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Autogestión al plato

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Casi 200 trabajadores de cinco parrillas porteñas tomaron los restaurantes en defensa de sus fuentes de trabajo. Cuáles fueron las lecciones que les permitieron forjar una nueva identidad. Cuál era el sistema de vaciamiento del empresario Sergio Lipovich.

Menú 1. “El señor Sergio Lipovich va a cerrar la casa”, dijeron los supervisores, y no bromeaban. Los trabajadores no entendían por qué: el local producía. Pero la cosa venía mal hacía rato. Meses sin cobrar, aguinaldo recortado en cuotas, problemas con la obra social y una administradora que, poco a poco, vaciaba su oficina. Ante las palabras del supervisor, los trabajadores del restaurante Alé Alé enfrentaron al fantasma que sobrevolaba sus cabezas desde hacía varios meses: La Zaranda, un restaurante del mismo grupo económico, había cerrado en junio. Sus empleados quedaron en la calle.
Menú 2. “En noviembre tuvimos un chico encadenado en la puerta –cuenta Carmelo Milone, mozo de La Soleada–. Al muchacho lo habían despedido porque, como no cobraba el sueldo y el aguinaldo, mandó una carta documento pidiendo por favor que le paguen. Tenía el hijo enfermo. A los patrones les pareció causa para echarlo sin pagarle nada. Fue toda una discusión hasta que logramos que le paguen la plata al pibe. Son gente muy inescrupulosa. Ahí empezamos a darnos cuenta de que esto no tenía vuelta atrás, que ya era un plan sistemático de vaciarnos para dejarnos en la calle en cualquier momento”.
Menú 3. Rodolfo Montero es alto, flaco, tiene 48 años. Bajó 11 kilos durante los días posteriores a la toma y hoy es presidente de la cooperativa que recuperó su trabajo. Entró al grupo económico hace 15. Comenzó en Don Battaglia, trabajó 4 años y lo hicieron renunciar para inaugurar La Zaranda. En La Zaranda trabajó unos meses y lo hicieron renunciar para volver a Don Battaglia. Y en Don Battaglia lo hicieron renunciar para inaugurar Mangiata. Los sueldos estaban atrasados: el salario de diciembre, por ejemplo, terminaron de cobrarlo en febrero. Dentro de ese contexto, supervisores del local se presentaron con la noticia: Mangiata iba a cerrar sus puertas. Según aclararon, el dueño, Sergio Lipovich, iría a hablar con los trabajadores para explicar la situación. Nunca apareció.
Menú 4. Hacía más de un año que Jorge Andino no aparecía por Los Chanchitos. Los supervisores que sí decían presente –muy de vez en cuando–, solo se llevaban plata del local. Y trataban de instalar una realidad falsa en la cabeza de los empleados: las otras casas estaban haciendo quilombo, quédense tranquilos, acá está todo bien, estamos al día y hasta tenemos contrato de alquiler por un año y dos meses. Era mentira. Sólo quedaba un mes. José Pereya es de Florencio Varela, tiene 48 años y entró al grupo económico en 1995, en una cervecería cerca del local. En el 98 pasó a Los Chanchitos. El restaurante no sólo es el más viejo de toda la cadena, con casi 30 años, sino también el primero que entró en concurso de acreedores: el 1° de noviembre de 2012. Nada sabían los empleados: lo supieron dos semanas antes de realizar la toma.
Menú 5. Después de 15 años de trabajar como parrillero, Franco Pascual sentía que salir sólo con 1.500 pesos de vacaciones era un insulto. “¡15 años!”, repite. Este hombre de Moreno, 53 años, bigotes y pinta tanguera, había ingresado a Don Battaglia en 1997. Sabe y repetirá hasta el infinito que el restaurante es una mina de oro, que ahí se trabaja, que cómo no va a trabajar, pero que los aportes estaban atrasadísimos, los vales semanales también, los aguinaldos y la ayuda escolar en cuotas. Todo mezclado con el sueldo de enero que nunca vio. Durante el último tiempo, la situación se había tornado tensa: el cierre de La Zaranda y la toma de Alé Alé no prefiguraban un futuro sencillo de definir. Y menos que menos la llamada que lo sacó brevemente de esas vacaciones para traerlo nuevamente a la realidad. “Tomamos el local –avisó Leandro Herrera, su compañero–. Estás adentro o afuera”. Pascual no dudó.
Subsidio sin fondos
La cadena de restaurantes pertenecía a un grupo económico llamado Organización OJA, cuyas siglas significan “Organización Jorge Andino”. El hombre de 56 años figura como “comerciante” en varios boletines oficiales y fue el precursor del grupo al abrir el restaurante Los Chanchitos, durante la década del 80, al que luego se sumaría Sergio Lipovich, un contador público de 66 años, personaje principal de esta historia. Ambos figuran como socios gerentes de OJA.
Lipovich asoma como cabecilla de, al menos, otras seis empresas: todas ligadas a la construcción y al negocio inmobiliario. Además, Lipovich es socio (hace unos años figuraba como presidente del directorio) de la empresa Jatropha de Poman S.A., con actividades en Catamarca y con domicilio en la ciudad de Buenos Aires. Se dedica a la explotación agropecuaria (cultivo de oleaginosas) y a la producción, exportación e importación de productos agropecuarios, como el biodiésel. La empresa también tiene como socio al abogado Guillermo Eduardo Koon, 63 años, que además es representante legal del grupo económico y socio de Alé Alé SRL, entre otros.
En el marco del Plan Provincial Agroindustrial, la gobernadora de Catamarca, Lucía Corpacci, firmó en febrero dos convenios que suponen, tal como señala la página web del Ministerio de Producción y Desarrollo, una inyección de 11 millones de pesos para llegar a más de mil productores locales. Uno de los firmantes fue el propio Sergio Lipovich: su empresa, Jatropha de Poman S.A., será la encargada de “elaborar y almacenar la pulpa de membrillo”.
Para ese entonces, La Zaranda ya había cerrado y dejado a sus trabajadores en la calle, mientras que Los Chanchitos, Mangiata y Alé Alé entraban en concurso de acreedores. Hay más: según el informe de deudas del Banco Central, durante todo 2012 y en lo que va de 2013, Jatropha de Poman S.A. lleva rechazados 117 cheques por un monto de $ 557.825,86. ¿La causa? “Sin fondos”, dice el informe. “No sé cómo se manejan las licitaciones en Catamarca, pero todo lo que tiene que ver con recursos del Estado involucra una licitación o concurso. Entonces, ¿cómo una sociedad sin fondos va a firmar un convenio con el Estado?”, pregunta Ornella Nociti, abogada de los trabajadores de Alé Alé y de la Federación Argentina de Cooperativas y Trabajadores Autogestionados (FACTA).
A este combo de irregularidades, Nociti agrega un paquete más: Lipovich tiene, por lo menos, 50 sentencias laborales en su contra. Una de ellas, dictada por la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo el 27 de diciembre de 2012, es inapelable: “Es evidente que estamos en presencia de un conjunto económico que actuaba en forma fraudulenta”.
Cómo perder el miedo
Los primeros trabajadores que decidieron tomar el restaurante y comenzar a autogestionarlo para mantener sus fuentes de trabajo fueron los de Alé Alé, en enero. Un mes más tarde, se sumarían sus compañeros de Don Battaglia, La Soleada y Mangiata. El turno de Los Chanchitos llegaría con los últimos días de abril.
El contexto fue casi idéntico en cada local. Entre las cinco casas de comida, hay casi 200 trabajadores que ofrecen sus servicios para los mil cubiertos de toda la cadena. “Desde que nos hemos hecho cargo del restaurante, hemos pagado todo lo atrasado a los proveedores. Hemos hecho tareas de mantenimiento en el restaurant, que se estaba viniendo abajo”, explica Carmelo Milone, que hoy es presidente de la cooperativa La Soleada, elegido en asamblea por sus compañeros. “Es nuevo. Porque cuando trabajás durante 20 años bajo patrón, independizarte es como irte a vivir solo. Vos venías a trabajar y otra gente pensaba por vos; tenías que actuar, nomás. Ahora tenés que pensar por todos los compañeros. Se armó un lindo grupo”, dice David Juárez, mozo de Alé Alé.
¿Cómo hicieron para perder el miedo? Juárez reconoce que las 72 horas posteriores a la toma fueron duras, porque estaban sin un peso y los atemorizaba la sospecha de que en cualquier momento venían con palos a sacarlos a la fuerza. Franco Pascual, de Don Battaglia, explica que ellos nunca hicieron ni un paro. Solamente una vez hubo un planteo: los trabajadores querían cobrar en fecha. Ni siquiera pedían un aumento. Pero Lipovich jugó con el miedo y terminó encontrando al cabecilla: lo echó. “Le ponen en el telegrama que un cliente se quejó porque lo atendió mal. Era un excelente mozo”, dice Pascual.
Carmelo Milone ofrece su respuesta: “Era un momento en que uno tenía que tomar la decisión. Hay mucha gente que es muy grande, que tiene 57, 60 años, ¿y a dónde va a ir a trabajar? Entonces es momento de decir: ´Bueno, muchachos, por nosotros y por el local, por nuestra familia, hagamos algo, seamos dignos de ser trabajadores´. De eso se trata nada más: de honrar a nuestra familia con trabajo”.
Dueño y proveedor
Sergio Lipovich y Jorge Andino manejaban Distribuidora OJA SRL, una sociedad que proveía de insumos y materias primas (excluyendo carne y verduras) a los restaurantes de su propia cadena. Según figura en varios Boletines Oficiales, estaba domiciliada en Castillo 447, al lado de Don Battaglia. Todos los trabajadores de los cinco restaurantes coinciden en señalar a la distribuidora de sus patrones como el “sistema de vaciamiento” del grupo económico. La clave: los sobreprecios. Algunos ejemplos: el litro de leche a 10 pesos, cuando los trabajadores podían conseguirlo a 3. Una caja de vino a 21, cuando podían comprarla a 8. Y la lista sigue.
¿Cuál era la lógica de realizar esta maniobra a las mismas empresas de las que eran dueños? Ornella Nociti: “¿Qué ganancia tenés con eso? Ninguna. De hecho, tenés pérdidas. Si vos tenés una empresa a la cual querés que le vaya bien, ¿por qué vas a comprarle los productos a una distribuidora que es más cara que cualquier mercado mayorista? Salvo que también formes parte de esa distribuidora y te quedes con la diferencia. Es como cualquier intermediaria en la cadena de comercialización, excepto por una diferencia: hay dos personas que son los socios gerentes de las dos empresas: Sergio Lipovich y Jorge Andino. Eso es lo que la justicia debe investigar”.
La vida después de la toma
Los trabajadores de Alé Alé no tienen una tarea sencilla: a pesar de la toma y de la buena producción del local, mantienen una postura de resistencia frente a un inminente desalojo impulsado por los propietarios del inmueble (la empresa Bejonor S.A.), que el juez Martín Alejandro Christello, del Juzgado Civil 103, convalidó. La primera fecha fue el 27 de marzo, pero se pospuso para el 30 de abril. El día anterior, los trabajadores habían realizado una cena en apoyo a la autogestión del local. Fue un éxito: 350 personas colmaron el restaurante. Al día siguiente, nada ocurrió. Pero la amenaza sigue latente.
Los trabajadores de La Soleada mantienen un conflicto similar: el juez Jorge Sícoli, del Jugado 3 en lo Comercial, dispuso la intervención del local. “No necesitamos ninguna administración, no le debemos nada a nadie”, defendió Milone.
Juárez opina sobre la fortaleza de los trabajadores: “Este tipo (por Lipovich) no se pensó que se iba a encontrar con un muro. Nosotros lo construimos, ladrillito por ladrillito. Y hoy lo tenemos bastante fuerte. ¿Sabés cómo se forma? A través de la negación: a no querer perder el empleo. Nada más”.
Jorge Pereyra, de Los Chanchitos, agrega: “Todo esto para nosotros es nuevo porque nunca fuimos políticos. Somos trabajadores y nada más. Nunca nos creímos dueños. Tampoco queremos que ahora nos digan dueños, queremos que nos vean como trabajadores. Trabajadores con actitud y pensamiento: eso”.

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