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Revolución online
Código Sur. El movimiento de software libre argentino logró, con este colectivo, conectar las computadoras con los movimientos sociales. Talleres y programas para el cambio social.
No en twitter, precisamente, pero las revoluciones online existen. Que hay mundos dentro de mundos ya lo escribió Borges, pero que en Internet haya buenos y malos, estafas y causas por las cuales luchar, puede resultarnos una novedad. El software libre argentino es noticia, en la mayoría de los casos, cuando una oenegé captura fondos para entretener a universitarios desocupados. Acaso para que no notemos que los mundos de adentro y los de afuera son muchas veces los mismos o para que las organizaciones sociales no se hagan este tipo de preguntas:
¿Por qué declararnos en contra de Monsanto y los transgénicos y seguir usando Windows?
¿Qué hubiese pasado si Pitágoras patentaba las matemáticas?
¿Qué libertades y herramientas nos da Internet para pensar otras formas de relacionarnos y participar?
Respuestas
ódigo Sur es uno de los hijos de estos interrogantes. Desde 2002 dicta talleres de comunicación con los que promueve una reflexión teórica y política acerca de esas tecnologías de información y comunicación. Su trabajo, además, se centra en organizaciones sociales a las que instruye sobre cómo usar las herramientas del software libre en el cotidiano y operar en radios, programas de diseño y desarrollo web en general. Recientemente concluyó en Santiago del Estero una serie de talleres regionales iniciados en 2009, en los cuales participaron el Frente Popular Darío Santillán y el Movimiento Nacional Campesino Indígena, entre otros grupos.
Santiago Hoarth Moura, fundador y parte del equipo de coordinación de Código Sur, explica qué es un SL para desentendidos: “El software es un código que hace que todo lo que hacemos en una computadora funcione y se procese. Algunas de las empresas productoras de software a escala planetaria son las que deciden nuestra forma de relacionarnos con la tecnología y se constituyen como actores principales en el sistema de dominación tecnológica al restringir el acceso al código fuente. Este tipo de desarrollos se conocen como ‘software privativo’ (como Windows) ya que no sólo el código es privado (de la empresa que lo desarrolla, en este caso Microsoft) sino que priva de libertades a las personas usuarias, convirtiéndolas en esclavas o prisioneras de ese software. Muy por el contrario el software libre brinda cuatro libertades esenciales: la libertad de usar el programa, con cualquier propósito; de estudiar el funcionamiento del programa y adaptarlo a las necesidades; de distribuir copias, con lo que puede ayudar a otros; de mejorar el programa y hacer públicas las mejoras, de modo que toda la comunidad se beneficie”.
Con esta premisa Santiago y cuatro amigos empezaron por el 99 a trazar proyectos. No imaginaron que para 2010 habrían pasado por todos los Foros Sociales Mundiales, por el Foro Social Américas, el Encuentro Hemisférico de Lucha contra el ALCA, el Encuentro de los Pueblos y otras muchas reuniones continentales. No imaginaron tampoco que 2010 los encontraría en Costa Rica, con una fundación e impartiendo talleres en toda la región. Propongo entonces que Santiago imagine su 2011: “Queremos conformar una escuela latinoamericana para seguir profundizando este acompañamiento regional y hacer un trabajo más amplio de formación de formadores, para que cada país tenga sus propios referentes en este proceso”. En su página web, amplían la convocatoria de profesores y colaboradores para el proyecto.
De Microsoft a Monsanto
sí el panorama, Microsoft es el malo de la película. Santiago cuenta que sus pares de la vida real, los Gates, acaban de comprar acciones de Monsanto por 23 millones de dólares (que sería, según cálculos almaceneros, una suerte de 500 mil acciones del total de la compañía). ¿Qué nos dice todo esto? Que los monopolios (de tecnologías y de semillas) se van alineando, y que tienen más en común de lo que parecen. Santiago cuenta: “Ambas trabajan con patentes. Monsanto estudia durante años cómo se cultiva una semilla en su suelo original, por ejemplo el proceso milenario de la Milpa, que es una sabiduría que los pueblos originarios transmitieron oralmente de generación en generación. Ellos van, estudian ese proceso, y luego patentan. Y además modifican genes de las semillas estudiadas. Microsfot hace algo similar pero con el desarrollo del software”.
Lo similar, entonces, tiene que ver con los algoritmos y operaciones que manejan los softwares. Cada programa de Microsoft responde a una serie de ecuaciones matemáticas (que es un bien de la humanidad, recuerda Santiago), que son patentadas y selladas. Nadie puede saber, al igual que con las semillas de Monsanto, cómo está hecho el software. Entonces: nadie puede modificarlo, aprenderlo, mejorarlo, ni distribuirlo. Santiago sigue: “Pero no sólo eso, sino que además somos piratas cuando hacemos una copia de un software, con lo que hay una fuerte criminalización de la sociedad civil”. Y remata: “Imaginemos si Pitágoras hubiera patentando las matemáticas”.
Las preguntas son sin embargo otras: ¿es el conocimiento de las semillas o del software, exclusivo de un grupo? ¿O por el contrario son patrimonio de la humanidad?
En sus talleres, los Código Sur intentan un planteamiento político acerca de la utilización que las organizaciones y movimientos sociales hacen de estas herramientas. Este primer enfoque, según Santiago, “despierta la reflexión teórica y política acerca de las TICs, procesos históricos de su conformación y penetración cultural, relaciones con proyecto de dominación y qué alternativas tenemos en el siglo XXI para desarmar ese proyecto y ponerlo al servicio de los pueblos”. Por otro lado, enseñan (“socializamos conocimiento”, dirá Santiago) acerca de cómo usar herramientas de software libre en sistemas operativos, radios (“muchas organizaciones tienen radios comunitarias”), diseño gráfico (“muchas también imprimen boletines, revistas, folletos) y desarrollo web, en general.
¿Cuál es la discusión de fondo de todo esto?
La forma en la que estamos construyendo modelos de conocimiento, producción de saberes y cómo éstos finalmente marcan el derrotero cultural de la humanidad y sus bienes comunes. La lucha en este sentido es si esa construcción cultural trabaja para la dominación o para la liberación de las personas y de los pueblos. Tanto Microsoft como Monsanto trabajan para la dominación y de forma conjunta.
SL en Latinoamérica
Cuál es la lucha, entonces? ¿Trabajar por un servicio cibernético evolutivo y participativo o aportar a una “lucha social” desde las computadoras?
Nosotros no apostamos a la lucha social desde Internet. Apostamos a la lucha social de personas reales. Y que luego, se articulan con otros grupos para hacer algo más grande a través de la red. Como dice un amigo nuestro, Internet no es una red de redes de computadoras sino una red de redes humanas que la utilizan como plataforma. Por eso no podemos hablar de Internet como si fuera la solución a nuestros reclamos de justicia social y de articulación, pero sí como herramienta que puede estar al servicio de estos procesos, siempre y cuando podamos tener una mirada crítica del uso y apropiación social de las nuevas tecnologías de información y comunicación.
Pero hay muchos grupos de SL que no están socialmente comprometidos…
Claro, y aunque tienen muy buenas intenciones, no pasan de promover el software libre como un aspecto tecnológico que tiene más beneficios que el software privativo.
¿Cómo definirías entonces al SL?
Como una oportunidad de realizar un proceso de contrahegemonía y golpear los intereses mismos de algunas transnacionales. Y lo vemos como un proceso de construcción de saberes y de cultura. No sólo el software debe ser libre, sino, y más importante, el acceso a la educación debe ser libre, el acceso a la salud, las medicinas, el acceso al agua, el derecho al territorio, la soberanía para decidir si un pueblo quiere o no explotación minera. Queremos ser libres también en esto.
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Regresiones
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Viaje al fin del modelo
El pueblo mapuche en Chile. En la patagonia chilena el Estado defiende con ley militar los negocios que arrasan con los recursos naturales. Causas armadas y testigos comprados son los mecanismos que ya lograron encarcelar a 96 comuneros mapuche. Teléfonos pinchados y operativos violentos forman parte de la vida cotidiana de quienes se resisten a ponerles precio a sus vidas: eso es el territorio para la comunidad más perseguida de Latinoamérica y con la que conversamos en la cárcel y a orillas del lago que hoy es zona de guerra.
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El desierto minero
Copiapó, el pueblo de los atrapados. La audiencia global quedó atrapada por la historia del rescate de los 33 mineros. Ahora, la mina dejó cesantes a los 328 que quedaron en la superficie, en una ciudad con su río desaparecido y rodeada de montañas de desechos contaminantes. Cerca, la poderosa Barrick Gold sigue explotando Pascua Lama, que perfora la cordillera hasta el lado argentino. Las protestas vecinales contra la contaminación también sacuden a comunidades que resisten el modelo extractivo con rap y huelgas de hambre.
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