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Progreso

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Crónicas del más acá

La Avenida General Paz me genera ambigüedades varias: la primera es el personaje que le da su nombre; la otra es su belleza llena de horror. Arbolada y de elegante sinuosidad, es la gran cloaca automotriz de estas pampas. Además separa, pero no sé muy bien qué es lo que separa. La General Paz es una de las ambigüedades de la Patria.
Patria. Qué palabra. Me da escalofríos.
No. No es emoción.
Después de algunas dubitaciones viales y de indicaciones de gente bien intencionada, pero que no sabe decir “no sé” y te manda al carajo, llego a una de las entradas de Tecnópolis. Una árida, desolada y terrosa planicie para estacionar autos, donde una altísima travesti me indica por dónde entrar y una morocha gordita y retacona, que corrige a la travesti, me manda por otro lado.
Milicada por todas partes. Por todas partes.
Buena parte del predio pertenecía al Batallón 601 de Inteligencia Militar. Batallón Militar de Inteligencia es casi un oxímoron, pero demasiados muertos y tragedias me impiden hacerme el gracioso.
Recuerdo que de estos lugares, hace ya un tiempo, salió un energúmeno (más) a salvar a la Patria de no sé qué cosa. Se llamaba Seineldín, era otro de los alfoncínicos héroes de Malvinas, cuando unos cuantos anónimos pagaron con su vida la vocación de héroe nacional del citado energúmeno mientras otro (energúmeno) que era Presidente de la Nación le hacía hacer sapo. ¿Será por eso que Patria me da escalofríos?
Camino un largo trecho y en el trayecto veo un baldío mugriento, algunas maderas puestas como muro de contención, yuyal y nuevamente empiezo a dudar: o estoy en el lugar equivocado o andamos en ciencia y tecnología peor de lo que pensaba.
Es un acceso extraño y precario, pero finalmente llego a lo que parece una verdadera entrada. La enmarcan dos dinosaurios de tamaño medio, que por ciclos abren y cierran boca y ojos y mueven su cola. Hummmmmmmmmm. ¿Dónde estoy? Jurassic Park no es. Algunos chiquitos miran a los dinos con toda atención, meditando acerca de si deben asustarse o decepcionarse.
Luego, sí. Dos largas calles peatonales que se abren y a sus costados stands, carpas, locales, como lo quieran llamar. Enorme cantidad de personal, muy joven, muy atento. Los que barren y limpian portan camisetas que dicen “recicladores urbanos”.
¿Hace falta?
Un lugar enorme, prolijo, con mapas, indicaciones, carteles, info digital, guías, más milicos, más recicladores urbanos. En los stands (o como se llamen) hay muestras acerca de la cuestión del agua, los glaciares, la vivienda, la tecnología espacial, plantas que si las tocás producen sonidos, Scioli Digital (otra planta).
Y dale con el Yo Creo.
En una punta del predio está colgada la Constitución de metal que se paseó en el Bicentenario (¿?).
Energía nuclear, pruebas para mostrar cómo se te paran los pelos (qué interesante… lo hacía en la escuela con un peine y papelitos), algunos caminando por la calle con unos zancos elásticos, pero que en vez de disfrazarse de payasos se visten como esquiadores mientras otros agitan banderas como escenografía; puestitos de venta de tazas, gorras, llaveros, remeras de Tecnópolis.
La infaltable música a todo volumen para que no te sientas solo, para que no estés triste, para que no escuches el silencio.
Una especie de circo posmoderno, sofisticado, entretenido y con información. Por allá, un tanque y una base lanzacohetes y algún viejo helicóptero Sikorsky (esos alargados con dos hélices enormes), imponente e impotente. Por acá, dos testimonios de las frustraciones patrióticas: el Pulqui, el avión del Pocho que nunca voló, y el Cóndor II, el cohete en el culo de Menem.
Por supuesto, dos bellos títeres en un rincón son lo más atractivo para los Decepcionados del Dinosaurio y para mí. Pasamos un ratito bárbaro. El argumento de la historia es políticamente correcto: no desperdiciar agua.
Pero está bueno.
No me miren, está bueno. En serio.
Me parece que hay mucha gente, pero los laburantes dicen que no, que la locura ya pasó.
Mierda.
Hay nenes de todas las especies y variedades (incluso hay algunos que parecen humanos) y empiezan a empujarme y pisarme a pesar de que sobra espacio. Mi educación urbano-burguesa empieza a resquebrajarse y sombríos vientos homicidas me despeinan.
La traza, los modos, las caras, indican una importante presencia de gente humilde, el morochaje criollo que busca un lugar en el mundo…
¿Será este?
Cogoteo desde afuera una carpa y veo “Robótica para Todos”… ¿No es mucho? Trenes, maquinaria agrícola, Telefónica, Banco Provincia. Un collage posmoderno y colorido, una especie de kermés multicolor, modelo 2011.
¿Ciencia? ¿Técnica? Poco para decir. Se calla si no se sabe. Pero parece mucho más una muestra de espectacularidad K que otra cosa. ¿Es una porquería? No. No se trata de eso. De ninguna manera.
Se trata de las distancias posibles entre lo que la cosa dice que es y lo que la cosa es.
Con un probable riesgo de intoxicación filosófica, mastico una plástica ensalada de frutas en un bar que se llama Soberbio Isósceles. Una sensación de paralelepípedo me estremece.
Me voy, cansado de caminar y de niños que me empujan. Mientras busco una remisería, transito un barrio de pasillos estrechísimos y casillas que transparentan la intimidad como un absurdo. Pobreza, sin alardes ni discursos.
Una boliviana chiquita y charlatana me avisa que no me meta en la villa a buscar un remís si quiero conservar lo que sea posible conservar y me hace en el aire un complicado y pertinente mapa de arribo a otra agencia. La remisería es una metáfora sobre las ruinas de Tenochtitlán y el coche, un milagro mestizo y clandestino de naturaleza y mecánica.
El pibe morochazo que me acerca a casa me cuenta que su abuelo le decía que los milicos tiraban cadáveres a un canal que ahora entubaron. Y se queda en silencio.
Me dice que es linda la ciudad desde la (ambigua) General Paz.
Me dice que siempre vivió en Villa Martelli, pero que está cansado de escuchar tiros a la noche y que quiere ir a vivir a un lugar tranquilo.
“¿Sabe Don? Donde pueda tomar mate en la vereda a la noche y en el día se escuchen los pajaritos”.
¿Cómo era? Ah sí… “Tecnópolis, vení a conocer el futuro”.

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Elecciones de vida

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Loncopué quiere votar “No a la minería”. A 300 kilómetros de la capital de Neuquén, los vecinos se organizaron para resistir el desembarco de un proyecto minero chino. Comenzó con una maestra, un cura y un abogado y terminó reuniendo en asamblea a políticos oficialistas y opositores, estancieros y sindicalistas.
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Oración de la Virgen Barbie

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Ya no quiero ser la Virgen Barbie.
Ya no quiero ser la patrona del racismo
ni la protectora del capitalismo.
No quiero ser la Virgen Barbie.
No quiero enseñar a las niñas
a odiar sus cuerpos morenos.
No quiero ser nido
de prejuicio, insultos y complejos.
No quiero ser la Virgen administradora
y santificadora de privilegios.
 
No quiero hacer milagrosos matrimonios
ni encontrar príncipes azules
tiranos, celosos y violentos
para mujeres ilusionadas,
ingenuas y equivocadas.
No quiero ser perfecta, ni virtuosa
No quiero ser modelo de belleza,
No quiero mirar la vida
desde arriba de un altar.
No quiero juzgar a nadie
ni tampoco tener el derecho de perdonar.
 
No quiero ser yo.
Quiero ser otra distinta.
Alegre, amiga, defectuosa,
imperfecta y amante…
pisar con mis pies el piso,
pasear por la ciudad,
bailar en las calles.
 
Que detrás de mí
el capitalismo se derrumbe
y pierda hasta los dioses
y las vírgenes que lo sustentan.
Que detrás de mí
se desmorone el racismo
y el color blanco que lo sustenta.
Que los úteros de las mujeres blancas
puedan parir hijas morenas.
Que las morenas tengan hijos rubios.
Y que el amor y el placer nos mezcle
y nos mezcle y nos mezcle.
Hasta diluir todas las estirpes de nobles,
de patrones y de dueños del mundo.
 
No quiero ser la madre de dios,
de ese dios blanco civilizado y conquistador.
Que dios se quede huérfano
sin madre ni virgen.
Que se queden vacíos los altares
Y los púlpitos.
Yo dejo este altar mío.
Los abandono por decisión libre.
Me voy, lo dejo vacío.
Quiero vivir, sanarme de todo racismo,
de toda condena, de toda dominación.
Quiero sanarme yo misma
y ser una mujer simple.
Ser como la música que solo sirve
para alegrar los corazones.
He descubierto que para ser feliz
solo hay que renunciar a tus privilegios,
a tus virtudes y perfecciones.
 
Proclamo la inutilidad de los privilegios.
La tristeza de los altares.
La muerte del capitalismo.
 
 
 

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Flor de jardín

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Mi mamá trabaja, la guardería de Mujeres Creando. Una escuela feminista que enseña a no confundir regalos con afecto ni cariño con violencia. Abierto de 7 a 23, para madres que trabajan, estudian o se divierten.
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LA NUEVA MU. La vanguardia

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