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La verdadera movida
En todo el país suman más de 35 grupos, y en la Capital son 11 los que tienen en cartel obras propias o versionadas, que suben a escena en plazas, calles y teatros producidas integralmente por los vecinos. Una herramienta de cambio social que construye la participación con la alegría de crear nuevos lazos sociales
“El teatro comunitario es una práctica que entiende al arte como un modo de transformación en sí mismo. Incluye la memoria, la pertenencia, la identidad, el territorio, las relaciones con vecinos y la gestión, centradas siempre en lo artístico que es lo que permite ir más allá de lo dado. Puede cuestionar paradigmas y ponerlos en duda. Mueve todo el tiempo lo posible, por lo tanto ensancha la esperanza”. Edith Scher, directora de Matemurga, uno de los grupos de teatro comunitario de los 11 que darán sentido a esta nota, se adelanta a mi pregunta. Lo hace a modo de declaración de principios, porque según me cuenta, se suele confundir teatro comunitario con una mera reunión de vecinos. Y sin embargo, no hay nada de pintoresco en esta práctica que se siente revolucionaria. El grupo Catalinas Sur lo define a su modo: “Parece exagerado decir que el teatro puede cambiar la sociedad, pero un grupo de hombres y mujeres que hacen teatro puede llevar adelante un proyecto que no se encierre en las nuevas modas globalizadas y se apoye en las ricas tradiciones y la historia vital de lo popular”. Si uno ingresa a la página web del Centro Cultural Barracas una voz masculina lo contará así: “Un vecino que desarrolla su creatividad es capaz de modificar su entorno”.
La práctica
Los comienzos del teatro comunitario en Argentina tienen nombre y apellido: Adhemar Bianchi y Ricardo Talento. Pero fue la generosidad quien hizo exitosa la fórmula gestada por estos dos hombres que abrieron el juego y soltaron teoría y práctica. Edith señala: “Talento y Bianchi desearon un día poder lograr una red que al menos contuviera unos 10 grupos”.
La red encontró su escenario el año pasado, a partir de los festejos por el centenario del partido de Rivadavia, ubicado al oeste de la provincia de Buenos Aires, límite con La Pampa. Un grupo de teatro comunitario constituido por vecinos de toda la zona decidió, como excusa, hacer su obra en un pueblo casi abandonado llamado San Mauricio, hoy convertido en un caserío, que tiene, según el INDEC, 28 habitantes, pero que en las cuentas de los propios pobladores se reduce a 15 personas. La idea era recuperarlo de la memoria, reunir diferentes generaciones y volverlo a poblar, aunque fuera por un rato. El sábado 2 de octubre de 2010, 200 actores interpretaron La obra del Centenario y reunieron 4.000 espectadores que pisaron las calles de tierra de este pueblo que llegó a tener, hace tiempo, alrededor de 1.000 habitantes. La potencia generada por personas que se multiplicaron y festejaron, logró que el distrito de Rivadavia fuera este año sede del Noveno Encuentro Nacional de Teatro Comunitario. Los días 8, 9 y 10 de octubre se produjo un hecho inédito. Más de 30 grupos de teatro comunitario de todo el país, y de Italia y Uruguay, brindaron 21 espectáculos gratuitos, talleres, conferencias y exposiciones en seis sedes del partido: San Mauricio, Roosevelt, Sansinena, Fortín Olavarría, González Moreno y América. Imaginen a estos pueblos hinchados de alegría por la visita de más de mil actores brindando sus espectáculos por sus plazas y rincones en simultáneo. Llenaron las calles de colores, sonidos y risas. Cada grupo tiene un despliegue escenográfico, de vestuario y diseño exquisitos, realizados uno a uno con técnica de artesano y diseño de Hollywood. Se puede ver un desfile de trajes de época recreados a la perfección. Toda la historia está mezclada en esa sala. Desde un cacique que se planta frente a Colón hasta una mujer trabajadora de la década del 30 que espera al lado del escenario para subir a actuar. En las salas se puede ver a los actores mezclados con los directores y a los directores con los espectadores. Adhemar Bianchi, gestor y director de Catalinas Sur, hace las veces de portero mientras entretiene a unos niños que juegan en la entrada. Faroles, tambores y repiqueteos llenan el ambiente de un extraño elixir que tiene aroma a misión cumplida. Porque cada uno de los grupos me ha repetido lo mismo a modo de rosario: para poder lograr este encuentro han trabajado mucho, tuvieron que hacer fiestas, vender rifas, organizar bailes, ofrecer bonos. Estamos hablando de algo mucho más potente y creativo. Hablamos de un fenómeno que tiene en todo el país ya más de treinta años de práctica sostenida por grupos que tienen principios colectivos y autogestivos, que generan las posibilidades de concretar sueños.
Hoy esta red está conformada por más de 35 grupos a nivel nacional y 12 en formación. Actualmente, 11 constituyen la telaraña que rodea toda la Capital.
El puerto de partida
La decisión de hacer teatro con los vecinos nació en el barrio Catalinas Sur, en la Boca, bordeando el Riachuelo, allá por 1983 y de la mano de Adhemar Bianchi. En 1996 tomó la posta Ricardo Talento y la extendió a Barracas. Se formó de esta manera y en palabras de Edith Scher “un fuerte polo cultural”. Gracias a la efervescencia de lo que fue aquel 2001, en el cual las calles se convirtieron en escenario y ágora, y frente a la necesidad de apropiación de los espacios públicos, hoy estos grupos se desparraman por toda la ciudad de Buenos Aires y entre todos aúnan alrededor de mil vecinos que participan de las actividades que se realizan en los diferentes barrios. Catalinas Sur y el Circuito Cultural Barracas, los más veteranos, tienen entre 250 y 300 integrantes; los más nuevos están compuestos algunos por 25 personas y otros llegan a sumar 70, como Matemurga. En todos los grupos hay uno o dos directores, se reúnen semanalmente y tienen en este momento obras en cartel, en algunos casos propias, en otros, versionadas.
Luciana Mallamud, integrante desde sus comienzos de Los Villurqueros de Villa Urquiza, encontró en la calle y junto a sus vecinos un espacio de militancia que no supo brindarle ningún otro sitio. “Es un canal de comunicación muy potente. Es transformador hacia adentro y hacia afuera. Yo comencé haciendo papeles mudos porque me moría de vergüenza y hoy estoy a los gritos: huelga, huelga”. Los Villurqueros tienen una obra en cartel que se llama Avanti la Villurca, de creación propia y colectiva. Cada obra conlleva mucho de investigación, pero lo interesante es que indaga y rastrea en la memoria de los vecinos, “aunque esos datos no sean comprobables”, aclara Luciana.
Gabriel Galíndez, director del Grupo de Teatro Comunitario de Pompeya, cuenta que hace 8 años que están en funcionamiento y llevan realizados tres espectáculos propios. El primero se llamó Intento de Casorio, era un sainete y transcurría en una casa chorizo, allá por la década del 20. La segunda obra la denominaron La reina de Pompeya: contextualizaron la elección de la reina de Carnaval en un club de barrio. El tercero lo estrenaron en 2008 y lo titularon Las ruinas de Pompeya. Según Gabriel intentaron hacer un paralelo entre el homónimo italiano y las ruinas que dejó “la nefasta década del 90” en el barrio. Están organizados a partir de roles. Algunos se ocupan del maquillaje, otros de la coreografía. Tienen un director musical. Pero la idea es que se puedan cubrir entre todos.
Edith Scher, de Matemurga de Villa Crespo, cuenta que tienen en cartel dos creaciones propias. Este año repusieron La Caravana, que estrenaron en el año 2003 y narra la saga de la resistencia a partir de canciones albergadas en la memoria colectiva. “Parte de una copla guaraní y llega al final de la dictadura, pasando por diferentes momentos de la historia latinoamericana y europea. Es un espectáculo con el cual grabamos un disco. La otra obra se llama Zumba la risa y es la historia de un barrio, que una noche, tal vez de Carnaval -y digo tal vez porque es así el espectáculo- se dio cuenta de que había olvidado la risa verdadera. Parte de una propuesta: la risa que reímos hoy confirma el orden existente. Mientras que la risa de la infancia es una risa rebelde”.
Sonia forma parte de El Épico de Floresta: “Ensayamos en El Corralón de Floresta, un espacio municipal que fue recuperado para y por los vecinos en el año 2005”. Allí confluyen varias organizaciones sociales y culturales. Actualmente, el grupo aspira a construir una propia sala teatral, en la cual no sólo podrá brindar al barrio sus producciones y talleres artísticos en forma gratuita, sino que también el espacio servirá para que otros grupos y organizaciones puedan usarlo, teniendo en cuenta que en Floresta no existen salas teatrales para los vecinos”. Para solventar los gastos cobran a los integrantes una colaboración (que es optativa) de 10 pesos por mes.
Ana Laura y Alejandro conforman el grupo AlmaMate de Flores: “Nos convoca un proyecto colectivo artístico, un sueño compartido. Creemos en el arte como un derecho de todos, y en lo comunitario como un ámbito de desarrollo apoyado en lo territorial. Un proyecto de construcción artística y colectiva donde todos tienen un lugar y se integran, más allá de los mandatos sociales en relación a edades, creencias y posiciones partidarias. El barrio como un territorio abierto. La plaza como un espacio que transformamos cada sábado, desde la experiencia compartida con nuestra comunidad, ensayando y actuando en un ámbito público, de la mano de la gente. Como dice una de nuestras canciones ‘La plaza no tiene puertas y siempre podés entrar’. La idea es que todos sientan que la línea que existe entre el que actúa y el que mira, es frágil, y que en cualquier momento se puede pasar de espectador a protagonista”.
Las chicas y chicos que dan sentido al Grupo Teatral de La Boca 3.80 y Crece cantan a coro:
Somos los bomberos de La Boca,
Los primeros en la historia nacional,
Si alguno pide auxilio y nos convoca,
Salimos por un tubo a ayudar.
Virginia le pone voz al Circuito Cultural Barracas para resumir sus objetivos: “Crear un ámbito de trabajo colectivo para imaginar y producir ideas, valores y prácticas que contribuyan a revertir situaciones de exclusión”. Tienen tres obras en cartel: El Loquero de Doña Cordelia, GPS Barrial y El Circuito en Banda. Sólo en el primer espectáculo se cobra entrada, los otros son a la gorra.
Nosotros
Adhemar Bianchi revela una clave: “El tema es cómo dejar algo marchando para delante. En el teatro comunitario hay que poner el alma, pero el entusiasmo solo no alcanza En Catalinas estamos muy organizados. Acá hay trabajo en equipo”. Por ejemplo: Cecilia es actriz, pero hace años que es la “intendenta” del Grupo Catalinas y la encargada del espacio. Gonzalo es el director de la orquesta y jefe técnico. Nora es del grupo de dirección artística y, junto a Verónica, arma los programas y proyectos que les permiten recaudar fondos. Gilda, que entró a los 8 años, es ahora la directora de coros. La orquesta suma 45 músicos, de los cuales 10 son instrumentistas, pero también actores. El elenco de títeres aporta otros 20 integrantes. Adhemar sigue con las cuentas: “Está el grupo de Fulgor argentino, que son otros 100 más o menos, y el taller de circo, que se llena de pibes que van quedando y terminaron conformando Los Payasos Voluntarios de La Boca. También hay candombe, que no funciona siempre, y la murga La Catalina del Riachuelo, que está básicamente integrada por el elenco de teatro”.
Semejante batallón dirige su artillería hacia un objetivo concreto: “El arte no es un medio ni una herramienta, sino que su práctica es transformadora en sí misma. La comunidad tiene derecho a esta práctica. Por eso no hay que escapar del arte. El arte no es una excusa. No es algo poco importante para que se desarrollen las cosas importantes. Es lo que nos transforma porque está basado en la memoria de lo que las comunidades quieren decir, en un sujeto plural porque siempre el que habla es un nosotros”, señala Edith Scher.
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Paren de fumigar
Este es un breve resumen de los informes que en diferentes localidades elaboraron médicos y científicos. Tienen en común la seriedad de las fuentes y la coincidencia de los resultados. Señalan que existe una relación entre el aumento de casos de cáncer, malformaciones congénitas y leucemia en las zonas de mayor fumigación con agrotóxicos. Por el momento son los únicos que trascendieron y con mucha dificultad para su difusión, sobre un tema que preocupa y moviliza a los vecinos de las zonas afectadas, principales motores de campañas y denuncias judiciales que lograron hasta ahora resultados parciales y provisorios. El debate de fondo es el modelo agroindustrial que afecta hoy a todo el campo argentino.
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La peste
Paren de fumigar. Un caso raro, una sospecha, un diagnóstico: médicos, pediatras y científicos de distintas provincias inundadas por el monocultivo y el glifosato fueron, casi siempre en soledad, el amplificador de una realidad silenciada al detectar que el crecimiento exponencial de malformaciones de bebés, cáncer y abortos a repetición, no es una plaga sobrenatural sino el efecto de un tipo de modelo productivo. En Chaco un informe impulsado por una pediatra oficialista (pero no obsecuente) determinó un 300% de aumento de casos de cáncer y 400% de malformaciones en zonas altamente fumigadas. Algunas de las voces que no se resignan a estas epidemias.
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No son cifras