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El jefe de la banda: Rodrigo Moreno, director de Los delincuentes
¿Cómo se pensó y se filmó esta película que narra la historia de un robo muy a la argentina? El director Rodrigo Moreno cuenta detalles del film estrenado en 57 países, habla sobre el (mal) momento de la industria cinematográfica local y desmiente al gobierno, que rebaja su importancia. Su mirada sobre las nuevas camadas, los viajes como jurado de festivales y cuáles son los próximos proyectos, que van desde Francia hasta la Patagonia. Por Carlos Ulanovsky.

Mientras su película más reciente, Los delincuentes, sigue en exhibición (en plataformas y cables) en la Argentina y en muchos otros países, Rodrigo Moreno piensa en cómo dar los siguientes pasos de su carrera. Recién vuelve de Berlín, donde fue jurado de uno de los festivales de cine más prestigiosos del mundo. Allí habló de la situación de quebranto que el actual gobierno somete a la actividad cultural en general y a la cinematográfica en particular.
¿Cómo fue tu experiencia como jurado en un festival Clase A, como es el de Berlín?
En principio, la invalorable posibilidad de estar cerca de cineastas, actores y otros muchos profesionales del mundo cine. Eso: conocer gente, como el director Tom Haynes (Carol, El Museo de las maravillas, Secretos de un escándalo, entre muchas) o la alemana Bina Daigeler, que es la vestuarista de Almodóvar. Hice lo que más me gusta: vi mucho cine, juzgamos diecinueve películas; y discutir, opinar, dialogar, debatir sobre cine. Lo que hago habitualmente en Buenos Aires con mis amigos.
El peor momento
Con dos de sus películas anteriores – El custodio,2006 y Un mundo misterioso, 2011– el director ya había participado en Berlín, pero en esta ocasión casi todos lo relacionaron con Los delincuentes, ya sea porque la habían visto o porque estaban enterados de su existencia. En relación a su presencia en el festival sospecha que debe haber tenido influencia Luciano Monteagudo, excelente crítico de cine en Página 12 y que asesora al festival en cuestiones de la región. “Con él compartimos muchas cosas, como por ejemplo el hecho de que nuestras madres son actrices”, precisa. Durante la estadía pisó alfombras rojas, bebió champagne de altas marcas, y por primera vez en su vida pasó todo el tiempo custodiado por un guardaespaldas de origen indio. Algo que lo hizo reír, por innecesario y porque le evocó a Rubén, el personaje de Julio Chávez en El custodio.
Ser jurado de un festival, ¿tiene algo de rosca política?
Muchas veces, sí. Recuerdo algo que siempre contaba Manuel Antín, que en un festival movió cielo y tierra para que una película de Leopoldo Torre Nilsson se quedara con el premio. Y lo logró. Mi posición es exactamente la opuesta. Intento que solo discutamos, según los gustos de cada uno y no las conveniencias personales. Por suerte en este jurado así se dio y los premios expresan genuinamente lo que cada uno pensaba de las películas. Mi posición por la película argentina El Mensaje, de Iván Fund, ganadora del Premio Especial del jurado fue totalmente genuina. Hinché por ella porque me gustó de verdad.
Ví y escuché unas declaraciones tuyas en conferencia de prensa, en inglés, muy duras explicando la situación del país y del cine argentino. Dijiste que este era el peor momento de los 42 años de democracia.
Con eso pasó algo muy llamativo. En paralelo, Haynes, norteamericano, presidente del jurado, criticó medidas de Trump y yo las actitudes de Milei. No sé si mis palabras tuvieron alguna repercusión, pero lo hice porque creo que es el momento para hablar, para contar que no hubo una sola película en filmación con ayuda del Estado. El nuestro es uno de los sectores más atacados y desacreditados. Se están haciendo cosas. Acciones como las de Contracampo, durante el último festival de Mar del Plata.
Rodrigo cuenta que durante el viaje tuvo encuentros y contactos de trabajo, pero no recibió ninguna oferta concreta. Pero, reflexiona, “lo sembrado es mucho. ¿Cuánto vale haber conocido al rumano Radu Jude, un tipo muy culto, conocedor de la literatura argentina, gracioso, medio loco, irreverente? Él ganó el premio al mejor guión, de una película muy política”.
¿Figura en tus sueños la posibilidad de filmar en el exterior?
Sí, por supuesto. Hace tiempo estuve cerca. Me contactó un productor irlandés que quería hacer una película sobre el IRA (siglas del Ejército Republicano Irlandés que luchó por la independencia de Irlanda del Norte). El hombre estaba convencido que el director de esa película debía ser argentino, por la similitud de la experiencia guerrillera. También tengo otros proyectos muy firmes. Uno, para filmar en Francia, con actores latinoamericanos; y otra película en la Patagonia, hablada en inglés. Estoy abierto a otras lenguas y a nuevos paisajes.
¿Qué es lo que más y lo que menos te gusta de la etapa de filmación?
En ambos casos, el rodaje, que es un tiempo de felicidad incomparable pero también de sufrimiento. Siempre digo que el principal enemigo de un rodaje es uno mismo. Cuando todo fluye, me río. Cuando se presentan cosas que no se pueden resolver, me frustro. Pero, en general, me adapto bastante a cualquier circunstancia, las favorables y las desfavorables.
En algunas redes identifican a Moreno como integrante del nuevo cine argentino, categoría que cuenta, desde la década del 60, con directores emblemáticos como (Rodolfo) Kuhn, (Davide José) Kohon, (Manuel) Antín y (Leopoldo) Torre Nilsson o en los años 90, con Lucrecia Martel o Adrián Caetano como símbolos el concepto de nuevo cine que nace, muere y vuelve a resucitar. Al respecto, Moreno piensa dos cosas. Una que “el más auténtico nuevo cine argentino fue el de los 60. Pero que, aunque sea una etiqueta reduccionista, nuevo cine habla de una clase de cine que se evade de la norma y que, aún hoy, no deja dar vueltas al mundo. Por eso, me siento parte de este colectivo “.
Se fastidia: “Decir, como se ha dicho que al cine argentino no lo ve nadie es algo propio de una profunda ignorancia. Y no solo eso. El cine argentino genera rentas, da trabajo y abre mercados en el mundo. Para Los delincuentes estuvimos filmando cuatro semanas en Alpa Corral, un pueblo de Córdoba. O sea, un circo de 25 personas, a veces más, pagando hoteles, comiendo en restaurantes, usando los remises, abonando derechos, viviendo, consumiendo”.


Delincuentes sin descanso
¿Cuál es el momento de Los delincuentes?
¿Qué decirte? Lo que seguro puedo contar es que ya se estrenó en 57 países. Cada tanto me escribe una fana de la India, algún otro de Hong Kong, una fana de España. Aquí en la Argentina puede verse por la plataforma MUBI y en el cable por HBO Max. En cines la vieron 20 mil personas. Pero la verdad es que no hay un cálculo de cuánta gente la vio. En Francia estuvo en Cannes y en cines fue un boom con casi 60 mil espectadores y en el Reino Unidos el The Guardian le dedicó una crítica soberbia. Se dio en cines, en TV abierta, en televisión por cable, en plataformas, en festivales. Muy difícil calcular un número.
Me gusta ver los créditos de principio y final de las películas. Es impresionante la cantidad de gente que trabaja en muy distintas tareas, desde las especialidades técnicas hasta transporte y catering. Y también me llaman la atención los sellitos. ¿Cada uno es un aportante a la producción?
Claro, y en todos los casos se accede mediante concursos. El dinero también proviene de los Estados, dinero que hay cuidar, rendir y devolver. En Los delincuentes Chile y Brasil aportaron cuestiones de sonido y Luxemburgo post producción. En la Argentina la película recibió lo que se denomina “Adelanto de subsidio”. Pero no recibió crédito del Instituto de Cine.
En la película los muchachos, empleados de un banco, se hacen de 625 mil dólares. ¿Cómo llegaste a ese número?
Calculando el salario de un oficial de banco que trabajó durante 25 años y esa es la cifra que me dio, pesos más pesos menos. Ojo, que lo que calculan son 625 mil para los dos, o sea que cada uno ganaría 312 mil dólares.
¿Alguna vez tuviste la fantasía de robar un banco, como hicieron Morán y Román? (Un detalle ingenioso: los protagonistas Morán y Román, además de otros personajes como Norma y Ramón, llevan las mismas letras).
No, nunca. Pero con mucho menos también me las arreglaría. Igual, todos los que vieron la película, saben que supuestamente se lo dividen en mitades, aunque al final Morán renuncia a todo.
Rodrigo Moreno se graduó como director en la Universidad del Cine. Allí, el discípulo tuvo a maestros como Rafael Filipelli y Jorge Goldenberg y posteriormente se convirtió, hasta hoy, en docente. Primero en la materia Guion y actualmente, con Juan Villegas, enseña Dirección en el último año de la carrera. Calcula que el promedio de edad de sus alumnos está entre los 22 y 23 años.
¿Quieren lo mismo que él buscaba cuando tenía esa edad?
No todos. Piden recetas y eso los lleva a narraciones convencionales, de tipo conservadoras. En la Universidad tratamos de inculcar un lenguaje diferente, que aliente un cambio. Cada vez más son los que quieren filmar series que, en los tiempos que corren, sería lo más arraigado del mercado.
También, fuera del ámbito escolar es tutor de proyectos cinematográficos nacionales e internacionales. Una tarea que define como “una mirada sobre el guion, el ejercicio de preguntar sobre el modo de resolución y caminos de discusión que ayuden a pensar”. Él mismo, como director, contó con tutelajes externos desde la tarea de Jorge Goldenberg y la mexicana María Novaro.
De familia
Creciste en una familia de artistas. Tu mamá, Adriana Aizenberg, actriz; tu papá, el actor y director Carlos Moreno. (N del R: fallecido en marzo del 2014). ¿Hubieras querido ser actor?
Me puse a estudiar cine como un acto de rebeldía, para oponerme a la actuación. (Rodrigo acota que León, su hijo de 15 años, estudia teatro; también tiene una hija, Aurora, de 11 años). Y terminé eligiendo una carrera ardua y llena de difíciles vericuetos, como la de mis viejos. De chico, el laburo de mis viejos fue mi niñera. Dormí en camarines, jugué entre bambalinas, corrí por escaleras y pasillos. A veces era un embole y otras veces apasionante. El gran legado que ellos me dejaron es el sentido del humor. Crecí en una familia que se rio mucho. Es muy necesario el sentido del humor para vivir la vida, para enfrentar los trabajos, para entender el amor.
¿Qué edad tenías cuando llegó a tus manos la primera cámara?
Fue una cámara de la Universidad, cuando recién había empezado a estudiar. Me acuerdo que un sábado, cámara en mano, entré al depósito de los puestos de venta de Plaza Dorrego a ver qué encontraba. Sentí que era difícil: la técnica, hacer foco, exponer, tener buen pulso. Ya cuando estaba en segundo año mis viejos me regalaron una cámara Panasonic que estaba buena. La tengo todavía, pero no funciona. También tuve una Súper 8 que usé en un viaje. Pero también tuve otras incitaciones de vocación. Mi viejo me llevaba mucho al cine. Y ya más grande, un día fui con el hijo de Juan José Jusid a ver la filmación de un comercial que dirigía su papá. Cuando vi al equipo de producción pegando con cinta scotch limones a un árbol, ahí dije: “¿Así que esto es el cine?” Y sí: así es.
Hace un ratito marcabas el drama de “cero películas en filmación financiada por el Estado “. ¿Ves posibilidades de cambio?
Siempre hay posibilidades. Vi en Berlín algunas películas filmadas con el celular que estaban muy bien. A lo mejor no van a tener la belleza y perfección que les dan ciertas lentes, pero el cine siempre pasa por otro lado, se puede hacer. Y, de última, mando a arreglar la Panasonic que me regalaron mis viejos.
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