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Hacer y sentir
Néstor Saracho. Cortometraje y poesía. El arte de contar las luchas y aventuras de un barrio que frenó a Techint.
Hay que mirar Villa Corina con sus ojos para ver otra realidad. Ahí mismo, en el deterioro, su cámara descubre la herramienta más importante para reconstruirla: la sensibilidad. La voz de Néstor Saracho es la que nos cuenta cómo logró mantenerla intacta, lustrosa, impecable, a prueba de balas, de paco, de violencias, impunidad y maltratos.
Nos dice:
“El nacimiento de los charcos de lluvia es el momento más esperado por las hojas. Cuando ven un charco que les gusta, esperan que el viento sople en esa dirección y se arrojan. Cuando una hoja y un charco de lluvia se tocan, un estudiante comprende que no tiene que filmar sólo para aprobar materias en su escuela de cine.”
Nos muestra:
El charco, la hoja, los monobloques de Villa Corina reflejados en ese espejo de agua matizado por el bello color de una hoja en otoño.
Son los primeros minutos de los 6 que dura el corto Los proyectores también sienten que hilvanó con imágenes que fue registrando desde abril de este año. Al mismo tiempo, en un cuadernito de 50 hojas fue anotando frases que pensó y le gustaron.
El corto es un “ensayo digital de cine sentimental”, dirá Saracho, que resume gran parte de su historia. Comienza citando un cine recuperado por los vecinos, tema central de su intensa vida. Él mismo fue recuperado por el movimiento de fábricas ocupadas y puestas a producir por sus trabajadores, cuando allá en 2001 agitaron los bordes de ese sur abandonado. Formó parte de Lavalán, un taller de lavado de lanas ubicado cerca del arroyo Sarandí, esa cloaca a cielo abierto a la que también le dedicó, años después sus energías creativas.
Las imágenes se van enlazado a partir de un eje: “Funciones y recuerdos de un dedo pulgar”. El que aparece en pantalla es el de su mamá y a ella le dedica el Recuer-Uno: “La vez que ingresó a la boca de un niño para evitar que el niño se muerda la lengua en un ataque de epilepsia”. Son las funciones que tiene un dedo como ese en un barrio como ese, en el que los niños crecen si sus madres ponen en tiempo y forma el pulgar en la boca, entre otras heroicas y cotidianas cosas.
“A mí me interesaba que cuando se viera el corto no me elogiaran los planos, el tratamiento sonoro y la puesta, sino los sentimientos”, dirá Saracho para explicar su objetivo con Los proyectores también sienten: que se conmuevan los aparatos.
Reconoce y agradece la influencia de un director que le hicieron conocer en sus clases en el Instituo de Cine de Avellaneda: Chris Marker. “Me voló la peluca”, dirá de este francés, creador del “documental subjetivo”, desconocido para muchos en gran parte porque se negaba a publicitar su trabajo y desarrolló en imágenes el concepto de anticolonialismo, allá por los 60 y en plena nouvelle vague, término que en Villa Corina traducirían didácticamente como “narraciones de los vagos.”
Su barrio alguna vez fue refugio de trabajadores que daban vida al cordón industrial de conurbano sur. Como todo ese borde de la ciudad, fue bombardeado sin piedad desde la dictadura hasta hoy, sin lograr su objetivo de exterminio: siguió creciendo al ritmo de otras expulsiones, pero también de resistencias sin gloria. De esas victorias se nutrió Saracho para bordar su vida y su corto. De las cosas bellas y buenas porque sí. Las que no dependen ni de la voluntad ni mucho menos de la moral o las ganas. Están ahí y eso solo es una prueba suficiente de lo otro, en un lugar donde todos los días te condenan a lo mismo.
Recuperando
Saracho no usa las etiquetas que le caben a su barrio, sino las que le permitieron crecer allí de otra manera. La experiencia en las fábricas recuperadas fue una clave. Desde entonces recuperar es para él verbo y acción. Y ahora, cine.
No es casual que al Instituo de Cine de Avellaneda llegara en plena toma, cuando los estudiantes desafiaron el destino de degradación y cierre. Permaneció con ellos los cuatro meses que duró el conflicto y festejó el triunfo que les permitió no solo recuperar el Instituto, sino democratizarlo: hoy autoridades, profesores y alumnos debaten juntos los destinos curriculares, por ejemplo. Que se anotara como alumno fue la continuación lógica de ese vínculo con las personas y hasta con el edificio. Cursó el primer año y decidió dedicarle el segundo a dos proyectos: comprarse una cámara para garantizar su independencia y terminar un corto, para probar y probarse aquello de que no hay que filmar sólo para aprobar materias.
Este año fue portero de un colegio a la mañana y, en la trasnoche, empleado en la mesa de entradas de la guardia del Hospital Perón de Sarandí. Desde una y otra trinchera escucha y ve todo tipo de escenas que parecen películas de terror y, a veces, hasta comedias, pero no. Ahí encontró el tema de su próximo corto. ¿Y el largo? La pregunta sobra. Está escribiéndolo ahora mismo y tiene título: Las manos recuperadas.
Dirá Saracho: “Me conmueve la lucha de gente como la de Famatina que es capaz de entregarse con todo para defender a una montaña de las corporaciones. Pero mi Famatina es Villa Corina y mi desafío es cómo lograr que la defendamos con la misma convicción”. En el corto está su respuesta: la asamblea de vecinos que defiende la costa Avellaneda-Quilmes y logró detener, nada menos, que a Techint. La voz de Saracho relata en el corto:
“En su informe anual de la actividad afectiva la Asociación Besos sin Frontera afirma que por día 1.000 personas se besan por primera vez en alguna reserva natural.”
Las imágenes que siguen del desmonte producido por Techint, los cortes y encuentros realizados por la asamblea No a la entrega de la Costa Quilmes-Avellaneda quedan así presentados como un acto de amor a ese espacio para el encuentro, para la ternura, para estar juntos. Así, aquello que los otros condenan a la utopía tiene para Villa Corina un territorio concreto, cercano, y tan posible como un beso. Así también se comprende qué defienden, pero también qué les quieren robar.
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Narcocracia
Algo cambió en el mapa del delito: pasamos de ser un país de tránsito y circulación de drogas, a uno que la produce en cientos de pequeñas cocinas en las villas o en laboratorios instalados en barrios cerrados. El boom del consumo, empujado por las clases medias y altas. La red de complicidad, que involucra fuerzas de seguridad, jueces y fiscales. Las zonas condenadas a la criminalidad. Y las posibilidades de quebrar esta dinámica que se expande porque ofrece trabajo, dinero e identidad social. Tal como retrata la serie Breaking Bad.
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El campo de batalla
Villa Zavaleta, escenario de una pelea por el control del territorio de bandas narcos y unas fuerzas de seguridad que liberan la zona al grito: “Que se maten entre ellos”. El resultado: el asesinato de Kevin Molina, un niño de 9 años. Un caso, una historia y un relato que desnuda la cruel verdad: la impunidad de la violencia.
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