Mu56
Poner el cuerpo
Km29. Dirigidos por Juan Onofri Barbato presentaron Los Posibles, un éxito de público y entusiasmo. Ahora están preparando su próximo espectáculo, allí, en Gonzalez Catán, donde nadie jamás pensó que podía ponerse el movimiento el futuro de la danza.
La obra es todo movimiento. No hay diálogos ni discurso, no hay narración de la historia. El comienzo no es el que imaginabas. Los personajes te dan la espalda y por un gotero caen despacio las preguntas: ¿dónde está el relato, dónde la información que esperaba de antemano? La idea de que el enigma no está arriba sino en el subsuelo suspende de a poco el pensamiento, y recién entonces los personajes bailan, sugiriendo, en una nueva secuencia de poses, sus probables biografías. Así arranca Los Posibles.
“Es una obra que no termina de jerarquizar nada” cree Marina Sarmiento, corégrafa y asistente de dirección en Los Posibles, creación que ya se presentó el año pasado en el centro de experimentación del teatro de La Plata y que acaba de terminar su paso feliz por el teatro San Martín de Buenos Aires. “Es traer la fisicalidad al cuerpo y trabajar con el signo. Los pibes empiezan de espaldas al público en un primer balcón. Arman una fila, equidistantes entre ellos y miran al público. Creo que ese inicio presenta la totalidad de la obra”.
Los pibes son chicos de González Catán que se encontraron a principios de 2010 en un lugar que les cambiaría las posibilidades del presente y del futuro. El lugar es Casa Joven, una quinta muy cuidada que funciona como centro de día para personas de entre 12 y 21 años y que depende de los colegios La Salle. Ahí se dan talleres de huerta, de computación, de electricidad, de carpintería, y desde hace tres años, de danza. Fue Juan Onofri Barbato, hoy director de Los Posibles, el que se ofreció como tallerista en Casa Joven para terminar haciendo con chicos sin experiencia formal en baile, una obra de danza contemporánea que, sin buscarlo, cuestiona qué es la danza y qué es lo contemporáneo.
Sin límites
Para llegar a Casa Joven hay que pasar por el kilómetro 29 de la ruta 3, un punto de unión de la provincia de Buenos Aires con la capital, un espacio de paso donde circula tanta cantidad de micros y autos que parece una terminal de ómnibus, pero una suburbana, precaria, imprevisible, donde los negocios nocturnos no son los boletos sino el robo y la prostitución. Km29 es también el nombre que se le puso al proyecto fundado por Juan Onofri en 2010, por ser punto de encuentro y también resumen de la experiencia. “Km29 habla de límites en realidad, quién cruza la frontera y para qué lado” es lo que dice Matías Sendón, escenógrafo e iluminador de la obra. Lo dice porque en un principio los chicos viajaban a la Capital a entrenar en el teatro El Perro, pero el paso del tiempo hizo que los caminos se hicieran a la inversa: ahora son los profesores los que viajan de Capital a González Catán y a Casa Joven, donde gracias a un convenio con el Teatro San Martín –luego de que presentaran la obra en esa institución en mayo del año pasado– consiguieron construir un galpón con el piso especial que se necesita para ensayar e imaginar la danza.
Explican en su página web:
“Km29 considera al cuerpo como espacio de memoria y conciencia. Los cuerpos menos `adiestrados`, aquellos que son desobedientes, rebeldes y no conocen especulaciones ni convenciones propias de un intérprete formado, están más cerca de presentar y producir una verdad kinética que puede volverse una coreografía original o una improvisación verosímil. Dejar que la madurez adquirida por estas experiencias de vida opere sobre la escena, que el cuerpo se apodere de la imagen que desprende, que haga conciencia y uso de lo que produce en el espectador, deja ver la fragilidad de ambos. En esta búsqueda se intenta borrar la línea que separa la escena y platea, emancipando las interpretaciones y por sobre todo, las miradas.”
Estos cuerpos desobedientes son los de Alejandro Alvarenga, Alfonso Barón, Daniel Leguizamón, Jonathan Carrasco, Jonathan Da Rosa, Lucas Araujo y Pablo Kun Castro.
Dice Jonathan, durante una charla en Casa Joven: “Yo venía a los talleres de carpintería, panadería, de electricidad y huerta. Un día se presentó Juan (por Onofri, el director), supuestamente iba a hacer un taller de hip hop. Si decía ´danza contemporánea´, no le pasaba cabida, así que nos metimos por ese lado. Y nada… empezamos a hacer físico acá primero y después a viajar a Capital. Siempre hice deporte, pero bailar así, nunca”.
Sigue: “Este proyecto está re bueno porque saca un montón de pibes de la calle. Yo empecé a venir por problemas de familia y adicción. Y acá tengo al grupo que siempre me acompaña en todas. Significa mucho, porque hace tres años que estamos. Conocés mucha gente”.
Matías: “Los posibles es todo: el lugar, los pibes, el piso, la realización que tenemos, el trabajo artístico. Es una decisión grupal la del nombre. Los posibles acumulaba una cantidad de ideas en relación a lo que queríamos decir con la obra misma”.
Sigue: “Pero Km29 no es una oenegé que sale a entrenar gente de la calle para que se sienta bien. Nuestro objetivo es hacer obra, no trabajo social. Pero también se terminó dando vuelta y terminamos ocupando un lugar dentro de este espacio que está directamente vinculado a lo social. Y casi sin quererlo. Lo que sucedió y nos dimos cuenta puntualmente, sucedió durante este proceso del año pasado, de llevar a los chicos a Capital y luego, venir nosotros hasta acá. Nos dimos cuenta que como personas no tienen las mismas facilidades que nosotros para hacer lo que hacemos. O sea, nos enfrentamos a problemas y situaciones distintas y dispares. No tenían plata para viajar, para comer. Gente realmente pobre que no tenía recursos para moverse. Ahí tuvimos que generar los fondos de producción y salimos a conseguirlos para que los pibes puedan moverse”.
Lo lograron. Hoy los chicos cobran un sueldo porque el Teatro de La Plata les paga como intérpretes de la obra Los Posibles. Igualmente, para Marina, “lo social queda en un sub-texto, porque lo que nos convoca es esto: la tarea de reflexionar sobre qué es expresivo, la reflexión sobre la sensibilidad que te da la técnica, y no el virtuosismo o la tendencia que te genera la técnica. Eso es lo peligroso, porque a veces termina bloqueando en vez de dar más disponibilidad. Y debería darle más sensibilidad en vez de restarle. En la danza la herramienta es el propio cuerpo. Deconstruir el cuerpo es como la porosidad, la posibilidad de que todo esté disponible en el momento del movimiento, que esté listo para la acción. La deconstrucción no necesariamente tiene que ser cronológica. Uno puede en un ejercicio, en una improvisación, usar todos sus recursos históricos. Uno trabaja con un cuerpo que ya tiene un recorrido realizado, una historia. La deconstrucción tiene que ver con que eso esté disponible. Por eso me interesa más la deconstrucción del cuerpo que la construcción de algo. Ya hay demasiado que nos termina etiquetando. El pibe que usa gorrita es chorro. Si sos trabajadora social tenés que ir y hacer certificados de pobreza o trabajar para la política de turno. Y en nuestro ámbito tambén hay etiquetas: la bajada de línea es europea, que marca la tendencia y entonces vamos para ese lado. A través del movimiento todo eso se puede deconstruir”.
Sigue: “Lo que sí puedo decir como experiencia es que hay algo en relación a la presencia que tienen los chicos. Y eso es algo muy difícil lograr porque, en realidad, se consigue no haciendo nada. Con el simple estar: el ser y estar. Los pibes son. Están. Hay un despojo hasta de prejuicio te diría, muy particular, hasta una sutileza. Por eso en la obra no hay idea sino composición, presencia, la mirada, y sabiendo que de los desprendimientos de estos cuerpos emanan algo que el espectador lo va leer como quiera: con prejuicio, sin prejuicio, o vivenciando la experiencia estética como algo transformador, que te modifica, que es también lo que les pasa a los pibes adentro. Por eso hay una experiencia grupal que trasciende los significados.”
Matías vuelve a hablar de límites, esta vez en relación a la iluminación: “Se plantearon dos objetos fuera de escala. Objetos redondos lumínicos. La escenografía de la obra era eso. Uno un tanque australiano, de cuatro metros de diámetro colgado, con luces, y otro un tambor. Las mismas lámparas estaban en esos objetos. Y cuando se encendían inundaban el espacio. Generalmente vos ves la platea oscura y el escenario iluminado. Pero la luz que utilizamos tiene una particularidad: cubre mucho espacio y produce un efecto al que nadie está acostumbrado a ver en un teatro. Ambos objetos tenían las luces del alumbrado público. Era como traer algo de la vida cotidiana y meterlo en ese lugar”.
Futuros posibles
Toda la propuesta del grupo Km29 surgió como una necesidad de escapar a la asfixia que les provocaba el modo tradicional de la danza contemporánea. “Llega un momento donde el lenguaje se agota y ves que estás siempre dando vuelta sobre lo mismo. Cuando veo el abanico hay cosas que se repiten, las mismas ideas. La propuesta fue salirse de ahí”, señala su director.
Toda la respuesta que cosechó surgió de otra necesidad de escape. Cuenta Johnny, después del ensayo: “Estoy en el proyecto desde el principio. Acá caí por quilombos, de drogas, de familia, la calle. Y para que no me agarre la gorra me vine para este lado. Hice el taller de huerta. Me enganché con esto. Al principio si decía algo, los amigos del barrio jodían, pero no les pasé cabida. Me fueron a ver y se quedaron con la boca abierta. Y ahora hay más pibes que se quieren enganchar.”
¿Qué es gritar?
En antigua frase dice: “Yo solamente creería en un dios que sepa bailar”. Pola, otro integrante de Los Posibles, podría estar de acuerdo. Su historia: “Llegué por parte de un cura, Sergio, vive en la casa quinta del kilómetro 35, en San Eugenio. Entré porque necesitaba para comer y esas cosas. Él habló con Juan para ver qué onda, si en Casa Joven yo podía bailar. Vine, nos mintió que era hip hop. Nosotros le decíamos ‘poné cumbia’. En los entrenamientos me fue gustando. Re piola estamos bailando ahora. Después fuimos a Recoleta. Y después nos dijeron que el Teatro de la Plata nos invitaba para hacer otra obra. Y después nos dijeron que hagamos otra más. Y otra función más. Hicimos 16 al final. Eso fue en 2011. Y después nos llamaron para el Teatro San Martín”.
Sigue: “Acá hacíamos carpintería y todas esas cosas que a mí ya me gustaba hacer. Ni me imaginé que se me iba a cruzar todo esto. Ahora estoy re contento, orgulloso, mis viejos están orgullosos de mí. Ojalá esto nunca se corte. Cuando bailo quiero explotar, quiero sacarme toda la furia, todo lo que tengo adentro. Es como que me ayuda un poco a encontrarme a mí mismo. Furia de lo que me pasa a veces, de lo que tengo en mi barrio, mi familia, cosas que se me presentan en la vida cada día. Es lo mismo gritar que hacer esta posición (y se pone como un ninja, se agacha, pone cara de loco) y ya estás gritando. Esa posición me hace encontrarme. Estoy mirando a la gente y quiero transmitir algo. Puede ser tristeza, puede ser ‘Mírennos: acá estamos.’ Para mí de eso habla la obra, de que acá estamos: somos los pibes del km29”.
Los cuerpos de Los Posibles hablan el lenguaje sin nombres, dicen la historia sin fechas, bailan el recuerdo de sí mismos, gritan el dato en los gestos. Pienso en ellos no solo como artistas, sino como personas que transportan en sus nervios información sobre nuevas formas de comunicarse, formas que permiten borronear los límites, veo en toda su experiencia alguna idea del futuro, imagino sus manos ayudándonos a dar vuelta la página.
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