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La herida absurda

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Félix Bruzzone. Nació en 1976 y es hijo de desaparecidos. Su primer libro de cuentos lleva esa fecha de origen y esa impronta trágica, que logró transformar en pura y buena literatura. Luego, llegó la novela Los topos, nuestra fervorosa recomendación para este verano.

La herida absurdaFélix Bruzzone llega acompañado por su tío, quien me saluda y luego, discreto, nos deja charlando a solas. Nos encontramos en la confitería del Hospital Naval: después de la nota, Félix visitará a su abuela, que está internada aquí. Ese universo de tíos y abuelos, de padres desaparecidos, está presente en la vida de este escritor nacido en 1976, y también en su obra, compuesta por dos libros poderosos: 76 y Los Topos.
El primer libro de Félix, 76, puede ser leído como una novela construida a partir de relatos autónomos o como un libro de cuentos sobre un mismo tema. A lo largo de 76 aparecen los temas característicos de la vida de los hijos de desaparecidos: la crianza con los abuelos, la visita a los antropólogos forenses, el cobro de la indemnización pagada por el Estado, la pertenencia o no a la organización hijos, la mirada sobre el futuro, la comparación con el futuro con el cual soñaron los padres, la búsqueda de datos sobre esos mismos padres.
¿Qué opina tu familia sobre tus libros?
Mi abuela ahora está desvariando bastante, pero me ha dicho varias veces ´No puedo creer que hayas pasado por todo esto, decime que no es verdad´ (risas) y yo le digo, ´no, es una novela…´ (Risas) Tampoco es taaan traumático, hay millones de situaciones más traumáticas. Por ahí están un poco azorados, no me dicen demasiado. Unos tíos me dijeron ´tenemos que juntarnos a conversar, vamos a poner los puntos sobre las íes´, pero al final nunca nos reunimos. En mi familia es un déficit el tema, al menos conmigo, no sé si habrán hablado entre ellos. No es un tabú, pero tampoco un tema recurrente. Siempre noté esa distancia y la soledad, y empezar a darse cuenta de que todos tienen un padre y una novia…
Un relato de la orfandad, algo más que la ausencia física: un desamparo…
Claro, no contaba con la posibilidad de reponer esa ausencia con los familiares. Tengo tíos, abuelos, tenía un tío en San Luis que estaba completamente loco. Siempre que iba para allá me llevaba para un campo de Villa Mercedes, de donde era mi viejo. Tenía una camioneta hecha pelota, la ponía en marcha cuando yo iba, y me decía ´acá venía tu viejo, y acá vive tal, que militó con él, y acá…´ Salvo ese tío, que era muy insistente, nunca se habló demasiado del tema.
 
 
Lecturas tramposas
En su comentario sobre Los topos –que aludía, de paso, a 76–, Beatriz Sarlo escribió: “Parece que sonó la hora. Félix Bruzzone, un hijo de desaparecidos, pone su experiencia a girar en una procesadora literaria que no es políticamente correcta. Su primer libro de relatos, 1976 (sic), era poco convencional, pero esos cuentos aún no habían desatado el tema desaparecidos de sus lazos; más bien lo tomaban al sesgo, desde perspectivas que obstaculizaban el ingreso de la lengua codificada por la ideología”.
La de Sarlo es una lectura tramposa: la incorrección política y la ausencia de ideología son dos cosas distintas. Como si fuese posible una lengua sin ideología…
Los topos tiene un espíritu de época. Habla de la dictadura y esas cosas con otros códigos, desde otro lado. Es un libro triste. Sarlo lo propone como divertido, como humorístico, dice algo así como “qué bueno, ahora se puede hacer humor con eso”…
Es una visión reaccionaria: pasteurizar tu novela convirtiéndola en “humor”…
Si hay humor es para soliviantar, o porque hay humor en cualquier situación, pero hay humor negro en todo caso, tampoco quise hacer una “comedia romántica”, como dice Sarlo. Y lo de lo literario (Sarlo habla de “distanciar el tema de su tratamiento más previsible y ponerlo a funcionar dentro de los géneros literarios”) menos que menos… Yo no pienso en esos términos cuando escribo. Tengo mis ideas sobre la literatura, pero me parece que ambos libros son más de experiencia que de lenguaje o metaliterarios. Obviamente que siempre hay intertextualidades, pero no es que haya trabajado sobre eso.
Quizá lo novedoso es la libertad imaginativa que te tomás para contar historias sobre estos temas: Los topos parece más cerca de César Aira que de alguna novela naturalista…
Me interesa más lo cotidiano que lo naturalista. El naturalismo es una construcción literaria, me parece que la construcción de lo cotidiano incorpora una visión mucho más parcial. Cuando uno habla con alguien encuentra su propia forma de hablar.
La manera de que tu discurso sea tuyo y no estándar…
Claro, pero la situación no se plantea desde el delirio, como podría suceder en una obra de Aira: lo que le pasa al personaje es delirante porque el personaje se vuelve loco. La presencia de Aira está en la medida en que el libro se permite esas libertades. El protagonista, hijo de desaparecidos, se enamora de una travesti, la travesti puede llegar a ser su hermana…
Es una posibilidad inquietante: cualquiera puede ser tu hermano…
¡Claro! (risas) En mi caso, como hijo, nunca tuve una revelación portentosa, de telenovela. Sin embargo, la vida del familiar de desaparecido siempre tiene esa posibilidad. Al no saberse algo básico, que es dónde está su cuerpo, qué pasó, se presta a cualquier cosa.
 
 
Últimas noticias
En Los topos, la novia del narrador, que no es hija de desaparecidos, va a HIJOS, pero el narrador no… Como si quisieras correrte de la versión institucional del hijo de desaparecidos…
Cuando uno entra en ese mundo descubre que hay muchas posibilidades. No es sólo el militante que escribe consignas, por suerte… Por eso Los topos es una novela experimental.
¿Vas a seguir escribiendo historias de hijos de desaparecidos?
Es un tema recurrente que va a estar siempre: bah, no sé si siempre, pero va a estar. Ahora hay una historia familiar alrededor de Campo de Mayo: resulta que mi familia, antes de saber que mi vieja había estado detenida ahí, se fue mudando a lugares que rodean Campo de Mayo. Y ahora yo también vivo a 5 cuadras. Estoy haciendo una investigación que quizá se convierta en algo, llamale “literatura” (risas)… Yo vivo de un lado de Campo de Mayo y mi tía vive del otro: para ir a lo de mi tía hay que pasar por adentro, es un camino de tránsito libre. El otro día reparé que hay gente que sale a correr por adentro. Es un lugar relindo, reagreste, aparte de las instalaciones militares hay árboles, monte, y yo veía a los tipos corriendo por ahí y me imaginaba corriendo yo también… Por momentos me imagino que Los topos es una especie de codo que le salió a 76 y que voy a darle muchas manos, muchos brazos. Sería un proyecto posible, pero yo no soy muy disciplinado como para proponérmelo.
¿Escribís poesía?
Sí, pero con seudónimo (risas). Me dan vergüenza mis poemas, y me dan vergüenza ajena las lecturas, esa cosa solemne que tienen… Hace poco escribí una sobre un amigo medio facho, pero después la volví a prosa.
¿Tenés un amigo facho?
Sí, eh, estaba pensando en alguien que tuviera una mirada alternativa a la que tengo yo. Nunca me cagaría a trompadas por una cuestión ideológica.
¿Qué sabés sobre tus viejos?
No demasiado. Militaban en el erp. Mi viejo iba y venía, capacitando gente, no sé cuándo me concibieron, pero después cuando hicieron lo del adn era mi viejo, posta. El erp fue muy exterminado, entonces hay poca gente que uno pueda decir… a mi mamá la poca gente que hay capaz que ni la conocía. Sí una chica de Campo de Mayo que estuvo cautiva con ella, mi vieja militaba con ella, etc. De ella pude saber bastante, por dónde andaba, por qué zonas, curiosamente cerca de Campo de Mayo…
Usaste la palabra “exterminado” y en uno de tus cuentos (El orden de todas las cosas) el narrador revela su extrañeza cuando uno de los antropólogos usa esa palabra (Transcribo: “…y en un momento Darío que me dice: los que estaban en el ERP fueron muy exterminados, siempre es difícil encontrar algo, y mientras él anotaba algunos datos yo pedí de ir al baño, pasillo al fondo, y fui a lavarme las manos y la cara. Hacía mucho calor y yo había ido en bicicleta. Exterminados, pensé. Esa palabra la había escuchado en referencia a los judíos, nunca para hablar de alguien de mi familia, pero por lo que dijo Darío mis padres habían sido exterminados. ¿Cuántos en el ERP eran judíos?, ¿cuántas cosas idiotas pensé mientras intentaba refrescarme? ”).
Sí, desde ese día esa palabra me quedó fija. Nunca lo había pensado como un exterminio hasta que ese tipo me lo dijo. Eso ya forma parte de lo discursivo, ¿ves? Quizás en el cuento el personaje queda extrañado con la palabra, le parece una exageración. Sin embargo, a mí no. A mí me parece bastante propicia en un punto, porque le da otro carácter a la situación de la represión. Desde el punto de vista discursivo, vos decís “exterminio” y el imaginario te lleva a los nazis, cosas, no diría más nobles (risas), pero sí más importantes, más grandes…
¿Creés posible una lectura posestructuralista de tus libros, una lectura que prescinda de la figura del autor?
Ojalá que no… Para mí todo lo que sea salirse del texto está buenísimo, permite otro juego, otras lecturas. Cuando ves una película y ponen “Basado en una historia real”, me genera una curiosidad extra, son las mejores películas, las más atractivas. Hace poco vi Monster, muy buena, tremenda, muy brutal, la actuación de la mina es buenísima… Hay gente que piensa que las películas basadas en una historia real son una poronga, y para mí es mejor cuando desde el vamos no las podés analizar como mero “cine”.
 
Mientras conversamos, en el país suceden cosas relacionadas con la historia real en la que está basada la obra de Félix: la historia argentina de la última dictadura. El mismo día, en Córdoba, Luciano Benjamín Menéndez recibe su tercera cadena perpetua, esta vez por el secuestro, tortura y homicidio agravado del subcomisario Ricardo Fermín Albareda, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores. En Buenos Aires comienza el juicio oral contra 16 represores, entre ellos Alfredo Astiz, el Tigre Acosta y Ricardo Cavallo, por los crímenes de la esma.
¿Cómo se llamaban tus viejos?
Félix y Marcela.

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