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El shock de Obama

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Si Barak Obama resultó un vuelo de esperanza frente a George Bush y sus ocho patéticos años, Naomi Klein, autora de No Logo y La Doctrina del Shock propone ir aterrizando. Entrevista en Nueva York, sobre los verdaderos dueños de los bancos.

Naomi Klein vive en Toronto, Canadá, pero sería más específico decir que vive en el planeta Tierra. Eso le permite saltar de denuncias sobre la guerra en Irak, a descripciones deslumbrantes sobre el nuevo capitalismo chino como estilo de control social, o pasar por Argentina y convivir con procesos como el de las fábricas sin patrón. Libros como No Logo o La Doctrina del Shock, son verdaderas investigaciones globales que descubren con una inteligencia profunda y práctica, desde múltiples ubicaciones físicas, la temperatura de lo que podría llamarse sistema-mundo. Ahora anda como por su casa por Nueva York, por esas calles florecidas de moles de 90 pisos; dominicanos y senegaleses que venden relojes; ardillas del Central Park; porteros de librea cual dibujito animado; limusinas 4×4; latinos sonrientes; turistas sin barbijo; plasmas gigantes que hacen de Times Square un panel alucinado del marketing moderno. Llegó para Fire the boss (Echalo al patrón) evento que reunió a obreros, sindicalistas, movimientos sociales, intelectuales y a la cooperativa lavaca, programado a partir de la edición en inglés de Sin Patrón-Fábricas y empresas recuperadas en la Argentina, y de la toma de la fábrica Republic por parte de sus trabajadores.
Hubo tiempo, además, para las conversaciones y para conocer el pensamiento de Klein sobre Barak Obama, el demócrata y primer presidente negro de Estados Unidos. De la esperanza inicial, Naomi pasó a plantear que se está ante una nueva versión de lo que llamó “doctrina del shock”: la utilización de las crisis económicas y hasta los desastres naturales, como shocks (o electroshocks) que generan pánico, parálisis, y permiten domesticar a las sociedades para imponer situaciones económicas, laborales y sociales cada vez más perversas.
¿Cuáles son tus impresiones acerca del gobierno de Obama?
Estamos viendo que el patrón de La Doctrina del Shock se repite en el contexto de la crisis económica. Comenzó con Bush, pero continúa bajo Obama, y quiero ser clara: estoy hablando del salvataje económico, al que considero el mayor atraco en la historia monetaria. Hemos asistido a una transferencia de la riqueza pública a manos privadas sin precedentes. Bloomberg News estima que 12.5 billones de dólares han sido invertidos ya para salvar al sector financiero. Nunca antes habíamos visto algo de tal escala. No se trata de privatizar el sistema de aguas o el de caminos: es tomar el dinero de la esfera pública y dárselo a la privada. Pero la historia no termina ahí, porque eso crea una crisis de deuda en las cuentas públicas, y mi temor es que a la larga esta gran transferencia de recursos –que se hizo en nombre de aumentar el crédito– cosa que no sucedió–; que se hizo en nombre de la ayuda a los propietarios de hogares hipotecados –ayuda que no se dio– genere una crisis fiscal que se use como argumento para privatizar el sistema de seguridad social y otros ataques a la esfera pública.
Desgraciadamente, creo que es una repetición de la doctrina del shock. Mi objeción es que se ignora la voluntad democrática del pueblo, el derecho de la gente a participar en sus democracias de manera más profunda.
¿Qué cambió del discurso de Obama a su acción como presidente?
Vivimos un momento sin precedentes cuando Barack Obama desarrolló su campaña electoral, en la cual señaló como las causas de la crisis la ideología de la desregulación y la teoría de beneficiar a los de arriba esperando que el bienestar se derrame hacia abajo. Lo que es bueno para Wall Street no es necesariamente bueno para el pueblo, dijo. Así ganó un extraordinario mandato popular para cambiar el rumbo. Pero ese mandato no se está cumpliendo. Me estoy refiriendo al salvataje, porque en el paquete de estímulo y reactivación se puede entrever algún cambio de rumbo y una voluntad de invertir en la esfera pública que no vimos en décadas. Pero el salvataje es tan ineficiente y beneficioso para las elites, y no para el resto de la gente, la hipocresía es tan grande, que al fin va a absorber todas esas otras inversiones maravillosas que se están haciendo en la esfera pública, porque la crisis de la deuda nos espera en algún punto del camino. Además, si pensamos en nombramientos de figuras clave en la desregularización del sector financiero, como Larry Summers y Tim Geithner, que ahora vienen a salvarnos, sentimos cierta falta de credibilidad. ¿Las mismas personas que eliminaron las reglas las van a reponer? Tenemos el derecho a sospechar.
¿Quiénes podían simbolizar otro tipo de política?
Hay algo que resulta comprensible: si Obama hubiera nombrado, no sé, a Joseph Stiglitz, por ejemplo, como secretario del Tesoro, me hubiera encantado, pero los mercados se habrían hundido. Creo que podría haberlo hecho de todos modos, pero aquí enfrentamos una tensión real entre el pueblo que quiere un cambio y los mercados que quieren más de lo mismo, sin entender la medida del abismo. Pero aun si esto funcionara, si canceláramos nuestra incredulidad como cuando leemos una novela para tragarnos lo que nos dicen, me preocupa que esto se considere una nueva normalidad, que salva bancos a costa de trabajadores. Se necesita al movimiento obrero, a los trabajadores para que cuente cómo están ocurriendo en realidad las cosas.
 
De quién debe ser Citibank
Para Naomi Klein hubo todo un arranque del actual gobierno estadounidense donde se vivió bajo la siguiente metáfora: “No cuestionen a los bomberos, la casa está en llamas”. El crédito tras un abrumador triunfo electoral quedó abierto. “Pero tiempo después acá estamos, con la economía real colapsando: ejecuciones hipotecarias, despidos, falta de crédito. Todas las promesas quedaron incumplidas. Y hoy existe un consenso, por ejemplo, alrededor de la idea de que si un banco fracasa, pues no debería existir”.
¿Y cuál fue el punto de inflexión entre la promesa y la realidad?
Existe una diferencia entre el presidente Obama y el candidato Obama. Él ganó la elección cuando comenzó a hablar sobre la ideología de la desregulación que había cautivado a este país durante ocho años, o más. Pero recordemos: antes de la crisis financiera, Obama estaba atrás en las encuestas y sus rivales conservadores parecían ir creciendo. Cuando la crisis estalló, él comenzó a hablar contra la economía del derramamiento de la riqueza de arriba hacia abajo, y sobre necesidad de reconstruir la vida de la gente en lugar de las finanzas de Wall Street. Allí comenzó a conectar con los votantes. Creo que tendríamos que recordarle a Obama las promesas que hizo en la campaña. Personalmente no me siento traicionada, pero creo que se trata de ver si existe un movimiento de base que le ponga presión, ya que sabemos que sí hay mucha presión desde arriba.
¿En qué consiste?
Pese a todo el dinero que transfirió a los bancos, la derecha sigue diciendo que es un gobierno socialista. Sin embargo, en el Senado fue derrotado un proyecto de ley que habría ayudado mucho a los dueños de hogares hipotecados. Dick Durbin (senador demócrata) denunció que la industria financiera es la dueña del Congreso, a través del lobby (los grupos de presión de intereses sectoriales). Ese lobby tan intenso sigue ganando batallas. Lo increíble es que eso, además, se paga con dinero de los contribuyentes porque se trata de bancos que recibieron dinero del salvataje y que lo están canalizando hacia la presión de sus lobbistas, para derrotar políticas de interés público.
Pago para que me quiten.
Un caso extremo es el Citibank, que vale 21.000 millones de dólares, pero el gobierno le transfirió 45.000 millones. Con todo derecho los contribuyentes deberían poseer el banco, para ordenarle que entregue crédito a esos mismos contribuyentes. Ésa es la paradoja. Durban denuncia que los bancos usan el dinero para hacerse dueños del Congreso. Y en realidad los bancos tendrían que ser del pueblo norteamericano por una sencilla razón: pagó por ellos. Si eso pasara, también podrían empezar a ser ser dueños de su propio gobierno. Eso sería revolucionario.
Mientras tanto, lo que ocurre es que Obama mantiene su popularidad.
Sí, el amor por Obama está fuera de control. Esto ocurre particularmente en tiempos de crisis, nos volvemos casi regresivos. Queremos creer que nuestros líderes nos van a cuidar: creo que eso es poco sano. Creo que es hora de guardar en el ropero todas las camisetas y los gorritos de la campaña. Él es el presidente de la nación más poderosa de la tierra, y la cultura de fans de la campaña debe ser reemplazada por una cultura ciudadana comprometida que le haga sentir una respetuosa presión desde las bases. Me da temor toda la ira que circula, ira merecida: los bonos millonarios para los ejecutivos de las empresas que generaron la crisis, como aig, la hipocresía de acceder al salvataje de Wall Street pero rechazar el salvataje de Detroit (una de las principales ciudades industriales de Estados Unidos).
 
Danger: ego magullado
Una de sus recientes columnas se llamó Glosario para la decepción, una propuesta de despojarse de la esperanza para pasar a la acción, y un juego de palabras como “hopesick”, o “esperalgia” (nostalgia de cuando se tenían esperanzas), “hopeover” o “esperanzaca” (una resaca tras una borrachera de ilusiones). Más allá de los juegos, Naomi dice que la ira puede ser un recurso: “Un recurso, y un bien. La ira por la situación no es necesariamente populista, pero debe canalizarse en alguna dirección. Si no logra orientarse hacia un proyecto de sociedad más equitativa, que enfrente los elementos que han creado esta crisis, es una ira que queda flotando, lista para que la use cualquiera. Ya lo estamos viendo. Hay un aumento en la retórica horrible contra los inmigrantes, y hasta contra el presidente mismo por ser afroamericano. En tiempos de crisis, particularmente cuando el ego nacional anda magullado, pueden pasar cosas peligrosas. Como persona de izquierda, siento que no tenemos solamente una oportunidad sino una responsabilidad moral para estar a la altura del momento y asegurarnos que esa ira sea utilizada en un proyecto constructivo”.
¿Por ejemplo?
Exigir seguro de salud para todos. Y una economía realmente verde. Y una política de tolerancia cero para la pérdida de empleos.
 
Otro mercado
¿Cómo lograrlo? Si Obama ha cambiado su discurso…
Es que creo que Obama es un político brillante porque es un mediador muy bueno. Por eso es tan crucial que quienes lo apoyan, quienes quieren seguro de salud para todos y políticas serias sobre el medio ambiente, se conviertan en una fuerza de presión. Él es de centro. Para mí no es un problema. Él es quien es y eso significa que los progresistas de este país deben pensar en mover el centro. Roosevelt lanzó el New Deal (tras la llamada Gran Depresión, en los años 30) porque la gente estaba tan movilizada, y hacia la izquierda, que le permitió venderlos a las corporaciones norteamericanas que el New Deal era un compromiso necesario ante una alternativa que parecía la revolución. Yo no soy una autora utopista. No tengo un plan de diez puntos. Pero durante los últimos treinta años hemos vivido una revolución por la cual la lógica del mercado se impuso sobre todos los aspectos de la vida. Creo que existe, sin dudas, un papel para el mercado, pero no que deba mandar sobre cada cosa. Existen áreas muy grandes donde deben prevalecer otros valores y donde el concepto de ganancia es destructivo. La salud es una. Y el agua es otra. Y creo que tendremos problemas en el futuro con el copamiento de las corporaciones sobre la industria alimenticia.
Sin utopías, ¿qué hacer frente a esa agenda?
Pienso que necesitamos una economía mixta, donde existan algunas cosas que podamos considerar demasiado importantes como para dejarlas en manos del mercado, pero donde también existan los mercados, y otros elementos como las cooperativas, y otros modelos de organización social.

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