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Peronismo de ciencia ficción

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Juan Incardona. Su próxima novela narra una batalla pendiente: la guerra final entre peronistas y gorilas. Pero con personajes fantásticos, que nacen de ese imaginario que cosechó en los campitos de Villa Celina, su fuente de inspiración y la protagonista de sus relatos. Un escritor que ya dejó la venta ambulante y da clases en Madres.

Peronismo de ciencia ficciónEn julio se desatará la guerra más terrible que se haya visto jamás. Será entre peronistas y antiperonistas, pero entre sus combatientes no estarán ni el PJ, ni Moyano, ni ningún otro partido político. Los del primer bando cuentan con enanos peronistas de un metro de altura, súper guerreros, además de las delegadas censistas convertidas en amazonas o las temibles legiones descamisadas. Los antiperonistas, por su parte, nada tienen que envidiarles a estos luchadores: cuentan, nada menos, que con un monstruo de diez metros, cortajeado y cosido cual Frankenstein, llamado el Esperpento. A este ser, que es el arma biológica de la oligarquía, le han puesto las manos de Perón. Y esas propias manos deberán matar a los peronistas, quienes desconcertados, lucharán intentando no lastimar las manos de su líder político.
 
La imaginación de lo común
Juan Incardona es un pibe de barrio, que alza al fútbol, al peronismo y al rocanrol como sus banderas. También escribe. Estudió desde ingeniería mecánica hasta comunicación, pero dio con Letras recién en el 95, dejó al año siguiente y retomó en 2001. Fue vendedor ambulante hasta el año pasado, cuando comenzó a tener un trabajo estable (“¡estoy cobrando sueldo!”), nada más y nada menos que en la Fundación Madres de Plaza de Mayo, como profesor de jubilados de pami, entre otras complejidades. ¿Qué enseña? Narrativa. “La imaginación de lo común” llama a su taller, y pienso que, además, así se entiende a sí mismo. Pibe de barrio, pero nada común: tiene la capacidad de combinar esa imaginación con su experiencia de vida, y contarle a la burbuja del mundo cómo son los territorios olvidados del conurbano. “No suelo hacer mucho hincapié en lo negativo de Villa Celina. No me regodeo ni en la pobreza, ni en la violencia. Me acuerdo de haber vivido en ese lugar, donde todo el tiempo estabas jugando entre basurales que hasta generaban algo mágico a los ojos infantiles, como un espacio de aventura. Para mí es un recuerdo de felicidad”.
Hace años vive en Capital y su paradero fue, hasta ahora, tan esporádico como su forma de mantenerlo: Juan vendió anillos, aros y colgantes que él mismo fabricaba, trece años ininterrumpidamente, haciendo de eso su forma de vida y dejando la literatura en un segundo plano. Sobre la venta ambulante, editó otro de sus libros: Objetos maravillosos. El nombre –cuenta– era la muletilla con la que intentaba persuadir a sus compradoras, y el contenido son las crónicas de los diálogos que mantenía con ellas. “Empecé haciendo personitas con metales y alambres. Les ponía nombres: por ejemplo, el Hombre Riñón. Me re encariñaba. Si la persona que me los quería comprar me caía mal no se los vendía”.
Explica: “Las cosas que vos mismo hacés con las manos tienen cierta santidad. De algún modo, el sueño de todo vendedor ambulante es tener algo que no se lo compren. Pero todo te lo quieren sacar de las manos. Todo se vende. Una vez, hice un collar de mierda: agarré bosta de caballo e hice bolitas con pegamento y me armé todo un collar con pelotitas de bosta. Y dije la verdad: que era un collar de mierda. Nunca pensé que me lo iban a comprar, hasta que uno vino y me dijo ´loco, esto es arte conceptual´ y se lo llevó”.
 
Lo simple y lo complejo
La tercera es la vencida, dirán. Letras fue su tercer intento en seguir una carrera. Cursó veinte materias y aprobó quince, para luego abandonar definitivamente. “El registro académico me parecía incompatible con la imaginación más narrativa. La creatividad no iba mucho con una carrera crítica”, se defiende. Confiesa que la experiencia le sirvió para entrenar el ojo para la lectura, pero no para sentarse a escribir. “Eso pasa por un lado completamente distinto. Preparando el taller que estoy dando descubrí un artículo de Faulkner que habla de las necesidades de un escritor. Arma una tríada vinculando la literatura con la realidad, que es lo que a mí me gusta: la experiencia, la observación y la imaginación. Yo le agregaría una cuarta: el sentimiento, pero no entendido como sentimentalismo, sino como una fibra íntima de la literatura. No ser solamente un escritor correcto, que tiene una buena gramática y arma bien estructuras. Quizás a veces es mejor equivocarse, asumir riesgos, pero llegar más a fondo”. Como si Faulkner hubiese querido explicar la literatura de Incardona, sus tres conceptos cuajan increíblemente con el universo celinense que creó y a través del cual intenta contar su mundo. Incardona habla y revela las herramientas con las que hilvana sus relatos, pero no le importa: su secreto son sus experiencias, y eso, por mucho que lo diga, nadie se lo podrá quitar.
Incardona, sin embargo, cuenta que como estudiante de Letras no fue la excepción y rápidamente se mareó en los meandros de Borges y lo que llama “la alta literatura”, atravesando una etapa de imitación. “Es algo que les pasa a muchos cuando arrancan. Me olvidé todo lo que era yo, lo dejé de lado. Empecé a escribir cualquier cosa. Relatos muy acartonados, ambientados en lugares exóticos, con palabras difíciles… como para darme chapa de buen escritor”. Paralelamente, a sus amigos les contaba anécdotas del barrio y cosas que allí habían sucedido. “Me decían ‘loco, dejá de escribir esos cuentos borgeanos de mierda y ponete a hablar de tu barrio’. Y así me empecé a encontrar. Me di cuenta de que escribir difícil es lo más fácil que hay: vos sacás palabras brillantes de los libros y las ponés ahí, como pepitas de oro. Escribir fácil es lo más difícil”.
Juan hace lo difícil. Sus relatos son frescos, dinámicos, sin una palabra de más ni otra de menos: se limita a contar. Dicho por él: “Escribo simple, pero no como algo demagógico. Lo mejor que puedo dar está ahí, y, sin embargo, eso le puede entrar a un pibe de Celina”. Ésa es otra clave: su público son los lectores del conurbano. Cuenta las historias de sus vidas, sus experiencias, e intenta que sus relatos les abran las puertas al mundo de la literatura. Su mérito literario sea tal vez justamente ése: formas literarias simples que escapan de lo clásico, creando una voz que te cuenta al oído una historia de un hombre-gato o de un perro que tienes dos narices. “A mí me da orgullo que a un crítico importante le guste mi libro y publique una nota. Es como una satisfacción personal. Pero que me escriba un pibe de 16 años, de Villa Madero, y que me diga que flasheó con el libro, a mí me emociona mucho más”.
 
El campito
“En mis últimos años de vendedor ambulante ya me cansaba, ya estaba grande… No encontraba un espacio de trabajo que me contuviera. Recién ahora con esto de la Fundación de Madres se me empieza a abrir algo”, confiesa. Está cómodo y feliz: “Nunca escribí tanto como en los últimos tres o cuatro años. De hecho nunca como en los últimos dos meses, porque tuve que terminar El campito. Fue medio alienante, pero una experiencia copada, muy intensa. Este año supongo que voy a laburar mucho y voy a tener menos tiempo, pero voy a intentar no perderlo porque en definitiva es lo que más me gusta”.
El campito es el título de su flamante novela, estimada para julio. Campitos llaman en el conurbano a los espacios verdes que separan los barrios, limitados por los últimos postes de luz de cada uno de ellos y dominados por una oscuridad intimidante. “Vos mirabas esa oscuridad y te parecía ver cosas. Era el lugar donde se desataba la imaginación”. El protagonista del relato se llama Carlitos, un ciruja que existió realmente en Villa Celina. “En los campitos vive Carlitos, que va y viene para contar historias que suceden en esa masa negra, que de algún modo son los propios relatos de todas las bandas de las esquinas”. Sus oyentes son los personajes que aparecen en su primer libro, Villa Celina. La trama nos la cuenta el propio Juan: “Es una historia de aventura, en un universo de fantasía que yo quise armar desde la realidad bonaerense. Pensé: bueno, ¿en el conurbano qué tenemos? Un río contaminado, barrios de monoblocks, villas, el peronismo… Agarré todo eso y me dije: de acá tiene que producirse la fantasía”. Juan entrecruza, teje y rearma historias, siempre a partir de una arista común: su barrio.
“En El campito hay un montón de barrios que están construidos como Ciudad Evita. Ciudad Evita, si uno lo mira satelitalmente, muestra el perfil de Evita. El campito está lleno de, como los llamo yo, barrios-bustos. Donde cada uno está construido como un prócer del peronismo: el coronel Mercante, barrio Gatica, barrio Pascual Pérez, barrio Juan José Valle…”. Todo se da en un clima de guerra ente el peronismo y el antiperonismo. Los del primer bando viven en las afueras de la ciudad, en barrios como Celina, Bonzi o Tapiales. Los antiperonistas, en Recoleta o Barrio Norte, según Incardona barrios-busto pero de la oligarquía: vistos desde arriba está la cabeza del almirante Rojas, de Aramburu, entre otros de ese calibre.
Los bandos chocan en una suerte de guerra desaforada. “Hay enanos peronistas, que son pibes de un hospital que no crecieron más de un metro por la desnutrición, re guerreros. Están las delegadas censistas, que fueron las minas de la Fundación Eva Perón que iban censando a todas las mujeres peronistas del país, que acá son amazonas, guerreras. Están las legiones descamisadas…”, y el delirio sigue en el otro bando: “Hay un monstruo de diez metros que es el arma biológica de la oligarquía, se llama el Esperpento. Como una burla al peronismo, le pusieron las manos de Perón. Y las propias manos de Perón están matando peronistas en el campito. Y no saben qué hacer, porque dispararles a las propias manos de Perón es un sacrilegio”.
Juan toma al peronismo al igual que lo hace con el fútbol o el rock. No es un militante marcado, ni explora el terreno más ideológico de la cuestión: acepta que su preferencia política se dio más por cuestiones tanto geográficas como hereditarias. “Yo lo vivo como algo natural, soy de La Matanza”, dice, como si eso explicara todo. Y lo explica. “Hay mucho de un imaginario del primer peronismo, que yo no viví, pero no podía escribir sin meter en el combo al peronismo: no sería Villa Celina”.
El campito parecería ser su gran desafío literario. Ésa es, al menos, la sensación que deja Juan al contármela: lo hace enérgicamente, como un niño que arma y desarma estructuras, palabras e ideas, divirtiéndose. La historia, a su vez, derrocha elaboración y meses de delirio. ¿Madurez literaria? ¿Año bisagra para Juan? Habrá que esperar a julio y ver en qué termina la desaforada batalla de los guerreros del conurbano contra el Esperpento de la Recoleta.

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