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Pop art

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Ramón Ayala. Compositor, pintor y poeta, este misionero de 72 años es una leyenda viva. Tocó hasta para el Che en Sierra Maestra. Ahora, estrena libro y documental.

Pop artEstamos en un planeta que gira a 29,5 km por segundo alrededor del sol y donde hay selvas, insectos, montañas, mares, ríos, abejas, tucanes, ciudades y barcos. Estamos aquí y por nuestra sangre corre la sangre de abuelos, maestros, antepasados. Estamos aquí, somos seres humanos únicos e irrepetibles y estamos conectados con la tierra. En este universo, en este planeta, en este país, en una provincia llamada Misiones, nació Ramón Ayala. Músico, pintor, filósofo y amante de la vida que proclama en uno de sus poemas:
 
Soy nada más
que un granito de arena
soy nada más que una ola en el mar
soy solamente una hoja caída
del árbol de la eternidad.
 
Ramón es casi un personaje de leyenda. Lo apodan El Mensú y es uno de los compositores más cantados, autor de temas como El jangadero y El cosechero, que suenan en todas las peñas y que han sido traducidos hasta al japonés. Temas que, además, tocó frente al Che Guevara en Sierra Maestra, por ejemplo. Inquieto y original, prefiere señalar otra de sus virtudes: “La vida – explica Ramón- es el único y verdadero milagro que hay que saber apreciar”.
Ramón no lo dice así nomás. Lo expresa en los cuadros coloridos y de gran formato que anda pintando y que ya cuentan con numerosas muestras. También en su música, que ejecuta con una guitarra de diez cuerdas, el gualambao, y a un ritmo inventado por él y único en Latinoamérica, compuesto en 12 por 8, sobre el que impone su voz, vital, fuerte, aquella que ha estado buscando por casi treinta años: “Uno quiere hacer las cosas bien, yo quiero que mi voz sea sonora, cálida, potente y aceptable. No estaba conforme con mi voz y por eso no grababa”. Y es por eso que aunque sus temas hayan sido y sean cantados por muchísimos folkloristas, -desde Mercedes Sosa hasta Liliana Herrero- sólo se pueden conseguir tres discos entonados por él: La vuelta del Mensú, de 1977, De la selva y el rio, de 2005, y Testimonial, de 2008. En el ínterin hubo silencio, cuadros, viajes, literatura, algunos conciertos y una gran búsqueda personal. “El mejor disco va a salir ahora. Creo que mi voz se está aproximando a lo que a mí me gusta. Me fui reconstruyendo por dentro”.
 
El vividor
Dirá Ramón:
“Cada uno es dueño de su vida y de su muerte, de su sabiduría y de su ignorancia. Nosotros somos un misterio y no nos damos cuenta, creemos que tenemos derecho a andar matando pájaros, a andar matando tipos, y no nos damos cuenta de la gran responsabilidad que tenemos como parte de este cosmos”.
Dirá también:
“Estamos en un tiempo lanzado, los poderes económicos que cambian la mentalidad de los pueblos: te hacen olvidar de tus propias cosas. Nosotros no podemos perder el tiempo en andar balbuceando cosas y transitando viejos caminos, tenemos que ir directo a la cuestión y decir: si yo soy la luz, si soy el pensamiento, la creación, si soy el hombre,¿ por qué debo vivir una masa informe en donde se oculta el acecho y la traición? ¿Por qué debo dejar la noble visión de amar mi tierra con el alma y adaptar otras visiones? Yo tengo que ser esto. Soy un hombre parido por la tierra, único en mi especie, debo ejercer el amor, el respeto, la vida”.
En Ramón Ayala esas vidas son muchas e incluyen, además de un pintor y un músico, un escritor, con tres libros próximos a ser publicados: La mente, Poemas para curar el alma, Confesiones a partir de una casa asombrada, donde cuenta sus diez años de experiencias viajando por África y Medio Oriente. También, otro libro que está terminando de escribir ahora mismo, luego de diez años de trabajo: La historia de la abuela o la guerra grande, un poema épico en décimas asonantes que cuentan la guerra del Paraguay, desde los detalles que se le escapan a los historiadores pero que retratan al hombre y a la mujer que soportan la guerra.
Para contar estas historias, Ayala utiliza ese lenguaje enumerador y vistoso con el que fue armando un estilo propio. Así lo explica: “Repetir siempre las mismas palabras no te ayuda a encontrar lo que querés decir, quizá porque no está a la altura de tu pensamiento. Hay que esforzarse por encontrar la palabra justa para poder acceder a la luz de la conversación y llegar al descubrimiento de cada palabra. Yo soy un autodidacta, creo que todo en mí es original. Me molesta aquel regreso permanente a caminos cansados. Si tenemos una paleta donde están todos los colores, ¿por qué vamos a usar siempre los mismo? Por eso me tomo estas dificultades, que a veces te obligan a abrir la mente hacia otro espacio para poder subsanar esa muralla. El poeta popular es necesariamente un hijo del asombro, y tiene la obligación de transmitir esas maravillas, esos misterios”.
Le pregunto ingenuamente dónde está esa diferencia entre lo popular y lo masivo.
Dirá Ramón:
“Todo es una cuestión de educación. No puede ser que en el mismo pueblo haya gente que haya encontrado una verdad verdadera y una verdad falsa. En el mismo pueblo, en él mismo cuerpo del pueblo, hay gente que tiene la capacidad de buscarse a si misma, de huir un poco de esa repetición, encontrar un poco de originalidad, por lo menos un rato de su propia persona. Aquellos que no logran salir de la pavada nunca van a saber quiénes son, y eso es muy triste. No les han enseñado en los comienzos de la propia vida que ellos son parte de la tierra, que son una piedra modelada en manos del paisaje. Eso deberían enseñar en el colegio, tanto como la matemática, la geografía o la historia. Quién es el hombre parado con su sombra en el paisaje. El hecho de estar vivo debería llevarnos al asombro. Uno no puede entrar al templo de la vida como un caballo loco en un bazar, todo es una maravilla, todo lo que vemos es único e irrepetible, y uno no puede ser un pobre infeliz que no ve nada. Nosotros, los poetas, que creemos ver algo, tenemos el deber de comunicarlo. Este momento es irrepetible, ésta es la vida y no debemos dejarla escapar. Mañana es tarde. Estamos en la antesala de la felicidad, si sabemos comprenderla. El que está vivo es aquel que ejerce la vida, no es el que duda, no el que existe, sino el que se ha dado cuenta de la magia de su propio ser. No hay que ser un turista de la vida, hay que ser un protagonista con conciencia. Cuando vos llegás a darte cuenta de eso, te sentís un gigante. Yo, con mi pequeña luciérnaga, siento que tengo la responsabilidad de transmitir este asombro”.

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