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Toma a la gorra
Sala Alberdi. La toma cumplió dos años. Artistas del espacio huelen permanentes aires de desalojo, pero los contrarrestan con autogestión y resistencia cultural en tiempos macristas.
La puerta del único ascensor que funciona en el Centro Cultural San Martín se abrió. Cuatro integrantes de la Sala Alberdi salieron con mesas, afiches, pinturas y mucha alegría para realizar un nuevo festejo por los dos años de toma y autogestión. Pero entonces hizo su aparición la directora general del Centro Cultural San Martín.
–Ustedes tienen una orden judicial por la cual, acá, no pueden estar. Saquen las cosas. En la calle hagan lo que quieran. ¡Se mueven ahora! –exclamó Gabriela Ricardes, argumentando que la Plaza de las Américas es jurisdicción del Centro.
–Es una actividad gratuita y abierta, en un lugar público –respondieron las y los integrantes de la Sala Alberdi.
Diego Pimentel, responsable de Educación e Innovación del Centro, mencionó entonces los impuestos que pagan los contribuyentes, y pronunció una frase memorable.
–Nada de lo público es gratis.
Y llegó la Policía Metropolitana.
Finalmente la Sala Alberdi consiguió realizar el festival, a condición de no hablar muy alto para no molestar a los vecinos. El comisario dijo luego otra frase memorable: “Yo podría haberlos desalojado, mandar a la mitad a la cárcel, el resto al hospital, y esto se acaba. Pero como yo soy una persona buena…”.
Menos mal.
Reconversión neoliberal
La Sala Alberdi es un espacio cultural dedicado a las actividades de extensión de la Dirección General de Enseñanza Artística a cargo de Marcelo Birman. Ubicada en el 6° piso del San Martín, siempre mantuvo la autonomía respecto al resto del edificio. Llegó a contar con 30 talleres por los que pasaban unos 300 alumnos anuales, y una programación de espectáculos a la gorra que permitía cubrir los gastos de las actividades.
En mayo de 2005, la Secretaría de Cultura porteña decidió el desalojo de la Sala debido a la realización de obras de remodelación y actualización tecnológica, e intentó concretarlo en 2007. Pero todo entró en un laberinto: la jueza Fabiana Schafrik resolvió suspender el desalojo “hasta tanto se garantice un lugar físico adecuado” para las clases.
Sin embargo el 17 de agosto de 2010 la Sala apareció vacía y cerrada. La decisión de los alumnos, ex alumnos y docentes fue clara: ocuparla.
Filosofía & sociología
Vicky y Tania no se llaman Vicky ni Tania. Son sub-25 y la Sala es casi su casa, desde hace dos años. “La autogestión aquí nace de entender que el Estado o las instituciones no iban a devolver el lugar, porque lo que buscan es empezar a alquilar las salas”, explica Vicky.
Hoy el grupo tiene más de 50 integrantes y espectáculos como el VOTSA (Varieté Oficial de la Toma de la Sala Alberdi). La mitad se reparte lo que se recauda a la gorra entre todos los artistas que intevienen. “La otra mitad es para yerba, comida, volantes, difusión, merienda para los chicos y la olla popular”, cuenta Vicky.
En la Sala Alberdi hay asambleas, varietés, cine debate y ciclos de música, danza y expresión corporal; talleres de teatro, títeres, producción literaria, tango, clown, realización audiovisual y un largo etcétera. Todo autogestionado. “Estamos construyendo otro sentido de valor, otra concepción: la plata que juntamos con la gorra no es cobrar. Es permitir un aporte para los artistas, y para darle estabilidad a la toma”, dice Tania.
Otra descripción: “Acá se da una forma muy particular de convivencia y de vivencia porque las reglas las ponemos nosotros. Administramos el espacio, la gente puede participar y es abierto. En lugar de que todo esté siempre mediado por el consumo, aquí abrimos lugar a otros valores: a eliminar el individualismo”.
Uno de los primeros lugares que se barajaron para el traslado de la Sala fue el salón Julián Centeya, sitio al que el propio gobierno porteño reconoció con “problemas de seguridad” y con “imposibilidades técnicas para recibir a la Sala Alberdi”. Luego, surgió la opción de la Sala Los Andes, ubicada en Chacarita, aunque su superficie es mucho menor y allí funciona la carrera de Escenografía de la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD), que ya tiene problemas edilicios provocados por la falta de espacio.
Sobre la remodelación del Centro Cultural San Martín a partir de préstamos del BID (Banco Interamericano de Desarrollo), Tania y Vicky argumentan: “Es bajar plata y que los espacios tengan que devolverla porque es un préstamo. Entonces el gobierno de la Ciudad terceriza. No es que el Estado invierte en educación artística ni en programación, sino que se limita a administrar la privatización”. Ejemplos: la privatización de la Plaza de las Américas a través de un bar –que luego trasladaron al subsuelo–, el desmantelamiento del resto del edificio del San Martín y la mutación de antiguas salas en verdaderos depósitos.
Otro dato: el Poder Ejecutivo porteño, a través del decreto 786/08, adjudicó la licitación de las obras a la constructora Riva S.A., con un presupuesto de 37.785.934,70 de pesos. La empresa es la misma que tiene a su cargo, entre otras, la remodelación del Hospital Infanto-Juvenil Tobar García, cuyas obras están paralizadas.
Ser facho es fácil
Victoria: “Es muy importante empezar a entender que la resistencia cultural y la apropiación de espacios es vital. Significa empezar a recuperar lo público con una idea amplia y profunda. Esto también es una experimentación política: estamos rompiendo un montón de estructuras”.
En un video que puede verse por YouTube, en el que aparecen Mauricio Macri y su ministro de Cultura, Hernán Lombardi, la directora del Centro Cultural, Gabriela Ricardes, acusa a los y las integrantes de la Sala Alberdi de “privatizar el espacio”. Vicky replica: “Es al revés. No permitimos que lo privatien ellos. Este es un lugar abierto, donde tenés que venir, organizarte, enfrentar banda de problemas. Ser facho es lo más fácil que hay. Lo difícil es bancarte y autogestionarte”.
¿Y si el gobierno porteño les otorga una opción transitoria en un espacio adecuado? Tania: “Si nos dan una isla paradisíaca y nos dicen ´váyanse así privatizamos, les respondemos:’Ni a palos’”.
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