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Plantar rebeldía

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Arbolito. Ritmo latinoamericano y letras que sacuden el alma los convirtieron en aliados de batallas sociales. Tras llenar el Luna Park, siguen cosechando el éxito de la autogestión.

Plantar rebeldíaOdio viajar en las horas pico: cuando me senté, cuando ¡por fin! desplomé mi cuerpo sobre el asiento negro de la línea 6, tras ver, parado, media ciudad por la ventana del colectivo, ya debía haberme bajado, por lo menos, quince minutos antes. Un cuarto de hora, más los diez minutos que tardé en avivarme…
Ahora, que desando –a pie– el trayecto que hice de más, Parque Patricios se me mete en el cuerpo con la virulencia de un huracán. Surco sus calles con la cabeza hacia arriba, como un nene que es llevado en cochecito, disfrutando sus terrazas al aire libre. El cielo, gris e hinchado como la panza de un burro, me obliga a apurar el paso. Por fin llego.
La dirección de una supuesta sala de ensayo: una puerta blanca agrisada e irregular. Conjeturo que detrás de ella me esperan los integrantes de Arbolito, mate en mano y las manos en algún instrumento.
Al segundo timbre, la puerta se abre vergonzosamente. Ya estoy adentro, lejos de la tormenta y los colectivos. Salvo que los instrumentos tengan el tamaño de una máquina de imprenta, estimo que debe haber un pequeño error. A punto de creer que estoy frente a un papelón, un hombre que apenas diviso me aclara que la gente que busco está en el sótano.
Ahora sí, la sala de ensayo. Ahora sí, los mates. Ahora, sí Arbolito.
A paso de músico, se acercan Ezequiel Jusid (voz, guitarra acústica y guitarra eléctrica) y Diego Fariza (batería y bombo legüero). Antes de apretar REC la ronda de mates da varias vueltas. En lugar de bizcochitos me convidan un puntilloso registro de los ecos que va teniendo Despertándonos, el sexto hijo de la banda, que vienen presentando en distintas localidades del país y que a mediados de este año logró que llegasen al Luna Park.
Echando raíces
Pequeño Arbolito Ilustrado: dícese de una banda dedicada a la fusión del rock con ritmos folklóricos argentinos y latinoamericanos, que surgió en 1997. Está compuesta por egresados de la Escuela de Música Popular de Avellaneda. Su nombre fue elegido en honor al indio ranquel que degolló al coronel Rauch en venganza por el genocidio cometido contra su comunidad.
La fórmula por la cual sus shows generan una irremediable cofradía es “fiesta y alegría”. Con esos ingredientes combaten el desánimo y el pesimismo, y lo baten a mano con letras que desnudan muchas de las injusticias que los medios ni registran.
Tocaron en cientos de plazas, fábricas y espacios recuperados y asambleas, entre otros ámbitos comunitarios similares. Tras varios años de autogestión, en 2007 firmaron un contrato con una discográfica multinacional (Sony/BMG), hecho que sorprendió y perturbó a más de uno de sus seguidores (Mmm, hola).
Como éste sí es un colectivo en el que vale la pena perderse, ahora sí, aprieto REC y registro lo que escucho.
 
Llevan más de diez años de recorrido, muchos de ellos de manera autogestiva y ahora con Sony. ¿Qué fortalezas y debilidades observan en cada uno de esos momentos?
Ezequiel: La autogestión es fundamental para cualquier banda. Es algo delo que vamos a estar orgullosos siempre, por haber podido caminar diez años totalmente solos haciendo lo que queríamos, bien o mal, pero sin esperar que venga nadie a darnos nada. A raíz de esa autogestión, es que se acercó Sony a querer editarnos los discos: si no, no hubiésemos estado en una compañía, o hubiésemos estado de otra manera. Para nosotros la autogestión es parte de nuestra identidad.
Diego: Sony aportó algo que tiene que ver con los discos, a nivel del sonido que se consigue, eso te cambia, está bueno a nivel musical.
 
Ezequiel retoma la palabra: “Eso es lo más importante que nos da estar con una compañía: que no tengamos que estar nosotros pendientes, juntando la guita para hacer más discos. Después, seguimos siendo autogestivos en todo lo que hacemos porque el contrato que tenemos dice que Sony solamente tiene que ver con los discos, no con nuestra carrera ni con los shows”.
 
¿Tuvieron algún prurito del tipo del “qué dirán”?
D: Lo pensé desde el público, pero también creo que está clarísimo que seguimos haciendo lo que nos gusta: no corrimos el eje ni nada por el estilo. Nos profesionalizamos a nivel sonido, nada más. Estamos contentos porque llegamos a ese lugar, ya puestos en una situación en que podíamos mantener nuestros principios y ellos aceptaron. No hubo peros.
E: Todo salió como nosotros queríamos, no hubo ningún cuestionamiento. Ellos quieren vender discos y si a nosotros nos va bien, ¿por qué van a querer cambiar lo que somos? Si no, no hubiesen venido a hablarnos. Al principio teníamos esa cuestión con el público porque sabíamos que iban decir “eh loco, se vendieron”, pero también sabíamos que cuando saliera el disco íbamos a demostrar que no. Seguimos tocando en Zanón, en comunidades, junto a las Madres. Vamos a donde queremos ir.
 
Ezequiel y Diego me desatan, con simpleza, el nudo que se me había hecho en la garganta. Sus palabras colocan la hipótesis exactamente en el punto contrario: esa sólida construcción artesanal les permitió aceptar la oferta desde un lugar de fortaleza. Y, al conocer los distintos vericuetos del proceso que va de la composición al disco en la góndola, saber a qué decir sí, y a qué no.
La fiesta y la protesta
Los shows de Arbolito tienen algo que, a falta de palabras más ocurrentes, puede llamársele mística, o fiesta. Ese clima no se interrumpe ni en las más crudas de las canciones. Ezequiel: “Es una característica nuestra. Es una manera de entender la lucha o la resistencia, que es uno de los cambios que vemos en la actualidad: se vive con alegría. No sólo en lo que hacemos nosotros, sino en muchos lugares se está resistiendo, pero con alegría. Es un poco la diferencia con la canción de protesta de los setenta”.
Muchas veces, además, es la lógica que diferencia a tantos partidos políticos de izquierda de los movimientos sociales. Ezequiel lo visualiza mejor: “Ciertos partidos siempre andan con esa cara fruncida y enojados”. Luego, me aporta detalles de su pensamiento: “Si se puede luchar o denunciar, o tratar de cambiar las cosas con alegría, con fiesta, con Fernet, con chicas, mucho mejor”.
 
En una de sus canciones (Sobran) critican a los políticos, pero bien sabemos que todo acto es político. ¿Cuáles les parecen que son los actos políticos de Arbolito?
D: Cada vez que subimos al escenario, porque es como un disparador.
E: El hecho político es estar haciendo cosas, conscientes de que uno hace lo que quiere y con la ilusión de que las cosas mejoren. Nosotros hacemos música desde ese lugar, no desde una militancia estricta. Sí acompañamos a muchísima gente que milita. Pero nosotros hacemos música pensando que ojalá ayude a mejorar las cosas, eso ya es un hecho político: que una canción despegue y alguien se identifique con eso y pueda llevar a alimentar su lucha, está buenísimo.
¿En qué cosas estamos “Despertándonos”?
Más allá de que todavía estamos en el horno, creo que en la conciencia de que se puede cambiar.
¿De qué manera se sienten parte de ese despertar?
Por ejemplo, nos fuimos metiendo en la resistencia de los pueblos originarios, en esa lucha. Sin darnos cuenta, porque le pusimos el nombre a la banda como símbolo de esa resistencia, pero no éramos militantes del asunto.
 
Uno y otro tardan en identificar a sus referentes ideológicos, hasta que lo hacen y señalan un grupo reducido, justificando cada elección: Bayer, Capusotto, Evo, las Madres y las Abuelas. La charla sigue en una fusión que entremezcla música con palabras tales como cambio social, horizontalidad y barrio.
Me despido del colectivo Arbolito para subirme a otro que me arrima a mi casa. Al bajar, al lado del timbre, veo un sticker que potencia todo el encuentro. Dice (transcribo textual): “Si no fuera x la musik, habría + razones para volverse loco”.
Sentí que debía rendirle tributo a la mano que lo pegó.

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