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Familias Q’Heridas. Hijas de desaparecidos hacen memoria y curan heridas sociales a través de esta muestra que expone sus miradas sobre esas historias que lograron convertir en arte.

RecordarteLa exposición fue ideada por Jorgelina Molina Planas, restituida en 1984, y desde allí, por supuesto, debe pensarse para entender qué es exactamente lo que se expone. “Fue un proceso muy largo que tuvo que ver con el reencuentro con mi identidad. Mi nombre adoptivo es Carolina Salas y el de nacimiento, Jorgelina. Durante mucho tiempo viví pensando que esa era mi realidad. Cuando terminé el secundario, mi hermano biológico, Damián, que me venía buscando desde hacía años, me ubicó”. Fue entonces, dirá Jorgelina, cuando ingresó a un convento. “Fue una decisión mía, un lugar neutral, como tomando distancia de mi familia adoptiva”.
Pero Damián llegó también hasta el convento. “Me vio con el pelo corto, vestida de gris”. Ahí empezó el ciclo de conocer a sus tíos, abuelos. “Y se me armó un lío interno. Eran mi familia, pero no los conocía, no sabía si los quería”. Procesar eso le llevó seis años que pasó en el convento. “Después fui a ver donde murió mi papá. Fui al hogar donde estuve los seis meses antes de que me adoptaran. Fui a conocer a la mujer que, cuando desapareció mi mamá, se quedó conmigo. Recorrí todos los pasos previos a caer en manos del juzgado que, en lugar de buscar a mi familia, me mandó a un hogar”. Resume Jorgelina: “Yo tenía cuatro años cuando me me adoptaron, siempre lo supe, pero que fuera hija de desaparecidos era tabú. Por eso me daba miedo conocer a Damián, de que fuera alguien muy metido en política, de que me meta ideas raras en la cabeza. En el convento, al separarme de mi familia adoptiva, pude ver otras realidades, eso me ayudo a objetivar un poco”.
Cuando en 2009 muere su madre adoptiva se sintió más libre para buscar su identidad. Era el final del recorrido y el principio de otra historia. “Ya casada, con hijos, volví a mi nombre original. Y de ahí viene la idea de la muestra”, dirá Jorgelina sin más.
Su obra expone su camino.“Tenía mucho miedo de mostrar la cruda realidad, porque mis obras muestran eso: todo el conflicto”. Collages, dibujos, técnica mixta, combinación de texturas, colores, materiales, una forma de ir armando el rompecabezas, en el lienzo y en su vida.
Pero es algo que Jorgelina no quiso hacer sola. En estos días ella, junto a María Giuffra, Ángela Urondo, Ana Adjiman, Victoria Grigera y Ramón Aiub, inauguran una exposición de pinturas, dibujos, cine y música. Todos hijos de desaparecidos que con su trabajo visibilizarán las consecuencias del terrorismo de Estado donde, los niños de ese entonces, ahora adultos, dibujan la memoria como una responsabilidad artística y social.
La herencia
El taller de María queda en el último piso de su casa y se abre en una pequeña terraza. Allí se respira óleo mezclado con sahumerio recién prendido. Afuera va cayendo el sol, pero aún se ven claramente los cactus pintados en las paredes y los de verdad, en miniatura, que pueblan la terraza. Frascos, huesos, caracoles colgando, fotos, espejos, maderas, cuadros, telas son el escenario cotidiano de inspiración. María Giufra es artista. Pinta. Dibuja. Crea. ¿Qué es el arte para ella? El modo de convivir con el pasado, recuperando su historia que, sin pedir permiso, se fue filtrando desde chica en sus dibujos. En ese entonces no sabía qué significaba. Su papá desapareció en febrero de 1977 y María, de tan sólo de seis meses, fue llevada por su madre a Brasil. Ocho años de exilio. El arte fue la salvación y, también, la herencia. Su papá dibujaba mucho, y su abuelo pintaba y esculpía.
En su trabajo Los niños del proceso se cuelan esas frases que escuchaba de chica: “La zurdita de mierda”, “El niño delincuente subversivo”. Cuenta María: “Me pasó en carne propia y la pase muy mal. Yo entendía lo que me decían, pero no entendía por qué era un insulto. Ahora uso en todas partes esas palabras, son los títulos de mis trabajos. Es como sacarle ese peso a las palabras”.
¿Qué le aporta trabajar su historia en esta muestra compartida? Dirá María: “ Al mostrar toda la obra junta es una forma de contar cómo cada una vivió su historia de forma singular. A veces la gente habla de los hijos de los desaparecidos como si fuéramos una masa amorfa… En lo que coincidimos es que usamos como herramienta el arte, que es algo que ninguna eligió, que se nos impuso”.
Arcanos
Ana no tiene recuerdos de sus padres, Jorge Simón Adjiman y Estela María Gache, ni de sus tíos Leonardo Adjiman, Daniel Adjiman y Soledad Schjaer, todos asesinados y desaparecidos en 1976. Ella sólo cuenta con fotos y testimonios. “Es como dice María: uno empieza a abrirse y empieza a caer información así, como por arte de magia, aunque no es magia. Yo me crié con mis abuelos, ellos nunca me ocultaron nada, pero tampoco me dijeron nada de más, siempre como en una burbuja de protección. Pero yo soy muy hincha, somatizo mucho y cuando el cuerpo comienza a avisarme que hay algo que tengo que empezar a investigar, voy por ahí”.
En Familias Q´Heridas expone una serie. “Son los arcanos mayores del tarot, 22 arquetipos. Cada uno es una instancia de una persona”. En una de sus postales aparece la emperatriz, con el rostro de su abuela tomando un mate. “Lo que hice fue tomar lo que para mi es significativo de cada carta y relacionarlo con algo muy intuitivo de gente que me rodea. Siempre pinté a mis viejos en primer plano sin mucha conciencia y, después, con el tiempo, fui cayendo sobre lo que estaba pintando. Nunca milité en Hijos ni en ningún organismo. Entré a mi historia por el arte, con esa conciencia anulada. Después, de a poco, conocí a María. Y a Jorgelina, a través de una amiga que buscaba a alguien que la reemplazara en unas clases de arte. Nos conocimos un 24 de marzo sin saber nuestras historias”.
Voz propia
Casi a última hora aparece Ángela. Después de haberle cocinado a sus hijos, encuentra un rato para sentarse y charlar tranquila, dice. Se la siente plena, fresca, entera. Ella es dibujante. “Siempre dibujé, fue como mi herramienta principal”. No perdió la fe aún cuando en la escuela un profesor le dijo que nunca iba a ser dibujante porque sus botellas no estaban derechas. Todavía no conocía su historia. “Yo dibujo de todo, mucho arte erótico, no tengo mucha obra política, sí un trasfondo social inquietante. La gente espera que todos seamos Carpani”.
Ángela es hija del poeta Francisco Paco Urondo y Alicia Raboy, historia que supo recién a sus veinte años. “En 1995 me enteré de mi historia. Pasé por HIJOS, en una etapa primaria de la organización. Después me desvinculé, pero me quedé con ganas de hacer un proyecto colectivo, no sólo plástico”. Cuando se enteró de la idea de Jorgelina enseguida se sumó. “Además, ella y yo tenemos una historia parecida ya que las dos fuimos adoptadas. A la vez somos bastante distintas: mientras yo era punk, ella estaba en el convento. Por eso para nosotras es tan curioso descubrir cómo nos diferenciamos y cómo nos parecemos a la vez. Es un efecto espejo”.
En estos días Ángela va y vuelve de Mendoza por el juicio contra los responsables del asesinato de su padre y de la desaparición de madre. “Falta poco para la sentencia”, resume.
La exposición estará también acompañada de la proyección de la película Eva y Lola, dirigida por Sabrina Farji y la música de Ramón Aiub, hijo del desaparecido poeta Carlos Aiub. Resume Ángela: “Me parece que es importante sacar nuestra propia voz. El ser hijos de desaparecidos es una identidad que muchas veces pone nuestras vivencias en segundo plano. Yo misma fui secuestrada, perseguida y tiroteada, porque estaban con ellos en el momento en que murieron y desaparecieron. Tengo la necesidad de hablar en primera persona de todo eso. Esto es como una reivindicación de aquellos niños que fuimos y un reconocimiento de que pasamos por esa situación. También es una posibilidad de salir de la victimización”.

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