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Política para cualquiera

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Su análisis sobre Internet, los medios comerciales y las nuevas formas de comunicación está atravesado por la experiencia que recogió participando en movilizaciones y movimientos españoles. Tiene la hipótesis de que Indymedia fue superada por los blogs y que los diarios tradicionales transmiten el desprecio por la cultura joven.

Política para cualquiera

Amador es español y vive en Madrid. Es historiador, escribe en el flamante periódico Público y además es editor de Acuarela Libros. Pero nada de esto alcanza para definirlo porque Amador es fundamentalmente muchas otras cosas también y al mismo tiempo. Su formación proviene de experiencias sociales que han marcado sus reflexiones: participar de la creación de Indymedia o de la Red Ciudadana de afectados por el atentado de 11 de marzo, por ejemplo. Ahora mismo llega de un viaje de dos años por las memorias cinematográficas del Mayo Francés, que lo han traído hasta Buenos Aires y Rosario con la misma intención que tuvo cuando estrenó esa muestra en el oficial Museo Reina Sofía o la paseó por diferentes centros comunitarios: pensar aquel Mayo desde este hoy. Eso, quizás, es Amador: una persona que hace y piensa, pero nunca solo. Y habla en plural para recordarnos a esa red de amigos de aquí y de allá con los que permanentemente intercambia ideas y pasiones.

¿Qué conclusiones te ha dejado sobre las nuevas formas de comunicación tu participación en la creación de Indymedia Madrid?
Recuerdo la experiencia de Indymedia como un fracaso, pero un fracaso interesante, revelador. Nosotros siempre tratamos ahí de combinar algunos rasgos definitorios de Indymedia –cualquiera puede ser periodista, postear una noticia, una reflexión, una foto– con un espacio editorial más clásico, producido especialmente por el colectivo. Indymedia murió de éxito: el problema del ruido estuvo desde el principio, pero como algo normal y manejable mientras la participación estuvo localizada en el entorno de los activistas antiglobalización. Sin embargo, como decían los amigos más techies, el proyecto no era “escalable” y cuando la comunidad de usuarios se multiplicó el ruido acabó devorando la comunicación, poniéndose en primer plano. Con el ruido me refiero a las provocaciones, los trolls, los cotilleos, toda una variante de lo que Paolo Virno llama “charla”: un blablabla sin ninguna densidad ni afectación subjetiva. Nosotros no supimos qué hacer con eso.
¿Cuál fue el punto de inflexión?
El punto lo marcaba la propia intensidad política. Cuando el movimiento global se expresaba con más fuerza en la calle, Indymedia se volvía inmediatamente una herramienta, un espacio público, un arma. Pero luego cotidianamente bajábamos al foso de los leones de la charla, la provocación y la pelea por cuotas de representación (entre anarquistas, autónomos, etc.). Pero creo también que Indymedia se vio superado por otra cosa: una socialización política de la tecnología en manos de cualquiera. El uso político de las herramientas tecnológicas, en los albores del movimiento antiglobalización, estaba en manos de una especie de casta mediactivista, pero el 13-M [dos días después del atentado de Atocha en Madrid] la gente cualquiera se autoorganizó con los teléfonos móviles e Internet contra las mentiras del gobierno. Nada volvió a ser lo mismo.
¿La hipótesis es que Indymedia fue debilitada por los blogs?
De alguna manera. Cuando todavía estábamos en Indymedia y comenzamos a percibir el surgimiento de los blogs aquello nos parecía un paso atrás, una vuelta al narcisismo autorreferencial, a ese individuo incapaz de construir algo colectivo. Pero luego nos hemos dado cuenta de que esa gente con nombre, rostro y apellido estaba construyendo algo muy interesante: una nueva manera de articular el yo y el nosotros. Una hipótesis que conversamos mucho es acerca de la existencia de dos momentos de Internet. Una primera, asociada al travestismo de identidades y a las estructuras colectivas. Y otra, luego, caracterizada por los blogs y el individuo con nombre y apellido. De alguna manera lo político también se desplazó hacia allí. En el movimiento por una vivienda digna surgido hace dos años en España la fuerza estriba en los blogs, la confianza personal que damos a quien nos manda un mensaje que nos convoca a la calle, las pancartas individuales con lemas propios, los testimonios concretos sobre las situaciones de vida. En los blogs hay una recuperación de la idea de verdad, pero ya no como verdad absoluta, no como dogma. Ya no es un nick, sino el nombre propio el que relata tal o cual experiencia. Y eso restablece la confianza en el relato virtual.
En cierta manera, Internet creó sus propios anticuerpos.
Y a partir del cuerpo de alguien, de alguien concreto. Ya no más comunicación desencarnada e hiperideologizada típica de Indymedia. Ya no más lengua de madera militante. Veremos qué común puede salir de ahí. Tengo la impresión de que aquí en Argentina, quizá luego de 2001, la construcción de vínculos sociales ha sido muy significativa. Pero en España se viven en condiciones de mucha soledad: 3 millones de personas viven solas. Los vínculos no son muy sólidos, ni tienen un mañana muy claro, ni una causa. Nosotros nos preguntamos insistentemente por la politización posible a partir de ahí, a partir de esas condiciones que son las nuestras. El hombre anónimo habla de sí mismo a través de los blogs, de lo que ha soñado esa noche, de lo que ha leído. Pero de pronto algo pasa, esa soledad se conecta y aparecen ciertos movimientos políticos de nuevo tipo. Cuando surgieron manifestaciones autoconvocadas alrededor del tema de la vivienda, hubo un caso en especial que seguimos con mucha atención y que habla de todo esto. Se trataba de un muchacho que nos gustaba mucho como escribía en su blog, como podía, a través de relatos en primera persona, transmitir todo lo que había sentido un colectivo, con un lenguaje nuevo, propio, con mucha fuerza. En la segunda manifestación hubo represión y este muchacho salió de lo virtual y puso el cuerpo: se hizo cargo de que los detenidos no quedaran solos, de reunir pruebas contra la policía y lograr así que fueran liberados. Le hicimos entonces un reportaje y nos encontramos con un chico totalmente despolitizado, que hasta las elecciones anteriores había votado al Partido Popular.

Movidas y desafíos
Frente a estas nuevas formas de comunicación, ¿cómo han reaccionado los medios comerciales?
Algo se mueve por ahí arriba también. Hace años que ya es notoria la crisis de lo que llamamos cultura consensual, que no es sólo una definición en cuanto los contenidos –esto se discute, esto no se discute– sino también de las formas. El tráfico unidireccional de información y el monopolio exclusivo de la palabra es algo que ya estaba en decadencia en momentos del movimiento antiglobalización, pero en España, con el atentado del Atocha, el 11 de marzo, esto es algo que implosiona. Hasta unos años antes, los periódicos se dividían claramente en una derecha clásica, una derecha moderna y una izquierda representada solo por el diario El País. Pues hoy El País es un periódico en el que muy poca gente viva puede reconocerse. Cualquiera que tenga menos de 50 años se da cuenta que la política, la música, la literatura, los temas y las sensibilidades que le interesan, El País los desprecia. El País es la manera que tiene una generación (la generación que ha impuesto la cultura consensual en España) de decirte todas las mañanas “eres una mierda”. Los que escriben allí son periodistas o intelectuales que participaron de la lucha de los años 60-70 y ahora son arrepentidos que escriben como diciendo: ‘Ya lo intentamos y no salió. Lo de ustedes es una pobre remake condenada al fracaso.’ El resultado de este desprecio es que dejó un espacio para el surgimiento de otro periódico. Con esa idea surgió Público, que ha logrado instalarse con una venta de 75.000 ejemplares, algo meritorio si se tiene en cuenta que está dirigido a un sector que ya no leía periódicos. La redacción se creó a partir de mucha gente que se había formado en Internet, en fanzines, en el underground y que están abiertos a pensar la política y la cultura de una manera distinta. Público expresa, mal que bien, cambios que se han dado por abajo, aunque los interpreta como un fenómeno “de izquierdas” y por ahí no van los tiros.

¿Cuál es la hipótesis sobre los desafíos actuales de las nuevas formas de comunicación?
Cuando se quiebra el monopolio de la palabra hay una proliferación de focos de sentido. Eso significa que hay estímulos, estímulos y estímulos que nos llegan desde Internet, desde el teléfono celular, desde todos lados. El problema, como expone fenomenal Franco Berardi (Bifo), es cómo procesar esos estímulos, cómo coordinar el cibertiempo con el tiempo corporal, físico, de escala humana. Hay una asimetría total entre uno y otro. Uno es hiperveloz y el otro es lento. Esa falta de sincronía nos enfrenta a enfermedades del alma muy contemporáneas: ataques de pánico, ansiedades, fobias. Estamos ya todos como los amigos hackers que tienen el cerebro funcionando todo el día en multitareas, con la pantalla colmada de ventanas que se abren y abren, pero nunca se cierran. Baudrillard decía que la buena “comunicación” implica una aniquilación del contenido y es verdad. Pareciera que todo debe circular cada vez a mayor velocidad y que para ser asimilable, debe ser virtual, superficial y líquido. Una visión turística del mundo y de uno mismo. Y a ese paso se pierde la complejidad, los claroscuros de las experiencia. Nosotros creemos que a las sombras no hay que eliminarlas, sino todo lo contrario: hay que ponerlas en primer lugar.
¿Por qué?
Cuando estábamos en Indymedia decíamos que teníamos el complejo de Blancanieves: “Espejito, espejito, dime que soy la más bella, que los movimientos sociales son lo mejor”. Es difícil que un medio de comunicación de izquierda estimule a pensar sobre las sombras de un movimiento, que ponga el énfasis en las zonas ambiguas, de ambivalencias, de contradicciones. Pero sin sombras se crea una imagen de la realidad demasiado plana. Sin sombras se cae en el guión, en la fábula.
No es fácil abrir ese debate si al mismo tiempo los medios comerciales están diciendo que los movimientos sociales son lo peor…
No es fácil. Por ejemplo, en la Red Ciudadana de afectados por el atentado del 11-m salir a la calle se hizo cada vez más complicado. Recuerdo, por ejemplo, cuando le quisieron poner el nombre de Bosque de los Ausentes a un parque que se había construido en homenaje a las víctimas. Para los afectados era un insulto, porque no había nada más presente en sus vidas. Salimos a la calle a manifestar nuestro repudio y la prensa se nos acercaba para preguntarnos si éramos de derecha o de izquierda, una y otra vez. Era una pregunta que nos sorprendía, porque no éramos nada: éramos nosotros mismos, unos cualquiera. Y eso lo hemos visto en España muchas veces en los últimos años: movimientos que no eran de izquierda, ni de derecha, eran lo que llamábamos espacios de cualquiera, espacios donde cualquiera puede incluirse, cualquiera puede participar. ¿Cómo explicar todo eso ante el micrófono en el puño del cronista? La respuesta que encontramos fue el silencio. Un silencio que impedía que se hablase en nuestro nombre. Ahora mismo, cuando venimos de pasar casi cuatro años de ocupación de la calle por parte de una nueva derecha de estilo Blumberg -que ha salido a manifestarse masivamente en contra del matrimonio gay, en contra de la negociación con eta, a favor de una tesis conspiranoica sobre el 11-M, pensamos que no había que deprimirse porque recordamos la experiencia de la gente en la Red Ciudadana: una política de sustracción, de desaparición, no implica dejar de pensar ni de crear otros vínculos en la sombra.
¿Eso alcanza para ser optimista?
En realidad nunca se sabe a dónde van a llevar esas cosas, que de alguna manera funcionan como un vacío de la representación, un descreimiento de los políticos y los medios de comunicación. No es el asalto a los medios. Tampoco es la construcción de otros medios. Es algo así como colaborar con una especie de implosión. Una ambigüedad que puede radicalizarse. Lo hemos visto tras los atentados del 11 de marzo. Hubo una manifestación convocada por el propio gobierno a la que todos fuimos, a ver qué pasaba. Dijimos: vamos a confiar en ese “cualquiera” que no es tan tonto. Porque ese cualquiera sabe más lo que está pasando por ser realista, anónimo y hasta cínico. Esa manifestación fue muy rara. Era una situación de ambigüedad total, porque no sabías si el que estaba a tu lado te iba a pegar un bofetón por izquierdista cómplice de eta o si iba a gritar contigo “queremos la verdad” a los políticos que iban a la cabecera, como finalmente ocurrió. Pero un día después, en la manifestación del 13 de marzo, de alguna manera hubo una “desambigüización” o una radicalización de esa ambigüedad. Pensamos, entonces, que quizá primero tiene que estar esa ambigüedad: no ser de izquierda ni de derecha, no ser esto o lo otro. La posibilidad de construir con cualquiera y hacia cualquier sitio. De crear. El vaciado de los modelos es lo que permite crear. Y ese vacío se puede radicalizar. Entonces, esas pequeñas sustracciones primero te permiten vivir. Y si no te crees los modelos, entonces ya no vives tu vida interpretándola según lo que te dicen los medios. Ese desplazamiento es un momento de libertad. Luego, puede haber una práctica que radicalice esa situación. Pero saldrá o no por sí sola. La fuerza está en la autonomía de una voz propia y en el anonimato de un espacio de cualquiera.

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