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Territorio libre

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Donde alguna vez se intentó construir el pabellón 5 de Ciudad Universitaria, hace ya dos años que una veintena de hombres y mujeres viven en comunidad, duermen en carpas y se alimentan con lo que ellos mismos producen en su huerta.

Territorio libreUnas tiras de tela colgando de una madera forman la entrada improvisada a la aldea. Un cartel da la bienvenida y avisa: “Reserva natural universitaria”. Siguen unas escaleritas que nos separan de todas esas personas que en ronda parecen estar almorzando. La escena desde aquí arriba es conmovedora: al lado de las carpas hay un refugio hecho de adobe, más atrás una pequeña huerta y en el centro, más de treinta hombres y mujeres jóvenes hablando y comiendo alrededor de una gran olla. Todos me miran sonrientes e invitan a sentar. Abren lugar entre los troncos y, en seguida, acercan una cazuela repleta de lentejas, zapallitos, trozos de choclo y mil y un verduras más. Queda claro: en Velatropa no hacen falta presentaciones.
El almuerzo es realmente delicioso y no recuerdo haber comido tan sano alguna vez. De pronto, una muchacha avisa: “Acá están los baldes para lavar los platos. En uno lo enjuagan, en el otro mojan la esponja”. Otra mujer anuncia una clase de yoga colectiva y un muchacho invita a tocar y escuchar música en el sector de la huerta. Hoy hay festival, y la música, la relajación y la danza son algunas de las propuestas. Mientras sumerjo mi plato en el balde, explican: “Si laváramos los cubiertos con el chorro de una canilla, gastaríamos muchísima más agua”.
Cada uno de estos detalles –la ronda, la comida, el festival, el cuidado del agua– conforman en Velatropa una cultura con nombre propio: permacultura. ¿Qué es esto? El término es una contracción entre dos palabras: permanente y cultura. Sintetiza las leyes que consagran la vida de esta comuna: no producir alimentos sin trabajar la tierra, no comprar electricidad, agua ni gas y no generar basura, son algunas de las propuestas. El desarrollo sustentable es otro de sus pilares. La creación de vínculos sociales basados en la cooperación es lo que sostiene la delicada trama de esta práctica basada en recuperar la relación entre las personas y la naturaleza, entre la gente y el espacio que habita.
Para entenderlo, Mariel, sentada en la ronda junto a Saya, recomienda ver La historia de las cosas, un documental. “Ahí te muestran como las cosas funcionan en este mundo de manera lineal: primero, se las extraen de la naturaleza; luego, se las procesa y produce; en tercer lugar, se las comercializa; y por último, se las desecha”. Llega, entonces, a una conclusión ineludible: las cosas, luego de un tiempo, no se usan más, se desechan, pero ¿qué pasará cuando se agoten?
En su fanzín, Velatropa habla de recicl-arte. Dicen: “reciclar es el acto con el que uno hace que la materia vuelva a entrar en un ciclo, a cumplir una función, dejando de ser basura para ser materia prima”. Ahora entiendo las botellas usadas como ladrillos para el refugio. Ahora entiendo este hermoso ejemplo cíclico que me acerca Mariel:
Los árboles nos dan madera
Con la que hacemos fuego
para cocinar
Que nos da ceniza
Que usamos para cubrir
la caca en el baño seco
Que usamos como abono
para la tierra
Que nos da madera
 
 
Las manos mágicas
La aldea parece estar ubicada en una gran fosa bordeada por las carpas, la huerta grande y los bosques. En esa fosa construyeron con materiales reciclados un refugio que despierta la envidia de cualquier arquitecto. Hecho de adobe y utilizando residuos como ladrillos, es lo suficientemente grande como para albergar una pequeña cocina a leña, varios sillones y colchas esparcidas, una biblioteca y otro salón donde está empezando la clase de yoga colectiva.
Todavía se observan columnas sin terminar y bloques de cemento que brotan del suelo, cimientos del fantasma del pabellón 5. Allí detrás, del otro lado del refugio, está el baño seco, donde me encuentro con Vi y David. Viven ahí –cuentan– pero no de manera fija: una semana en la ciudad, otra en Velatropa. Vi es profesora de reiki, una técnica que busca la sanación o el equilibrio a través de las manos, que ella enseña en la aldea cada luna llena. David menciona otras prácticas espirituales que practican en el grupo y nos recomienda visitar una especie de santuario que está en lo que llamaron el Bosque del Silencio. “Está en construcción”, avisa y se marcha sin más hacia el baño seco.
El bosque bien merecido tiene su nombre. También se encuentra en una especie de fosa, como sumergido en la superficie vegetal que lo rodea. El santuario está construido con maderas y telas que forman un techo, y a sus costados se observan velas y restos de algún ritual. Un cartel reza: “Si vino a comer, tomar o charlar, toque la campana una vez; si está de visita, tóquela dos veces”.
Las visitas llegan por varios canales que la comunidad tiende a un afuera que no quieren hostil. No es, por eso, cerrada, sino todo lo contrario. Invita a la integración a partir de actividades que transmiten claramente la propuesta. El Festival de la Luna Llena, por ejemplo, propuso “un día de armonización y arte por la paz”, que incluyó un almuerzo comunitario, danza, reiki, acrobacia con telas, recital de violín y proyecciones de cine para la puesta del sol. También tienen un sistema de pasantías para sumar “gente con ganas, tiempo, energía y conocimiento” que pueden aportar a las distintas áreas en las que está organizada la comunidad y una puerta permanentemente abierta a las donaciones: piden mantas, palos de escoba (para las construcciones), tetrabricks vacíos (para rellenar los techos), herramientas, pinturas y comida natural. Así, cualquiera puede colaborar con Velatropa aún no siendo un miembro específico de la aldea. Tomás, por ejemplo, es un muchacho que estudia Diseño en la uba, y que todas las tardes comparte un almuerzo o ayuda en lo que se necesite. Por ejemplo, como se va de viaje la semana próxima trajo su bicicleta para dejarla aquí hasta que vuelva.
 
Adobe y luz solar
elatropa es un hueco dentro del hormiguero de Ciudad Universitaria. ¿Habría podido instalarse en otro lado? Tal vez, pero el apoyo estudiantil, la venta de empanadas en los pabellones y las eventuales ayudas de laboratorios de la uba para con el proyecto, son algunas de las bases sobre las que la aldea logra edificarse. “Velatropa es consecuencia del mundo, del aquí y ahora. Somos conscientes que estamos en la Universidad de Buenos Aires, y tenemos que lograr la impecabilidad en ese sentido: no podemos cometer errores, ni ser un mal ejemplo para nadie”, explica Saya.
Para Saya, Velatropa es en cierto modo un retorno a pautas perdidas, de civilizaciones más puras y con valores humanos más elevados. Para él, “el mundo hoy nos vende que la felicidad es el consumo, pero eso sólo llena agujeros. Las necesidades del alma y lo espiritual no te las va a colmar con ningún reloj”. Saya decidió salirse de ese mundo y crear otro. “Fue como morir y volver a nacer”, es decir, empezar de nuevo y desde cero. Por eso, dice, la aldea es para él como un jardín de infantes, donde todos están recién aprendiendo y capacitándose.
A un costado del refugio, tres personas están aprendiendo a construir juntas una pared con vidrio y cañas. “Después las contorneamos con adobe”, cuentan, y explican que la idea es cerrar por completo el lugar de cara a este invierno. Hay en Velatropa un sentido muy fuerte de trabajo y cooperación. No hay sueldos ni prebendas: la gratificación de notar cómo avanza el proyecto es la mejor recompensa. Para eso, se dividen en áreas: hay quienes se ocupan de la huerta; quienes prefieren el reciclaje o la cocina; otros encargados del área de difusión, arte o sanación; otros que entienden más de “tecnologías alternativas” y que son los que colocaron estos leds de luz solar que nos iluminan durante la charla.
Todos y cada uno
elatropa tiene un sector fumadores, aunque la aldea no está afectada por ninguna ley. Es por respeto, explican, y esa “ley” denota un contrato social aún más profundo. Dice Saya: “La base es llegar a un consenso de valores”. ¿Cómo? Saya lo explica con un cuestionario: “¿Querés paz o guerra? Ya estamos de acuerdo en algo. ¿Aceptás la biodiversidad o no creés en ella? Seguimos de acuerdo”.
Esa concordancia en aspectos básicos, sumada a las mismas ganas de llevar a adelante el proyecto, constituyen los escasos requisitos con los que los integrantes de Velatropa evalúan el ingreso de gente nueva a la aldea. “En aldeas anteriores no existía un criterio de ingreso y terminaron por llenarse de vendedores de droga, delincuentes y otras profesiones que no concordaban con nuestro proyecto”, me explica Leo. Leo es el fundador de Velatropa, y el responsable de que pueda hablarse de “otras aldeas” que funcionaron en ese mismo espacio del pabellón 5. “El escaso apoyo estudiantil y el nulo apoyo de las autoridades de la UBA fueron las razones por las que las otras aldeas se disolvieron”, cuenta. Velatropa es, entonces, la tercera aldea del lugar.
El apoyo de las autoridades sigue sin existir, pero a fuerza de organización interna, trabajo y compromiso con la causa, Velatropa piensa dar pelea para que la reconozcan. Por escrito, presentarán un proyecto a la uba donde despliegan un informe y cuentan sus propuestas: cuidar la flora y fauna de esa Ciudad Universitaria y formar un centro de capacitación estudiantil dentro de la aldea, son algunas de las muchas iniciativas para la que buscan apoyo. Mientras, juntan firmas para demostrar el aval con el que cuentan entre los que ya conocen lo que hacen y por qué.
Monito es otro de los chicos de la aldea. Tiene casa, cuenta, y vivir en Velatropa no es más que una elección. Any también tiene una casa en el gran Buenos Aires, y apenas hace 3 meses que duerme en carpa en Ciudad. “La adaptación depende de cada uno. En mi caso, no tuve mayores problemas, aunque cada tanto vuelvo a visitar mi casa…”. Any cursa el magisterio de artes en Barracas, en el horario nocturno. Monito tiene más suerte: cursa diseño gráfico y la universidad le queda solo a unos metros. La carrera requiere la compra de materiales, muchos de ellos costosos y que Monito se ve imposibilitado de comprar. Velatropa soluciona la economía de sus integrantes de manera básica, a través de la venta de empanadas, pero claro está que no puede bancar una carrera de semejante costo. Monito, entre tanto, espera una beca. Any, que la tiene, se lamenta de que el año que viene ya no, “por el quilombo que hizo Macri con ese tema”. El gobierno porteño, presente hasta entre los ausentes.
La pregunta
El día en Velatropa empieza bien temprano. Más aún si se tienen que preparar las empanadas para vender en la universidad. Si es así, a las 6 ya están arriba cocinándolas en el horno de barro. El desayuno varía entre frutas, avena, té o mate cocido. Suele ser abundante y recién luego de las dos de la tarde el hambre vuelve. Se suele almorzar variedades de verduras, muchas de ellas producto de la huerta. El plato que tengo ahora tiene lechuga en abundancia, tomate saltado con zanahorias y arroz integral condimentado. Me acercan también la misma sopa que había tomado el domingo, la de las mil verduras. Hay una bandeja del pan que cocinan en el horno de barro. Estamos sentados en ronda dentro de un gran domo –una estructura circular que le da al lugar un aspecto único–, a la luz del sol y el canto de pajaritos. Los chicos, mientras, discuten qué aviones hacen más ruido: al estar cerca del aeroparque, el sonido de los aviones que sobrevuelan la aldea es la única excepción a la paz y tranquilidad del lugar. Chasky termina de comer y pregunta, “¿Alguien me acompaña a buscar unos paneles al pabellón 2?”. Y da así por reiniciada la jornada laboral.
Queda claro, entonces, que ciertos sectores de la universidad, como los laboratorios de ciencia, ayudan con lo que pueden a la aldea. Estos paneles, por ejemplo, ya no les servían al laboratorio y se los ofrece como material de construcción. Sin embargo, la relación con la universidad se limita al uso del terreno, la venta de empanadas a los estudiantes y estas eventuales donaciones. Velatropa anhela, según reza su proyecto escrito, “conseguir los permisos correspondientes, el asesoramiento técnico y la interacción interdisciplinaria de los estratos que conforman la uba”. ¿Otra utopía? Quizá, pero en Velatropa están acostumbrados a construir con paciencia sus propios sueños.
Saya, por el momento, se contenta con ser un ejemplo. “Porque si nos muestran solo una forma de vivir este mundo no hay posibilidad de elección”. Velatropa, dice, no es para él meramente una aldea, sino un modo de vivir, de comunicarse con los demás y con la naturaleza. Es un proyecto que lo invita a pensar la realidad, el sistema, él mismo. Y a preguntarse: ¿se puede vivir como se quiere? Velatropa es el espacio que le permite encontrar la respuesta.

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

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Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».

Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.

Por Tiempo Argentino

Fotos: Antonio Becerra.

En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.

“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.

“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Represión como respuesta

La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.

“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Un reclamo federal

La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.

Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes, resaltó.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.

El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.

Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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