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Súper toma

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La Toma de Rosario. Centro cultural y de productos de la autogestión social, resiste desde hace años un desalojo arbitrario.

Súper tomaToma 1
“Matá y vení” dice uno. “Dale, dale, jugá gallego, jugá”, le retruca el otro. Son las cuatro y media de la tarde y hay partido de truco en La Toma. “Acá nadie nos echa, si queremos tomar algo tomamos y si no queremos tomar nada, no tomamos”. En esta mesa, los jubilados se sienten como en casa. Llevan años juntándose todos los días, a la misma hora y en el mismo lugar. La Toma, para ellos, es casi como un club de barrio. Acá festejan los cumpleaños, juegan a las cartas y hablan de política. “Chau Antonio, ¿mañana venís?”, se despide un compañero. En otra de las mesas sigue la jugada.
Toma 2
Café cortado, canal público en la pantalla del televisor. La Toma se parece a un vecindario en donde todos se conocen. Entra un señor, camina, saluda por el nombre y se sienta en una de las mesas redondas a leer el diario. El fileteado de los carteles señala la carnicería, el súper comunitario y el bar, todo en un mismo lugar. En La Toma también hay un kiosco y el puesto de la librería obrera “Federico Engels”. A un costado, una casita llena de afiches en su puerta, es la oficina de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Al fondo, es la casa de Familiares. En ambas, las fotos de los desaparecidos acompañan cada acto que se organiza en La Toma.
Imaginemos, por un instante, todo lo que circula en este lugar: un súper y un centro cultural; una feria de artesanías y en la planta alta, un comedor universitario y popular; un centro de acopio de la cooperativa de cartoneros; la fábrica donde el Movimiento Territorial de Liberacion (MTL) confecciona pelotas y Barrios de Pie estampa remeras; un centro de atención de los Psicólogos del Puente, y el lugar donde se reúnen las organizaciones del Espacio Juicio y Castigo Rosario. La sede donde las mujeres meretrices (AMMAR), la unión de conductores, los guardavidas y los actores se organizan sindicalmente. Y el rincón desde donde transmite la radio comunitaria Che Guevara. Es, además, el territorio donde funcionan más de 10 cooperativas de trabajo y decenas de organizaciones sociales. La Toma es, sobre todo, la fuente de trabajo de 35 familias sobre las que pesa una orden de desalojo permanente. “Acá no hay encargados”, dice Pedro, uno de los laburantes. “Tampoco hay jefes, patrones ni alcahuetes”.
Toma 3
Las hilanderas también circulan por La Toma. En su casita, que es un pequeño local, los ovillos se mezclan con dulces y vinos caseros. Lili dice: “No es lo mismo estar acá, que estar con un local en un shopping. Es otra forma de comercializar, de poder mostrar nuestros productos. La mayoría de los locales está habitado por mujeres emprendedoras, y a nosotras nos gusta vincularnos con otras compañeras”. Cada local tiene una ventana pintada de un color diferente. En total, son más de 40 microemprendedores y 30 artesanos quienes, dentro de La Toma, abrieron un mercado popular de emprendimientos de la Economía Social. “Me siento como en casa, este es un lugar donde te dejan hacer”, dice Elda, integrante de la pre-cooperativa El Ayllu. En su local, pegado al de las hilanderas, venden desde agendas hasta ropa de bebé.
Toma 4
Pedro sirve el café, se sienta en la mesa del bar que él mismo atiende y recita una frase de su poema, dedicado a la Toma. “Cuando salí, en el camino pensaba, detrás mío, lo más querido dejaba”. Tiene 66 años, dos nietas, el pelo entrecano. Es alto y los ojos le pican cuando habla de la experiencia de La Toma. “Queremos trabajar y vamos a morir trabajando”, dice con verborragia. “Acá no se usurpó nada, esa es la palabra de los jueces, la palabra de los laburantes es trabajar”, define. Luego, vuelve al mostrador del bar del cual es responsable junto a sus compañeros de Trabajadores Solidarios en Lucha, formada en 2001.
Frente al vaciamiento empresarial y la quiebra del ex Supermercado Tigre, ellos respondieron con trabajo autogestivo. “Había que defender la dignidad”, dicen. El mismo grupo que en 1991 impulsó una toma en el ex Supercoop, diez años después inició el movimiento para enfrentar la pérdida de los puestos de trabajo. Se organizaron y, al comienzo, formaron un centro cultural. Más tarde le dieron vida al supermercado comunitario. “Nunca tuvimos el signo pesos en la frente, sino el signo lucha”, apunta Pedro. Los ojos le vuelven a picar cuando recuerda a las 300 personas en bicicleta que les hicieron el “aguante”. “Ese día, la policía llegaba con la orden de desalojar y se tuvieron que ir”.
Toma 5
La Toma es un lugar de encuentros, reuniones, asambleas, conferencias, charlas, debates y presentaciones de libros. Es el espacio donde tantísimas organizaciones y cooperativas, hacen una gran toma. En el subsuelo, funciona la Delegación Rosario del Sindicato de Actores Argentinos y la salita de teatro donde todos los jueves hay obras a la gorra. “Nuestra forma de defender el lugar es poner el cuerpo”, dice Christian Álvarez, delegado gremial de los actores. “Como todo buen vecindario, con algunos nos conocemos más y con otros menos. Te encontrás con gente de distintos pensamientos, edades, historias que hacen a esto: poder pensar el lugar como un espacio público. Darle corporalidad a este espacio que no tiene que ver con pensar la ideología desde un escritorio, sino desde la acción permanente”.
Toma 6
Carlos Ghioldi es un referente de La Toma y tiene amplia trayectoria en la actividad gremial en Rosario. Desde hace diez años duerme con el celular encendido sobre almohada. La Toma tiene un servicio de guardia nocturna. La amenaza del desalojo es constante. Para los síndicos y el Poder Judicial, los trabajadores organizados en la Cooperativa en Lucha de La Toma son “ocupantes”. De la misma manera que todas las organizaciones y cooperativas que se encuentran y reúnen en este lugar.
“La única manera de resistir el embate implacable del Poder Judicial que llegó a la instancia de declarar inconstitucionales dos leyes que expropiaron el lugar, es poner este espacio al servicio de todos. Los únicos que tienen prohibida la entrada son los que reivindican el genocidio, la mano dura”, dice Ghioldi. Abrir las puertas del establecimiento y “acumular fuerzas”. Una gambeta al individualismo.
“Tuvimos ofertas concretas de alquilar los locales a comercios, de que el comedor fuera una cadena de restaurantes de comida rápida y que el galpón donde funcionan las cooperativas fuera el depósito de un mayorista distribuidor”. En asamblea, los trabajadores decidieron que La Toma “esté al servicio de los sectores populares”. Cada organización y cooperativa aporta lo mínimo para el mantenimiento del lugar. “Acá no cobramos alquiler”.
Toma 7
“Te encontrás con un equipo de compañeros que han compartido una vida de lucha en conjunto. A una de las chicas que ahora está trabajando, la tuve en brazos cuando nació”, recuerda Ghioldi. Otra compañera tuvo su hija acá dentro y la llamó Victoria. Si era varón se iba a llamar Tomás, por La Toma. “Es mentira que no se pueden cambiar las cosas”, dice. En el mismo lugar donde funcionó una cadena de supermercados y patrones que impedían la elección de delegados, ahora, hay un “monumento a la solidaridad”, como dijo una vez, una Madre de la Plaza.
La justicia emitió un fallo que declara inconstitucional la Ley de Expropiación del establecimiento. “De acá no nos vamos a mover”, dicen los más de 130 trabajadores y militantes que encuentran su puesto de trabajo o un espacio de organización en La Toma.

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