plaza de Mayo. Ese sábado, como no había casi nadie, quedaron en volver al viernes siguiente, pero alguna sugirió que el viernes era un “día de brujas”, por lo que decidieron el jueves para evitar malos augurios. Por el estado de sitio, la dictadura impedía cualquier reunión de tres o más personas por considerarlas subversivas, entonces la policía les ordenó: “Caminen, circulen, no se pueden quedar acá”. Así se pusieron a caminar, en sentido contrario a las agujas del reloj, desafiando al régimen y al mismo sentido del tiempo.
No pararon, aun cuando en diciembre de 1977 sobrevino un nuevo horror. Alfredo Astiz, un oficial de la Marina se hizo pasar por hermano de un desaparecido. Integraba el Grupo de Tareas de la ESMA que organizó el secuestro y desaparición de tres madres, dos monjas francesas, y otros familiares y amigos que se reunían en la Iglesia de la Santa Cruz para organizar una colecta: querían publicar una solicitada el 10 de diciembre para denunciar las desapariciones. Dos días antes, el 8, secuestraron a las madres Esther Ballestrino de Careaga y Mary Ponce de Bianco, en la propia iglesia.
El 10, desaparecieron a Azucena.
Además de sus hijos e hijas, las Madres también debían buscar a sus compañeras. Frente al terror, y en las propias narices del régimen, siguieron todos los jueves, a las 15:30.
No lo sabían, pero habían iniciado así algo inédito a nivel mundial.
En tiempos en los que se reclaman acciones gremiales con millones de personas en la calle como demostración de fuerza, las Madres comenzaron la forma de protesta más original y conmovedora que tuvo la historia argentina, y también la más sostenible.
Margarita vuelve al dato que lo resume todo: “Eran solo catorce”.
3. Pañuelos
En octubre de 2017 se cumplieron 40 años de la primera vez que las Madres constituyeron, de nuevo sin saberlo, un símbolo.
Fue el 7 de octubre de 1977, cuando se sumaron a la peregrinación a Luján, una ceremonia que, al día de hoy, sigue congregando a una multitud de jóvenes. Para poder reconocerse, una propuso que todas se pusieran un pañuelo del mismo color en la cabeza. El color era un problema, pero alguna tuvo otra ocurrencia: ponerse el pañal de tela de sus hijos. Un medio de comunicación en tiempos de censura.
Hacia aquella conmemoración en Luján viajaba Carmen Arias en 2017. Ya la había sorprendido la invitación, porque en la camioneta que trasladaba a las integrantes de la Asociación Madres de Plaza de Mayo viajaban únicamente ellas. Carmen es hermana de Ángel Arias Álvarez, militante del PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo), desaparecido el 17 de mayo de 1977. Tenía 25 años. Un año antes los militares habían allanado dos veces la casa de sus padres en Lomas de Zamora, sur del conurbano bonaerense.
Ángel estaba viviendo con su compañera en Lanús, municipio vecino, en una casa de la cual el marido de Carmen había salido como garante del alquiler. Por ese motivo se enteraron el día posterior del secuestro: el dueño fue a su casa no a alertarles de lo sucedido, sino a decirles que la casa era un desastre y tenían que pagar los arreglos. Los militares habían entrado a los tiros. Carmen, que se estaba preparando para ir a la peluquería de Pompeya donde trabajó toda su vida y se jubiló en 2001, fue la primera de la familia en enterarse, y la que tuvo que contarles a su mamá y a su papá. Allí comenzó la búsqueda por laberintos, y entre presentaciones de habeas corpus, fue en La Plata donde María Consuelo se cruzó a otra madre, como ella, que le dijo: “Los jueves a las tres y media de la tarde hay un grupo de madres que estamos marchando en Plaza de Mayo”. Así se incorporó a “las locas”, como las llamaban.
Carmen la acompañaba, y cuando María Consuelo murió, siguió en la Asociación. Por eso se sorprendió cuando Hebe de Bonafini le pidió que se sumara con ellas en la camioneta a Luján. Unos minutos antes de llegar, la llamó: “Carmen, vení que te tengo que dar algo”. Carmen se acercó hasta el primer asiento, Hebe le dijo: “Tomá, esto es para que lo uses siempre con nosotras”. Carmen rompió en llanto: era el pañuelo, sólo usado por las Madres. Todavía en lágrimas, atinó a responderle: “Hebe, pero yo tengo el pañuelo de mi mamá”. Ese pañuelo siempre era –es– su amuleto. Hebe fue clara: “Pero este es tuyo”.
Luego entendió que Hebe, con charlas, con encuentros, con conversaciones íntimas, le fue transmitiendo un legado. “Me fue preparando –dice Carmen, en la sede de la Asociación–. Me di cuenta después, porque me traía a su oficina y me contaba todo, desde los inicios. En los últimos tiempos, ya cuando enfermó y no podía ir a la Plaza, me dijo: ‘Vas a tener que hablar vos’. Me costaba muchísimo, todavía me cuesta, pero a partir de entonces lo hice”. Hebe murió el 20 de noviembre de 2022, fecha que en Argentina se conmemora el Día de la Soberanía Nacional. Y Carmen siguió: “Nunca pensé que me iba a pasar esto por ser hermana. Nunca pensamos, en verdad, que nos iba a pasar todo esto. Pero acá estamos”.
4. La gran columna
Cuando se llevaron a su hermano Jorge, Marcela Gudiño tenía 8 años. Fue el 15 de septiembre del 76. Jorge tenía 19 y militaba con su compañera, Gloria Domínguez, de 18, en el Frente Revolucionario 17 de Octubre (FR 17). Tenían una hija nacida tres meses antes, que se crio con la familia materna. Días antes del secuestro, Gloria le contó a sus padres que estaba nuevamente embarazada. Por eso sus datos también figuran en el registro de Abuelas de Plaza de Mayo. Siguen desaparecidos Gloria, Jorge y, si nació, aquel bebé que se estaba gestando.
Jorge era el hermano que hacía la chocolatada, que iba a buscar a su pequeña hermana a la escuela, que la molestaba jugando con las colitas de su pelo. ¿Qué significa ese lugar?
“Era muy chiquita –dice Marcela, hoy psicóloga, 55 años–. El lugar de hermano y hermana es muy particular porque se juega la idealización. Me llevaba 11 años y aparte de lo familiar tuve que aprender a descubrirlo desde su costado militante, porque yo no sabía nada. Una vez leí en un libro que decían que los hermanos somos como ‘la gran columna transparente’. Y es verdad. Los que sostienen el dolor de sus madres y padres, mientras llevan a cuesta su propio dolor. Hoy se hizo visible por traspaso generacional. Es un lugar particular, no solo desde el dolor, sino como lugar simbólico: vivimos muy de cerca todo lo que nos pasó debido a una cuestión de paridad. Mi familia no era militante, y de hecho yo me puse al hombro la investigación porque no sabíamos ni siquiera dónde militaba mi hermano. Mi mamá lo trataba de cuidar, y cada vez que hablaba se angustiaba mucho. Pero yo necesitaba saber qué había pasado. Cuando se llevan a Jorge, a mí me empezaron a salir manchitas en la piel. Imaginate una nena de 8 años, que de la noche a la mañana desaparece su hermano: no podía significar. Pensá esa subjetividad. Empecé con ataques de asma y vitiligo, que es psicosomático. Cuando me agarran esos ataques, me cuentan: ‘Pasó esto, y de esto no se habla más’. Y no se habló más por años. Tardé en romper el silencio. Tan es así que una amiga, después de muchos años, me dice: ‘Che, ¿tu hermano sigue viviendo afuera?’. Nunca le había contado, era muy duro para un chico. Y en esta invisibilización, cada dos por tres llegaba al Hospital Pirovano con ataques. Un día el médico de guardia, el doctor Marcone, no me lo voy a olvidar, me dijo: ‘Chiquita, ¿qué te pasa que la vida te está asfixiando?’. Tiempo después, todo se resignificó”.
Un día, muchos años después, su mamá la llamó, conmovida.
“Vengo de la marcha del 24 de marzo”, le dijo.
Por primera vez, había ido sola.
5. Treintamil
Marcela integra Hermanxs de Detenidxs Desaparecidxs y Asesinadxs por el Terrorismo de Estado. Con ella hay otras hermanas que todos los jueves marchan con las Madres Línea Fundadora. Juntas piensan qué significa la sostenibilidad de los jueves en este presente.
Nora y Graciela Zaldúa (72 y 80) son las hermanas de Adriana, una de las personas que militaban en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) asesinadas por la Triple A en la Masacre de La Plata, el 5 de septiembre de 1975, mientras acompañaban un fondo de huelga de una fábrica tomada. Adriana tenía 21 años. La mayor de las Zaldúa era Susana, que llevó adelante todos los reclamos por verdad y justicia. Hoy Nora y Graciela suman, a cada jueves, que el pedido de apertura de los archivos empiece desde 1974, cuando comenzó a agudizarse la represión de las bandas paraestatales en el país. “La Ronda es una de las resistencias que surgen de una memoria que se sigue sosteniendo –dice Graciela–. La continuidad histórica es central y que nos encontremos ahí las hermanas, un legado”. Nora piensa: “Hay también algo dinámico en relación a que las Rondas representan las luchas que ocurren cotidianamente y son las banderas que llevaban nuestros compañeros; por ejemplo, cuando viene un delegado de fábrica en huelga o una asamblea que denuncia el extractivismo. De esa forma los jueves también representan un oído y un micrófono para todo aquel que tiene algo para denunciar o expresar”.
María Acosta, 70 años, hermana de Dora Acosta, maestra y estudiante de Filosofía, militante de la Juventud Peronista, desaparecida el 1º de marzo de 1977. Un instituto de formación docente en el Barrio Carlos Mugica lleva su nombre. María, militante guevarista, vivió muchos años en Francia, exiliada. “Las Rondas son, también, el aquí y ahora. Quiere decir que el compromiso con lo que pasa hoy es la prueba de las consecuencias de lo que pasó cuando hubo ese golpe militar y 30 mil compañeros que no están. Es una especie de gran fidelidad y un ritual para nosotras. Lo que siente mucha gente cuando escucha el nombre de sus familiares habla de un nivel de información que sigue siendo una llaga, porque faltan. A muchos les gustaría que no se nombren más, pero desde nuestro costado más tenaz los seguiremos nombrando, porque siempre van a ser de actualidad”.
Mirta Israel, 62 años, es hermana de Teresa, desaparecida el 8 de marzo del 77. Tenía 24 años, era abogada en la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, firmante de habeas corpus. La familia militaba en el comunismo. Su mamá, Clara Beresteski de Israel, fue una de las fundadoras de Familiares. Mirta, todos los jueves, es la hermana que lee, durante media hora, cada nombre y cada apellido de cada desaparecida y de cada desaparecido, que son contestados, siempre, con un “Presente”. Ese gesto, cada jueves, es una forma de mantenerlos aún en actualidad: “No son solamente un número, sino compañeros militantes populares que existían, con su historia previa. No es una cuestión del pasado, porque nuestros hermanos siguen desaparecidos: es un delito que hoy se sigue cometiendo. Y no es solo la dictadura: es algo del presente. No hay justicia total, tampoco está toda la verdad, los archivos no se abren, hay un montón de niños y niñas apropiados. Por eso las Rondas son un legado simbólico de continuar una lucha que no terminó”.
Adriana Leiva, 71 años, es hermana de María Adelia, desaparecida el 11 de enero de 1977. Su familia la llamaba “Dilín”, militaba en el PRT–ERP, y trabajaba en una fábrica en San Martín. Iba con su hijo, Gabriel, a quien dejaba en la guardería de la empresa. Ese día los secuestraron a los dos. Gabriel tenía tres meses. María Dilia Sueyro, mamá de Adriana y María, se integró a Abuelas de Plaza de Mayo, con Chicha Mariani, histórica referente del organismo. Adriana la acompañó en ese trabajo. María Dilia murió en 1995, pero Adriana encontró a su sobrino en el año 2000, luego de que él se acercó a Abuelas con dudas sobre su identidad: en los registros figura como el nieto número 70. Adriana tiene una bella relación con Mirta Baravalle, con quien juega al scrabble todos los martes: Mirta, con 99 años, además de buscar a su hija Ana María, también busca a su nietito o nietita. “No sé si verlo como un legado –piensa Adriana–. Mirta siempre dice que, cuando no estén más, no es que irá alguien en representación de ellas, sino que será otra ronda. Comparto eso. Será desde el cuidado que significa ese lugar, pero no desde el reemplazo. Las rondas las veo con ese compromiso y responsabilidad, desde un lugar de respeto absoluto. Por ejemplo, me molesta mucho si la gente habla o se ríe cuando estamos diciendo los nombres. Es media hora, nada más. Porque no es solo una foto: detrás de cada imagen hay vida, alegría, enamoramiento, juego, militancia, compromiso. Es la presencia de los 30 mil”.
Mercedes Mignone, 70 años, es la hermana de Mónica, desaparecida el 14 de mayo del 76. Tenía 24 años, militaba en el Movimiento Villero Peronista, y ese día también secuestraron a sus compañeros María Esther Lorusso, María Marta Vásquez, César Lugones, Mónica Quinteiro, Beatriz Carbonell y Horacio Pérez Weiss. Su papá, Emilio Mignone, fue el fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). “Las Rondas son un símbolo de lucha, de resistencia y de memoria. Me emociona mucho hacerlas. Es muy lindo cuando vienen estudiantes, muchas veces de la primaria. Y también el interés que muestran lxs turistas cuando se acercan a preguntar y sacar fotos. Después de la Ronda, cuando hablan las Madres, sus palabras me llegan muy profundamente, como también los testimonios de quienes se acercan a compartir las injusticias del presente. Pienso que las rondas van a continuar con el paso del tiempo. En este momento hay mucha gente joven que demuestra tener mucho compromiso, y eso es muy esperanzador”.
Lilian Velázquez, 59 años, es hermana de Pablo Velázquez, desaparecido el 24 de marzo de 1976. Tenía 17 años, militaba en el Movimiento Agropecuario de Misiones (MAM), quería ser maestro rural, y alfabetizaba. Ese día Lilian, con 10 años, vio cómo se llevaban a su hermano, a su papá, a su tío y a un maestro que estaba parando en su casa, en Puerto Rico. A su papá lo soltaron. También a su tío, pero fue asesinado en una chacra. A Pablo lo trasladaron a Chaco y nunca más supieron de él. “En Misiones no había Ronda como en Buenos Aires, o la hubo después, y allá participaron muchos padres, como el mío. Cuando veníamos para acá, empezamos a tomar contacto con las grandes marchas, y después conocí a las hermanas. Hoy es un orgullo estar con ellas porque me enseñaron mucho sobre la lucha de los derechos humanos, sobre todo en la urbanidad, que es distinto a lo que traíamos. Siempre se acerca gente y me preguntan cómo era. Te piden el recuerdo, por qué empezó a luchar. Y yo cuento: su delito era enseñar a leer a los pibes de su edad, a los peones. Era la peor arma para el enemigo, porque crecimos sin escuelas, en el monte. Seguimos marchando, también, para saber dónde están, porque en Misiones se quemaron los archivos provinciales de la dictadura, con sus fotos. No podemos seguir en impunidad”.
6. No se llora, se lucha
Carmen Arias trae una frase, usualmente utilizada como consigna, que aquí aplica como un concepto certero para pensar la sostenibilidad de estos jueves: “La única lucha que pierde es la que se abandona. La fuerza siempre estuvo en que las Madres se juntaron. Y eso fue algo que dijo Azucena Villaflor en esas primeras reuniones: no sirve individualmente, tenemos que mostrarnos. Cada vez iban siendo más y más, y era tan emocionante que te decían: ‘Acá no se viene a llorar, se viene a luchar’. Eso fue dando mucha fuerza”.
Eso es algo que Carmen busca transmitir a las nuevas generaciones: “Todavía no sé si me lo puedo imaginar. Sufro mucho con eso, pensando qué va a pasar. Cuando enterramos las cenizas de Hebe en la Plaza, llegué al jueves siguiente con mucho temor a que no hubiera gente. Pero sin embargo fue mucha la gente que vino. Eso me tranquilizó bastante”.
El flujo de personas oscila cada jueves. El termómetro político semanal, muchas veces, agita la participación y la necesidad de estar y acompañar, pero aun en aquellos jueves más escasos siempre hay rostros nuevos que vienen por primera vez: madres y padres con infancias, jóvenes, docentes con sus cursos de primario o secundario. Y los extranjeros, que no parecen percatarse de que, en verdad, hay dos marchas en simultáneo –Asociación Madres de Plaza de Mayo y Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora–, sino una gimnasia de pensamiento y de acción callejera de casi cinco décadas. A su vez, en estos momentos tan álgidos, los jueves entrenan algo necesario y urgente: esperanza y optimismo. Mirta Israel siempre invita a personas amigas: “¿Estás cansada?, le pregunto a gente que dice que está todo mal. Venite, y vas a ver Madres buscando a sus hijos hace décadas”.
Carmen vuelve a pensar esa continuidad: “La importancia de estar acá la siento en carne propia. No sé, a lo mejor, al que no le tocó en vida todo esto lo entienda. Pero uno siente, también, que está haciendo algo por el otro. La continuidad es eso. Sería fantástico decir la palabra revolucionario, como eran los nuestros, al menos de creerse revolucionario y de pensar siempre en ayudar al otro, porque eso es lo que hacen las Madres. Y ese es el legado de nuestros desaparecidos, que luchaban por eso. Hay muchas maneras de hacerlo, no solo viniendo a la Plaza, sino también concientizando que no puede volver a pasar”.
Cada jueves se constituye, entonces, como un alerta: “Significa que se acuerden de las Madres, por qué lucharon, y que la lucha salió de esa terrible dictadura a la que estos se quieren parecer –dice Carmen–. Eso es más importante para entender: se puede ser un país sin dictadura, pero eso se consigue con la lucha. No hay otra manera”.
No hay otra manera, insiste, y al instante Carmen recuerda a su hermano: “Hay algo que siempre tengo en mi mente y es no poder imaginarlo con los 72 años que tendría ahora. Lo sigo viendo flaquito, con sus 25, gran bailarín de rock y gran jugador de fútbol. No sé si voy a llegar 10 años más, pero si no estamos nosotras, me encantaría que siga la lucha, y que los jóvenes sigan yendo a la Plaza, que no dejen de mostrar nuestro pañuelo. Eso sería maravilloso”.
Margarita piensa: “Siempre digo que los genocidas, porque eran todos hombres, no sabían lo que es ser madre. Una madre puede enfrentarse a cualquier cosa por su hijo. Iniciamos este camino cuando ellas caminaban todas adelante. No es algo nuevo, venimos hace muchísimos años, acompañando desde la primera Marcha de la Resistencia. Simplemente que a medida que ellas van dejando ese primer lugar, pasamos a llevar la bandera nosotras porque es el deseo de ellas. No lo hacemos porque tenemos un ‘legado’, sino porque sabemos la razón de estar en la calle: queremos que sea verdad y justicia, hasta el último día, y que se abran los archivos. Esas somos las hermanas y hermanos”.
7. Jueves otra vez
Es jueves, hace calor, pero hoy las Madres están. De ambos lados, como siempre, también hay un grupo de jóvenes que apoyan y acompañan en términos logísticos, de transporte y sonido. Allí va entonces Pina de Fiore, con sus 92 junios, por el lado de Asociación Madres de Plaza de Mayo. Allí van Nora Cortiñas, 94 marzos, Elia Espen, 92 julios, y Mirta Acuña de Baravalle, 99 eneros, por el lado de Madres Línea Fundadora. Algunas personas preguntan por qué dos, y hay explicaciones que exceden estos tiempos y estas páginas, pero si se las viera desde el cielo, exactamente a la altura de la Pirámide, lo que se termina viendo es esa misma forma de reloj de hace casi 47 años, con sus agujas dictando un nuevo tiempo, en sentido contrario al que les quisieron imponer.
Allí también van las hermanas, todas las que aparecen en esta nota.
Allí también van nietes que forman parte de la nueva generación.
Y allí MU se acerca a Mirta Baravalle, en silla de ruedas, la mayor de esta ceremonia, y en estos tiempos tan extraños y con tantas reminiscencias a ese pasado que estos jueves alertan y recuerdan. La pregunta, ante todo lo que estamos viviendo: ¿tiene miedo?
Mirta mira detrás de sus anteojos para protegerse del sol.
“El miedo es para los cobardes”, responde velozmente.
Y, en un gesto tan necesario para estos días, sonríe.
Algo queda claro.
El jueves que viene, y el próximo, y también el próximo, a las 15:30, habrá marcha y ronda otra vez.
Como hace ya casi 47 años.
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