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Los antigarcas
El éxito de Mueva la patria, la ópera cumbia que estrenaron en el verano, marca un punto de inflexión de este estilo que tienen sello propio. Barcelona se convirtió en una forma de mirar la realidad y de intervenir sobre ella. Con revistas, libros, muestras, guiones; juntos, por separado o asociados creativamente a otros pares, gestionan sus propias producciones para garantizarse la única condición que les da sustento: libertad.
No es noticia que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro.
Ésa es la orden y ése es el orden. El oficio periodístico está construido en base a este tipo de premisas que si se las analiza con sentido común son un disparate. El título “Documento exclusivo: Habla el hombre que mordió a un perro” sólo sería posible en Barcelona.
No es noticia que los diarios comerciales vendan cada vez menos. Eso ya lo sabemos: es consecuencia de la crisis económica, las nuevas tecnologías y el Huracán Cumbio, por citar el último azote de la moda. ¿Es noticia, entonces, que en medio de esta crisis la revista Barcelona haya aumentado sus ventas?
No: porque la omisión es la primera orden que mantiene El Orden.
¿Qué tipo de noticia es el éxito de una comedia musical que ridiculiza a Bartolomé Mitre, le pone ritmo de cumbia a la marcha peronista y resume la historia argentina como una batalla perdida por culpa de esa tilinga clase media que se deja seducir por un coro de garcas? Una noticia que aparece en el suplemento de espectáculos: correcta la iluminación, acertadas las actuaciones, tres pulgares arriba y preguntale a tu prima que ya la vio si vale la pena pagar la entrada.
La lista podría seguir porque Barcelona es hoy día un verdadero multimedio que irradia su estilo desde revistas, libros, muestras, teatro, música, programas de tevé, guiones de radio. Es justamente esa capacidad de re-producción de lo que aquí llamaremos “cultura Barcelona” la noticia que nos interesa. Entendiendo por cultura una máquina expresiva que pone en funcionamiento una época y una generación para decirnos algo de lo que ella siente y a nosotros nos pasa.
Y entendiendo por noticia un recorte arbitrario de la realidad que nos permite la ilusión de ampliar nuestra mirada: una ventana.
Rompe cabezas
A primera vista, lo que asoma es un grupo de muchachos de remera y bermudas y tres mujeres. Parecen jóvenes, informales, incluso distraídos, pero no: ya tienen hijos, ya son profesores, ya eligieron qué batallas son propias y cuáles ajenas y la aparente distracción es sólo una herramienta para proteger sus energías. Cuando no les interesa algo, no dan bola.
Admitiendo que la primera impresión es la que vale, la existencia misma del grupo nos está revelando una clave. Hace más de 15 años que comparten una forma de producir juntos y cada uno. ¿Es esa capacidad de crear lazos que contengan y no aten lo que les ha permitido construir un espacio único, propio, diferente? ¿El capital de Barcelona es la intangible riqueza de la amistad? ¿Cómo han logrado en una época y en un medio caníbal mantenerse unidos? “Porque todos somos buenas personas”, responderá Ingrid Beck, acunando en sus brazos al bebé nacido la misma noche del estreno de Mueva la patria. Ella es también la encargada de definir la identidad de la cultura Barcelona, cuando enumera –sin dudar y con cándida naturalidad– el eje que hace funcionar la máquina: “La crítica a las grandes corporaciones: los medios, la iglesia, la clase política, el campo… En síntesis: los garcas”. Dirá también que hay una diferencia entre lo que ella distingue como “tono” y “mirada”. El tono Barcelona –explica Ingrid– es irónico, ácido, propio de la sátira. Pero ese tono es hijo de una mirada sobre la realidad que tiene otros ingredientes. “La mirada Barcelona está cargada de ideología y de resentimiento, de ética y de bronca. Y también de ganas de construir algo nuevo, verdadero.” Pablo Marchetti agrega otro: “De la sátira al fascismo hay un paso. Me dijeron que ésa es una frase del escritor chileno Alfredo Bolaños, a quien no leí. Y me hizo pensar en algo: en que es cierto y en que el desafío es saber pararnos ahí, a un paso del precipicio, porque ese precipicio existe y hay que desafiarlo para aprender a sobrevivirlo y a valorar la existencia de ese paso.” Mariano Lucano suma un elemento visual: “El arte pop demostró cómo a través de una lata de sopa se podía expresar todo el significado de la sociedad de consumo. El desafío de nuestra época es cómo expresar la sociedad mediática y su poder de crear a través de un relato esa ficción que llama realidad”. Fernando Sanchez completa: “Una mentira que la clase media compra porque, finalmente, expresa su propia hipocresía”. Las frases están tomadas de una recorrida por el universo Barcelona, en charlas individuales que transcurrieron en diferentes momentos y contextos. El hilván es intencional, pero lo que guía la puntada no es casual. Estamos zurciendo la mirada política de una generación que dejó de tomarnos en serio. Chocolate por la noticia. No parece tan obvio, sin embargo, aceptar cómo, por qué y desde cuándo.
El éxodo
Si esta Barcelona fuera una ciudad estaría fundada por protagonistas de idénticos éxodos. Por eso, conviene mirar no el bosque, sino árbol por árbol para encontrar la grieta que permitió esa huida.
Todos y cada uno fueron, a su manera, chicos obedientes y aplicados. Buenos hijos, digamos, de esa Argentina que tuvo el sueño, a finales de los 80, de volver a ser democrática. Ingrid Beck, por caso: hija de arquitectos, estudió en el Normal 6 y militó en el alfonsinismo desde los 14 años. Quería ser abogada, pero terminó decidiéndose por la carrera de Comunicación, a la cual le agradece todavía algunas lecturas. “Para no estar al pedo” cuando una seguidilla de paros docentes interrumpió sus clases universitarias, se anotó en tea, una escuela de periodismo que le enseño a escribir y a conseguir trabajo. Lo obtuvo: a los 18 ya estaba a cargo de la revista La Maga, donde encontró el oficio y perdió el respeto por los próceres de la cultura vernácula. “Iba de desilusión en desilusión. Creo que el mundo del rock fue lo único que no me decepcionó tanto y quizá por eso en la revista La García surgió el núcleo de la idea que es hoy Barcelona”. Para entonces, ya se habían cruzado los protagonistas de esta historia, pero no nos apresuremos: los detalles previos fueron los que permitieron que ese encuentro fuera intenso.
Pablo Marchetti es hijo de docentes, militantes trotskistas y dedicados padres. Ellos mismos lo prepararon para el ingreso a ese templo de la educación pública que para muchos es el Nacional Buenos Aires. Lo estimularon también a disfrutar otras formaciones: canto, dibujo, actuación, música, política. Pablo absorbió todo con facilidad y talento, hasta que a los 14 se enfrentó con una frustración inesperada: se quedó absolutamente pelado. “La pasé mal, muy mal. Pero por suerte descubrí a Luca Prodan y ahí cambió todo”. Se podría interpretar como una rebeldía su militancia peronista si se intuye el contexto: década, colegio y familia. Más lineal, sin embargo, es su ingreso al periodismo: a Pablo le interesaban mucho la política y el periodismo, en ese entonces, se asimilaba al sueño de una tribuna masiva.
Mariano Lucano es hijo de una pediatra y un abogado, a los que vio recibirse, estrenar una profesión y dar batalla. “Mi papá fue fiscal en la etapa más famosa de la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas, en los tiempos de Ricardo Molina, ¿te acordás?”, me dirá sonriendo tiernamente, como si tuviera compasión por mi recuerdo de ese organismo encargado de investigar la corrupción estatal y que disolvió con el plumazo de un decreto Carlos Menem.
Eduardo Blanco, el más veterano del equipo, aporta el toque conurbano. Nacido y criado en Rafael Calzada, hijo de un obrero y una ama de casa, estudió en un colegio industrial, en plena dictadura. “Y a medida que iba pasando de año, Martínez de Hoz iba destrozando ese futuro que mi viejo creía que me había asegurado”. Recibió su título de técnico en motores, terminó el servicio militar obligatorio tres meses antes de la Guerra de Malvinas, comenzó a militar en el Partido Intransigente y a editar una revista barrial. “Por esa época descubrí dos cosas: que lo político pasa por cualquier lado, menos por lo partidario y que lo mío era el periodismo”.
Fernando Sanchez se crió en Ituzaingó, con papá trabajando en un banco y mamá trabajando de mamá. En el colegio Dorrego, de Morón, pudo hacer su primer experimento: una revista humorística que casi provocó su expulsión. Por esa época, también, se enamoró de la revista Humor, a donde pocos años después comenzó a trabajar como cadete, primero y redactor de Sex Humor después. Había llegado exactamente a donde soñó estar. No sabía, por supuesto, que a esa altura la editorial se había convertido en la cubierta del Titanic.
Javier Aguirre dibujaba tanto desde chico que sus padres decidieron enviarlo a la escuela Fernando Fader, de Flores. “Un club, donde recibías muchos estímulos, todos inalcanzables. El día que terminé el colegio fue el último día que dibujé. Preferí dedicarme a la palabra y a la música, cosas que siempre hice solo por puro deseo”.
Como si hiciera falta algo más para que me quede claro, Daniel Riera menciona el libro que escribió cuando murió su padre. Vas a extrañarlo, porque es justo títuló a esta conmovedora confesión que editó artesanal y prolijamente, numeró copia por copia y repartió en mano a amigos y familiares. Ya no quedan ejemplares, así que tuve que leerlo en una fotocopia que tragué de un tirón, con los ojos mojados. “Mi padre soñaba con una vejez tranquila. Había comenzado a vender libros en su juventud, casa por casa, hasta que pudo formar su propia empresa, una distribuidora de enciclopedias a la que pomposamente llamó Editorial Meridian, que nos dio de comer y a mí, además, me dio de leer”, relata Daniel en esta minuciosa descripción de una pérdida. En el 89 la hiperinflación derrumbó la editorial de su padre. Su último trabajo fue el de remisero. Manejaba un Fiat Duna blanco, baqueteado, hasta que tuvo un pico de presión y murió en un hospital público pocos días después. “Escribo estas líneas en un día triste: el gobierno anunció que va retener los depósitos bancarios, deberé retirar mi sueldo en cuotas semanales. Cavallo, otra vez Cavallo, siempre Cavallo, dijo que tomó esa decisión para defendernos de los enemigos de la Argentina, de los buitres que nos acechan. Mi madre pasó por mi casa y me contó sobre seres queridos que se quedaron sin trabajo. Mi esposa y yo estuvimos hablando sobre los pro y los contra de irnos a España. Hicimos una compra muy pequeña en el supermercado por las dudas, hasta que comprobemos en los hechos cuánto nos afectan las medidas”.
No hay metáforas, entonces, para saber a qué altura de esta historia estamos.
Diciembre de 2001.
Ingrid está embarazada de su primer hijo y al igual que Pablo, Mariano, Eduardo y Daniel se acaba de quedar sin trabajo. Fernando, su marido, es el único privilegiado: tiene un puesto en la redacción de Rolling Stones, donde hace de todo por dos mangos. Pero al menos tiene eso: dos mangos. No es tan extraño entonces que algunos salieran a la calle aquel 20 de diciembre para correr de y a la policía, según se fuera dando. El testimonio del recorrido que hicieron ese día quedó estampado en un dibujo que recoge el libro La esperanza fue lo último que se perdió, que publicó Barcelona el año pasado. Su autor es Diego Parés, un cómplice de esta banda, y se presenta con la siguiente leyenda: “Mi 20 de diciembre (o cómo puse el hombro para que Duhalde fuera presidente)”.
La primicia
El primer número de la revista Barcelona llegó a los kioscos el 16 de abril de 2003, pero nació mucho antes. Asomó en una columna que Pablo publicaba en La Maga, tomó sabor en Quemen los bosques, un programa de radio que hicieron juntos Pablo, Mariano, Daniel y Eduardo. Sonó en el grupo musical que Pablo y Fernando armaron con el título Sometidos por Morgan. Y cobró impulso en La García, donde sumaron a Javier Aguirre. Fue entonces cuando el grupo decidió hacer “un mono” –así se llama en la extraña jerga periodística ese ejemplar único que se convierte en el acta de nacimiento de un medio gráfico– que tenía un título que demostraba la calidad periodística del equipo: “Argentina se estaría yendo a la mierda”. La primicia terminó impresa en el número 1, aunque tuvo que resignar el espacio principal a otro título que vinculaba a un personaje que capturaba la atención de ese momento con otro que había desaparecido de la agenda de los medios: “Ahora dicen que Piñón Fijo es Alfredo Yabrán”. Les había costado dos años y 5 mil pesos –que prestó el tío de Ingrid– poder concretar esa idea que nació pensando en un público que era su espejo: gente con poca plata y mucha bronca atragantada. Obviamente, agotaron.
Verbo propio
Cinco años después hay que usar un verbo nuevo para definir lo que crearon: barcelonear. Ellos barcelonean la historia cuando escriben libros, cuando componen canciones o re-escriben la historia al ritmo de una comedia musical. Es el verbo que refiere a una forma de creación colectiva que –como las notas que publican en la revista– no lleva firma pero tiene sello propio. Es el verbo que conjuga un presente imperfecto, con un sucio pasado y con vaya a saber qué futuro.
Barcelonean cuando usan las palabras mugre, basura o grasa como adjetivos que califican las virtudes de su estilo. O cuando se atreven a editar un diccionario para demostrar que aprendieron el correcto uso del idioma. (Por si a alguien no le queda claro el profundo significado de esta acción, cito su título: Puto el que lee.)
Barcelonea Mariano cuando elige como marco para colgar sus pinturas –exquisitas, delicadas, bellas– tres hoteles alojamiento que no cesan su actividad central ni siquiera en el horario de inauguración de la muestra.
Barcelonea Javier cuando prepara su próximo disco, titulado Cancha Rayada y que incluye temas que hablan de amores frustrados porque ella “se fue cuando corté el teléfono y no el cable / nunca entendió mi pasión por espn”.
Barcelonea Daniel cuando toma clases para darle vida a Girondo, el muñeco que se ganó en la cena anual de la Asociación Argentina de Ventrilocuos, cuando lo invitaron para agradecerle la repercusión que tuvo para ese grupo aparecer en su libro Buenos Aires Bizarro.
Barcelonea Pablo cuando junto a cuatro guitarristas hacen Falopa, el grupo que a partir de la virtuosa ejecución de la clásica milonga canta “Transé / para poder pagar el colegio de los chicos, transé” o cuando recita un poema de su libro Bueno, Zaire:
Solo me da asco
la ignorancia pequeña
que cabe entre ceja y ceja, prefiero
la ignorancia infinita,
descomunal, galáctica,
el dream team de la ignorancia,
el azar del que no sabe nada.
Una ignorancia
que me deja cada vez más solo
y más porteño y más libre y más terco
y más huérfano en donde sea,
en la patria
o en la televisión.
Barcelonean ellos y ellas, todos y cada uno, juntos, de a tres o de a cuatro, y cuando pueden, es cierto, porque además de barcelonear tienen que trabajar: dando clases (Mariano en su taller de arte que bautizó La línea peluda, Eduardo en tea), haciendo guiones de radio (para la Negra Vernacci, Ingrid y Pablo; para el programa de tevé de Petinatto, Fernando) o haciendo notas para la prensa formal (Javier, en el Suplemento No de Página /12, Fernando en la sección de música de la revista Genios, Daniel para la revista colombiana Gatopardo).
Valores
Mariano me dirá que lo que motiva semejante desborde de recipientes y etiquetas es la necesidad de expresión. “Nadie expresa lo que siente de una sola manera porque no siente una sola cosa”. Eduardo trata de explicármelo a través de una escala de valores: “La derecha construyó todo su discurso a partir de tres pilares: Dios, patria y hogar. La izquierda reemplazó cada elemento por otro: Dios se convirtió en Marx, la vanguardia o el sujeto revolucionario; la patria se convirtió en el pueblo y el partido reemplazó al hogar. El único valor que defendemos nosotros es el de la libertad”. Y con eso le alcanza para desbaratar cualquier fórmula. ¿Anarquista?, le pregunto con antigua credulidad. “Leí mucho sobre el anarquismo porque es algo que me interesa, especialmente su forma de construcción: armar espacios de libertad en donde puedas establecer relaciones de igualdad. Ahora, cómo llevar esto mismo a nivel de una sociedad me parece que es un enigma que ninguna teoría política pudo todavía resolver”. Fernando me señala una ubicación: “Siempre nos paramos frente al discurso del poder. Y si el poder se corre, nos movemos hasta quedar de nuevo enfrente”. Barcelonear, entonces, implica para ellos movimiento constante y buena puntería para acertar el disparo justo ahí, donde se aloja en nosotros una idea tranquilizadora.
Barcelonear, finalmente, es reconocer lo absurdo, lo precario, lo procaz de este mundo. Y recordar lo divertido que es intentar cambiarlo.
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La casa de los espíritus
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Los secretos de la universidad pública
¿Puede una universidad pública trabajar en secreto para una empresa multinacional que tiene millonarios conflictos legales con el Estado argentino? Puede. El ejemplo que aquí se revela no es el único. Representa un caso de los muchos que obligan a sintonizar los conocimientos académicos con los intereses privados.
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